Pidieron 13 millones de dólares de rescate y un descuido los delató: la historia del secuestro de una niña de 5 años que conmovió a Europa

Mélodie Nakachian era hija de una familia millonaria, parte del jet set de la época. Sus secuestradores exigieron una fortuna para devolverla con vida. La angustia de sus padres y el sorpresivo final tras tenerla once días cautiva

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Mélodie Nakachian nació en Las Vegas el 4 de enero de 1982.  Hija del hombre de negocios multimillonario libanés Raymond Nakachian y de la cantante surcoreana Kimera, hoy tiene 38 años y vive en absoluta reserva
Mélodie Nakachian nació en Las Vegas el 4 de enero de 1982. Hija del hombre de negocios multimillonario libanés Raymond Nakachian y de la cantante surcoreana Kimera, hoy tiene 38 años y vive en absoluta reserva

Esa mañana Amir, de 3 años, se despertó resfriado. Kimera, su madre, que ese día estaba particularmente mal dormida, le tocó la frente y decidió que su hijo menor no iría al jardín. Su hermana Mélodie, de 5, estaba muy contenta y lista para salir. Siempre había tenido un carácter privilegiado: era de esas niñas que no lloran ni gritan, rápida e inteligente y, sobre todo, muy alegre. Kimera le explicó que el hijo mayor del primer matrimonio de Raymond Nakachian, su marido, la llevaría al colegio. Raymond Junior se puso al volante del impresionante BMW rojo, matriculado en los países bajos. A su lado estaba su mujer, Deborah Kallenbach, y, en el asiento de atrás, iban las dos chicas: su propia hija y su medio hermana Mélodie.

Eran las 9.15 de la mañana del lunes 9 de noviembre de 1987. Esa semana empezaría de la peor manera.

Armas largas para un objetivo crucial

En una curva del camino, a solo cien metros de salir de la fastuosa urbanización donde vivían, una furgoneta blanca les corta el paso. Raymond Jr. intenta dar marcha atrás, pero otro auto, rojo y con matrícula de Gibraltar, les bloquea la huida. No tiene forma de maniobrar. Cuatro hombres encapuchados bajan de los vehículos a toda velocidad y rodean el BMW. Dos tienen armas largas, un tercero una pistola y el cuarto un aerosol paralizante. Sin decir ni una sola palabra, uno de ellos, apunta a Raymond Jr. a la cabeza y carga la escopeta. El joven se queda congelado. Los delincuentes saben exactamente quién es su objetivo: abren la puerta de atrás y agarran a Mélodie del brazo. En un santiamén la suben a la furgoneta blanca mientras, otro de los delincuentes, tajea con un cuchillo las ruedas del BMW. Luego, escapan y desaparecen.

La hija mayor del empresario libanés Raymond Nakachian y su bella mujer surcoreana, Kimera, había sido secuestrada a plena luz, en esos días que el sol estalla luminoso sobre la costa española.

El 9 de noviembre de 1987, cuando tenía solo cinco años, la secuestraron mientras viajaba en el auto con su medio hermano Raymond Jr.
El 9 de noviembre de 1987, cuando tenía solo cinco años, la secuestraron mientras viajaba en el auto con su medio hermano Raymond Jr.

La conmoción nacional no tarda en explotar. Más de cien periodistas se agolpan frente a la lujosa Villa Mélodie. Es la mansión de la familia. Está construida en un terreno de casi diez hectáreas que contiene cuatro edificaciones: dos casas de huéspedes, una para los empleados y la majestuosa construcción principal. También son parte de ese escenario de película, una pista para helicópteros y dos majestuosos Rolls Royce. Una película que hará derramar inconsolables lágrimas.

Corren los años 80 en España. Es la década del lujo: gigantescos yatchs anclados en la costa, fiestas ostentosas y famosos que se muestran sin pudor en los medios. El audaz secuestro de una hija de una pareja de millonarios de alto perfil es un golpe directo al corazón del jet set de Marbella. Promete un alto impacto mediático.

El relato por entregas que hacen los cronistas, en los once días siguientes, mantiene en vilo no solo a los españoles sino a todo Europa. Nadie quiere perderse ni un solo capítulo del melodrama de la vida real que ha traspasado la puerta de los intocables: una familia rica, exitosa y exótica.

Un casamiento a escondidas

Los padres de Mélodie no eran desconocidos en España. Kimera era parte de la familia imperial de Corea del Sur y una cantante de ópera exitosa que había creado su propio estilo musical: popera (una fusión de música pop con ópera). Llenaba estadios en Francia, había dado la vuelta al mundo con sus canciones y era famosa por llevar exóticos maquillajes sobre el escenario. Su nombre real era Kim Hong-Hee y pertenecía a la dinastía Simla.

Fue mientras estaba estudiando literatura francesa, en la exclusiva universidad de La Sorbonne, en París, que conoció al empresario Raymond Nakachian. Él había llegado a la capital francesa por trabajo. La pasión entre ellos se encendió de forma inmediata. Pero había un obstáculo: la familia de Kimera había puesto como condición, para que viviera en el exterior, que no se le ocurriera enamorarse y casarse con ningún extranjero. La máxima transmitida por sus padres era “la familia coreana no se mezcla”. Ilusos, nunca pensaron que el corazón de su hija sería indomable. Kimera estaba demasiado enamorada como para ser obediente. Pasaron los meses y ellos decidieron casarse, en secreto, en Egipto.

"Yo sabía que si aguantaba dos o tres días viva, los secuestradores se enamorarían de ella. Era una chica que no lloraba ni gritaba, era habladora y divertida", dijo su padre
"Yo sabía que si aguantaba dos o tres días viva, los secuestradores se enamorarían de ella. Era una chica que no lloraba ni gritaba, era habladora y divertida", dijo su padre

El dilema familiar

Kimera se embarazó de Mélodie sin que sus padres supieran que ella ya estaba casada con Nakachian. Con todas las cartas de corazones jugadas, se debatía. ¿Cómo decirles la verdad? Estaba casada y por tener una hija. Le pidió, entonces, ayuda a su hermana, que vivía en Seattle, en los Estados Unidos. Estaba terminando el año 1981 y en poco tiempo sería Navidad. A su hermana se le ocurrió proponer una reunión de toda la familia que vivía desparramada por el mundo. Ella pondría su propia casa y aprovecharían ese encuentro para revelarle, a sus estrictos padres, la nueva vida de Kimera.

El plan no resultó. Cuando llegó el momento de juntarse, Kimera entró en pánico. No tuvo la valentía suficiente para enfrentar a su padre y optó por escapar, embarazada y con su marido, a la ciudad de Las Vegas. Allí nació Mélodie el 4 de enero de 1982. Kimera ya había cumplido los 28.

Vivieron unos años en los Estados Unidos hasta que decidieron mudarse e instalarse en España, en la Costa del Sol. Nakachian compró una mansión con vistas espectaculares, en la urbanización Nueva Atalaya de Estepona, a escasos 17 kilómetros de la topísima Marbella. Esa extravagante mansión fue bautizada Villa Mélodie, igual que la primera hija, la que había llegado para rubricar su amor. Poco tiempo después, la pareja ya se había integrado al selecto planeta del jet set que se movía por la zona.

A solo seis meses de instalarse en ese soleado paraíso, ocurriría el caso que cambió sus vidas para siempre.

“¡Han secuestrado a Mélodie!”

Después que la banda de secuestradores desaparece de su vista llevándose a Mélodie, Raymond Jr. retorna desesperado a Villa Mélodie. Entra gritando aterrado: “¡Han secuestrado a Mélodie! ¡Han secuestrado a Mélodie!”. Nadie entiende nada. Cuenta que le bloquearon el paso y que no pudo resistirse porque los encapuchados tenían armas y que si lo hubiese hecho los habrían matado a todos ahí mismo.

Su padre lo traspasa con sus ojos azules. Es implacable en su respuesta: “¡Tú debiste morir antes de dejar que se lleven a Mélodie!”. Nunca más, durante el resto de su vida, volvió a hablarle a su hijo. No pudo perdonarlo.

La policía se dio cuenta, desde el instante uno, que la organización criminal está integrada por verdaderos profesionales del delito. El primero en acercarse hasta la casa, ese mismo día, es el comisario Ricardo Ruiz Coll, que vive a pocos metros de los Nakachian. Él está convencido que, si piden un rescate, la familia no debe pagar. A su juicio eso supondría un riesgo mortal para la niña. Sugiere, en cambio, entablar conversaciones con los captores.

La primera carta que envían los secuestradores a Nakachian, a través de su chofer, está escrita a máquina y en mayúsculas. En ella le ordenan al jefe de familia: “La vida de su hija depende de usted, tiene que someterse a nuestras órdenes si no ninguna negociación será posible. La policía no tiene que estar al corriente de nada”. Pero esta carta, no se sabrá nunca por qué, no llegó a manos del padre de Mélodie. Apareció tiempo después, debajo de una máquina de escribir, en las oficinas de Nakachian. El jefe de familia sospechó de algunos de sus empleados, pero no pudo confirmarlo.

Los secuestradores primero le pidieron trece millones de dólares. Después, con el correr de los días, bajaron sus pretensiones a cinco millones
Los secuestradores primero le pidieron trece millones de dólares. Después, con el correr de los días, bajaron sus pretensiones a cinco millones

Vuelan las horas

Pasan 31 horas agónicas hasta que Nakachian tiene su primer contacto con la banda que tiene cautiva a su adorada hija. Es una llamada de un hombre que habla en español con fuerte acento francés y que dice llamarse Oscar: “Somos las personas que tenemos a su hija. Ayer le dejamos una carta al chófer, ¿la recibió?”.

Le transmite que deberá reunir el rescate en efectivo en solo cuatro días. Esa primera parte del rapto resulta desesperante para toda la familia. Kimera que no puede dormir y llora sin parar. Está sumida en una profunda angustia y empieza a consultar a videntes. Nakachian intenta mantenerla al margen de las negociaciones, pero está destrozado anímicamente y se siente absolutamente impotente. Llega a ofrecerse por los medios para intercambiar su vida por la de su hija.

La policía tiene diferentes teorías para el móvil. El motivo puede ser una venganza por los negocios de Nakachian. El comisario Ruiz Coll teme que el carácter explosivo de Nakachian haga que las cosas acaben muy mal. Javier Fernández, de la Brigada Central de la policía judicial de Madrid, llega a la mansión dos días después de producido el rapto. Es el jefe del Grupo de Delincuencia Organizada Internacional y le habían asignado la Operación Mélodie.

Cuando atraviesa la puerta principal de la casona tenía una sola pista que provenía nada menos que del ministro del interior francés. El funcionario había enviado la siguiente información: un preso, fugado de un centro de detención, iba a realizar una operación muy importante en el sur de España. Ese ex presidiario se llamaba Jean Louis Camerini.

Fernández tenía el desafío de averiguar de qué se trataba la operación criminal del ex convicto. Podía ser cualquier cosa: un espectacular robo, contrabando de drogas o, también, podría ser este secuestro. Además, estaban las otras posibilidades: que el rapto fuera algo vinculado a las actividades de Nakachian, un ajuste de cuentas o una venganza. Todo era posible.

“Papá si no pagas soy muerta”

Durante el tercer día del secuestro, la familia recibe en la madrugada una segunda llamada de los delincuentes. Le indican a Nakachian que vaya a una conocida discoteca de Marbella. Allí, a las 2:30 de la mañana, encuentra escrito en un posavasos de papel la cifra astronómica que exigen los secuestradores. Demandan trece millones de dólares en efectivo (hoy esa suma equivaldría a más de 30 millones de dólares) en diferentes divisas y billetes usados. El dinero debía estar repartido en marcos alemanes, francos suizos, francos franceses y pesetas. Y solo tienen cuatro días para juntarlo. En una entrevista, dos décadas después, Nakachian relató que el monto exigido equivalía a “una habitación llena de dinero”.

Nakachian está furioso. Decide cambiar la dinámica de las conversaciones. Va a liderar él la negociación, va ser duro. Intenta contactar a los secuestradores para saber realmente de su hija. Lo logra. A través de una llamada a la escuela, los delincuentes, los guían para que encuentren una desgarradora grabación de Mélodie. Su voz aniñada y asustada, por momentos llorando, pone los pelos de punta a todos: “Hola pa. Yo quiero ver a mamá y a mi hermanito chico, papá ¿por qué tú no pagas? Yo estoy muy triste quiero ver a mamá y a mi hermanito chico, papá si pagas, ¿por qué no pagas? Si tu no pagas, yo después soy (sic) muerta”.

A Nakachian se le rompe el corazón en mil pedazos. Piensa que mataría y cortaría, en pequeños pedazos, a esos sujetos desalmados con sus propias manos (eso confiesa haber pensado años después). El sobre donde hallan la grabación tenía también un mensaje escrito donde le dicen que Mélodie está bien, pero reconocen que llora un poco porque quiere volver a casa. Nakachian no deja que Kimera escuche esta primera cinta grabada, teme que no lo soporte. Ella está volcada a los videntes y al rezo desesperado. Kimera recurre también a la televisión y brinda un mensaje, en francés, a los secuestradores donde les pide que cuiden a su hija, que le laven el pelo todos los días, que la devuelvan. La sociedad se conmueve con su mensaje. No se habla de otra cosa por esos días.

El despliegue de policía es enorme, pero andan perdidos.

Nakachian decide exigir una prueba de vida irrefutable y les pone un día límite de tiempo para pagar lo acordado. Quiere un mechón de pelo de Mélodie y una foto de ella con el diario del día. Los delincuentes obedecen. Mélodie se está volviendo una papa que les quema las manos y ellos pretenden alzarse con el dinero rápidamente. La foto que envían circula por los medios estremeciendo a todos: Mélodie lleva la misma ropa del día del secuestro, el pelo peinado en dos colitas, mientras sostiene el Diario 16 con fecha del 13 de noviembre de 1982. Su cara de susto es demoledora. En la grabación su voz aniñada le dice a Raymond: “Estoy muy triste, te quiero ver papá”. Su madre escucha destrozada. Pero, a pesar de todo, Mélodie, por ahora, está bien.

La prueba de vida de la menor: un diario del 13 de noviembre de 1982
La prueba de vida de la menor: un diario del 13 de noviembre de 1982

La orden de no pagar

Las autoridades españolas habían dado orden a los bancos de no entregar a sus clientes grandes sumas de dinero. No quieren que se concrete el pago del rescate de Mélodie, les parece demasiado riesgoso. Fernández, que se ha convertido en el interlocutor con los captores, logra rebajar la astronómica suma a cinco millones de dólares, mientras convence al desesperado Nakachian de no hacer locuras por su cuenta ni pagar a escondidas. Cualquiera de esas acciones podría poner en peligro la vida de la pequeña que ya, a estas alturas, es una testigo sumamente comprometedora para los delincuentes.

Los secuestradores (que venían comunicándose con la familia a través de publicaciones en los medios) aceptan la rebaja en un llamado al diario ABC en el que dicen: “Soy el del mechón. Ya sabe a qué me refiero. Rebajamos la cantidad a cinco millones. Sabemos que solo la casa vale ocho millones de dólares. Si no paga es porque no quiere. Esta es la última comunicación”.

Europa está conmovida con el drama de la familia. Empiezan a llegar donaciones para que se reúna el dinero en efectivo necesario para el rescate. Donan empresarios españoles, donan los colegios por medio de colectas solidarias y hasta dona un anónimo millonario belga que envía un millón de dólares. Todo ese dinero fue, luego, devuelto a quienes lo mandaron. Los gestos emocionaron tanto a Nakachian que se nacionalizó español.

Nakachian no puede manejar su terrible ansiedad. Llega a decirles, a los que retienen a su hija, que él se matará ante las cámaras de televisión con tal de que la liberen. Pero, también, los amenaza: “Si le pasa algo, le daré el dinero a otros para que los maten a ustedes”.

Los hechos suceden a una velocidad pasmosa. El Ministerio del Interior decide mandar refuerzos y envía, a Estepona, a un número uno de la policía española para coordinar la frenética búsqueda de la menor: Pedro Rodríguez Nicolás, comisario general de la Policía Judicial.

Todos los empleados de Villa Mélodie son considerados posibles sospechosos. Mientras, la prensa sigue especulando con otros motivos para explicar el caso: extorsión, bandas mafiosas o terroristas chiíes. La policía rastrea departamentos y procesa pistas, al mismo tiempo que los secuestradores amenazan con dejar de darle de comer a Mélodie y cortar toda comunicación si no aparece el dinero.

El tiempo, a todos, les juega en contra.

Mélodie estuvo once días bajo control de sus captores. La banda estaba liderada por un ex presidiario y conformada por 18 personas
Mélodie estuvo once días bajo control de sus captores. La banda estaba liderada por un ex presidiario y conformada por 18 personas

El día que la suerte cambió

El martirio iba por su octavo día cuando, como lo describió Kimera, intervino “la mano de Dios”. Una mujer encuentra, cerca de los departamentos Costa del Sol de Torremolinos, una billetera con 6.500 francos (uno 900 euros actuales) y un papelito doblado que resultó ser un borrador de una carta en francés. La lleva a la policía. La carta coincide con una de las enviadas por los secuestradores a los Nakachian.

Los investigadores no pueden creer su suerte. A velocidad de la luz, disponen rastreos en esa zona de viviendas. Visitan todas las inmobiliarias cercanas para preguntar por aquellos departamentos que fueron alquilados por franceses.

El dueño de la billetera perdida era Jean Louis Camerini. Se le había caído cuando, en su rutina cotidiana, salió a correr. Había cometido un error garrafal. Interpol, que participa activamente en la investigación, informa que este hombre es un conocido mafioso francés. A través de él, llegan al único español, nacionalizado francés, que integraba la banda: Ángel García Menéndez. Este era quien decía llamarse Oscar y el portavoz que efectuaba los llamados extorsivos a la familia. Empiezan a seguir a estos dos personajes.

El 19 de noviembre se cumple el décimo día sin Mélodie. El agente Florentino Villabona comienza su turno a las cinco de la mañana: debe vigilar el auto Opel negro de Ángel García Menéndez. No se despega de él. Lo sigue durante todo el día y termina frente a unos departamentos.

Camerini, que no era un novato en cuestión de delitos, sospecha que a él también lo están siguiendo de cerca. Está muy atento. Cuando lo confirma no duda y saca su arma. Se tirotea con los agentes encubiertos y se escapa.

Al mismo tiempo, más detectives abocados al caso, visitan la lujosa casa que alquila García Menéndez, a 40 kilómetros de Madrid, y que comparte con su mujer francesa y su hijo recién nacido. Allí, en su propio jardín, encuentran vestigios de lo que ha sido un campo de tiro. El rompecabezas había comenzado, por fin, a tomar forma.

Ahora sí el tema es de vida o muerte. Tienen los segundos contados. Villabona se da cuenta de que tantos descubrimientos pueden ser la muerte cierta para Mélodie. Es importante que Camerini, luego del tiroteo, no pueda avisarles a sus cómplices que la policía les pisa los talones.

Hay una ventaja descomunal de la época: no existen los celulares. Si Camerini quiere alertar a sus compañeros, tiene que correr grandes riesgos, e incluso puede conducir a las autoridades a dónde tienen a la menor secuestrada. Villabona pide refuerzos a la célebre GEO (Grupo Especial de Operaciones, una unidad de élite de la policía de España que se especializa en operativos de alto riesgo). Al día siguiente se pagaría el secuestro, así que deciden actuar a las 4:30 de la mañana en la zona de departamentos en Torreguadiaro, donde ya tenían identificado que viven varios sujetos de la banda criminal. Entran al único departamento del primer piso donde ven luz. Explotan la puerta con una detonación controlada. Dos mujeres británicas se abrazan asustadas y los miran incrédulas.

Es tiempo de descuento, los comandos lo saben y gritan: “¡¿Dónde están los franceses?!”. “En el tercero C”, atinan a responder las asustadas mujeres. Los comandos GEO suben, sigilosamente, los dos pisos y repiten la maniobra de detonación en la puerta del tercero C. Han acertado. En la oscuridad avanzan y en una de las habitaciones hallan a Mélodie tirada en una cama. Está sedada y custodiada por dos miembros de la banda. Uno de ellos, Constant Georgoux, apenas se ve rodeado, toma a la niña por el cuello como escudo. Con la otra mano, intenta asir la escopeta que tiene al lado de la cama. No alcanza a hacerlo. Un tiro certero, en medio del pecho, lo derriba.

La operación había durado menos de cinco minutos. Uno de los rescatistas, toma en brazos a Melodie y le pide que se quede tranquila. Mélodie le responde muy segura y con calma: “Estoy tranquila, ustedes son policías”.

Habían pasado once días desde su secuestro. Acto seguido llaman a la casa de sus padres. El agente Miguel Calahorro atiende en la mansión de Estepona. Escucha la buena noticia y va corriendo, en persona, a despertar a Raymond Nakachian. El empresario estalla de felicidad y lo abraza tan efusivamente que le rompe dos costillas. Madre, padre e hija se reencuentran en la comisaría y a las 5:30 de la mañana ingresan los tres a Villa Mélodie. La pequeña es recibida con aplausos, gritos de alegría y fotógrafos que se desesperan por capturar ese instante de extrema felicidad. Aturdida, Mélodie, lloriquea.

La familia vivía en una extravagante mensión llamada Villa Mélodie en Nueva Atalaya de Estepona, a solo 17 kilómetros de la topísima Marbella. Eran parte del jet set
La familia vivía en una extravagante mensión llamada Villa Mélodie en Nueva Atalaya de Estepona, a solo 17 kilómetros de la topísima Marbella. Eran parte del jet set

Pormenores de un rapto

El resto del grupo criminal fue detenido en las inmediaciones donde ocurrió la operación final. Solo Camerini había logrado escapar. Será detenido meses después, en la ciudad de Barcelona.

Desde el principio quedó claro que la banda, de 18 integrantes, se movía con muchísimo efectivo. Algunos de ellos habían llegado a la zona en un lujoso yacht. Tenían, además, varios departamentos y autos alquilados. Solo el encargado de cuidar a la pequeña durante el encierro, cobraba una fortuna: unos catorce mil dólares actuales por día de trabajo.

Los investigadores se enteraron, con el correr de los días, que muchas veces habían estado cerca de su objetivo. Un día, sin saberlo, habían estado a un metro de Mélanie. Fue en uno de los allanamientos a los departamentos que vigilaban donde habían ingresado luego de confirmar que estaba vacío, auscultando las paredes. Solo encontraron una máquina de escribir Olivetti (luego sabrían que era la usada por los secuestrados para redactar las cartas a sus víctimas). No se percataron de que Mélanie estaba al alcance de sus manos: escondida en un ropero, dentro de una bolsa de deportes, asustada y bajo la amenaza de que si gritaba, la matarían.

Se supo, también, que los criminales habían contado con aliados dentro del elitista Colegio Aloha, de Marbella, al que asistía Mélodie. Nadine Etienne, la madre de una compañerita de clase de la víctima, era la informante clave de la banda, quien les pasó los datos sobre sus movimientos y rutinas diarias. De hecho, Nadine y Camerini habían participado como payasos en una de las fiestas de los Nakachian, celebrada antes del secuestro. El delito había sido estratégicamente planeado.

En un acto de hipocresía suprema, Nadine fue a visitar a Kimera para darle apoyo moral durante el cautiverio de su hija. Todos los integrantes de la banda fueron condenados a penas de entre doce y veinte años.

Haciendo memoria sobre el caso, el agente Fernández, sostuvo que si hubieran pagado el rescate, como quería Nakachian en un principio, “la hubieran matado: Mélodie era una niña muy inteligente y una testigo ocular peligrosa”. El mismo Nakachian contó, mucho tiempo después: “Yo sabía que si aguantaba dos o tres días viva, los secuestradores se enamorarían de ella. Era una chica que no lloraba ni gritaba, era habladora y divertida”.

El caso conmocionó a toda Europa. La niña primero comenzó a dar entrevistas y a dar su versión. Luego, prefirió vivir en el anonimato
El caso conmocionó a toda Europa. La niña primero comenzó a dar entrevistas y a dar su versión. Luego, prefirió vivir en el anonimato

¿Quién era Raymond?

Raymond Nakachian nació en Beirut, Líbano, en 1932. Con 20 años, sus padres lo enviaron a estudiar medicina al Reino Unido. Pero Raymond estaba más interesado en hacer negocios que en estudiar.

Primero fue portero de una importante discoteca de Glasgow. Después, como era era cinturón negro en judo, aprovechó para dar clases de artes marciales. En eso estaba cuando conoció a un terrateniente de origen polaco, de fama dudosa, llamado Peter Rachman. Ese hombre se convirtió en su protector. Juntos abrieron, a finales de los años 50, el club nocturno más exclusivo de Londres. El lugar se convirtió en el favorito de la aristocracia inglesa. Allí, en la barra del bar, conoció a su primera esposa con la que tuvo cuatro hijos. Al mayor, aunque no era propio, decidió llamarlo como él y criarlo como si lo fuera: Raymond Junior. Sería este hijo al que, muchos años después, dejaría de hablarle para siempre tras el secuestro de Mélodie. Nunca pudo soportar, lo que él consideró, una cobardía.

En un tramo de su vida, Raymond Nakachian, se instaló en Japón durante dos años. En el mundo había, en ese momento, una especie de fiebre por el oro. Él, que era un hombre que olía las oportunidades, tuvo la idea de contrabandear ese precioso mineral desde Londres a Tokyo, dentro de los cinturones de los judocas. Con tanta mala suerte que uno de ellos tuvo un ataque de apendicitis, durante un vuelo, y la tramoya saltó por los aires.

Astuto para los negocios, hábil en las negociaciones y políglota (hablaba francés, árabe, inglés, español y ruso), Nakachian, juró siempre que eso fue lo único ilegal que hizo en su vida.

Cárcel, deudas y cáncer

En 2011, a 24 años del momento más oscuro de sus vidas, el matrimonio Nakachian recibió a la famosa revista Vanity Fair en Villa Mélodie. Sobre la fastuosa casa ya pesaba una orden de ejecución por deudas. Debían mucho dinero a los bancos y no podían afrontarlo. Raymond, con 79 años, confesó en esa entrevista: “No hay banco en el mundo que pueda sacarme de aquí, donde se crió Mélodie, donde sufrimos su secuestro y logramos su rescate. No quiero salir de Villa Mélodie”.

Lo cierto es que la deuda, que ascendía a dos millones y medio de euros, provenía del año 2007, cuando Nakachian fue detenido durante un viaje a Marruecos. La orden internacional para su detención la había dado Arabia Saudita y la causa eran unos negocios que había hecho Nakachian, en aquel país, décadas atrás. Estuvo detenido cien días en una cárcel de Rabat.

Kimera, enamorada como siempre de su príncipe de mirada de acero, hipotecó Villa Mélodie. Necesitaba liquidez para hacer frente a los honorarios de los letrados que debían defender a su marido para sacarlo de prisión. Pagó un millón y medio de euros a los abogados y Nakachian fue liberado. Los cargos contra él fueron desestimados.

Nakachian declaró, entonces, al diario español El Mundo: “Sin ninguna prueba, más que el falso testimonio de un chofer que me reclamaba diez millones de dólares, me llevaron a una cárcel medieval”. La mayor parte de ese dinero se lo debían al banco danés Jyske Bank.

Nakachian -que había llegado a España en 1980, con 60 millones de dólares que había depositado en el Banco de Andalucía- murió sin dinero y jaqueado por un cáncer de vejiga en Villa Mélodie, la madrugada del 3 de junio de 2014. Sus acreedores habían tenido la piedad de dejarlo partir en paz. Tenía 82 años. Y, su querida Melodie, ya había cumplido los 32.

Un año después de enterrar a su marido, Kimera de 62 años, tuvo que abandonar Villa Mélodie. El 2 de julio de 2015, a las 9:30 de la mañana, entregó las llaves de lugar que había sido su hogar durante más de 30 años. Uno de sus abogados, Antonio de la Herrán Matorras, dijo que estaba destrozada, pero aseguró: “Ella querrá volverla a comprar, cuando reciba un dinero que le deben por los derechos de sus canciones”. Lo cierto es que, de las diez hectáreas originales, ya quedaba mucho menos. Los avatares económicos los habían obligado a ir vendiendo los terrenos.

El paradero actual de Kimera, Amir y Mélodie es incierto. Lo que se sabe, por los abogados de la familia, es que Mélodie no se separa de su madre. Muy lejos quedaron aquellos tiempos en que la pareja Nakachian se hacía traer la comida en avión desde el célebre restaurante francés Maxim’s. O, cuando los chicos jugaban con barcos, en el lago artificial del parque de la mansión de Estepona. La excéntrica mansión de los mármoles blancos, ya no les pertenece.

Raymond Nakachian murió en 2014 de un cáncer de vejiga. Hoy, se desconoce qué es de la vida de Kimera, Amir y Mélodie
Raymond Nakachian murió en 2014 de un cáncer de vejiga. Hoy, se desconoce qué es de la vida de Kimera, Amir y Mélodie

La vida de Mélodie

Después del secuestro la familia intentó recobrar un ritmo de vida normal. A las pocas semanas, Mélodie volvió a clase. Un hombre de seguridad le hacía de chofer y de guardaespaldas. Nunca fue a un psicólogo, según admitieron sus propios padres. Ellos, como tratamiento sui generis, la llevaron al departamento donde había estado retenida. Kimera explicó que ellos pretendían que viera “que era una casa normal”.

Tras el secuestro, también grabó una canción con su madre llamada Mother. Había sido escrita por Raymond y estaba compuesta por Franck Pourcel, quien fuera un destacado director de orquesta francés.

También asistió con sus padres a una jornada del juicio contra sus secuestradores, en 1991. La propia Mélodie, ya con 9 años, sostuvo en una entrevista que fue “para ver si dicen cosas que no son verdad”. Después de un par de notas en las que participó de pequeña, no quiso dar nunca más entrevistas. Kimera lo explicó en un reportaje: “Mi hija no quiere dar notas. Prefiere el anonimato y que no la reconozcan en los aeropuertos”.

Mélodie estudió en la Saint Louis University de Madrid y se licenció en psicología y meteorología, en Denver, Colorado, Estados Unidos. Realizó un curso de maquillaje profesional en Los Ángeles y viajó a Corea del Sur, donde dio clases de inglés. Nada más trascendió de ella. Hoy, con 38 años, Mélodie sigue empecinada en que su rostro le pertenezca. Quiere cero exposición mediática. Sabe que ser una perfecta desconocida es el mejor pasaporte para su felicidad.

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