Llegó a Villa La Angostura en diciembre, cuando las montañas todavía estaban nevadas. Ya sabía que tenía cáncer, de hecho faltaban pocos días para la primera cirugía, y lo que estaba por hacer les pareció a sus hijas, por lo menos, peligroso. Gaby iba a correr “La Misión”, la carrera más dura de Sudamérica y una de las más complejas del mundo: un desafío extremo de supervivencia entre las montañas sin ninguna posta de ayuda, siquiera para tomar agua.
Sus tres hijas sintieron temor pero no se sorprendieron. Ese había sido siempre el ADN de su mamá: una mujer con la fuerza para enfrentar una tarea titánica con más cabeza que estado físico y, por sobre todo, con alegría. Tampoco se sorprendieron sus amigas íntimas, que supieron leer la metáfora: ese desafío extremo era “el punto de partida de la gran carrera que Gaby estaba por comenzar: la carrera por su vida”.
Lo cuenta Cecilia Chimenti, una de las 11 mujeres que la semana pasada se montaron a un autoelevador sólo para saludarla, para decirle “hola, acá estamos”, para levantar un cartel de tela escrito a mano que decía: “Hola Gabita” de un lado, “te queremos” del otro. Es tan íntimo lo que les está pasando que ninguna de ellas pensó que el video en el que se las ve elevándose en el aire, cortando verticalmente un silencio nervioso hasta verla, iba a hacerse viral. En el video se las ve a ellas, lo que no se sabe es quién es Gaby, la mujer del otro lado del vidrio.
“¿Quién es Gaby? Debe ser una persona muy especial”. La pregunta, la intuición de que uno no se subiría a una grúa por cualquiera, le quiebra la voz a Laura Matula, otra de sus amigas. No es "¿qué le pasa a Gaby?” lo que la hace llorar, es “¿quién es Gaby?”: el intento de tratar de describir a una amiga tan querida y en eso, el valor de la amistad.
“Es el alma de un encuentro. Si está se nota y si no está, también se nota”, dice Laura, que es analista de sistemas. “No tiene muchas vueltas, es la que te llama y te pregunta ‘¿qué estás haciendo?’, y vos le contestás, ‘estoy en casa pero con toda mi familia, ¿querés venir?’, y viene. Es divertida, es de esas personas con las que te dan ganas de estar. Es la que organiza las fiestas de fin de año, por eso verle la alegría en la cara cuando nos vio no sé... si esa energía le sirvió es la mejor quimio que podemos darle”.
Cecilia agrega algo con lo que coinciden todas: “Pienso que eso que pasó, todas nosotras subidas a una grúa sólo para darle una alegría, habla más de ella que de nosotras”.
Gabriela Persiano tiene 52 años y es arquitecta y no compartió escuela ni profesiones con ellas. Se conocieron hace 12 años en un grupo de running de La Plata llamado “Alquimistas”, por eso varias viajaron juntas a correr a Córdoba, a la Patagonia, completaron la maratón de New York, la de Río de Janeiro. El vínculo entre ellas, sin embargo, se llevó puesto lo meramente deportivo. Son amigas de la adultez, amigas con parejas, hijos, separaciones, uniones, dolores, historia: el pito catalán al estereotipo de la rivalidad entre mujeres.
“Gaby tiene una energía superlativa, es puro espíritu. Haber querido ir igual a completar ‘La Misión’, la describe. Son 110 kilómetros en la montaña sin un puesto de hidratación siquiera. Los corredores decimos que las carreras se completan con la cabeza, porque en un momento el cuerpo no te da más. Gaby la completó y, medalla en mano, volvió a Buenos Aires porque cuatro días después tenía su primera cirugía”, cuenta a Infobae Cecilia, que es abogada. “Fueron 27 horas, no paró ni a dormir”, suma Laura, que terminó la carrera con ella.
Mientras se recuperaba del primer post operatorio por un cáncer de peritoneo, Gaby siguió yendo y viniendo a ver a sus amigas. “Pasó Año Nuevo conmigo, salía de la quimio y se iba a cenar con nosotras. Pero llegó marzo y el aislamiento obligatorio nos separó”, lamenta Cecilia. “No sólo estaba prohibido vernos por la pandemia, sabíamos que si la veíamos la poníamos en riesgo”.
Gaby atravesó otras cirugías y el 25 de julio quedó internada en el Instituto de oncología Alexander Fleming por lo que, pronto, cumplirá tres meses de aislamiento. Las amigas no sólo hablaron por zoom sino que se ofrecieron a llevar y a traer a las hijas de Gaby desde Villa Elisa hasta el Fleming, en el barrio porteño de Colegiales. No es un “cualquier cosita me llamás”, es la red.
“Hasta que en un momento empezamos a decir ‘tenemos que encontrar una forma de verla’”, sigue Laura. Le pidieron a Teresa, la mamá de Gaby, que les enviara fotos desde adentro de la sala del hospital para ver qué se veía desde ahí, porque la ventana no daba a la calle: un tanque de agua, el techo de una concesionaria de autos.
“Nos fijamos a quién pertenecía el tanque, quién se animaba a hablar con el dueño de la concesionaria”, se ríe Laura. “Algunas tenían miedo de que nos metieran presas pero bueno, si nos metían presas después de saludarla la misión estaba cumplida igual”.
Fue así que al novio de una de ellas se le ocurrió la idea de alquilar un montacargas para que se subieran todas. Hablaron con una empresa, contaron lo que buscaban y les dijeron que no. Hablaron con otra y pasó lo mismo. Hasta que dieron con Martín, de autoelevadores AS, que escuchó para qué necesitaban la grúa y les dijo “miren, yo nunca hice algo así, pero cuenten conmigo para esto”.
Contrataron entonces un autoelevador de 12 metros de altura hasta que Laura, analizando la zona en Google Earth, se dio cuenta de que había 16 metros hasta la terraza desde donde se veía la ventana de Gaby. “No se preocupen, tengo otra con la que van a llegar seguro”, dijo Martín, que ya estaba metido de cabeza en la misión y no aceptó cobrarles la diferencia.
Quien cuenta el otro lado de la historia es Rocío García Barcia, una de las hijas de Gaby. “Nos pidieron permiso para ver si podían hacer una locura”, cuenta a Infobae. “Mi mamá tiene un vínculo muy fuerte con ellas y sufrió mucho el aislamiento. Tiene toda nuestra contención pero bueno, somos las hijas, uno a veces necesita un par. Dijimos que sí porque nos pareció hermoso, yo veo cómo se divierten, pensamos que le iba a hacer bien”.
La forma en la que se movilizaron las amigas no fue una sorpresa para las hijas de Gaby. Dice Rocío que su mamá es “de esas personas que unen”, que cuando no están, las partes quedan como sueltas. Que habla con todo el mundo porque la tintorera de City Bell, el cajero del supermercado, la señora de la casa de decoración y la gente del lugar a donde piden comida le preguntan por ella: como está, le mandan besos, un regalito.
“Es de esas personas que sólo con su energía generan... algo”, sigue Rocío, porque hasta la guardia de seguridad del Instituto Fleming, que no la conoce, donó sangre para sus transfusiones.
Por temor a que una sorpresa así le causara demasiado impacto, las hijas le avisaron que sus amigas “iban a aparecer por algún lado”. Gaby esperaba que se asomaran por alguna escalera y la alegría en la mirada se ve en el video que otra de sus hijas grabó desde adentro de la sala. En esa parte, que no está en el viral, Gaby no parece una paciente oncológica detrás del vidrio de un hospital sino una niña frente a la vidriera de una juguetería. “¡Ahí están!”, dice emocionada cuando ve a sus amigas elevarse en el aire.
“Creo que a Gaby le hizo bien y a nosotras también. Fue una retroalimentación, una recarga de energía mutua. Ahí arriba yo sentía la unión entre nosotras, que es algo hermoso”, dice Cecilia. “Cuando bajamos le hicimos una videollamada: no sabés la cara, había vuelto su alegría, su voz, había vuelto a ser ella”, completa Laura.
Rocío lo confirma: “Le hizo súper bien, hasta se le estabilizó la presión”, cuenta, y se despide para ir a descansar, agotada de tanto andar: “La enfermedad de mi mamá es muy cruel pero a mí me enseñó mucho. Ella está separada de mi papá pero él está a la par igual, ayudando, viendo qué necesita ella y qué necesitamos nosotras. A veces, cuando ves lo que los otros son capaces de hacer, entendés mejor la clase de persona que tenés al lado. Como me dijo mi abuela: ‘Tu mamá sembró todo este amor y ahora que lo necesita lo está cosechando’”.
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