Habló por teléfono con su esposa mientras jugueteaba con el gatillo del arma. Nimiedades. Algún tema doméstico, la columna que tenía que terminar para la web de ESPN, un nuevo dolor en su cuerpo maltrecho. Cuando cortó, tomó un papel que había escrito unas horas antes y lo puso en el centro del escritorio, para que fuera visto de inmediato. Luego, apretó el caño del arma contra su sien y disparó. El papel, la nota suicida, decía: “La temporada de fútbol terminó: No más partidos. No más bombas. No habrá más caminatas. Se acabó la diversión. No más natación. 67. Eso es 17 años después de los 50. 17 más de lo que necesitaba o quería. Aburrido. Estoy siempre enojado. Nada de diversión. Para nadie. 67. Te estás poniendo codicioso. Hacete cargo de la edad que tenés. Relajate. Esto no va a doler”.
El 20 de febrero de 2005 se suicidó Hunter S. Thompson, el periodista gonzo, el que escribió como nadie sobre los temas que todos transitaron. Hacía años que se había convertido en una leyenda. Su figura antecedía a su obra. Lo mejor lo había dado tres décadas atrás. Sin embargo cada frase de sus artículos era inconfundible, sólo podía haber sido escrita por él.
Un par de meses después de su suicidio se llevó a cabo su funeral. Respondía a un deseo que estaba perdido en una entrevista de 1978. En su casa de Colorado, más de trescientos invitados despidieron sus restos. Entre los invitados estaban Bill Murray, Jack Nicholson, Jann Wenner, Lyle Lovett y el senador John Kerry (su última apuesta política). También su esposa Anita, su hijo Juan, su nuera y su nieto. Sus cenizas fueron disparadas hacia al cielo, a más de 100 metros de altura, desde una altísima torre-cañón construida para la ocasión que se coronaba con un puño cerrado, el símbolo del Freak Power. Unos impresionantes fuegos artificiales cubrieron el cielo. Cuando se silenciaron los estruendos y se apagó el cielo, los amigos y familiares se encontraron en un bar cerrado especialmente para la ocasión a brindar y a festejar por Hunter. De fondo sonaba una canción de Bob Dylan, Mr. Tambourine Man.
Las fastuosas exequias fueron pagadas por Johnny Depp. En uno de sus múltiples problemas judiciales de los últimos años, los ex managers del actor acusados por éste de malos manejos y fraude, expusieron sus persistentes gastos desmedidos a través de las décadas. Algunos ejemplos. Depp gastaba por mes 35.000 dólares en vino, 200.000 en aviones privados, 300.000 en sus 40 empleados fijos, 150.000 en seguridad. Además de comprarse un yate por 18 millones de dólares o perder 4 millones más en un sello discográfico fallido.
Entre esos gastos aparecieron los 3 millones de dólares con los que Johnny Depp financió el funeral de Thompson. “Es lo que él quería y se lo di”, dijo. Depp en persona seleccionó los fuegos artificiales que debían ser potentes y ruidosos cómo le gustaban al periodista.
La amistad entre ellos había nacido en 1994 cuando el joven actor, escapando del acoso de la prensa, llegó hasta Aspen. Una noche fue a la Woody Creek Tavern con la esperanza de cruzarse con Thompson, cuya obra admiraba: “Cerca de la medianoche, se abrió la puerta. Cuando entró, lo único que podía ver eran chispas que saltaban por todos lados. Y después vi que algunas personas se movían de un lado a otro, como para resguardarse, como si el mar se abriera. Y de pronto se escuchó una voz que les decía a todos que salieran de su camino. No hubo más chispas. Apareció frente a mí. Entonces el caballero sureño se acercó y me dijo que su nombre era Hunter, y me preguntó cómo estaba. Eso fue todo. Desde ese instante fuimos inseparables”. Un amor a primera vista dijeron después los protagonistas.
Hunter podía llamarlo a las 4 de la mañana para preguntarle si conocía el Síndrome de la lengua peluda o para recordarle una antigua leyenda india. En 1998, Johnny interpretó al alter ego de Hunter en Miedo y Asco en Las Vegas. Mientras se preparaba para el papel, rebuscando en los cajones de Thompson encontró un manuscrito que se titulaba Diarios de Ron y le exigió que lo publicara. Unos años después del suicidio del escritor, Johnny Depp llevó al cine el libro que él mismo descubrió.
Mientras se preparaba para Miedo y Asco en Las Vegas, Depp recibió un llamado de Bill Murray que lo había interpretado en Where the Buffalo roam. “Me preguntó si ya sabía cómo convertirme en Hunter, si ya estaba hablando como él, si ya había adquirido esa especie de ritmo. Y al final me preguntó si ya había empezado a pensar como él. Yo le respondí que sí, y él me dijo que sería así para siempre. Ya no había marcha atrás”, contó Johnny Depp.
¿Quién era Hunter S. Thompson? Creó (y ejerció) el Periodismo Gonzo. Un estilo que tuvo un solo exponente: él mismo. Un género unipersonal. Quienes lo quisieron copiar -fueron muchos- ni siquiera le hicieron sombra. Parecen malas parodias, caricaturas parkinsonianas, carbónicos deslucidos que ni siquiera saben que lo son. El bautismo le correspondió a un editor del Boston Globe, Bill Cardoso. “Esto es puro periodismo gonzo”, escribió sin saber quizás ni siquiera lo que quería decir ni que el apelativo se perpetuaría. Se entiende el sentido: lo de Hunter S. Thompson era único, no se podía comparar con nada.
Eran tiempos del Nuevo Periodismo. De Jimmy Breslin, Tom Wolfe, Gay Talese, Norman Mailer, Joan Didion. El uso de todas las herramientas narrativas posibles, de los recursos de la literatura, la posibilidad de abrevar en los diferentes puntos de vista. También había una tradición que gozaba de buena salud: el periodismo de participación. El reportero poniéndose a la par del protagonista, sintiendo lo mismo que él, ocupando su lugar. Ahí se destacaba George Plimpton que se había subido al ring con Archie Moore, había sido lanzador de béisbol o jugador de fútbol americano. Pero lo de Thompson no se parecía en nada. Ya no se trataba del uso de la primera persona. En el centro de la historia estaba él, su mirada, sus vicios, sus alucinaciones.
Llegaba a lugares -no sólo físicos- a los que nadie accedía.
Un padre de carácter difícil que murió tempranamente, una madre que se dedicó al alcohol. Hunter tuvo una infancia difícil. Pronto empezaron los problemas con la ley, el descubrimiento del alcohol y de las drogas. Delitos, detenciones, trabajos sin futuro. “Fui un típico delincuente juvenil. Me dedicaba a robar pequeñas cosas, sobre todo bebidas alcohólicas, que era por lo que nos pagaban más. Sé más de las cárceles que la mayoría de los convictos del país. De los 15 a los 18 años mi vida transcurrió repartida entre los calabozos y las calles”, contó Thompson.
Luego ingresó al ejército. Allí escribió en un diario militar. Pero era imposible que respetara las reglas. Los problemas empezaron enseguida. Le dieron de baja. Aunque había encontrado la pasión por la escritura.
Él forjó la leyenda que en ese tiempo iniciático se dedicó a copiar palabra por palabra El Gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald y Adiós a las Armas de Ernest Hemingway. Según él para sentir el ritmo de la escritura en la yema de los dedos, mientras apretaba con frenesí las teclas de su máquina de escribir. También devoró a los autores de la generación beat: Kerouac, Burroughs, Ginsberg.
Durante dos años convivió con Los Ángeles del Infierno, el grupo de motoqueros californianos. Describió su vida, su racismo, las costumbres, la homofobia, las violaciones grupales (todavía no se hablaba de manada) y hasta recibió una paliza de ellos. El libro fue un best seller. Y le dio reconocimiento. No se dejó seducir por el exotismo, ni por las aventuras. Es el primer trabajo en el que pone en juego, en el que utiliza su mirada de rayos X.
El gran salto se produce cuando una revista mensual, Scanlon’s, lo envía a cubrir el Derby de Kentucky, la carrera de caballos de mayor fama de Estados Unidos. Pasó unos días bebiendo y drogándose mientras tomaba febriles notas. Los editores lo esperaron pero el plazo se vencía y él no enviaba el artículo. La presión fue creciendo. Hasta que ya no hubo tiempo. Ante la exigencia, arrancó varias páginas de su libreta de apuntes y se las entregó. El trabajo en crudo, pensó, que no serviría para ser publicado, que sólo le haría ganar tiempo para juntar de nuevo el dinero del anticipo que le harían devolver. Pero, tal vez desesperados, los editores decidieron publicar esos apuntes desmañados aunque vivos. El impacto fue espectacular. Era un nuevo tipo de escritura. Algo que no se parecía a nada. Hunter era un gran prosista. Cada una de sus frases tenía fuerza. Y nunca era condescendiente. “Yo estaba convencido de que ése era mi final. Me había estallado la cabeza y no podía escribir. Pero lo publicaron y fue un fenómeno. Entonces pensé: ‘Mierda, si puedo escribir así y arreglármelas con eso, ¿para qué seguir intentando escribir como el New York Times?’”, dijo años después.
Luego llegó su tiempo en la Rolling Stone. La consagración. Primero fue con la cobertura de una de sus aventuras. Cuando se presentó a elecciones en Aspen para Sheriff. Perdió por unos pocos votos. Prometía drogas libres, aborto, anular los impuestos, tirar abajo los edificios altos, eliminar las calles y convertir cada sector en una zona verde. Su imagen de campaña era un puño negro apretado. El lema: Freak Power.
La revista Sports Illustrated lo envió a Las Vegas a cubrir una carrera de motos. Le pidió una nota corta, de sólo 250 palabras. El envió un artículo alucinado de 2500 palabras en las que contaba cualquier cosa menos la carrera de motos. La revista deportiva le rechazó el trabajo que él llevó de inmediato a la Rolling Stone, que redobló la apuesta. Lo volvió a mandar a Las Vegas junto a Oscar Zeta Acosta, el abogado que es su compañero-cómplice. Le ofrecieron un fotógrafo pero Hunter exigió que lo acompañara un dibujante, Ralph Steadman, que, desde ese momento, con sus líneas negras, sus figuras alargadas será el ladero de cada una de las notas que publique Thompson: el complemento visual indispensable. Además de una libreta para tomar notas, Hunter necesitaba varios elementos para hacer su trabajo: “Dos bolsas de porro, 75 bolitas de mescalina, cinco cartones de ácido, medio salero de cocaína, y toda una galaxia de pastillas multicolores, para subir, para bajar, para reírse... y también un tequila, un ron, un cajón de Budweiser, éter puro y dos docenas de amílico... No era que necesitáramos todo eso para el viaje, pero cuando te metés a fondo a recolectar drogas, la tendencia es ir lo más lejos que puedas”, escribió en su libro.
Miedo y asco en Las Vegas fue nota de tapa de la Rolling Stone en 1971 y se publicó en dos entregas. Estaba firmada por Raoul Duke, el alter ego de Hunter. Es un viaje doloroso, a veces alucinado, a veces lúcido. Llegó, tal vez, más lejos que nadie. Mostró una cara de su sociedad que no había salido a la luz hasta ese momento.
Luego fue libro y película (en 1998 protagonizada por Johnny Depp y dirigida por Terry Gilliam). Sus aventuras también motivaron un film encabezado por Bill Murray en 1980, Where the buffallo roams, más convincente que la de Depp.
LSD, whisky, cocaína, prostitutas, violencia, vampiros dentro de un auto, alucinaciones varias (el libro todavía espera tener una traducción a su altura en castellano). Y la mirada de rayos X: “Salí de la escalera y entré en el casino, aún había un gran gentío apretujado alrededor de las mesas de dados. ¿Quién es esa gente? ¡Qué pinta! ¿De dónde salían? Parecían caricaturas de vendedores de coches de segunda mano de Dallas. Pero eran reales. Todavía seguían gritando allí alrededor de aquellas mesas de dados de la ciudad del desierto a las cuatro y media de una madrugada de domingo. Aún perseguían el Sueño Americano, aquella visión del Gran Ganador surgiendo del caos final del amanecer de un rancio casino de Las Vegas”.
A principios de los setenta luego de su campaña en Aspen se convirtió en cronista político. El más sagaz y desbocado de Estados Unidos. Cubrió la campaña electoral del 72. Fue el único que se animó a escribir lo que los demás pensaban sobre Nixon. Expuso el lenguaje pacato que se utilizaba en esos tiempos, la mirada complaciente. Desnudó al resto de los periodistas sin nombrarlos. Denunciaba que los candidatos se habían convertido sólo en una imagen, en un póster y no había nada de contenido. Todo estaba peligrosamente vacío. Mostró que el sueño americano, en realidad, se estaba convirtiendo en una pesadilla. Cerca de los comicios, cuando la reelección de Nixon ya era inevitable, escribió: “Este puede ser el año en que finalmente nos enfrentemos con nosotros mismos, finalmente dar un paso atrás y decir que realmente sólo somos una nación de 220 millones de vendedores de autos usados con todo el dinero que necesitamos para comprar armas, sin el más mínimo problema respecto a matar al resto del mundo que trata de incomodarnos”. Hay quienes sostienen que fue el mejor periodista político de los setenta.
En uno de sus artículos consignó que entre los periodistas que cubrían al candidato republicano y presidente en ejercicio, había empezado a correr el rumor de que Nixon tenía un serio problema de consumo de drogas. Cuando alguien le reclamó y le dijo que ese no era cierto, que Nixon no se drogaba, Thompson con su lógica Gonzo respondió: "Yo no escribí que se drogaba. Dije que se instaló el rumor entre los periodistas. Y eso es cierto porque quien hizo correr ese chisme fui yo. No mentí entonces”.
El auge, su cima, fue breve. Muy rápidamente llegaron los incumplimientos. Las grandes historias frustradas. Violencia, armas, egolatría, vicios incontrolables, problemas físicos. La Rolling Stone seguía pagando los gastos. Hoteles de lujo (la cuenta incluía: el costo de la habitación por noche, los destrozos, los consumos desbocados), los pasajes de avión que nunca eran utilizados, las drogas, las bebidas, los gustos extravagantes. Era un riesgo pero cada nota terminada (o al menos los apuntes para que los editores los publicaran de alguna manera) valían la pena. Sin embargo, cada vez le costaba más terminar un artículo. Viajó a Zaire para cubrir la pelea entre George Foreman y Muhammad Alí. Cuando Foreman sufrió un corte días antes del combate y se decidió postergarlo, Hunter se quedó en Kinshasha. Junto a Norman Mailer fue uno de los pocos que lo hizo. Pero el día de la pelea, no pudo salir del hotel. No llegó al estadio. Estaba tan drogado que quedó tirado a un costado de la pileta. Viajó, también, como corresponsal a la Guerra de Vietnam. Las varias semanas en el sudeste asiático las pasó tomando y jugando a las cartas con otros periodistas. Para las elecciones del 76 apoyó a Jimmy Carter. Pidió volver a su puesto de cronista político y consiguió una entrevista exclusiva con el futuro presidente. Según Carter fueron cuatro horas de una charla lúcida en el que le realizó las mejores preguntas que había recibido en toda la campaña. Pero eso nunca lo sabremos porque Thompson jamás la escribió. La noche de la conversación perdió todos los cassettes que la registraban en un bar de mala muerte. En una carta de 1975, Jann Wenner, el director de la Rolling Stone, le reclama por siete notas diferentes que quedaron inconclusas.
Siempre creyó que no iba a pasar los cincuenta años. Tal vez porque su padre murió joven. Hizo todo lo posible por convertirse en un cadáver prematuro. Nadie que lo conociera pensó que iba a resistir ese continuo apaleamiento con drogas y alcohol. Pero su cuerpo, aunque maltrecho, llegó hasta los 67. Nadie que lo conociera, tampoco, se sorprendió cuando se enteró de que se había pegado un tiro en la cabeza.
Una de su biógrafas, E. Jean Carroll consigna la increíble dieta diaria de Thompson. Se despertaba a las 3 de la tarde. Cinco minutos después desayunaba con Whisky (Chivas Regal), unos Dunhill y los diarios matutinos. 3.45 hs: cocaína. 3.50 Hs: otro Chivas y un par de cigarrillos Dunhill. 4.05 Hs: cocaína. 4.15: una taza de café y otro Dunhill. 4.16 Hs: Cocaína. 4.17:jugo de naranja y Dunhill. 4.30 hs: cocaína. 4.56: cocaína. Y así seguía todo el día con alguna comida en el medio, más hielo en el Chivas y una rutina que lo sentaba en el escritorio a la medianoche para tratar de escribir, hasta que luego de ingerir algún tranquilizante se acostaba a las 8 de la mañana.
Poco antes de su muerte encaró una gira promocional de su última publicación, un frondoso epistolario en varios tomos. Luego de una breve charla pública, le tocaba el tedio de atender una larga fila de lectores que querían que les firmara sus ejemplares. En una ciudad perdida del centro de Estados Unidos se paró frente a su escritorio un hombre con una gran bolso de residuos de allí empezó a extraer cada uno de los libros publicados por Hunter. El escritor empezó a gritar que a partir de ese momento sólo firmaría los ejemplares comprados en esa librería. El fan que tenía sus obras completas en la bolsa de residuos le pidió si al menos le podía firmar uno que era muy finito, de apenas 50 páginas, Mezcalito. La cara de Thompson se transformó. Le dijo que le firmaba todos y que le regalaba los tres tomos de las Cartas si le entregaba ese librito. El hombre se negó, sabía lo que tenía: una edición muy codiciada de la que sólo se habían publicado unos cientos de ejemplares. Hunter tironeó del libro, el hombre hizo lo mismo. Empezaron los gritos, los manotazos, Thompson enfurecido se tiró encima de su lector. De pronto sacó un arma de su saco y amenazó con disparar si no le entregaba el librito. La firma de libros se suspendió de inmediato.
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