David Duchovny ha disfrutado del éxito y ha tenido, también, caídas fulminantes. En él, en su figura, convergen todas las paradojas que encierra la fama. Aprovechó cada uno de los beneficios: dinero, popularidad, mujeres, sueños cumplidos y acceso a lugares, de otro modo, impenetrables. Al mismo tiempo esa fama le produjo dolores, frustraciones, ausencia de paz en momentos de quiebres personales, el escarnio público ante sus propias debilidades y la necesidad de construir explicaciones públicas para sus conductas privadas.
Hoy tiene 60 años pero sigue pareciendo de mucho menos. Perdió algo de su aura de invulnerabilidad pero conserva la mirada aguda y la sonrisa llena de sarcasmo.
Su padre era escritor y publicista y su madre docente. David tuvo buenas calificaciones académicas y pasó por las mejores universidades norteamericanas, las de la Ivy League. Estudió literatura: un camino para llegar a ser un escritor o un poeta reconocido como soñaba de adolescente. Harold Bloom fue uno de sus maestros. Pero muy poco antes de obtener su doctorado, mientras rebuscaba algunos dólares en trabajos pasajeros para tener una vida más holgada en la universidad, le llegó una oportunidad inesperada. Lo contrataron para protagonizar un comercial de la cerveza Löwenbräu.
David pensó que solo se trataría de un pasatiempo. Pero la experiencia le gustó más de lo que esperaba. En unos pocas horas obtuvo más dinero que el resto de sus amigos en varios meses, su cara aparecía en televisión y su performance en los boliches había cambiado de manera rotunda. Las chicas lo reconocían y su carrera de perdedor serial había llegado a su fin.
Otro golpe de suerte cambió su visión del mundo de la actuación. En uno de sus primeros castings, Mike Nichols lo eligió para un papel en Secretaria ejecutiva, la película con Harrison Ford y Melanie Griffith, que llegó a estar nominada a los Oscar. David pensó que ese era un camino sencillo, que a los directores y productores en las audiciones les resultaba irresistible contratarlo. Pero tuvieron que pasar varios meses para que se diera cuenta de que había sido beneficiado por algunos golpes de suerte y no lo había sabido reconocer.
Sin embargo, había descubierto su vocación: él quería actuar. Su primera gran oportunidad llegó con un rol pequeño pero muy notorio en Twin Peaks, la serie de David Lynch que se transformó en un fenómeno en 1990. Ahí interpretó a Denise Bryson, una agente trans de la DEA. Luego siguieron unos cuantos roles menores en cine (Chaplin, Beethoven -la del perro-).
Hasta que una mañana de 1993, luego de varias etapas de casting, de ilusionarse y de perder toda esperanza en el trayecto, sonó el teléfono de su casa y le avisaron que sería el agente Fox Mulder.
Los Expedientes Secretos X era una serie que combinaba el misterio con la ciencia ficción. Dos agentes del FBI trataban de resolver misterios paranormales, de vida extraterrestre y sucesos sin explicaciones racionales. Mulder cree en los ovnis y está convencido de que su hermana fue abducida por ellos. La serie que tuvo muchas dificultades para ser puesta en marcha, que tenía como protagonistas dos actores desconocidos, que parecía destinada a un pequeño grupo de fanáticos, a quedar como un programa extravagante y algo rebuscado, se convirtió en un fenómeno, en un referente ineludible de la cultura popular de los noventa. Logró, a través de tramas ingeniosas y de la química entre la pareja protagónica, aglutinar el interés por las teorías conspirativas y la intriga (muchas veces el deseo) por la vida extraterrestre. Los Expedientes Secretos X fue un suceso inmediato. Y, como es natural, Duchovny y Gillian Anderson, sus protagonistas, como en un pase de magia, amanecieron un día transformados en súper estrellas. Tapas de revistas, publicidades, entrevistas, ofertas múltiples e inabarcables.
La serie obtuvo excelentes críticas, gran rating y ganó múltiples premios. Se mantuvo nueve temporadas seguidas, con una película en el medio. Luego del final hubo otro film en 2008 y un regreso a la televisión el 2016.
Duchovny se reía de Mulder y su ineficacia: “Interpreté al peor agente del FBI de la historia: nunca logró resolver un caso”.
El programa se filmaba en Vancouver pero a partir de la sexta temporada se mudó a Los Ángeles por la presión de Duchovny que no quería estar tanto tiempo lejos de su familia. Cuando se conoció la noticia, los medios canadienses hablaron de desprecio e iniciaron una campaña de desprestigio de Duchovny que tuvo que brindar explicaciones, elogió la ciudad canadiense, mostró un fingido pesar y renovó el argumento familiar. Un año después la relación del actor con los productores, que se tensó con el tiempo, se terminó de romper. Los reclamos salariales desmesurados y la sensación de insatisfacción de Duchovny ocasionaron el final de su participación continua en la serie.
A David ya no le alcanzaba con la televisión, con el fenómeno pop y el fanatismo por su personaje y la serie. Él creía que para ser considerado un actor de verdad necesitaba triunfar en el cine. Y si tenía en cuenta las ofertas de los grandes estudios y las decenas de guiones que le llegaban por semana, no podía esperarlo nada más que el éxito. Pero a él, como a tantos otros, el traspaso de la televisión al cine no le resultó sencillo.
Dos vidas conmigo (Return to me) y Evolution no resultaron lo que él, los productores y su agente habían previsto. Una vez más parecía que el typecasting se cumpliría, esa maldición que hace que los actores que gozaron de una serie muy popular y de un personaje muy fuerte, no puedan despegarse de él; el público ya no los acepta en otro traje que en el que los vieron triunfar.
House of D, un film con Robin Williams, Erykah Baduh, Frank Langella y su esposa Tea Leoni pareció, al mismo tiempo, un sueño cumplido y su última posibilidad. Por fin había podido convertirse en director y guionista y tener las riendas de un proyecto. Pero si la película no triunfaba su carrera podía derrumbarse sin mayores chances de resurrección. El film pasó sin pena ni gloria. Uno de esos estrenos invisibles que ni enojo generan. Parecía que la carrera de David Duchovny, uno de los grandes protagonistas de los noventa, moría de inanición. Por delante solo tenía un pasado próspero.
Pero, de pronto, le llegó una nueva oportunidad. Un papel que difería mucho de todo lo que él había intentado antes. Otra serie de televisión pero diferente. Californication jugaba en los bordes. Hank Moody era un escritor que combatía sus fantasmas personales con cinismo y siendo un depredador sexual. La serie tenía mordacidad, un mundo interesante, desnudos y mucho sexo.
Duchovny portaba uniforme oficial con sus remeras negras. Duchovny lo había logrado. Una vez más tenía un programa exitoso. Otras siete temporadas y su segundo Globo de Oro al mejor actor. Pero al finalizar la primera temporada se desató una tormenta en su vida privada.
Los medios desde hacía años publicaban rumores sobre la vida del actor que desde 1997 estaba casado con la actriz Tea Leoni y habían tenido dos hijos. Con Leoni se conocieron en medio de un rodaje. Un noviazgo de solo dos meses antecedió el casamiento.
Duchovny se mostraba reticente respecto a revelar detalles de su vida privada. Se esforzaba por mantener ambos mundos separados. Pero en el 2008 todo explotó. La pareja se encontraba en crisis y la tentación de emparejar la vida promiscua de Hank Moody, el protagonista de Californication y la vida de Duchovny fue demasiado grande. Si interpretaba a un desbocado sexual, él debía ser lo mismo.
Se publicaron rumores de aventuras y romances varios. Uno de ellos con Edit Pakay, su profesora de tenis proveniente de Europa Oriental. Duchovny inició acciones legales y los diarios que difundieron esa información debieron retractarse públicamente. Pero los rumores no se apagaron y las guardias periodísticas se mantuvieron. Hasta que un comunicado escueto pero contundente provocó una pequeña conmoción. A través de él se informaba que David Duchovny había ingresado en una clínica de rehabilitación de Virginia. La adicción que deseaba (necesitaba) domar era la del sexo.
Ni su agente ni su esposa dieron mayores explicaciones. Los medios asumieron que esa adicción sexual se traslucía en su afición por los romances múltiples y por las prostitutas. Las historias de Duchovny como womanizer, como voraz amante y depredador se esparcieron de inmediato. Algún allegado tiempo después aclaró (aunque pocos le creyeron) que era al consumo de pornografía por internet.
En los años posteriores, el actor casi no se volvió a referir al tema públicamente.
Entre los chismes, el que siempre estuvo presente fue el de una relación con Gillian Anderson, su pareja en Los Expedientes Secretos X. La tensión sexual de la pantalla solo los alimentaba. Ambos negaron en cada oportunidad que hubiera pasado algo entre ellos.
Con Tea Leoni siguió casado hasta el divorcio en el 2013 aunque en el medio se conocieron varias separaciones. Ahora viven ambos en Manhattan, a muy pocas cuadras de distancia, para poder compartir la crianza de sus hijos.
El escándalo de su adicción al sexo no solo no lastimó la serie sino que cimentó su fama y hasta le dio algo más de credibilidad al personaje principal. Californication permaneció en el aire otras seis temporadas.
En 2016 junto al regreso fugaz de Los Expedientes Secretos, Duchovny produjo y ocupó el rol principal en Aquarius, una serie ambientada en los años sesenta en la que se sigue la estela del Clan Manson.
Cada tanto, Duchovny hace apariciones especiales en diversos programas. Tal vez su participación más célebre sea en The Larry Sanders Show, la notable comedia de Garry Shandling en la que Duchovny aparecía como él mismo y mostraba un amor casi obsesivo por Sanders. Esas escenas son inquietantes, graciosas y hasta tiernas, y muestran su capacidad para reírse de sí mismo (hasta llegó a parodiar la escena de Sharon Stone revelando sus partes íntimas en Bajos instintos).
La incomodidad que Duchovny mostró durante décadas a los estragos de la fama por momentos la compensa con los beneficios que le trae. En vez de estacionarse en la queja o permanecer como un recluso, Duchovny aprovecha las posibilidades que le da su status de estrella para desplegar otros proyectos, para alcanzar sus sueños. A lo largo de su carrera dirigió varios capítulos de las series en las que actuó, además de escribir algunos de ellos. Pero ya pasados los cincuenta se abocó a concretar sus anhelos adolescentes. Se había convertido en un actor millonario y reconocido pero él siempre había querido ser escritor. Así que se puso a escribir y ya ha publicado, con una digna aceptación crítica, tres libros.
En 2016 debutó como músico. Con Hell or Highwater, un disco rockero con algunos toques de blues, tuvo su estreno. En 2018 editó su segundo álbum.
Algo en esa búsqueda serena pero continua de nuevas expresiones, de alcanzar los deseos adolescentes pese a todo lo vivido y alcanzado, de los problemas y las vergüenzas públicas, hace que la figura de David Duchovny genere simpatía y el deseo de conocer cuáles serán sus nuevas incursiones. Su camino todavía no terminó.
SEGUÍ LEYENDO: