Jazmín es madre y música y está en pareja desde hace casi 15 años con un hombre al que no llama marido ni novio. “Es mi compañero de vida”, sonríe. Crían juntos a Regi, la hija que tuvieron hace 5 años, y comparten un emprendimiento gastronómico en el Mercado de San Telmo. Son una pareja de las llamadas “estables” y fue gracias a ese compromiso que habían construido juntos a lo largo de los años —no censurar los deseos del otro, sí tratar de acompañarlos— que un día Jazmín juntó coraje y se atrevió a contarle lo que le estaba pasando.
“Me gustan las pibas”, bueno, no todas las pibas. “Me di cuenta de que hay mujeres que me gustan”. Jazmín Oil, que ahora tiene 35 años, no recuerda exactamente cómo lo dijo pero sí que, antes de esa conversación, había caído en la cuenta de que siempre le habían gustado tanto las mujeres como los hombres. De hecho, se había enamorado de chicas en la adolescencia pero había borrado esas historias del mapa creyendo que definirse bisexual y mantener una pareja estable con un hombre no eran planes compatibles.
En esa charla y en todas las que siguieron Jazmín fue cuestionando dos reglas que solemos respetar por default. Habló de sus ganas concretas de mantener la relación y, a la vez, poder “tener sexo, compartir tiempo, mirar películas, comer pochoclos” con esas chicas de las que a veces se enamoraba. Por lo que fue rompiendo con la “mononorma”, la norma que sostiene que la única forma legítima y seria de relacionarse es la monogamia. En ese mismo proceso puso la lupa sobre la “heteronorma”, la regla que dice que lo “normal” —más si se trata de una madre “como Dios manda”— no sólo es ser mujer de un solo hombre sino ser heterosexual.
Jazmín también es productora musical y activista en un espacio llamado MUTO (Músiques transfeministas del Oeste) y cree que fue ahí que empezó a hacerse las primeras preguntas sobre las formas en las que solemos armar los vínculos de pareja. No fue, sin embargo, de una manera tan directa.
“El proceso arrancó cuando me empecé a preguntar cuáles son los factores que generan violencia dentro de las relaciones. Y me encontré con que uno de los peores eran los celos. Hablo de mí misma eh, porque yo tenía ataques de celos en los que me convertía en un volcán de ira y de inseguridad”, cuenta ella a Infobae.
¿De dónde venía eso? Jazmín observó que era una consecuencia “de cómo el sistema nos indica cuál es la forma correcta de relacionarnos con alguien. Que sos propiedad de tu pareja y que, si tenés deseos de estar con otra persona, es una traición. Toda una serie de cosas tristes si pensás en dos personas que se aman, porque frente a una situación de ‘che, te amo, y también me atrae otra persona’, la única salida para que el otro no se sienta mal o traicionado es reprimir lo que te pasa y sentir culpa”.
Jazmín no terminaba de entender. ¿Cómo podía ser que cuando a ella le gustaba alguien por fuera de la pareja se sentía bien pero cuando creía que a su pareja le gustaba alguien se sentía amenazada y aparecía toda esa “marea horrible de celos”? “Me empezó a chocar la cabeza”, sigue.
La matriz de propiedad estaba tan instalada que Jazmín comenzó a detectar que celaba a las personas que le gustaban. “Me empecé a dar cuenta de que esas personas de las cuales yo sentía celos probablemente me atraían. Y ahí dije ‘acá hay algo raro’. No sé, me ponía celosa de una piba y después pensaba ‘che, ¿no será que me gusta?’”.
Por no saber cómo contarle a su compañero lo que le estaba pasando, se lo tragó y se lo perdió, porque la idea de infidelidad no le resultaba coherente con el tipo de relación que tenían. “Hasta que pensé. ‘¿Qué puede ser lo peor que puede pasar si se lo cuento?’, '¿que tengamos que hablar de los celos, de por qué ya no da que las personas seamos propiedad privada de nadie?”.
Le costó decirlo aunque sabía que, del otro lado, había un hombre “muy abierto, una persona que, más allá de las limitaciones que todos tenemos, estaba siempre impulsando a disfrutar, a ser sinceros. Así que esta persona con la que elijo compartir la vida me abrió esta posibilidad de ‘bueno, contame lo que te está pasando y veamos cómo hacemos para que puedas cumplir con tus deseos sin que nos hagamos mierda en el camino’”.
No fue Disney. Primero hubo temor, “miedo a que la idea de abrir la relación desarmara todo lo que habíamos construido en el vínculo de a dos”. Pero se hicieron preguntas e intentaron respuestas: “'¿De verdad querés tener una relación con alguien con quien no podés hablar de estas cosas y donde aparezca la censura sobre alguna emoción o deseo?'. La respuesta fue siempre ‘no’”, cuenta.
Así, sin demasiada teoría de libro, consensuaron abrir la relación en lo sexual y en lo afectivo. Esto es, habilitar a que ambos puedan tener otros vínculos por fuera de la relación. “Para mí fue liberador porque eso me permitió vivir mi bisexualidad con libertad. Liberador porque sentí que estábamos viendo cómo cada uno podía vivir su individualidad en relación a su sexualidad y a su deseo sin censuras”, sigue. “Igual es un cóctel. Es liberación y al mismo tiempo preocupación por saber qué le pasa a tu pareja con esto, que si yo estoy teniendo una historia con alguien no le cause dolor”.
Liberar, ponerle nombre a su orientación sexual y dejar de sentir que tenía que elegir entre hombres y mujeres le permitió, por ejemplo, darse cuenta de que a veces volvía a casa “más erotizada. Como que estar con chicas me despertaba una atracción más poderosa hacia él”, confiesa.
También fue y sigue siendo un desafío para ella, porque la apertura de la relación es un beneficio del que pueden gozar ambos. “Los celos son un fantasma que siempre anda por ahí. La diferencia es que yo ahora sé que es algo mío, algo que yo tengo que ir desarmando, un trabajo indelegable. Es difícil, a veces los controlo mejor que otras. Igual creo que vale la pena el esfuerzo porque me parece que, detrás, hay relaciones más genuinas, mucho más saludables que las relaciones donde todo esto está pero está oculto”.
Lo que le está pasando, entonces, quedó grabado en una canción que Jazmín compuso y a la que llamó “Fundamental”. La letra dice: “Transitando este deseo, soy un imán. Busco el coraje de la atracción para saltar. Nado entre escombros de heteronormas. Subestimar al monstruo social. Todo esto ahora no es casual. Es político y espiritual. Es político y fundamental”.
“Escombros de heteronormas habla de eso, que para poder ser tuve que tirar abajo esa Muralla China y correr del medio todas esas piezas rotas, estructuras pesadas, densas”, explica. Subestimar al monstruo social es haber participado en el video que acompaña a la canción mostrando su cuerpo como es: un cuerpo que atravesó dos gestaciones, dos partos y dos lactancias (además de Regi, tiene otro hijo, un varón adolescente).
Jazmín no salió a pedir permiso en su entorno así que no sabe si la miran con prejuicios. “A veces me pasa con alguna chica a la que encaro. Capaz le digo ‘che, me pasa algo con vos’, y me mira como diciendo ‘pero vos tenés una familia’. ¿Mis padres? ¿prejuicios? No, ellos fueron lo más deconstruidos de la vida. Lo que yo aprendí creciendo con ellos no tiene nombre. Imaginate que mi viejo se fue de casa cuando yo era adolescente porque estaba enamorado de otro hombre, no se lo guardó”.
La llegada de una hija a su vida no la desalentó, al contrario, la ayudó a reforzar lo que había decidido. “Yo necesito vivir como quiero que ella pueda vivir. Mi mejor mensaje es que vea que tiene una mamá feliz, y que está feliz porque eligió cómo quiere vivir. Y que esto que decidieron su mamá y su papá de ninguna manera anula lo que somos: ni más ni menos que una familia”.
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