Ana Harff es brasilera pero ya vivía en Villa Urquiza, en la Ciudad de Buenos Aires, cuando aceptó el empleo. El 2014 estaba terminando, tenía 26 años y su nuevo trabajo era traducir al portugués películas pornográficas de Playboy, Venus y For Man. No recibía sólo los audios sino las películas terminadas por lo que, durante los cuatro años que siguieron, Ana pasó jornadas laborales completas observando, cuadro por cuadro, escenas clásicas de producciones porno que luego se emitían por canales codificados.
“Sabía cómo era una película porno, todo el mundo lo sabe. Pero no era algo que yo consumiera, honestamente”, cuenta la fotógrafa Ana Harff (32) a Infobae. “Lo que me empezó a molestar es cómo se presentan los cuerpos de las mujeres: para puro consumo masculino”. Salvo cuando hacía subtitulados para For Man, un canal dedicado al porno gay, Ana recibía mayormente contenido heterosexual XXX y lo que veía, producción tras producción, era lo mismo.
“Que el hombre era siempre el ser activo de la escena y la mujer la pasiva, la que recibía el acto. Que el hombre era el fuerte, el dispuesto, y la mujer siempre tenía que tener una gran voluntad sexual, ser multiorgásmica pero para él”, describe. “También veía que casi siempre el hombre terminaba sobre el cuerpo de la mujer -en su cara, por ejemplo- como una representación del ‘vos me pertenecés’. Siempre el foco puesto en el placer masculino, en cómo la mujer le da placer, nunca algo que va y viene ¿no?”.
Ana ya había notado cómo el porno masivo o “mainstream” -al que ella llama “porno machista”- le indicaba a hombres y mujeres qué roles debían replicar en sus vidas sexuales. Pero la trama de una película en particular le provocó un impacto sin retorno y una convicción que todavía conserva: “Estaba trabajando para el enemigo”.
En una escena, una chica iba a saludar a su novio deportista que estaba en su locker junto a sus amigos, también deportistas. “Ella llega, él le presenta a los amigos, la agarran entre cuatro y, literalmente, la violan. En teoría era una película sobre sexo grupal pero lo que se veía era una violación, lisa y llanamente. Yo quedé muy impactada, no sólo porque tuve que verla un millón de veces para hacer los subtítulos, sino por cómo este tipo de violencia está normalizada. Pensé 'si esto se vende y se consume sin problemas hay un mensaje que dice ‘esto está bien, no tiene nada de malo’”.
Lo que pasó en Pamplona, España, durante las fiestas de San Fermín de 2016 con “La Manada” podría ser un buen ejemplo de lo que dice. Un grupo de cinco amigos se aprovechó de una chica que estaba alcoholizada y abusó sexualmente de ella. La joven los denunció por violación y las cientos de miles de personas que salieron a reclamar justicia hablaron de una violación grupal. Sin embargo, uno de los jueces dijo que en las cámaras de seguridad no veía múltiples abusos sexuales sino una película porno, lo mismo que argumentó la defensa de los acusados.
Dice Ana que empezó a observar cómo en el “porno machista” trabajaban con “una simbología muy del abuso”. Por ejemplo, cuando le tocó subtitular una película en cuya trama un hombre adulto se metía en la habitación de su hijastra menor de edad y la manoseaba con el supuesto consentimiento de ella. A lo que se refiere con la simbología es que, sin otra educación sexual, "el porno hace escuela”. Las estadísticas oficiales en Argentina muestran, por ejemplo, que en el 75% de los casos los abusadores son familiares; en 9 de cada 10 casos, hombres (padres, padrastros -como en la película-, cuñados, tíos, primos, abuelos).
Si bien Ana siempre había creído en la equidad entre los géneros, todavía no se autodenominaba feminista ni tenía demasiada teoría. No era la única: recién era 2015 y aún no había ocurrido la primera marcha “Ni Una Menos”, un punto de inflexión en el que los reclamos de los feminismos se amplificaron en Argentina. “Así y todo, el hecho de estar obligada a ver porno todo el día porque era mi trabajo me hizo realmente entrar en conflicto”.
Yo, fotógrafa de desnudos
Ana ya había empezado a experimentar como fotógrafa de danza pero, a mediados de 2016 y mientras seguía con el trabajo de siempre, empezó un proyecto llamado “Única” en el que retrató durante tres años cuerpos desnudos distintos a los que veía en esas películas.
“Creo que la fotografía entró a mi vida para intentar compensar la frustración que sentía por estar trabajando con la industria del porno machista. Fue una forma de rebeldía”. Lo que quiso fue mostrar diversidad, “sin sexualizar los desnudos”: mujeres con cuerpos hegemónicos, gordas, con celulitis, mujeres mayores desnudas con sus nietas o hijas, mujeres con tetas grandes, caídas, chiquitas, mujeres trans sin tetas, depiladas, no depiladas, con cicatrices, quemaduras.
“Cuando alguien escucha ‘ah, sos fotógrafa de desnudos’ lo asocia con una connotación erótica, sexual, cuando justamente mi punto es mostrar que un cuerpo desnudo no es algo de por sí sexualizado o erotizado. Creo que asociar siempre el cuerpo desnudo con algo sexual tiene que ver justamente con la manera en que nuestros cuerpos aparecen en la industria del porno, esta cosa del objeto de consumo. Yo, en cambio, uso el cuerpo como una pancarta con múltiples mensajes”.
Ana empezó a participar en encuentros de mujeres para terminar el día haciéndoles fotos grupales desnudas. “Fui entendiendo que cargamos con la misma presión social de cómo tienen que ser nuestros cuerpos. Entonces, trabajar la diversidad de los cuerpos desnudos fue mostrar que está todo bien con no estar dentro de la hegemonía. Creo que también yo me sentí impulsada a entender desde un lado más amable la relación que tengo con mi propio cuerpo”.
Enseguida descubrió la emoción de muchas mujeres que nunca habían visto desnudos de cuerpos como los de ellas, salvo que fuera algún fetiche sexual. “Es muy potente poder reconocerse en una imagen. Porque si la imagen no existe no es que el cuerpo de esa mujer no exista, es sólo que no se está hablando de ella. En los desnudos donde sólo se muestran cuerpos perfectos como los del porno, yo y muchas otras mujeres no nos vamos a sentir representadas. Pero cuando veo a una mujer desnuda con estrías, celulitis o un cuerpo que no está intentando disfrazarse de una perfección que no existe, siento que está hablando directamente conmigo”.
Pese a que le cerraron varias cuentas por mostrar pezones, vulvas y rayas de colas, Ana tiene casi 40.000 seguidores en Instagram. Muchas mujeres le agradecen y le cuentan que habían aprendido a castigarse pero nunca a mirarse así, “desde un lugar amable”.
Otros, también, le mandan fotos de penes erectos sin su consentimiento. “Es que si somos educados para pensar que la mujer, por estar desnuda, es un objeto de consumo, lo siguiente es creer que, como hombre y consumidor, puedo ir a marcar territorio. ¿Por qué lo hacen? Porque pueden, porque nadie les dice nada y ven como normal que un desconocido me mande una foto de su pito que yo no le pedí, así como ver a cuatro tipos violando a una mujer en una porno es considerado normal”.
Ser o estar
Su segundo proyecto se llamó “Ser gorda”. Ana no sólo empezó a retratar a mujeres gordas desnudas sino también a bucear en sus textos en la diferencia “entre ser y estar gorda”. Ella misma había tenido un cuerpo hegemónico la mayor parte de su vida -lo que se considera “un cuerpo social y visualmente aceptable”-, había engordado después de algunos problemas de salud y, por primera vez, había empezado a reflexionar sobre “los privilegios que había perdido”.
“Siempre está esta cuestión de que la persona es gorda porque hizo algo malo: porque es perezosa, porque come mucho. Hay una condena social muy fuerte sobre esos cuerpos, control, ‘tenés que adelgazar, tenés que dar el ejemplo’. Nunca nadie se preocupó tanto por mi salud como cuando engordé. Antes yo era re flaca, escabiaba hasta, no sé, desmayarme, fumaba, ponele, un paquete por día, pero estaba todo bien porque me veían flaca. Entonces está esa falsa preocupación por la salud, cuando la salud va más allá de lo físico: también es psíquica, espiritual”.
Ana creyó, entonces, que estaba ahí “de paso”. “Siempre negué mi condición de ser gorda y pensé que era una transición. La gente me decía ‘ay, estás gorda pero no pasa nada, si te cuidás vas a recuperar tu cuerpo’. Hasta que un día me di cuenta de que hay una diferencia muy grande entre ‘estar’, que es una transición, y ‘ser’, que es una cuestión de existencia. Fue ahí cuando empecé a notar la importancia de mirarme, de reconocerme. El proyecto ‘Ser gorda’ habla mucho de eso: no estamos gordas, somos gordas. Y en nuestro existir, resistimos”.
En 2018 Ana dejó definitivamente su trabajo en el porno y siguió formándose como la fotógrafa de desnudos que es hoy. Y fue en estos últimos meses, cuando el aislamiento por la pandemia puso en pausa el contacto con otras personas, que Ana entró en contacto con su propio cuerpo desnudo y comenzó a una serie de autorretratos. Tuvo coronavirus por lo que en las fotos también logró reconocer el agotamiento en su mirada producto de la enfermedad.
“Siempre me enfoqué tanto en los otros que la pandemia, básicamente, me obligó a enfrentarme conmigo misma. Me obligó a cambiar el foco de la lente, o sea, a agarrar la cámara y mirar para el otro lado”, cuenta. “Reconocerme fue un aprendizaje, sigue siéndolo. Pasé mucho tiempo preocupada para que otras personas pudieran verse de una manera más amable y tardé mucho en darme cuenta de que yo también necesitaba ejercer esa mirada amable hacia mi cuerpo”.
Que haya incursionado en los autorretratos no significa que siempre esté a gusto con su cuerpo ni que lo haga para enviar mensajitos de “amor propio”. “Ese es otro error, mucha gente me escribe ‘ojalá yo tuviera tu autoestima’. Pero la autoestima también es algo fluctuante. Hay fotos que publiqué en las que no me gusto: no me gusta el ángulo, no me gusta el cansancio acumulado en la cara cuando tuve coronavirus. Sin embargo, el trabajo con el cuerpo es la multiplicidad del mensaje y lo que muestra es esto de poder reconocerte con tus varias caras, con tus transiciones, no sólo cuando te sentís bien”.
Ana siente que su camino recién está comenzando y no tiene en claro por dónde va a seguir. Lo que sí sabe es que le gustaría seguir siendo fotógrafa de desnudos para que deje de haber “cuerpos válidos” y cuerpos que no lo son. “Toda mi vida sentí que necesitaba esconderme para que me vieran -escribió en uno de sus últimos autorretratos-. Ahora que no quiero más ser invisible es cuando realmente me doy cuenta cómo molesta una mujer de cuerpo libre”.
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