Solo y ahogado en alcohol: la muerte del mítico baterista de Led Zeppelin y las 40 medidas de vodka que terminaron con la banda

Hace cuatro décadas, John Bonham tenía solo 32 años cuando no pudieron despertarlo luego de un raid etílico en la casa de Jimmy Page, donde Plant y Jones esperaban para ensayar. Se había convertido no sólo en el grupo más importante del mundo junto a los Stones; eran también un fárrago de drogas, alcohol, mujeres, peleas, ocultismo y dolor. Y Bonzo era quien se destacaba en ese batallón desbordado

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Parecía que la banda dejaba atrás los malos momentos, las desgracias. pero el clima no era el ideal. La tristeza (o la desesperación) de algunos y los desbordes de otros ensombrecían el regreso. Los espera la vuelta a Estados Unidos después de tres años. El show que presentarían sería enorme. Luces, gran escenario, equipos de sonido no utilizados por nadie hasta el momento. Ese día se habían juntado a ensayar por primera vez. Led Zeppelin se ponía en marcha de nuevo.

Pero ese 24 de septiembre de 1980 sería el último día en que los cuatro músicos estarían juntos. A la mañana siguiente no pudieron despertar a John Bonham, su baterista. El alcohol lo había matado.

“Lo único que sé hacer, lo único que hago bien es tocar la batería. Por eso me dediqué a ella con tanta intensidad”, había declarado Bonham alguna vez. Sus solos navegaban entre lo épico y lo excesivo. Pocas veces la interpretación definió de manera tan perfecta a un músico. Enérgicos, desbordados, imaginativos, originales, desbocados.

Led Zeppelin volvería a tocar en Estados Unidos luego de tres años, pero la muerte de Bonham decretó la disolución del grupo. (Shutterstock)
Led Zeppelin volvería a tocar en Estados Unidos luego de tres años, pero la muerte de Bonham decretó la disolución del grupo. (Shutterstock)

Su pasado como obrero de la construcción, los miles de ladrillos que endurecieron su manos permitían que en algún momento lanzara los palillos al público y siguiera sólo con sus manos. Era un momento hipnótico, algo tribal, que terminaba con sus dedos ensangrentados.

Su solo en Moby Dick llegó a durar media hora en algunos recitales. Sus compañeros de banda hasta podían dormir una pequeña siesta en medio del recital si lo deseaban. Robert Plant lo presentaba y salía del escenario. Jimmy Page y John Paul Jones lo acompañaban en la introducción hasta que Bonzo se lanzaba en su aventura de cada noche. El tema tuvo varios nombres. Pat’s Delight (Pat era la esposa de Bonham) y Over the Top. La versión del solo de The Song Remains the Same, la película de Zeppelin que se perpetuó en las trasnoches de los cines porteños por décadas, duraba veinte minutos.

Solo de bateria de Bonzo en Moby dick

A los 6 años comenzó a golpear con unos palitos todo lo que se le cruzara. Cacerolas, platos, recipientes de vidrios, latas de galletitas. A los 10 la madre le compró un tambor. Al ver que la afición tomaba ribetes más serios, el padre (que se llamaba igual: Bonzo fue la tercera generación de John Henry dentro de los Bonham) le regaló una batería profesional. Desde ese momento se dedicó a imitar a sus ídolos: Gene Krupa, Buddy Rich, Joe Morello. Escuchaba con devoción a los bateristas de jazz.

Luego tocó en muchos grupos de aficionados, buscando abrirse un camino. Hasta que conoció a Robert Plant. Este le dijo a Jimmy Page que Bonham debía ser el baterista de su nuevo grupo. Cuando el guitarrista lo escuchó tocar no tuvo dudas.

Bonham se había casado muy joven con Pat Phillips. Tuvieron dos hijos, Jason y Zoe. Al principio vivieron en una casa rodante. Los tiempos no eran fáciles. John quería vivir de la música, aceptaba todos los trabajos que le ofrecían, pero no podía abandonar sus tareas como obrero de la construcción. Sin esos ingresos no llegaban a fin de mes. En él convivían, el salvaje que vivía de fiesta, el de los excesos imposibles, con el que añoraba el regreso a su casa, a la tranquilidad de su familia, trabajar con el tractor en el campo, en su hogar de Worcestershire. En esa batalla diaria y personal, Mr. Hyde tenía las de ganar.

The Song Remains the Same - Trailer

Muchos de sus amigos coinciden en que Bonzo era amable, divertido y hasta un caballero de gestos toscos. Ese estado se mantenía hasta que la primera gota de alcohol entraba a su organismo. A partir de ese momento, una especie de monstruo se apoderaba de él. Se convertía en alguien que sólo traspasaba límites. Las bromas pesadas, un andar impredecible, la violencia siempre a punto de estallar, la (auto)destrucción.

Su apodo, Bonzo, lo definía a la perfección. Alguien que era capaz de prenderse fuego, de quemarse en medio de la vorágine del rock.

Fue, siguiendo (en realidad siendo parte fundamental para instaurar) una tradición del rock, un verdadero demoledor de hoteles. Las historias, anécdotas y leyendas se entremezclan. En Los Ángeles intentó tirar un piano de cola por el balcón de su habitación del piso 15. En otro hotel de lujo, esta vez en Tokio, se robó una katana que estaba en exhibición en el lobby y destrozó con ella cada elemento que encontró en su habitación. Pero no le fue suficiente. Fue hasta el cuarto de John Paul Jones, lo sacó al pasillo y se encerró en ella para repetir el procedimiento. Dicen que no dejó resto que superase los 20 centímetros.

A la mañana siguiente, el manager del grupo pagó una fortuna al gerente del hotel como indemnización y Zeppelin fue vetado de por vida en el establecimiento. Los testigos le atribuyen también un rol fundamental en la anécdota/leyenda/abuso (que Frank Zappa desperdigó con una canción) de la groupie y el tiburón bebé (historia que en la actualidad hubiera sido recibida de manera muy diferente que en los setenta).

Otra de sus aficiones eran los autos. Tenía una gran colección y disfrutaba de andar a altas velocidades en ellos. Varios de los que subieron en el asiento del acompañante bajaron vomitando (se supone que además de la velocidad tenían bastante alcohol encima: una mala mezcla).

El destino de John Bonham se ha asociado, no sin razón, al de Keith Moon, de los Who. Ambos bateristas de talento de bandas míticas, con severos problemas con el alcohol y las drogas y muertos prematuramente. “No hay posibilidad de que después de tocar para miles de personas, te bajes del escenario tranquilamente, vayas a tu hotel, te tomes un tacita de té y te vayas a dormir con un noticiero televisivo de fondo”, solía explicar Bonzo cada vez que le preguntaban por la veracidad de las anécdotas que le atribuían.

“No hay posibilidad de que después de tocar para miles de personas, te bajes del escenario tranquilamente, vayas a tu hotel, te tomes un tacita de té y te vayas a dormir con un noticiero televisivo de fondo”, decía el baterista en relación a los excesos (Shutterstock).
“No hay posibilidad de que después de tocar para miles de personas, te bajes del escenario tranquilamente, vayas a tu hotel, te tomes un tacita de té y te vayas a dormir con un noticiero televisivo de fondo”, decía el baterista en relación a los excesos (Shutterstock).

En 1977 fue arrestado junto al manager y otros dos técnicos de la banda por golpear brutalmente a un guardia antes de un concierto en Oakland. A raíz del evento, Led Zeppelin se alejó de Estados Unidos por un tiempo. La gira se interrumpió poco días después cuando le avisaron a Robert Plant que su hijo Karac, de 5 años, había muerto. Los eventos posteriores impidieron ya regreso alguno.

La muerte del hijo de Robert Plant puso al grupo al borde de la disolución. Demasiado dolor, demasiada oscuridad. La parálisis duró un par de años. Pero en 1979, Zeppelin volvió a girar por Europa. Tras la presencia en dos grandes festivales -en los que la banda siempre era la mayor atracción- recorrieron varios países.

En una de las primeras fechas, en Nuremberg, sucedió lo que nunca había pasado hasta entonces. Los excesos le impidieron a Bonzo hacer bien su parte. Después del tercer tema se desvaneció en el escenario. No estaba en condiciones de seguir. En el resto de las fechas su rendimiento no estuvo a la altura de sus capacidades. Esa fuerza natural estaba minada por el alcohol.

Led Zeppelin se había convertido no sólo en el grupo más importante del mundo (junto a los Stones); era también, o quizá gracias a eso, un fárrago de drogas, alcohol, mujeres, peleas, armas, ocultismo y dolor. En un batallón de desbordados, Bonham era el que más se destacaba. La energía demencial que volcaba en el escenario no se apagaba fuera de él. Y la manera de canalizarla nunca era la mejor posible.

Led Zeppelin se había convertido en el grupo más importante del mundo, junto con los Rolling Stones. (Shutterstock)
Led Zeppelin se había convertido en el grupo más importante del mundo, junto con los Rolling Stones. (Shutterstock)

En septiembre de 1980, la banda se preparaba para volver a Estados Unidos. Decidieron juntarse a ensayar en la mansión de Jimmy Page en Windsor. El 24 de septiembre mientras se dirigían en auto hacia allí, Bonham le dijo a Plant: “Se acabó esto de tocar la batería. Cualquiera toca mejor que yo. A partir de ahora yo canto y vos le das a los parches”. No sé sabe si trataba de una broma, de una súbita pérdida de confianza o si hablaba en serio.

Al mediodía, al arribar al hogar de Page, empezó uno de los más brutales raids etílicos de la historia.

“Tomé 18 whiskys. Debe ser todo un récord”, se supone que fueron las legendarias últimas palabras del poeta Dylan Thomas. Algo similar podría haber sido la despedida definitiva de John Bonham. El día de su muerte tomó, en un lapso de 12 horas, 40 medidas de vodka. Debe, también, tratarse de un récord. No llenó cuarenta veces su vaso. Dicen que fueron diez cuádruples medidas.

Antes de la medianoche se desplomó sobre uno de los sillones. Dos asistentes lo cargaron hasta su habitación y lo acostaron. Tuvieron la precaución de acostarlo de costado, apoyado sobre unas almohadas; tenían experiencia en lidiar con sus borracheras. Creyeron que al día siguiente se volvería a la normalidad. Bonzo mostraría algunos signos de resaca, tendría un inicio lento, pero rápidamente recobraría su potencia. Pero cuando a la hora pactada la batería de la sala de ensayos seguía vacía, lo empezaron a buscar por la propiedad.

El bajista John Paul Jones y el road manager Benje LeFevre fueron a despertarlo. Pero no pudieron hacerlo. Luego de unos pocos segundos, Jones entendió que algo andaba (muy) mal. Empezaron los gritos, las corridas, las maniobras desesperadas. Alguien llamó una ambulancia aunque sabían que ya nada había para hacer. John Boham estaba muerto. Tenía nada más que 32 años.

Los rumores hablaron de drogas múltiples. No está demasiado claro cuánto había consumido durante las horas previos. Pero los forenses determinaron que fue el alcohol y su ingesta desmesurada el verdadero causante. Bonham murió asfixiado por su propio vómito. Era tanta la cantidad de alcohol que tenía en sangre que su cuerpo nunca pudo reaccionar.

John Bonham murió asfixiado por su propio vómito, tras un raid etílico en la mansión de Jimmy Page.
John Bonham murió asfixiado por su propio vómito, tras un raid etílico en la mansión de Jimmy Page.

Contar sus excesos, las anécdotas escandalosas y su prematura muerte se hace inevitable. Pero nada debe tapar que John Bonham fue, probablemente, el mejor baterista de la historia del rock. Todas las encuestas especializadas lo ubican en el podio (la mayoría en el primer lugar). Alcanzó alturas que sólo Neil Peart (de Rush) y Buddy Rich consiguieron. En los golpes de Bonham convivían la tradición y la novedad, el timing del jazz y la fuerza del rock. Era capaz de la sutileza, del tempo exacto y de la demostración hercúlea con solos de media hora de duración. Si los músicos reencarnaran en fenómenos naturales, John Boham sería un terremoto.

El bigote ancho y cayendo al costado de la boca. A veces un bombín en la cabeza, sacos de gángsters o una musculosa agujereada. Bonham siempre transmitía fiereza y poder. En la batería podía hacer todo lo que hacían los demás y cosas que sólo él podía. No era sólo habilidad mimética. Tenía también un sonido propio. Bonham fue la fuerza que traccionó a Led Zeppelin con su batería y también con los bongos, las congas y hasta el gong.

El bigote ancho, un bombín en la cabeza y saco de gángster, una típica postal de Bonham. (Shutterstock)
El bigote ancho, un bombín en la cabeza y saco de gángster, una típica postal de Bonham. (Shutterstock)

Como si fuera una señal, como si se hubiera tratado de una declaración de principios, el primer tema de la discografía de Led Zeppelin, el inicio de esa canción resume en unos pocos segundos las diversas habilidades, los múltiples talentos de John Boham. Good Times, Bad Times es un pequeño pero contundente catálogo de todas las destrezas de Bonham.

Phil Collins contó que siendo muy joven lo vio tocar a fines de los sesenta en un pequeño local de Londres. Bonham estaba en la Band of Joy con Plant. Collins quedó hipnotizado por el baterista. No pudo dejar de mirarlo toda la noche. Nunca había estado ante un baterista de ese calibre.

La muerte de Bonzo trajo la muerte del grupo. Led Zeppelin se disolvió. Los tres sobrevivientes sabían que nadie podría ocupar su lugar. John Bonham era irremplazable. Hubo rumores de que irían en busca de Carmine Appice, baterista de Vanilla Fudge, que había estado cerca de la banda en los inicios y del que Bonzo había aprendido alguna técnica con el pedal. Pero a pesar de ser uno de los pocos que podrían haber ocupado el sitio, todos sabían que nada sería lo mismo. La banda se reunió en las últimas décadas en algunas pocas oportunidades con fines benéficos. La banqueta de Bonzo, sólo ocasionalmente, fue ocupada por Phil Collins y por Jason Bonham, el hijo de John.

Cuarenta años atrás, después de cuarenta mediadas de vodka, John Bonzo Bonham no despertó de su borrachera. El tiempo transcurrido demostró que en su corta trayectoria dejó un legado inextinguible. Todos los bateristas que vinieron después mantienen algún tipo de deuda con él.

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