John Battaglia está molesto. Muy enojado con su ex esposa, Mary Jean Pearle, que lo denunció por haber infringido la orden de restricción que tiene con ella. Entra a su departamento con sus dos pequeñas hijas: Faith, de 9 años, y Liberty, de 6. Cierra la puerta.
Ya les explicó a las chicas por qué esta vez no cenarán afuera. Les dijo que está triste porque ella lo quiere preso. Hace un rato llamó a su su ex suegra y le pidió que le diga a Mary Jean que lo llame al departamento, que las chicas tienen algo muy importante que preguntarle. Está nervioso, esperando que suene el teléfono. No hubo que esperar más que unos pocos minutos. John atiende enseguida y pone el altavoz.
Del otro lado de la línea, la mamá de las chicas pregunta qué necesitaban preguntarle. John ordena a Faith: “Preguntale”. Faith obedece, como siempre, y dice: “Mami, ¿por qué querés que papá vaya a la cárcel?”
Mary Jean le pide a su marido que no someta a sus hijas a esta situación de tensión. Mientras trata de hacerlo razonar escucha a su hija mayor gritar: “¡¡¡No, papá, por favor, no lo hagas!!!”
Luego siente tres detonaciones rítmicas, separadas por pocos segundos. Mary Jean grita desesperada a sus hijas: “¡¡Corran, corran a la puerta!!”. Alaridos y otra vez ese sonido que estalla cinco veces más en sus oídos provocando un terror paralizante. Y, entonces, escucha a su ex cargado de odio decir: “¡Feliz jodida Navidad!”.
Sus hijas habían salido con el permiso semanal a comer con su padre. Pero esta vez no habría cena. Era la noche del miércoles 2 de mayo de 2001, en el barrio Deep Ellum de la ciudad de Dallas, en Estados Unidos.
Testigo telefónico
Mary Jean Pearle supo enseguida que algo horrible e irreversible había ocurrido. La frase “Feliz jodida Navidad” era una clara referencia al incidente de la Navidad de 1999, donde ella había denunciado a John por violencia doméstica.
Le temblaban las manos cuando marcó 911 en su teléfono para llamar a emergencias. Les rogó que fueran inmediatamente al complejo de departamentos Adam Hats Lofts, en el barrio Deep Ellum, adonde ella también fue lo más rápido que pudo. Esperó afuera, con el teléfono en mano, para saber lo que ya intuía. La grabación de este llamado impactará al jurado del caso tiempo después. Mary Jean reza, ruega, en absoluta histeria trata de respirar y mientras jadea intentan calmarla: “Oh mi Dios, oh Jesús no dejes que esto suceda…”. Después de un momento de silencio, se escucha el grito desgarrador de Mary Jean cuando un oficial en la escena le comunica que sus hijas están muertas.
John ya no estaba allí, las había dejado en un lago de sangre y rodeadas de armas. Faith estaba caída al lado del teléfono de la cocina; Liberty, cerca de la puerta principal, como si hubiese intentado salir corriendo.
Luego de dispararles, John abandonó su departamento y se dirigió a un bar. Desde allí marcó el número telefónico de la casa de las chicas. Le dejó un mensaje en el contestador: “Buenas noches mis pequeñas bebés. Espero que estén ahora descansando en un lugar mejor. Las quiero y desearía que no tuvieran nada que ver con su madre. Es malvada, viciosa y estúpida, Ahora están liberadas de ella. Las amo profundamente. Fueron chicas muy valientes”.
La venganza estaba consumada.
Un rato más tarde, fue a un local de tatuajes donde se hizo grabar en su bíceps izquierdo dos grandes rosas para recordar a sus queridas hijas.
No mucho después, fue arrestado por la policía que confiscó en su casa 16 armas de fuego.
John y Michelle
John David Battaglia nació el 2 de agosto de 1955, en una base militar de Alabama, Estados Unidos, dentro de una familia de origen italiano. Durante su infancia se mudaron varias veces y hasta vivieron un tiempo en Alemania. En 1970, su padre dejó el ejército y se instalaron en Dumont, Nueva Jersey, donde John terminó la secundaria. Se inscribió en la Universidad Fairleigh Dickinson, pero abandonó los estudios en 1976. Fue por esos tiempos que tuvo algunos problemas con la ley por consumo de drogas. Superados los conflictos decidió unirse al cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos. Eso tampoco funcionó. Dejó su enrolamiento para comenzar a estudiar para contador y se fue a vivir a Dallas con su padre. Esta vez sí se recibió.
En 1985, ya cumplidos los 30, se casó con Michelle LaBorde y tuvo a su hija mayor, Christie, al año siguiente. La vida matrimonial fue una verdadera pesadilla. John era agresivo con el hijo de 7 años de Michelle de un matrimonio anterior. Además, los incidentes violentos dirigidos a ella se repetían cada vez con mayor con frecuencia. Un día, mientras discutían dentro del auto, él tomó un arma y eso le dio mucho miedo. En otra ocasión, en una pelea, él la golpeó provocando que se le cayera Christie de los brazos.
Decidió separarse a fin de 1986, después que con una trompada le quebró la nariz, le dislocó la mandíbula y la dejó inconsciente. De todas formas, aún separada, él la siguió acosando. Las restricciones perimetrales por las denuncias no sirvieron de mucho. Aparecía en la casa de Michelle de improviso, golpeaba las puertas y ventanas; llamaba a su jefe en el trabajo para decirle barbaridades; la perseguía por la autopista a toda velocidad. Hasta se le apareció, en el medio de la noche, amenazándola con un cuchillo para tener sexo.
Michelle se mudó de estado para alejarse de él. Aunque, en realidad, el alivio real llegó cuando John se enfocó en otra mujer a la que hostigar y maltratar.
Años después, Michelle reconocería que su gran miedo había sido que él asesinara a Christie. Sabía, aclaró, que era capaz de hacerlo.
John y Mary Jean
El 6 de abril de 1991, John Battaglia se volvió a casar. Su nueva esposa se llamaba Mary Jean Pearle y, por supuesto, no sabía nada de su pasado violento con Michelle.
En 1992 nació la primera hija de la pareja, Faith y, en 1995, la segunda a la que llamaron Liberty Mae.
Para el resto de la gente, ellos eran la pareja ideal: ella trabajaba vendiendo antigüedades; él era un hombre carismático, atractivo y profesional; tenían dos bellas hijas y vivían en una de las mejores zonas de Dallas. Pero detrás de las paredes de su “perfecta” casa en Highland Park, la violencia verbal de John estaba convirtiendo la vida de Mary Jean en un infierno.
Si bien desde el comienzo ella había notado que él podía tener un carácter explosivo, no creyó que fuera grave. En esos años de casados fueron dos las veces que ella tuvo que llamar a la policía por la conducta agresiva de John. Por suerte, pensaba ella, con las chicas no era así. No quería deshacer esa familia ideal que creía haber construido, pero tan densas estaban las cosas que para salvar el matrimonio le sugirió a él hacer terapia. John no quiso saber nada.
Las discusiones y sus gritos eran cada vez más intensos. Podía estar insultándola durante veinte minutos sin pausa. Mary Jean no podía más. Un día se decidió a dar el paso y separarse. Mucho tiempo después de los hechos, le relató al diario ABC News, cuál había sido el incidente que la llevó a tomar la decisión: “Se acercó mucho a mí, sus ojos estaban como saliéndose de sus órbitas, y sus venas hinchadas... y me dijo‘Te voy a arrancar la cabeza, puta…’ y yo le respondí ‘John, tenés que dar un paso atrás’. Pero se acercó más me puso la cara muy cerca y me gritó otra vez, entonces me di vuelta, me encerré en el baño y llamé al 911”.
Era enero de 1999, sentía que ya había soportado demasiado. Se separaron, pero dejar la convivencia no la protegería de sus actos violentos. A pesar tener una restricción para acercarse a Mary Jean, la justicia dejaba que John visitara a sus hijas. Consideraban que siempre se había comportado bien con ellas.
Ese mismo año, para Navidad, John Battaglia fue a buscarlas con su hija mayor Christie para ir a la Iglesia. La discusión de ese día sería crucial. Como siempre pasaba se desató una feroz pelea delante de las tres chicas. Mary Jean lo contó así: “En un momento ví que él venía hacia mí así que me protegí la cabeza y me tiré en la cama de Liberty y me tapé con la colcha. Él me empezó a pegar detrás de la cabeza con golpes tan fuertes como solo puede hacerlo un hombre. Mientras yo gritaba a las chicas ¡¡Llamen al 911 ¡¡Llamen al 911!!!”.
John no se detuvo. La agarró de los pelos, la tiró al piso y comenzó a patearla. Las chicas lloraban desesperadas y le rogaban que dejara de pegarle a su madre.
Cuando llegaron los paramédicos, él ya se había marchado. Los especialistas constataron las lesiones. Estaba cubierta de manchas azules y moradas, tenía un corte en el talón, chichones en ambos lados de la cabeza y raspones en los brazos y el mentón. Aún así no quiso ir al hospital. Quería seguir preparando la comida de Navidad y que las chicas tuvieran algo parecido a una noche “normal”.
La denuncia de ese día por haber violado la perimetral fue clave. Él se declaró culpable de un delito menor y recibió dos años de libertad condicional. Y le prohibieron ver a las chicas durante 30 días.
Luego, las visitas se reanudaron. Pero el clima se había tensado aún más. Mary Jean solicitó formalmente el divorcio, que se concretó en agosto del año 2000.
En la semana de Pascuas de 2001, Mary Jean le mandó de regalo a Christie, la hija mayor de John, 50 dólares. Él se enteró y reaccionó furibundo con Mary Jean. La llamó y la amenazó diciéndole barbaridades. Como había violado ¡otra vez! su orden de no tener contacto con ella, Mary Jean enojada se lo comunicó a las autoridades.
El miércoles 2 de mayo, el agente de libertad condicional de John le hizo saber que su ex había reportado sus amenazas y que debería entregarse ese mismo día. Pero no le impidieron llevar a sus hijas a su salida semanal a comer afuera.
El día que debía ser detenido
Lo cierto es que Mary Jean jamás pensó que John podría lastimar a las chicas. Las quería demasiado. Jamás les había levantado la mano. Su violencia siempre había sido para con ella, se decía.
Ese miércoles 2 de mayo de 2001, él estaba enfurecido, había muchas chances de que quedara preso. Presionó para salir con las chicas. Generalmente, las llevaba a comer afuera. Ese día Faith y Liberty no querían ir, pero él insistió. Mary Jean prefirió que no fuera a buscarlas por su casa y eligió un lugar neutral para el encuentro: el estacionamiento del Shopping Highland Park Village. Las despidió con un beso y se fueron en el auto de él.
Mary Jean se fue a la casa de su amiga Melissa. Haría tiempo allí, hasta que John se las llevara luego de la cena. Pero John tenía otros planes. En vez de ir al restaurante habitual las llevó a donde vivía, un complejo de departamentos que contaba con todas las comodidades en el casco histórico de Dallas. Les explicó a sus hijas que no comerían afuera porque él estaba demasiado triste porque su madre lo quería preso.
Cuando Mary Jean estaba entrando con su auto al garage de la casa de su amiga Melissa sonó su celular. Era su madre: le dijo que John le había pedido que lo llamara porque las chicas querían hablar con ella, tenían que preguntarle algo.
Mary Jean entró a la casa de su amiga y marcó el teléfono de su ex John Battaglia. Él atendió y, con el altavoz activado, obligó a Faith a hacerle la pregunta. John quería que Mary Jean presenciara, de alguna manera, el castigo que tenía pensado para ella. Sería una testigo auditiva del asesinato de sus propias hijas.
Con ella en la línea primero apuntó a la cabeza de Faith quien rogó por su vida. No titubeó y disparó tres veces. Acto seguido, apuntó a Liberty y apretó el gatillo cinco veces más. Los tiros fueron por la espalda, pero una vez caídas apoyó el caño en la nuca de cada una y disparó.
Ocho balas calibre 45 habían callado para siempre a sus hijas. Y Mary Jean había escuchado todo.
Luego se supo que ese mismo día, John había dejado a su primera mujer, Michelle, un mensaje telefónico en el que le decía que Mary Jean “perdería” a sus hijas.
Faith y Liberty, cursaban la escuela primaria John S. Bradfield, en Highland Park. Faith, jugaba al fútbol y tocaba el violín. Liberty ensayaba ballet. La conmoción escolar fue tremenda. El funeral se realizó en la Iglesia Luterana Nuestro Redentor, de Dallas, y fueron enterradas en el Cementerio Hillcrest, junto a su abuelo materno.
El contador condenado a muerte
El juicio contra John Battaglia comenzó el 22 de abril de 2002. El jefe de los fiscales a cargo fue Howard Blackmon. Al jurado le llevó solo 19 minutos, determinar la sentencia. El 30 de abril de 2002, pidieron para el acusado, que tenía para ese entonces 46 años, la pena de muerte.
Mary Jean, después de escuchar la sentencia, le dijo que quería que ardiera en el infierno para siempre: “Sos uno de los asesinos más atroces de los tiempos modernos. La próxima vez que me verás será cuando te pongan la aguja en el brazo... Pero no voy a perder el tiempo para estar allí”.
A lo largo de los años fueron varias las veces que los abogados de Battaglia apelaron la condena a la pena capital. Pretendían que le fuera conmutada por perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Lograron varios aplazamientos. La ejecución estuvo primero programada para el 30 de marzo de 2016, pero se suspendió para que la Corte pudiera revisar los reclamos de los abogados de Battaglia que alegaban que no era mentalmente competente para ser ejecutado.
En una de las audiencias por las apelaciones, un perito psiquiátrico dijo creer que Battaglia simulaba los síntomas de una enfermedad mental para retrasar su final. En diciembre de 2016, otra vez fue demorada. En septiembre de 2017, el Tribunal de Apelaciones Penales de Texas, desestimó finalmente el reclamo de la defensa por incompetencia mental. Sostuvo que Battaglia, muy probablemente, estaba fingiendo.
El 31 de octubre de 2017, se firmó la sentencia de muerte y se fijó una nueva fecha de ejecución.
Las autoridades decidieron que sería el 1 de febrero de 2018.
No hubo más oportunidades. Ese día, a las 21.40, fue ejecutado con una inyección letal, en la Unidad de Huntsville, en Texas. Tenía 62 años y habían pasado casi 17 años desde el doble asesinato de sus pequeñas hijas.
Mary Jean cambió de opinión en todos esos años y quiso asistir a la ejecución del hombre que había amado y odiado. John al verla del otro lado del vidrio, le miró y le habló: “Bueno, hola Mary Jean”. Luego se dirigió al alcalde: “Los veré más tarde. Adiós. Adelante, por favor”.
Mary Jean no pudo contenerse y, mientras se alejaba del cristal que los separaba, murmuró: “Ya he visto suficiente de él”. Y se retiró antes de que su ex fuera declarado muerto.
Al recibir la inyección de pentobarbital, John Battaglia cerró sus ojos durante varios segundos. De pronto, los volvió a abrir, sonrió y preguntó: “¿Estoy todavía vivo?”. Instantes después volvió a hablar: “Oh, sí. Ahora lo siento...”, intentó respirar, pero emitió unos ronquidos.
Veintidós minutos después John Battaglia fue declarado muerto.
En la cabeza de un violento
Desde la cárcel John habló varias veces con la prensa. En un reportaje dijo: “Yo no siento que las maté”. Durante las entrevistas, a veces, se enojaba, insultaba y golpeaba agresivamente el vidrio que lo separaba del mundo exterior. Culpaba a todos por su suerte.
Según los psiquiatras aportados por la defensa, el sentido de la realidad del convicto estaba afectado por su desorden bipolar y dijeron que padecía un desorden delirante y persecutorio.
Pero la mayoría de los expertos consideraron que las acciones de John habían sido claramente un acto de venganza. El doctor en psiquiatría forense Richard E. Coons, que actuaba por parte del estado, admitió que el acusado tenía enfermedades como desorden bipolar y personalidad antisocial, pero sostuvo que sin dudas había matado a sus hijas para penalizar a su madre.
La única hija viva de Battaglia, Christie, afirmó que era cierto que él había sido diagnosticado por los especialistas con un desorden narcisístico de la personalidad caracterizado por una conducta explosiva, con sentimientos de superioridad y total falta de empatía. En la misma entrevista se la veía sosteniendo en sus manos un dibujo de Faith y una foto donde estaban las tres hermanas. Reconoció que en todos los años que su padre estuvo en la fila de la muerte solo lo visitó una vez y dijo con angustia: “En su mente está la idea de que todo fue culpa de otros ¿Qué puedo hacer para traer de vuelta a mis hermanas?”.
Christie Battaglia se dedicó a la organización de eventos en Baton Rouge y hoy tiene 33 años. También trabaja como voluntaria en una organización para prevenir la violencia en el hogar.
Lo que el atroz crimen cambió
El caso fue tan movilizador que hizo que el legislador de Texas Toby Goodman impulsara un proyecto de ley para pedirle a los jueces que tuvieran en cuenta la historia de violencia doméstica al decidir si las visitas de los padres serían o no supervisadas. Lo consiguió en pocos meses. El Senado de Texas aprobó con velocidad y por unanimidad el proyecto de ley y fue firmado por el gobernador. El 1 de septiembre de 2001 entró a regir.
En sus años de prisión John Battaglia se mostró siempre como un padre que había amado a sus hijas. Fue entrevistado para varios documentales y series del género true crime. En cada reportaje buscaba la oportunidad para levantar la manga que cubría su brazo izquierdo y mostrar los tatuajes que portaba en honor a ellas. Además, en su celda tenía sus fotos y recordaba siempre sus cumpleaños.
Un perito mental sostuvo que John Battaglia estaba atrapado en sus errores y sus miedos y que habría sido por el temor de perder a quienes amaba que optó por matarlas. Denise Paquette Boots, criminóloga y profesora asociada de la Universidad de Texas, no estuvo de acuerdo con eso y expresó durante el juicio: “Su definición de amor está contaminada (...). Él usa esa palabra amor, pero ¿qué significa realmente esa palabra para él? Ese sentimiento tiene una definición totalmente diferente para Battaglia que para el resto de las personas que pensamos que amar es incondicional y significa no lastimar a los que amamos”.
En 2003, la dramática historia de las pequeñas Battaglia, fue publicado el libro “No, papá, no lo hagas” de la escritora norteamericana Irene Pence.
El apellido Battaglia significa en italiano batalla. Faith y Liberty, sus nombres, quieren decir en español Fe y Libertad. El significado de los nombres elegidos para las hijas de John Battaglia no pudieron ser más incompatibles con su cruel destino.
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