A 10 años de la muerte de Massera: la búsqueda desenfrenada de poder y la creación de una macabra máquina de matar

Emilio Eduardo Massera fue el más despiadado y astuto miembro de la junta militar que tomó el poder en marzo de 1976. Su estrategia de seducción con Isabel Perón para después traicionarla. Las burlas y el acoso permanente a Videla. Su rol en la ESMA. Los crímenes por dinero. La cárcel, el deterioro físico y el final solitario

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Massera, el temible Almirante Cero. Símbolo de una época de terror en la Argentina.  AFP PHOTO/STF
Massera, el temible Almirante Cero. Símbolo de una época de terror en la Argentina. AFP PHOTO/STF

9 de diciembre de 1985. El hombre, que había sido muy poderoso, está detenido. En horas se sabrá su destino. Pero como parte del poder residual que mantiene, su lugar de reclusión no es una celda con paredes descaradas, ratas merodeando y rejas como límite. Es un bungalow, cómodo y equipado, en una base militar. Otro de los beneficios: las visitas pueden ingresar cuando quieran. Él ya prendió la parrilla y destapó un vino. Los que están llegando en una camioneta traen la carne. Antes de que el periodista Hugo Lezama y su hijo, los visitantes, bajen del vehículo, ven al hombre que los recibe con una enorme sonrisa y haciendo señas raras con las manos. Lezama tardó unos pocos segundos en entender. Massera abría sus dos manos a la vez, para después cerrarla y dejar sólo dos dedos, en V. Doce. “Doce años, repetía Massera. “Eso es lo que me van a dar”. Lezama le preguntó si había hablado con alguien, si se había filtrado algún dato desde la Cámara Federal. Massera le dijo que no, que lo había soñado.

Luego esperaron que la radio trajera el fallo. Mientras otros miembros de las Juntas estaban con su familiares, a Massera sólo lo había ido a acompañar su ghost writer. El ex almirante estaba exultante. Al momento del comienzo de la lectura de la sentencia, ya tomaban whisky y picaban salamín.

Cuando escuchó cadena perpetua, Massera se derrumbó. Envejeció varios años en un instante. Tal vez fue ese, el primer momento en el que supo que todo había terminado para él. Que sus desvaríos no lo iban a poder evadir de su destino.

Emilio Eduardo Massera, se convirtió, durante el tercer gobierno de Perón, en el Jefe de la Marina más joven de la historia. Su ascenso en la fuerza que había comenzado dos décadas antes había culminado. La Marina siempre se había destacado por ser el arma más antiperonista de las tres. El mismo Massera había sido asistente personal del jefe de la Armada que había encabezado los bombardeos a Plaza de Mayo en el 55. Después llegaron Rojas, la Libertadora y demás.

Videla y Massera flanquean a María Estela Martínez de Perón. Poco después la derrocarían
Videla y Massera flanquean a María Estela Martínez de Perón. Poco después la derrocarían

Pero este joven almirante había logrado que se saltearan tres generaciones de marinos (los había mandado a retiro) para hacerse con el mando. Prometía un enfoque diferente. popular, alejado del perfil elitista, democrático y hasta peronista.

Resistió el resto de los años de los gobiernos justicialistas al mando. Mientras jugaba a seducir a la presidenta, con flores, bombones y piropos, por detrás conspiraba para derribar su gobierno y para que las Fuerzas Armadas se pusieran al frente de la llamada lucha antisubversiva y que también se hicieran con el gobierno mediante un golpe de estado.

Esos movimientos de Massera durante 1975 resultaron claves para el golpe de marzo de 1976 y para que el Proceso adquiriera su posterior fisonomía. Se ocupó de que la Marina estuviera involucrada en cada instancia y en cada decisión. Eso le permitió, llegado el momento, exigir un tercio de los cargos y de las decisiones, y que el órgano superior del nuevo gobierno de facto fuera la Junta. Por primera vez, tras un golpe de estado, el país se dividía en tres. A cada arma le correspondía un tercio de los cargos. Así, gracias a la prevención de Massera, la Marina consiguió un tercio de los ministerios, gobernaciones y hasta de canales y radios de TV.

En esta división tripartita radica una de las mayores peculiaridades del Proceso. Mientras había unanimidad y férrea censura en lo atinente a lucha antisubversiva, en los medios y en las declaraciones de funcionarios se filtraban críticas hacia otros aspectos del gobierno. Massera, sus adláteres y sus periodistas esmerilaron la política económica y educativa del régimen desde el comienzo. Querían que quedara claro que la figura fuerte del trinomio era él. Hasta llegó a dar órdenes a sus barcos en las aguas del Sur para que provocaran un incidente con pesqueros soviéticos, para perjudicar e incomodar la postura de Videla ante una de las potencias.

En las reuniones de la Junta acosaba a Videla, lo presionaba y hasta se burlaba de él. Empujaba los límites cada vez que podía.

Videla y Massera. El almirante solía burlarse del general (Reuters)
Videla y Massera. El almirante solía burlarse del general (Reuters)

Fue Massera el que convirtió la ESMA en uno de los más atroces centros de tortura, desaparición y asesinato. Encabezó una banda que no dejó de recorrer e incurrir en cada capítulo del código penal. Ahí nació uno de los nombres con los que se lo conocía: el Almirante Cero. Ese era él. El Cero, el que estaba antes que el uno. Se puso al frente de los operativos de las desapariciones y torturas. Encabezó varios de ellos y supervisaba personalmente el funcionamiento macabro de la ESMA. Esto se debió a dos principios que blandía, hasta con orgullo, cada vez que podía. Por un lado, daba el ejemplo y obligaba al resto a involucrarse en lo ilegal. “Si todos están involucrados, si todos tienen las manos manchadas de sangre, nadie puede hablar, nadie puede delatarnos”, pensaba. Por el otro sabía que en el siniestro equilibrio del Proceso cuanto más acción represiva, cuanto mayores sean las desapariciones a su cargo, mayor sería su poder.

Ante embajadores y funcionarios extranjeros se mostraba amplio y conciliador, y culpaba a Videla y al ejército de los desaparecidos. Decía que si no fuera por Videla, Viola y Harguindeguy, él entregaría las listas. Pero para dentro del Proceso, en las internas palaciegas, era duro e inclemente, presionaba y exigía superar límites todo el tiempo.

“Desarrolló una maniobra increíble. Para dentro de las Fuerzas Armadas, era el portavoz de la línea dura; para fuera, era el almirante culto y aperturista de los discursos de estilo literario”, escribió Claudio Uriarte. Era bifronte. Él quería ser de los duros dentro de la interna militar, y dialoguista y hasta pacifista para la sociedad y el extranjero.

Su intento de encabezar un partido político con la vuelta de la Democracia
Su intento de encabezar un partido político con la vuelta de la Democracia

En una comunicación reservada de la embajada de Estados Unidos de fines de 1976 se describe su modus operandi: “Las tácticas de Massera son descaradamente oportunistas y de conveniencia; se dice que está en contacto con ciertos civiles interesados en verlo ascender. Se describió a sí mismo como el líder de una facción pluralista, democrática, que cuenta con el apoyo de la fuerza aérea, la marina y el “ejército del interior”, es decir de las provincias. Agregó que ese grupo representaba la mayoría dentro de las fuerzas armadas. El de Videla y Viola, el segundo grupo, sostuvo Massera, es anti-estadounidense, anti-democrático y tiene vínculos con la izquierda”. El informe del embajador norteamericano finalizaba con esta sentencia: “Videla y Viola son, por cierto, igual de democráticos que Massera, lo cual no es decir mucho”.

En sus apariciones públicas se mostraba atildado y altisonante. Sus discursos eran escritos por el periodista Hugo Lezama, especie de ventrílocuo del dictador desde el Golpe hasta el alegato final del Juicio a las Juntas.

“No vamos a combatir hasta la muerte. Vamos a combatir hasta la victoria, esté más acá o más allá de la muerte” decía engolado, haciendo que lo pomposo no le permite percibir el sinsentido de sus palabras.

Sus vaivenes, sus cambios, sus contradicciones no eran parte de una patología, ni de una doble personalidad, ni ningún signo de esquizofrenia. Eran simplemente manifestaciones de su desbocada búsqueda de poder. Nunca le alcanzaba el que tenía. Siempre quería más. Anhelaba ser presidente y dentro de su visión (angosta y corta) él podía y debía ser el próximo presidente.

Antes del Golpe, él sabía que sólo el ejército podía encabezar un nuevo gobierno. Pero apostaba a cambiar eso con un tercio del país bajo su mando y atacando a Videla, por quién él había abogado, por que de todos los candidatos a dirigir el ejército era al que más vulnerable veía. Con el mismo fin atacaba cada vez que podía a Martínez de Hoz y a la política económica. Cuando en 1978 se debían renovar las autoridades y aparecía la figura del Cuarto Hombre, Massera anheló ese lugar para él. Pero fue para Videla. No desistió en sus ambiciones. Creó el Diario Convicción y después la revista Cambio para intentar influir en la opinión pública y para que su figura mutara en un líder social demócrata para cuando retornara la democracia. En la transición post Malvinas fundó un partido político y desnudó sus aspiraciones presidenciales. El Partido para la Democracia social se presentaba desde sus afiches callejeros con un Massera sonriente y con sus cejas voluminosas como “El cambio para vivir en democracia”. Esa era la idea que subyacía en su campaña: sólo alguien con mano fuerte, sólo un militar puede hacerse cargo de la situación. Nadie excepto él creyó que tenía posibilidades. Pero mientras el Proceso se desgajaba, sus apoyos se fueron despegando y hasta la justicia se le animó. En junio de 1983 fue detenido por el caso Branca. Fernando Branca, antiguo socio suyo en un negociado y esposa de una de sus amantes, había sido asesinado por orden suya.

Massera encabeza la hilera de los comandantes en jefe juzgados en el Juicio a las Juntas
Massera encabeza la hilera de los comandantes en jefe juzgados en el Juicio a las Juntas

Parte del esquema de la ESMA, con la idea de la reconversión de parte de los detenidos, con hacerlos trabajar para su proyecto político se basaba en esa ambición de poder del Almirante Cero.

Rodolfo Galimberti alguna vez dijo que si Massera quería hablar con alguien lo mandaba secuestrar. Massera era un asesino. No sólo mató en la ESMA, no sólo mató y mandó matar por lo que llamaron la lucha antisubversiva; lo hizo también por cuestiones económicas, de poder, personales y hasta por problemas de polleras. Desatado y convencido de su impunidad se sumaban a sus listas Marta Homberg, Ricardo Dupont, Fernando Branca y hasta el General Actis, lo que le permitió que Lacoste (y por ende él) manejara el EAM 78 y el Mundial de fútbol.

Política, asuntos personales, disputas económicas, odios y hasta caprichos los dirimía con asesinatos. Estaba convencido de su impunidad. Y estaba convencido de que su camino sólo podía ser ascendente. Su cinismo épico le permitía frases como la siguiente: “Lo absolutamente cierto, es que aquí y en todo el mundo, en estos momentos, luchan los que están a favor y de la muerte y los que estamos a favor de la vida. Y esto es anterior a una política o una ideología. Esto es una actitud metafísica. Estamos combatiendo contra nihilistas, contra delirantes de la destrucción”.

El otrora poderoso almirante, en Tribunales
El otrora poderoso almirante, en Tribunales

El periodista Claudio Uriarte contó su vida en Almirante Cero. Muy probablemente sea la mejor biografía política escrita en el país. Uriarte entendió como nadie la época y explica los setenta a través del desbocado marino. Un texto escrito sin prejuicios, con lucidez y valentía (una paradoja: Uriarte murió en 2007 pero Página 12 publicó su obituario de Massera en 2010 dado que la enfermedad del marino hizo que el texto estuviera escrito desde mucho antes).

Massera pretendía menospreciar la labor de las organizaciones de derechos humanos. Para él su existencia sólo probaba que él y sus cómplices habían triunfado dado que ya no enfrentaban a quienes deseaban la revolución, los cambios estructurales, sino que sus enemigos desde ese momento sólo pretendían reponer el imperio de la ley. Creía que esas provocaciones que le dictaban sus escribas al oído lo convertían en alguien ingenioso.

“Me siento responsable, pero no me siento culpable”, dijo en su alegato en el Juicio a las Juntas. Y siguió: “No he venido a defenderme. Nadie tiene que defenderse por haber ganado una guerra justa. Y la guerra contra el terrorismo fue una guerra justa. Sin embargo, yo estoy aquí procesado porque ganamos esa guerra justa. Si la hubiéramos perdido, no estaríamos acá. Casi diría que afortunadamente carezco de futuro. Mi futuro es una celda. Lo fue desde que empezó este fantástico juicio y allí transcurrirá mi vida biológica, ya que la otra la vida creadora se la entregué voluntariamente a esta veleidosa y amada Nación”.

Para cerrar intentó mostrarse magnánimo y seguro del juicio de la historia: No hay odios en mi corazón. Hace tiempo que he perdonado a mis enemigos de ayer, y a mis flamantes enemigos que no han podido sustraerse a la compulsión que estamos viviendo. Y estoy en una posición privilegiada. Mis jueces disponen de la crónica, pero yo dispongo de la historia y es allí donde se escuchará el veredicto final”.

Massera, abatido, en uno de sus traslados
Massera, abatido, en uno de sus traslados

Luego se sentó orgulloso en su banquillo sin percibir una vez la realidad, sin percatarse de que con ese discurso alambicado, falaz y de cartón sólo había hecho el ridículo.

Después vino la condena y los años de reclusión acomodada en Magdalena con los otros militares sentenciados. En 1990 fue beneficiado por los indultos de Menem. En esos años dio varias entrevistas en las que no abandonó el tono altisonante, el desafío y la falta de reconocimiento de sus crímenes.

En 1998, otra vez la cárcel por robo de bebés. La imprescriptibilidad de los crímenes de Lesa Humanidad. Otra lujosa prisión domiciliaria y otra vez el desafío. Hubo testimonios fotográficos que demostraron que violó la prisión domiciliaria en varias oportunidades. En 2002 sufrió un severo ACV. Ya no compareció en las causas pendientes que se cursaban en su contra en Argentina y en varios países más. Su decrepitud y agonía fueron largas y silenciosas. Estuvo ocho años totalmente apagado, con sus habilidades intelectuales menguadas de manera definitiva. Murió el 8 de noviembre de 2010, hace una década. Tenía 85 años.

Para cerrar, una vez más démosle la palabra al lúcido Claudio Uriarte: “Massera fue el jefe más maquiavélico, torcido, barroco, dúplice, oportunista y complejo que tuvo el engendro de siete años de duración que se llamó a sí mismo Proceso de Reorganización Nacional. También fue de lejos el más ambicioso, y el más inescrupuloso a la hora de tratar de concretar su deseo: conquistar el poder absoluto”.

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