Mediados de la década del setenta. Una fiesta exclusiva. En el elenco de invitados hay actrices muy conocidas, directores de cine, músicos de rock, algún escritor, políticos, millonarios y modelos. Alguien llega tarde. Uno de los invitados, posiblemente el más anciano de todos, abre la puerta y ve a un joven de cara surcada por los excesos. El recién llegado reconoce de inmediato a la gloria del humor que lo recibe. Lo saluda con afecto y hasta con gratitud.
Ron Wood, el Rolling Stone recién llegado, uno de los más esperados de la fiesta (todos querían saber si iba a entrar del brazo de Margaret Trudeau, la esposa del primer ministro canadiense con quien estaba manteniendo un affaire) esperaba la retribución cuando su anfitrión le dijo a modo de saludo: “Es el corte de pelo más estúpido que vi en mi vida ¿Sos un hombre o una gallina?”. Después, Groucho Marx volvió a morder su enorme cigarro, giró y volvió a la fiesta en busca de un trago.
La anécdota, que relató Ron Wood en sus memorias, describe a la perfección a Groucho Marx. El humor fulminante, filoso, que no depende de que alguien le de un pie. Y que no espera la retribución del aplauso, que no necesita de público: el humor, la réplica instantánea funciona como un reflejo, se acciona sola ante el estímulo, es una pulsión que casi no puede controlar.
“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
Hace 130 años, el 2 de octubre de 1890, nacía Julius Henry Marx en Manhattan. Su padre era un francés que se ganaba la vida como sastre; su madre, de origen alemán, convivía con la frustración de no haber triunfado en el mundo del espectáculo como sí lo había hecho su hermano, el comediante Al Shean. Ese impulso lo volcó sobre sus cinco hijos varones a los que envió a clases de canto, piano y hasta de danza desde que eran muy pequeños. Como el dinero era escaso, las clases se volvían rotativas y al final la educación no era suficiente para ninguno.
Pero eso no desalentó a Miene Schoenberg. Consiguió que tres de sus hijos junto a un amigo de su cuadra formaran un grupo vocal, The Four Nightingales. El circuito de actuaciones era limitado. Algún templo, fiestas privadas (presentaciones gratuitas sólo como una manera de agarrar ritmo escénico) y como número de relleno en espectáculos de vodevil, mientras detrás del telón acomodaban los elementos para el siguiente acto de los artistas principales.
El grupo vocal no era bueno. Les faltaba ensayo y, también, talento natural. Pero esa falta de idoneidad, esa torpeza fue el origen de su éxito. Cuando Julius, el más desenvuelto, veía que la situación estaba por desmadrarse, se ponía a interactuar con el público. Hacía bromas, los azuzaba, se reía de su propia torpeza. Esos parlamentos improvisados animaban al público, les sacaba grandes carcajadas (los segmentos de canto también lo hacían pero involuntariamente). Los tres hermanos, a partir de ese momento, entendieron que el camino era el del humor. Abandonaron al amigo de la cuadra y reclutaron a los otros dos Marx que faltaban.
“Es una tontería mirar debajo de la cama. Si tu mujer tiene una visita, lo más probable es que la esconda en el armario. Conozco a un hombre que encontró tanta gente en el armario que tuvo que divorciarse únicamente para conseguir dónde colgar la ropa”.
El nombre se impuso, no había que buscar demasiado, sólo reconocer lo que eran: los Hermanos Marx. El acto estaba basado en principios sencillos. Comedia física derivada de peleas (cualquier hermano del mundo tiene un master en eso por el sólo hecho de serlo), la velocidad mental, improvisación, interacción con el público y que cada uno representara a algún grupo de inmigrantes europeos que poblaban con sus ilusiones -y su fuerza de trabajo- la Manhattan de inicios del Siglo XX. A Julius le tocó -muy posiblemente él haya repartido los papeles- el alemán. También cambiaron sus nombres. Buscaron algo más estentóreo. Chico, Harpo, Zeppo, Gummo. Y Julius, haciendo juego con su carácter optó por Groucho que proviene de Grouch (gruñón).
De a poco se fueron haciendo conocidos en el ambiente. De ser alguien más en el espectáculo a aparecer en los afiches. El circuito de los shows de variedades lo agotaron. Recorrieron cada local, se enfrentaron a todos los públicos. En ese camino se cruzaron con otro cómico que ponía a prueba sus rutinas ante espectadores muchas veces hostiles, un inglés llamado Charles Chaplin.
"¿Se quiere casar conmigo? ¿Es usted rica? Conteste primero a la segunda pregunta.
El éxito de los Hermanos Marx fue rotundo. De ahí pasaron a Broadway. Conquistaron cada escenario. Se convirtieron en la nueva sensación. Sus espectáculos eran los que más recaudaban. El caos organizado que proponían en el escenario, la intensidad, la inteligencia del humor funcionaban como un nuevo lenguaje.
Ellos progresaban y sus performances se iban sofisticando. Ganaban en precisión e impacto. Sólo había habido un cambio. Con la Primera Guerra Mundial en desarrollo, el personaje de Groucho tuvo que modificarse. Cada vez que aparecía su alemán en escena era abucheado. La gente no quería ver alemanes y menos riéndose. Así que mutó en un intelectual y de manera progresiva, incorporando un elemento a la vez, Groucho, el que pasaría a la historia, se fue configurando fisonómicamente.
El bigote ancho (moustache) de utilería que se despegaba en medio de las funciones fue cambiado por uno hecho con maquillaje, las cejas también fueron exageradas, unos anteojos metálicos para reforzar el personaje de intelectual y siempre un cigarro imponente balanceándose entre sus labios o funcionando como batuta entre sus dedos mientras remataba una de las bromas.
“En mi próxima vida me gustaría venir al mundo con la inteligencia brillante de Kissinger, la fabulosa pinta de Steve McQueen y el hígado indestructible de Dean Martin”.
El paso al cine fue inevitable. Unas pocas intervenciones en el cine mudo y después más de una decena de películas que configuraron el género para siempre. Sopa de Ganso, Una Noche en la Ópera, Un día en las Carreras. Clásicos en el que se combinan el slapstick, el deadpan, las réplicas fulminante como un cross a la mandíbula, los one liners más perfectos posibles, coreografías cómicas que fueron copiadas/plagiadas/homenajeadas hasta el hartazgo.
Pero como siempre ocurre, el éxito no dura para siempre y con la llegada de la Segunda Guerra los intereses cambiaron y sus películas dejaron de interesar al público. Los Hermanos se separaron, incursionaron en distintos rubros (desde el empresario hasta la representación de artistas, pasando hasta por la invención de dispositivos de uso industrial). Groucho había tomado un papel central entre los Hermanos Marx. Y seguiría intentando en el mundo del espectáculo. La imagen reconocible, la inteligencia lacerante y el timing casi inhumano.
“Nunca olvido una cara, pero en su caso, estaré encantado de hacer una excepción”.
“Señora, he pasado una noche estupenda, pero no ha sido esta”.
El Crack del 29 lo sacudió. Como su infancia no había sido cómoda, no les había sobrado nada, se impuso tener un buen pasar económico. Al tiempo que su carrera artística avanzaba, él peleaba contratos, cuidaba cada dólar ganado y lo invertía para multiplicar sus ganancias. La bonanza de la Bolsa en los años veinte hizo que ganara mucho dinero. Adquirió casi una compulsión por la apuesta en bonos y acciones. Pero el colapso bursátil de 1929 consumió todos sus ingresos. Había que empezar de nuevo. Esa caída hizo que se convirtiera en un tacaño contumaz. La plata y el destino de sus honorarios se convirtió en un obsesión para él.
“Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna”.
Luego de la disolución de los Hermanos Marx, Groucho se volcó al medio que era el más consumido en esos años, el único que ingresaba a cada hogar: la radio. Pero su éxito no fue inmediato. Era un nuevo formato, un público diferente, más amplio, que debía fidelizar. Le costó adaptarse al nuevo formato. Esa cosa salvaje del teatro de la interacción con el público, de jugar con su respuesta no le servía para la radio. Luego de un programa que duró pocas emisiones, un ejecutivo de la emisora en la que actuaba le ofreció conducir un programa de preguntas y respuestas. Groucho se ofendió: “Esas son propuestas que se hacen sólo a artistas que están en la decadencia absoluta” .
Groucho sabía que sus últimas intervenciones habían sido desastrosas y creía que el directivo le estaba ofreciendo una especie de limosna, un gesto compasivo. Pero el joven había tenido una gran idea. Le explicó que las preguntas y respuestas sólo eran una excusa para que el desplegara sus habilidades, para que interactuara con los concursantes y se produjeran sus típicos diálogos mordaces. Así empezó You Bet Your Life, un programa que marcó historia. Durante una década dominó la radio norteamericana y luego pasó a emitirse simultáneamente por radio y televisión para llegar a inicios de los sesenta sólo como un programa de Tv.
Muchas de las grandes frases que hoy se recuerdan y se citan del cómico son producto de su diálogo con los participantes de su show. Ya en televisión, el programa tenía una particularidad para esos tiempos. Se grababa. Eso respondía a dos motivos. Por un lado Groucho lo solicitaba para poder editar y que sólo quedaran las mejores bromas, para que no hubiera altibajos. Por el otro, los directivos del canal se aseguraban de no tener ninguna sorpresa desagradable debido al “vivo”. En un medio extremadamente pacato que no admitía el insulto, la referencia sexual ni el doble sentido, Groucho y su capacidad para improvisar eran una amenaza constante. Todos sabían que él hubiera sacrificado todo por una buena broma.
“Yo encuentro la televisión bastante educativa. Cuando alguien la enciende en casa, me marcho a otra habitación y leo un buen libro”.
De ese programa dicen que surgió una de sus respuestas mordaces más célebres. Una participante dijo tener veinte hijos. Él se sorprendió y le preguntó por qué tenía tantos. “Porque con mi marido nos queremos mucho y nos gustan los chicos”. “Señora, yo amo a mi cigarro pero de en vez en cuando lo saco de mi boca”, dice la leyenda que respondió Groucho. Pero no fue así. Un diálogo de ese tenor, era impensable en la televisión de los años cincuenta.
“Desde el momento en que agarré su libro me caí al suelo de la risa. Algún día espero leerlo”.
Groucho Marx triunfó en todos los medios posibles. Su genio humorístico hizo que se destacara en el teatro, en el cine, en la radio, en la televisión y hasta por escrito. Sus libros son gemas cómicas (y eso que es difícil hacer reír por escrito). Siempre había admirado a los grandes escritores y anhelaba escribir algún libro que perdurara. Su autobiografía deforme, Groucho y Yo es hilarante. Al igual que Camas o Memorias de una Amante Sarnosa.
Póstumamente se editó Cartas, un volumen que compila sus misivas con familiares, amigos, colegas y directivos de los grandes estudios, viejos enemigos de él. A estos magnates nunca les gustó la independencia del cómico, ni su poco predisposición para la sumisión, alguien que nunca estaba dispuesto a la genuflexión. Cuando los Hermanos Marx estrenaron Una Noche en Casablanca la Warner Bros amenazó con demandarlos porque hacía poco había aparecido el clásico con Humphrey Bogart. Groucho le contestó que ellos, los Marx eran Hermanos desde antes que el estudio y que no por eso habían pensado en iniciarles juicio.
“Humphrey Bogart vino anoche a casa y terminó completamente ebrio, algo por otra parte, bastante normal en él. Cuando está borracho es un imbécil, pero la verdad es que no mejora mucho cuando está sobrio”.
Groucho se casó tres veces. Y se divorció otras tantas. Tuvo tres hijos. Su último matrimonio provocó gran polémica. Se casó con Erin Fleming, una actriz de poco éxito y de una belleza impactante. Ella era cuarenta años más joven que él. De asistente personal pasó a ser esposa y manager tiempo completo. La relación siempre fue puesta en tela de juicio por los hijos de Groucho y sus amigos más cercanos. Sin embargo otros afirman que ella renovó la vitalidad del cómico, le dio una nueva vida y su último éxito. Cuando ya estaba retirado fue quien impulsó su regreso a los escenarios con un show de stand up que fue un éxito extraordinario y que su publicación como disco vendió cientos de miles de copias. Y hasta fue quien hizo el lobby necesario para que la Academia le diera un merecido Oscar honorario que le valió una inolvidable ovación de pie.
En 1976, los hijos mayores de Groucho iniciaron acciones para declarar la insania de su padre y quitarle los derechos de administración de la fortuna a su nueva y joven esposa.
Un año después Groucho murió luego de sufrir una serie de accidentes cerebrovasculares y una neumonía. Tenía 86 años.
Erin Fleming tuvo un triste final. Ya no consiguió trabajo, sufrió varias internaciones psiquiátricas, vivió como una homeless un años hasta que en el 2003 se suicidó.
“El matrimonio es la principal causa del divorcio”.
“Siempre me casó un juez: debí haber exigido un jurado”.
Se suele repetir que el epitafio de Groucho, tallado en su lápida, dice: “Perdonen que no me levante”. Pero no es así. Quien visite el lugar donde está enterrado, el Eden Memorial Park de San Fernando, se sorprenderá. La inscripción es sobria: sólo su nombre, fechas de nacimiento y muerte y una estrella de David. El “perdonen que no me levante” proviene de una entrevista que dio a principios de los años setenta y en el que expresó cuál sería su epitafio ideal. Sus familiares no le dieron el gusto. Sin embargo, propuso el ingenioso epitafio para un familiar. Al morir una de sus suegras, Groucho Marx se postuló para hacer los trámites del entierro. Su esposa sospechó de su inusitada predisposición. Los trámites los tuvo que hacer igual, pero no pudo inscribir el epitafio que él quería: “¡Hip, Hip, Hurrah!”.
“¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?”
Groucho casi como en un paso de comedia guionado por él mismo fue investigado por sus actividades antiamericanos y por su supuesto comunismo. El senador McCarthy creyó que con el apellido bastaba para acusarlo de comunista.
Tal vez inspirado por este exabrupto del macartismo, el compositor Irving Berlin soltó su célebre y certera máxima: “El mundo sería mucho menos complicado, sería un lugar mejor si en vez de privilegiar a Karl, hubiésemos optado por Groucho, el Marx correcto”.
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