Pasó en Francia durante la última década, con la historia de Xavier Dupont de Ligonnès, el conde prófugo, acusado de matar a toda su familia y de enterrarla en el jardín. Sucedió también en ese país en los ’90, con Jean Claude Romand, el supuesto médico exitoso que asesinó a su esposa, a sus hijos y a sus padres sin piedad, y cuya historia quedó registrada en el impactante libro El adversario, del escritor Emmanuel Carrère. Hay casos policiales que movilizan a la sociedad, que impactan a la opinión pública por la crudeza con que fueron tratadas las víctimas, generalmente con algún tipo de vínculo familiar que las unía con los acusados. Y también por los avatares de investigaciones, muchas veces confusas o lentas, llenas de hipótesis y dudas.
Con una enorme repercusión que llega hasta la actualidad, en la década de los ’80 otro caso policial movilizó a toda Francia: el asesinato del pequeño Grégory Villemin, un niño que desapareció repentinamente mientras jugaba en el jardín de su casa, ubicada en un pequeño pueblo rural, y que apareció sin vida poco después en un río atado de pies y manos.
La foto con la cara de Grégory, que nació hace 40 años en una localidad ubicada al noreste de Francia y apareció asesinado con apenas 4 en la misma zona, recorre desde entonces todos los medios de su país. Hasta Netflix estrenó una serie documental con su historia en 2019 y en su momento la escritora Marguerite Duras fue convocada por el diario Libération para hacer una crónica sobre lo ocurrido.
Cuando se conoció el caso las revistas lo llamaban “el niño sonriente”. No pasó mucho tiempo hasta que se empezó a hablar de un oscuro entramado familiar, de una venganza, de una muerte anunciada en múltiples amenazas escritas y telefónicas; se llegó a acusar del crimen a su propia madre. Sin embargo, y pese a que hubo distintas causas judiciales y dos jueces que intentaron investigar lo sucedido, todavía se sigue buscando al responsable de un asesinato inquietante que tuvo lugar hace 36 años.
LAS AMENAZAS DEL “CUERVO”
Tal como se puede ver en Grégory, la serie documental lanzada por Netflix en 2019 donde se cuenta el caso, los numerosos miembros de la familia Villemin vivían repartidos en distintas localidades del departamento de Los Vosgos, una zona montañosa en el noreste de Francia.
De origen humilde, a mediados de la década de los ’80, Jean-Marie Villemin, obtuvo un ascenso en su trabajo y pasó a desempeñarse como capataz en la fábrica donde trabajaba, con apenas 26 años. Esto llevó, según se cuenta en el documental y en la prensa francesa, a tener cierta rispidez con su entorno.
Hermanos, allegados, primos y lugareños de la localidad de Lépanges-sur-Vologne, donde vivía, comenzaron a ver cómo el joven de a poco mejoraba su nivel de ingresos y su calidad de vida. Llegó, incluso, a construirse una casa confortable alejada del resto, a la que fue a vivir con su esposa, Christine y con el primogénito Grégory, que nació en agosto de 1980.
Hasta que en septiembre de 1981, esa vida que parecía soñada empezó a convertirse en una auténtica pesadilla: tanto los padres de Grégory como sus abuelos, Albert y Monique Villemin, y otros miembros del clan, empezaron a recibir llamadas telefónicas sospechosas y cartas anónimas con amenazas en las que acusaban a Jean-Marie de haber hecho algo por lo que este misterioso personaje quería vengarse. Lo llamaban “el jefe”, por el nuevo rol que había asumido y le enviaban mensajes escritos a su casa.
Hacia 1983 las comunicaciones anónimas se interrumpieron y la familia, luego de meses de vivir tomando recaudos para sentirse segura, de a poco recobró la tranquilidad. Todo parecía haberse normalizado hasta el 16 de octubre de 1984. Christine, la mamá de Grégory, se presentó ante la policía para denunciar que su pequeño hijo de 4 años había desaparecido.
La mujer, que dijo estar en el interior de su casa aquella tarde luego de su jornada laboral, informó que perdió contacto con el niño mientras él jugaba en la parte delantera del jardín, en una montaña de grava con una palita plástica.
Todo fue estupor en Lépanges-sur-Vologne y la preocupación se incrementó todavía más cuando uno de los tíos de Grégory, Michel Villemin, señaló que cerca de las 17.30 recibió un llamado telefónico en el que se informaba que el niño había sido secuestrado y arrojado a las aguas del río Vologne.
Esa misma noche, cerca de las 21, el cuerpo del pequeño de 4 años fue encontrado por los bomberos locales con las manos y los pies atados y un gorro de lana que le cubría la cara. Flotaba a la orilla del río, a seis kilómetros de su casa. Quienes lo vieron señalaron que su rostro transmitía mucha paz y que no tenía golpes ni signos de violencia.
Mientras la policía local comenzó con las primeras investigaciones, un día después del hallazgo la familia se vio sacudida por un nuevo escrito anónimo que volvía a tener a Jean-Marie como destinatario: “Espero que mueras de dolor, jefe. Tu dinero no podrá devolverte a tu hijo. Aquí está mi venganza, bastardo”. La carta había sido enviada desde la propia oficina postal del pueblo casi al mismo momento de la desaparición de Grégory.
La prensa, que de inmediato viajó hasta la zona donde tuvo lugar el crimen, no tardó en apodar al autor anónimo de los mensajes como Le Corbeau (El Cuervo), una denominación de la jerga francesa para referirse a quien envía cartas de este tipo, que fue popularizada por una película de ese país, en 1943, llamada justamente Le Corbeau.
PRIMERAS DUDAS SOBRE EL ENTORNO FAMILIAR
Tal como resumió el diario regional francés L’Est Républicain, que, como la mayoría de los medios franceses, hizo un informe exhaustivo del caso, a partir del 18 de octubre los investigadores comenzaron una búsqueda por la zona para dar con el posible asesino de Grégory.
Entre las medidas que se tomaron, decidieron llevar adelante una curiosa pericia caligráfica entre allegados y familiares de los Villemin. Como contaban con las cartas enviadas por el misterioso Cuervo como prueba, pretendían hallar similitudes entre el trazo de esos anónimos y la caligrafía entre las casi 140 personas, a quienes la policía reunió y les hizo una suerte de dictado usando las mismas palabras del último escrito recibido por Jean-Marie.
Dos días después, tuvo lugar el entierro de Grégory en el cementerio local, en medio de la tristeza y las dudas que se incrementaban alrededor del clan Villemin. Tal como señalan varios entrevistados en el documental de Netflix, algunos creían que el asesino del pequeño podía estar en ese lugar, entre quienes lloraban y llevaban adelante aquella triste despedida.
Mientras la pesquisa avanzaba, se hizo un identikit de un sospechoso que estuvo merodeando el correo local el día del crimen. También realizaron peritajes y encontraron huellas de automóviles cerca del lugar donde se encontró el cuerpo de la víctima. Se intentó llevar adelante un simulacro con un muñeco arrojado al río, para tratar de determinar cómo podrían haber sido las últimas horas de niño.
El 30 de octubre los resultados preliminares de la pericia caligráfica sorprendieron a todos: un experto aseguró que el Cuervo podría ser Bernard Laroche, primo del padre de Grégory y el hombre termina detenido.
Un testimonio reforzó la hipótesis: Murielle Bolle, la cuñada de Laroche que en ese momento tenía 15 años, afirmó que había visto cómo el hombre se había llevado en su auto a Grégory. Poco después, sin embargo, la adolescente se arrepintió de sus dichos y aseguró que en realidad los gendarmes que la interrogaron la presionaron para que acusara a su cuñado como el responsable del crimen.
Que un miembro de su familia estuviera involucrado en el asesinato de su hijo enfureció a Jean-Marie, quien le aseguró al periodista Jean Ker –un trabajador freelance que llegó hasta la zona para mandar crónicas y fotos para la revista Paris Match y uno de los testimonios más impactantes del documental de Netflix– que estaba dispuesto a matar a su primo.
Para esta altura, el caso estaba en manos de un personaje bastante sorprendente para la época, el juez Jean-Michel Lambert. La enorme cantidad de periodistas que invadió la tranquila zona de los Vosgos se deleitaba buscando las declaraciones del hombre, que intentaba mostrarse hiperactivo en una causa que atraía tanto como aterrorizaba al país. En varias ocasiones, se trataba simplemente de gestos.
EL FOCO SOBRE LA MADRE
En noviembre, el testimonio de cuatro compañeras de trabajo de la madre de Grégory cambió de alguna manera el curso de la investigación: las mujeres aseguraban que el día de la desaparición del niño vieron a Christine salir de su oficina antes de las 17 y dirigirse luego a la oficina postal de Lépanges, donde habría depositado varios sobres con cartas. Christine, sin embargo, afirmó entonces que ellas estaban equivocadas, que aquello había sucedido el día anterior a la muerte de Grégory.
Aunque hubo careos entre todos y no se pudo terminar de acreditar la versión, este fue el primer paso para que la madre de la víctima quedara en la mirada de muchos como la autora del asesinato. La cara de Christine llegó a las principales portadas y sobre ella pesaron todo tipo de acusaciones.
Esto, además, se reforzó con la aparición de un abogado y un periodista con gran influencia sobre el juez de la causa, que en febrero de 1985 dejó en libertad a Laroche, que seguía siendo investigado.
En marzo, enfurecido porque la causa seguía sin mayores avances y el magistrado parecía firme en su idea de culpar a la madre de Grégory, Jean-Marie Villemin tomó un rifle y asesinó a su primo. Por ese crimen, el padre de Grégory fue condenado a cinco años de prisión.
Mientras tanto, Christine seguía en el ojo de la tormenta. En julio de 1985 quedó formalmente acusada y fue detenida: los investigadores aseguraban que la letra de los mensajes anónimos se parecía a la suya y que se había encontrado en su casa una cuerda similar a la usada para atar de pies y manos a Grégory.
Poco después, como la mujer estaba embarazada de su segundo hijo y había iniciado una huelga de hambre como protesta, las autoridades decidieron su excarcelación. Por estos días, la escritora Marguerite Duras publicó la crónica donde acusaba a la madre de Grégory del crimen.
En septiembre de ese año nació Julien, el segundo hijo de Christine y Jean-Marie, mientras la investigación de la muerte de Grégory parecía frenada. Jean-Marie Villemin, por su parte, como pasó mucho tiempo preso sin condena, luego de un juicio abreviado quedó en libertad.
Recién en 1993, luego de más pericias, búsquedas en la zona y nuevas fuerzas policiales en la pesquisa, la madre de Grégory fue totalmente absuelta de culpa y cargo.
Para entonces, un nuevo juez llegó a la causa: Maurice Simon. Según contaron sus colaboradores cercanos en el documental de Netflix, a varios les llamó la atención que el magistrado, a poco de retirarse, aceptara hacerse cargo de un caso tan complejo. En los medios lo mostraban como la antítesis de Lambert, que para entonces decidió tomarse un año sabático.
El nuevo juez decidió solicitar nuevas declaraciones testimoniales y llevar adelante otras acciones para esclarecer lo sucedido.
De hecho, a mediados de los ’90 se incorporó una nueva hipótesis para el crimen. Según los resultados de nuevas pericias, a Grégory quien lo secuestró podría haberle inyectado insulina o algún tipo de sedante antes de arrojarlo al agua. Es por eso que su cara, según informaron los investigadores, habría aparecido con un gesto de calma. En la familia Villemin había algunas personas diabéticas, por lo que la lupa volvió a ponerse sobre el clan.
Cuando parecía que el rompecabezas empezaba a armarse un nuevo episodio conmovió a todos: el juez Simón tuvo un sorpresivo problema cardíaco que lo dejó prácticamente postrado. Además, dejó de reconocer a sus allegados y empezó a perder la memoria. Más de un medio periodístico se refirió a este episodio como una muestra más de un expediente “maldito”.
Más adelante, ya sin Christine acusada, un tribunal de apelaciones volvió sobre la posibilidad de que Laroche fuera el culpable. Marie-Ange, su esposa, y Murielle, la cuñada adolescente que lo había culpado, tuvieron que brindar nuevamente su testimonio.
En 1994 los padres de Grégory decidieron dar su última entrevista televisiva y desde entonces se mudaron a las afueras de París.
Sin saber qué ocurrió con su primogénito, siguen con las apelaciones para que alguna vez se pueda dilucidar la verdad en el caso que hasta la actualidad conmueve a Francia. La pareja tuvo tres hijos y el Estado francés los indemnizó con 70 mil euros por el mal desempeño de la justicia.
En julio de 2017, otra noticia sacudió a la opinión pública y volvió a llevar el caso Grégory a las primeras planas: después de estar casi tres años retirado, el juez Lambert se quitó la vida en su oficina.
En una especie de carta de despedida, el magistrado aseguró que sobre lo ocurrido con Grégory “no se conocerá jamás la verdad”. Otra vez se volvió a hablar de una suerte de “maldición” que rodeaba al caso.
El estreno del documental de Netflix en 2019 reavivó el interés por el asesinato del “niño sonriente” de Francia y en las redes sociales se multiplicaron los pedidos de justicia. Pero el misterio sobre el atroz crimen de Grégory, después de tantos años, sigue sin resolverse.
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