Le bastaron apenas cuatro años. Desde su irrupción en 1966 hasta su muerte en 1970, Jimi Hendrix demostró ser el mejor guitarrista de rock no sólo de su tiempo sino de toda la historia. Su legado musical se mantiene intacto pese al medio siglo que pasó desde su desaparición y pese al poco tiempo en el que elaboró su obra. Fue el guitarrista completo: distorsión y melodía, psicodelia y rock, lirismo y potencia, rock y blues, sexo y espiritualidad, virtuosismo y pasión.
Podía tocar un tema propio, un cover de una canción folk como Hey Joe o Star-Splanged Banner, el himno norteamericano, como en el cierre de su set en Woodstock. El resultado siempre era deslumbrante y novedoso. Iba desde lo dúctil a lo atronador, como si ningún registro le fuera ajeno. En vida publicó tres álbumes definitivos y revolucionarios. Luego de su irrupción, ya nada volvió a ser lo mismo. Cada uno de los guitarristas de rock posteriores (y también la mayoría de sus contemporáneos) son deudores de Hendrix. Su música logra algo poco frecuente. Es cabal representante de una época y al mismo tiempo mantiene la atemporalidad de los clásicos.
Con Jimi pasa como con los grandes cracks del fútbol. Por más que alguien se quiera endilgar el mérito del descubrimiento, su genio era tan evidente que era imposible que no su momento no llegara. El Maradona de 12 años era muy superior al resto de los chicos (aún varios años mayores que él) que jugaban al fútbol; lo mismo ocurría con el Hendrix de veinte años y los demás guitarristas. Marcianos ejerciendo (marcianamente) actividades humanas.
El mito fundacional establece que fue llevado a Inglaterra por Chas Chandler, el ex bajista de los Animals. Hendrix aceptó viajar a Europa pero exigió tocar con Cream, el primer súper grupo. Eric Clapton, Ginger Baker, Jack Bruce. Cream tocaba música que nadie hacía en esos años. Clapton era inalcanzable, el apodo que le habían puesto definía sus poderes: Dios. Era inconcebible compartir el escenario con esos monstruos. Sin embargo, Hendrix sabía que estaba a la altura del desafío. Clapton eligió Killing Floor, una canción muy complicada. La actuación de Hendrix fue deslumbrante. Dicen que Eric Clapton salió del escenario y le dijo a uno de los allegados: “Nadie me dijo que este tipo era tan bueno”. Esa noche Jimi Hendrix inició su leyenda y se convirtió en deicida. Fue la noche en que Hendrix mató a Dios.
Después vendrían los tres discos, el trío, la Band of Gypsies, los shows, los grandes festivales.
Su habilidad con la guitarra le permitía gestos exhibicionistas, piruetas y trucos que disgustaban a algunos puristas. Tocar por detrás de la cabeza, con los dientes, la guitarra prendida fuego sobre el escenario. Esta última es una imagen que hace demasiada burda la metáfora de lo que sucedía en los momentos más álgidos de sus interpretaciones.
Jimi Hendrix era una fuerza de la naturaleza.
A fines de agosto del 70, apenas tres semanas antes de su muerte, tuvo una gran noche en pleno Nueva York. Muchos músicos importantes fueron a su casa, a su nueva casa. Mick Fleetwood, Johnny Winter y Yoko Ono, brindaban y paseaban por los diferentes ambientes de Electric Lady Studios, el estudio de grabación que Jimi había construido. Era toda una novedad para su tiempo: la primera gran estrella que construía un gran estudio profesional con su dinero (invirtió alrededor de un millón de dólares de la época). Además de posibilitar que otros artistas grabaron sus discos, ese sería el laboratorio en que el guitarrista experimentaría, en el que buscaría sus nuevos caminos e innovaciones, que a esa altura parecían inevitables. Es difícil predecir lo que nunca sucedió pero las búsquedas artísticas que Hendrix había emprendido en esos últimos meses (y su inquietud congénita) parecen indicar eso.
Lo que siempre había soñado, en un punto, se convirtió en su condena. La presión de los medios, el éxito, el público, los shows uno detrás del otro. Pasó sus últimos tres años en una especie de gira permanente. En su infancia y adolescencia anhelaba ser músico. Lo había conseguido pero estaba envuelto en una trama de contratos y exigencias que lo iba minando. Lo mismo ocurría con la fama, súbita, brutal y aplastante."No quiero ser más una estrella de rock, no quiero ser un payaso", llegó a declarar. De ahí su búsqueda y la intención de que su carrera tomara un nuevo giro. “Voy a formar una banda grande, ya no más un trío. Explorar por dónde me lleva eso”, le dijo a un periodista inglés en agosto de 1970.
Después de la fiesta de inauguración de su estudio, Hendrix viajó a Londres. En Europa lo esperaban actuaciones en un par de festivales, una gira escandinava y shows en Londres, la ciudad en la que se dio a conocer al mundo.
Cientos de miles de personas (el número según quien lo brinda oscila entre los 300 y los 600 mil) lo escucharon en el Festival de la Isla de Wight. El elenco era impactante: The Doors, Joni Mitchell, Leonard Cohen, Sly and The Family Stone. Tocó muy tarde -casi una costumbre suya- y el show presentó varios problemas, entre ellos de sonido.
En Suecia y Dinamarca era adorado. Allí hizo varias presentaciones. Luego, un nuevo festival. Esta vez en Alemania, en la Isla de Fehmarn. Otra vez la demora hasta la madrugada. Un diluvio y la tardanza hizo que el público lo abucheara y lanzara cosas al escenario. Hay que tener en cuenta que en esos festivales multitudinarios de fines de los sesenta, cada minuto que se atrasara un artista provocaba varios colapsos por exceso de alucinógenos y otras drogas. “Si me van a silbar y abuchear, por lo menos háganlo afinado”, pidió con sorna el guitarrista.
Ya en el escenario, ya con la música echada a correr, la magia se apoderó del lugar. Ese fue su último show en vivo.
En la medianoche del 18 de septiembre de 1970 subió al escenario para acompañar a War y a su líder Eric Burdon. Fue ovacionado como siempre. Tomó mucho alcohol y consumió algunas drogas rodeado de hermosas mujeres, también, como siempre. En algún momento, lo rescató -o lo monopolizó Monika Dannemann-. Ella era una de las varias novias que el músico tenía en simultáneo. Bien entrada la madrugada fueron al hotel en el que ella se alojaba en la capital inglesa, el Samerkand. Ella le preparó un sandwich de atún, conversaron y tomaron vino. Pese al cansancio y la hora, Hendrix no podía dormirse. Le dijo a Monika que iba a tomar algo para hacerlo. Ya eran casi las 7 de la mañana. Ella casi enseguida concilió el sueño. De ahí en adelante, los hechos (o el relato de ellos) se vuelve impreciso.
Monika asegura que ella se despertó tres horas después y que al verlo dormido, decidió bajar a comprar cigarrillos. Recién cuando regresó, notó que, acostado, boca arriba, un delgado hilo de vomito se deslizaba por sus labios. Intentó despertarlo y al no obtener respuesta pidió ayuda. Esta es una de las versiones que dio la mujer (muerta en 1996 cuando tenía 50 años presuntamente por suicidio). Se contradijo varias veces en los siguientes días. En algún momento dijo que apenas se despertó vio el cuadro que la preocupó y que se desesperó al no poder despertarlo.
Otras versiones dicen que ella se asustó y llamó a Eric Burdon, con quien habían estado hasta hacía unas horas. Él le dijo que llamara de inmediato una ambulancia, pero ella repuso que eso era imposible: la prensa se enteraría y había demasiadas drogas en la habitación. Burdon le pidió que llamara a emergencias y que tirara las drogas por el inodoro. La ambulancia llegó rápido al hotel pero permaneció un buen rato en él. Más de media hora. Las hipótesis son varias: algunos sostienen que Monika demoró en abrirles varios minutos porque estaba eliminando las sustancias incriminatorias; otros dicen que los que lo retuvo fue que ahí mismo le hicieron las maniobras de resucitación pero que todo fue infructuoso; mientras están los que creen que en ese tiempo trataron de estabilizar sus signos vitales.
Los relatos contradictorios continúan. Hay testigos que sostienen que a la ambulancia subió con vida; otros juran que era llevado con la cabeza colgando para atrás -empeorando la situación de ahogo-. Uno de los médicos afirma que el guitarrista llegó muerto, mientras otro declaró que el deceso se produjo en la guardia hospitalaria.
Los años en vez de aportar claridad, sólo profundizaron las versiones encontradas y las sospechas. Se habló de muerte accidental, de suicidio y hasta de homicidio (en ese caso las sospechas siempre apuntaron a Monika pero como instrumento de la CIA o el FBI por el nexo entre Jimi y las Panteras Negras: una teoría nada verosímil). Cada uno de los que enarbolan una teoría la defienden enfáticamente.
Lo que se determinó fue que Hendrix había tomado entre 8 y 9 Vesperax, un somnífero fuerte. Lo habitual para cualquier persona era tomar una pastilla o una mitad. Pero entre sus habituales mezclas de drogas y alcohol y el uso casi cotidiano de este medicamento, una sola pastilla no hacía efecto en Hendrix, quien se quiso asegurar dormir una buena cantidad de horas.
Según uno de los doctores tenía tanto vino en el cuerpo que “Parecía como si hubiesen volcado una botella en su garganta”.
El informe final determinó que la causa de muerte fue “inhalación de vómito debida a una intoxicación con barbitúricos”.
La racha, ese año, había empezado 15 días antes y terminaría un mes después. El 3 de septiembre en unas colinas que quedaban detrás de la casa de uno de sus compañeros de banda, fue encontrado muerto por sobredosis Alan Wilson, líder del grupo de blues Canned Heat: su desaparición fue opacada por las dos que le siguieron. Un mes y un día después, la que murió fue Janis Joplin. En el medio de ellos, Hendrix. Los tres además de ser músicos tenían 27 años.
Eran tiempos salvajes, de excesos. Pero la coincidencia de la edad hizo que se hablara del Club de los 27, edad que muchos grandes de la música no pudieron superar. La lista es profusa: el pionero fue Robert Johnson, luego en 1969 Brian Jones. Después de la tríada de 1970, a mediados del año siguiente fue el turno de Jim Morrison. Y más acá en el tiempo se agregaron a la macabra lista Kurt Cobain y Amy Winehouse, entre otros.
Después de la muerte de Jimi Hendrix siguieron apareciendo discos suyos. Inéditos, descartes, shows en vivo. Se publicaron más de 50 álbumes con su música. Medio siglo después de su muerte su música sigue viva. Unas semanas antes de morir había declarado: “La expresión volar la cabeza es válida. Pero vamos a darle a la gente algo que le va a volar la cabeza, pero mientras se la esté volando, va a haber algo que le va a llenar ese hueco. Va ser una música absoluta”. El tiempo confirma que lo consiguió.
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