Hay historias e historias. Esta es una de las trágicas y que se podría haber evitado solamente prestando atención a las innumerables señales de que la demencia estaba cercando, de manera fatal, a Andrea Pía Kennedy de Yates. Pero ni su marido, ni su suegra, ni siquiera los médicos o su propia madre, fueron lo suficientemente rápidos de reflejos y empáticos para prevenir el horror que un día de 2001 los asolaría.
Bulimia y buenas notas
Andrea Pia Kennedy nació el 2 de julio de 1964, en Hallsville, Texas. Era la menor de los cinco hijos de una pareja muy devota y cristiana: Jutta Karin Koehler, inmigrante alemana, y Andrew Emmett Kennedy, un hombre de origen irlandés.
Durante su adolescencia comenzaron los primeros indicios de que algo andaba mal en su vida. Primero manifestó un desorden alimenticio: bulimia. Luego, su ánimo decayó y tuvo una depresión. A los 17 años, le llegó a confesar a un amigo que, cada tanto, la asaltaban ideas suicidas. Pese a eso, en los estudios, le iba muy bien: Andrea era la mejor de la clase en la secundaria Milby y ostentaba el título de capitana del equipo de natación.
Se graduó en 1982 y empezó a estudiar enfermería en la Universidad de Houston. Terminó por recibirse en la Escuela de Enfermería de la Universidad de Texas. Desde 1986 hasta 1994 trabajó como enfermera en el MD Anderson Cancer Center. Era querida y respetada por sus compañeros. Su aparente normalidad no tenía correlato con lo que ocurría dentro de su cabeza donde anidaban confusas angustias.
Luego de un fracaso amoroso, a los 24 años, tuvo una segunda depresión. Un año después, en el verano de 1989, conoció a Russell “Rusty” Yates. Eran vecinos en un complejo de departamentos llamado Sunscape, en Houston. Fue un flechazo. Al poco tiempo se mudaron a vivir juntos.
El 17 de abril de 1993 se casaron. En la misma boda anunciaron que “buscarían tener tantos bebés como la naturaleza lo permitiera”. Para materializar sus deseos compraron una casa de cuatro habitaciones en Friendswood, Texas. Era lo suficientemente grande para todos esos hijos con los que soñaban.
Una madre inestable
La pareja, por convicción, no utilizaba ninguna técnica para evitar concebir así que rápidamente Andrea quedó embarazada. El 26 de febrero de 1994 nació el primogénito, Noah Jacob. Fue justo en ese momento que a Rusty, un experto en computación de la NASA que ganaba unos 80 mil dólares anuales, le pidieron por razones de trabajo vivir seis meses por año en Florida. Decidieron trasladarse los tres hasta allí. Se instalaron en una pequeña casa rodante.
El segundo hijo, John Samuel, nació en Florida el 15 de diciembre de 1995. Para ese entonces Andrea solo se dedicaba a su familia, hacía tiempo que había dejado su trabajo como enfermera.
Cuando tuvo a su tercer hijo, Paul Abraham, el 13 de septiembre de 1997, surgió otro cambio en el empleo de Rusty. Debían mudarse a la ciudad de Houston. Rusty compró para la familia una gran casa rodante.
Hasta ese momento la vida de los Yates parecía discurrir de una manera normal. Pero la verdad era que, con cada hijo, el trabajo de Andrea se acrecentaba y su cabeza bullía.
Los problemas graves emergieron con el nacimiento de Luke David, el cuarto hijo varón de la familia, el 15 de febrero de 1999. Andrea tuvo ahí lo que todos creyeron era su primera gran depresión postparto.
El miércoles 16 de junio de 1999, llamó a su marido porque estaba extremadamente ansiosa y no podía manejarlo. Rusty regresó a su casa y la encontró fuera de sí, temblando y mordiéndose las yemas de los dedos. Le costaba hablar, pero aun así logró decirle que necesitaba ayuda.
Al día siguiente Rusty condujo a su mujer y a sus cuatro chicos a la casa de sus suegros. Creyó que allí estaría mejor contenida. Pero esa misma tarde, mientras el resto de la familia dormía la siesta, ella se tragó de un saque 40 tabletas de un poderoso sedante que tenía recetado su padre. La dosis era suficiente para matarla, pero su madre Jutta la encontró a tiempo para llevarla al hospital donde le salvaron la vida. Esta sobredosis constituyó el primer intento concreto de suicidio.
Aquellos desequilibrios anímicos de su adolescencia habían retornado potenciados, profundizados. Tuvo que ser internada en un establecimiento psiquiátrico donde le recetaron varios antidepresivos.
Como era el primer episodio severo, una vez estabilizada, le dieron el alta. Pero tres semanas después, Rusty enfrentó otra escena pavorosa: encontró a Andrea en el baño mientras apretaba un cuchillo contra su propio cuello y le rogaba que la dejara morir. Fue derivada, una vez más, a un sanatorio y tratada con un cóctel de medicamentos, entre ellos un fármaco antipsicótico. Su condición mejoró de inmediato y, al volver a casa, le indicaron continuar con esa droga.
Después de tantos sustos y peripecias, Rusty decidió que era el momento de trasladar a su familia de la enorme casa rodante a una tradicional. Quería tener bajo control la salud de su esposa. Se instalaron en un barrio en las afueras de Houston, pero la estabilidad no duró. Un mes después, Andrea tuvo un nuevo ataque de nervios que culminó con dos intentos de suicidio y dos hospitalizaciones psiquiátricas consecutivas. Los profesionales, por fin, dieron un diagnóstico: Andrea tenía psicosis posparto.
Esta enfermedad es muy poco frecuente (afecta a una de cada mil madres y no hay que confundirla con la depresión postparto) y se caracteriza por pérdida del sentido de la realidad y por provocar alucinaciones y alteraciones graves del comportamiento.
La primera psiquiatra de Andrea, la Dra. Eileen Starbranch, declaró que ella le había indicado al matrimonio que lo mejor era no tener más hijos porque cada parto le garantizaría a Andrea “una futura depresión psicótica”.
Rusty desoyó el consejo y Andrea no estaba para tomar decisiones. Enseguida se volvió a embarazar y, por ello, en marzo de 2000 dejó de tomar la droga antipsicótica que tenía indicada. La religión jugaba un papel muy importante en la pareja y la anticoncepción no era bien vista. Rusty daba clases sobre la Biblia a toda la familia, cada tres días. Religión y procreación iban, para ellos, necesariamente de la mano.
Mary Deborah, la quinta hija, nació el 30 de noviembre de ese año. Andrea aparentaba estar bien. Aunque, como los chicos no iban a la escuela sino que estudiaban en casa, estaba siempre sobrecargada de trabajo. Muy exigida.
El 12 de marzo de 2001 murió el padre de Andrea. Padecía Alzheimer y ella, como hija y enfermera, había estado ayudando a cuidarlo durante los últimos siete años. Esta pérdida terminó de desencadenar su total derrumbe psicológico. Dejó de tomar todos los medicamentos, comenzó a autolesionarse y a leer la Biblia con obsesión. La bomba estaba por estallar. Dejó de hablar, de comer y de beber. Su enajenación era tal que también dejó de darle de comer a la bebé.
Inevitablemente, sobrevino una nueva internación. El 1 de abril de 2001, Andrea quedó bajo el cuidado del Dr. Mohammed Saeed quien la trató y, tiempo después, la dio de alta.
El 3 de mayo de 2001, Andrea volvió a tener una actitud peligrosa. En la mitad del día llenó la bañadera. Su conducta era rarísima. Además, se la veía como ausente, en una especie de estado catatónico. Volvió a ser hospitalizada. Su psiquiatra concluyó que Andrea había llenado la bañadera para suicidarse.
No pasaría mucho tiempo hasta que el doctor Saeed se enterara de que estaba equivocado. El 22 de mayo de 2001 Andrea salió de la clínica.
En el juicio, luego de los asesinatos, la misma Andrea Yates confesaría que había llenado aquella bañadera porque ya estaba pensando en ahogar a sus hijos, pero que después había decidido postergar el asunto.
Soy culpable
El miércoles 20 de junio de 2001, Rusty se fue como siempre a trabajar. Tenía una presentación que preparar sobre el progreso del sistema de instrumentación del vehículo espacial para el que trabajaba en la NASA. Si bien el psiquiatra que atendía a Andrea le había dicho que ella necesitaba supervisión permanente, Rusty estaba convencido de que sería bueno dejarla sola con los chicos, por breves períodos, para que no se volviera tan dependiente de la ayuda externa. De esa manera, pensaba él, ella no se desentendería del todo de sus tareas maternales.
Ese día Rusty había combinado con su madre, Dora Yates, para que fuera a reemplazarlo. Dora llegaría en una hora. No le pareció que sesenta minutos pudieran ser un problema y Andrea estaba bien. Eso creía él.
Esos sesenta minutos bastaron para que su mujer, de 37 años, ahogara uno por uno a sus cinco hijos.
Su confesión quedó grabada en un escalofriante video de 90 minutos. Así ocurrieron los hechos según la misma Andrea Yates. En el juicio, el orden de las muertes tendría una alteración a su relato y quedaría establecida tal como lo contamos a continuación.
Primero, ahogó a Paul, de 3 años. Lo puso boca abajo en la bañadera llena de agua y peleó con él durante unos minutos hasta que el niño dejó de luchar. Lo sacó de allí y lo llevó a la cama matrimonial, lo acostó boca arriba y lo tapó con una sábana. Luego, llamó a John, de 5 años, para que fuera al baño. Se resistió, pero ella logró introducirlo en el agua de todas maneras. Lo sostuvo boca abajo sumergido mientras él peleaba violentamente, hasta que se quedó quieto. Lo llevó también a la cama donde estaba Paul y lo tapó con la misma sábana. Fue entonces a buscar a Luke, de 2 años. Con la misma mecánica terminó con su vida. Increíblemente todo este tiempo la bebé Mary, de seis meses, había estado sentada en su sillita infantil dentro de ese baño llorando. La levantó y la llevó al agua. Le tomó otro par de minutos que su hija dejara de moverse. Entonces, llamó al mayor Noah, de 7 años. Él, obediente, entró al baño, Cuando vio a su hermana flotando en la bañadera confrontó a su madre y le dijo: “¡¿¿Qué le pasa a Mary??!”. Noah se dio cuenta de que algo andaba terriblemente mal y salió corriendo. Pero no tuvo suerte. Andrea lo alcanzó y lo arrastró por la fuerza hasta la bañadera donde estaba Mary. Allí tuvo que usar muchísima fuerza para hundirlo. En su batalla para evitar ahogarse, un par de veces, Noah pudo sacar la cabeza del agua y respirar. Pero Andrea terminó venciéndolo y en tres minutos logró su cometido. Recién entonces sacó a Mary y la puso en los brazos de John, en la cama de la suite. A Noah, lo dejó en el agua.
A las 9.48 Andrea Yates llamó al 911 y dijo que necesitaba que alguien fuera, pero no quiso explicarle a la policía lo que había hecho. Ante las reiteradas preguntas de la telefonista admitió que ella estaba enferma. Solo eso. Ocho minutos después, llamó a Rusty y le pidió que volviera a su casa enseguida.
Rusty estaba en su oficina del sexto piso de la Shuttle Vehicle Engineering de la NASA, con tres compañeros más de trabajo. Atendió su teléfono a las 9.56 horas. No había pasado siquiera una hora desde que habían estado juntos, desayunando en la cocina de su casa y comiendo pochoclo. Esa misma mañana él le había dado a su mujer la dosis diaria de la droga venlafaxina de 300 mg (la noche anterior le había dado 45 miligramos de mirtazapina, un antidepresivo mayor, combinado con una tableta soluble de 15 miligramos de la misma droga).
Al oír su voz, alarmado, le preguntó qué pasaba. Ella respondió con voz firme: “Es la hora”. Él inquirió: “¿Qué querés decir?”. Cuando le preguntó si alguien había sido lastimado, Andrea soltó una temible frase: “Sí. Los chicos. Todos ellos”.
Rusty llamó desesperado a su madre Dora y le pidió que se apurara en llegar, que algo grave había pasado.
En ese mismo momento, llegaba a la casa de la calle Beachcomber Lane número 942, en el sur de la ciudad de Houston, el oficial de policía, David Knapp, que se encontraba patrullando la zona.
En la puerta de la casa, de una sola planta y de ladrillo a vista, encontró a una mujer de largo pelo castaño. El diálogo fue el siguiente:
-Señora por qué necesita usted un oficial de policía.
-Acabo de matar a mis hijos
-¿Dónde están ellos?
-En la cama.
Knapp pasó por el living, sintió al perro ladrando en su jaula, caminó por un pasillo alfombrado con una moquette beige y lleno de fotos familiares y entró a la master suite. En el colchón king lo primero que el alelado Knapp notó fue un pequeño brazo sobresaliendo por debajo del acolchado. Había allí cuatro menores. Chequeó sus signos vitales. Estaban muertos. Al quinto hijo lo encontró flotando en la bañadera del baño boca abajo.
Nueve minutos después la casa se llenó de policías. Andrea sentada en un sillón azul daba los datos que Knapp le requería. En la mesa de la cocina podían verse los restos del desayuno: bowls con cereales. Y, en el piso, varios juguetes. En eso, un grito horroroso, llegó desde fuera de la casa que ya estaban precintando como la escena de un tremendo crimen. Había llegado Rusty, quien pasó por debajo de las cintas amarillas gritando: “¿¿¿Qué le hizo a mis niños???”.
Apenas la policía le confirmó lo peor, cayó al suelo llorando, gritando y golpeando el pasto con sus puños.
Rusty que había pensado una casa segura, que tenía los enchufes protegidos para niños, los bordes y ángulos peligrosos de los muebles cubiertos para evitar golpes, los gabinetes con productos de limpieza bajo llave, se reprochaba no haberlos protegido lo suficiente de su propia madre.
Juicio a la locura
En el primer interrogatorio en la comisaría, Andrea declaró que no estaba enojada con los chicos. Cuando le preguntaron desde cuándo estaba pensando en matarlos, ella respondió que desde hacía mucho tiempo, desde que descubrió que “no era una buena madre para ellos (...) y necesitaba ser castigada (...) no estaban creciendo de la manera correcta “.
Durante el juicio, celebrado a comienzos del año 2002, el fiscal Chuck Rosenthal solicitó la pena de muerte para Andrea Yates. El 15 de marzo de 2002, el jurado rechazó la pena de muerte, pero también rechazó la idea de la defensa que sostenía locura. La encontró culpable de cinco cargos de asesinato en primer grado y la sentenció a cadena perpetua, con la posibilidad de pedir la libertad condicional cumplidos recién los 40 años de cárcel.
El 6 de enero de 2005, un Tribunal de Apelaciones de Texas, revocó la condena. La clave fue que un psiquiatra y testigo de la acusación, el doctor Park Dietz, admitió haber dado un testimonio falso durante el juicio. Dietz había declarado que, poco antes de los asesinatos, se había emitido un episodio de la serie La ley y el orden en el que una mujer que había ahogado a sus hijos había sido absuelta de asesinato por demencia. La autora, y más tarde profesora de la Universidad de Yale, Suzanne O’Malley, que cubría el juicio para The Oprah Magazine, The New York Times Magazine, The New York Times Magazine y NBC News y, además, había sido guionista de La ley y el orden, informó que eso era mentira y que no existía tal episodio. El tribunal de apelaciones sostuvo de manera unánime que el jurado podría haber sido influenciado por el falso testimonio de Dietz. Era indispensable celebrar un nuevo juicio.
Antes de ser juzgada por segunda vez, Andrea confesó algo más al doctor Michael Welner. Le dijo que, el día que ahogó a sus hijos, había esperado con paciencia que Rusty se fuera a trabajar antes de llenar la bañadera porque sabía que él habría evitado que los lastimara. No sólo eso, además había planeado sacar de escena al perro familiar y por eso lo había encerrado en una jaula cuando lo normal era que estuviera suelto. Había querido evitar interferencias en su enloquecido plan para deshacerse de todos sus hijos.
El 9 de enero de 2006, ella se declaró una vez más inocente por razón de locura. El 1 de febrero de 2006, se le concedió la libertad bajo fianza con la condición de que fuera admitida en un centro de tratamiento de salud mental. El 26 de julio de 2006, después de tres días de deliberaciones, Andrea Yates fue declarada no culpable por demencia. Ella se comprometió a ser internada en el North Texas State Hospital-Vernon Campus. En enero de 2007, la trasladaron al hospital estatal de Kerrville en Texas, un centro mental de baja seguridad, donde vive hasta el día de hoy.
Los peligros de no escuchar
Una vez ocurridos los crímenes, todos tuvieron algo para decir o contar.
El padre y un hermano de Andrea habían sufrido de depresión. La enfermedad mental no era algo extraño en la familia. Jutta, su madre, que había vivido la Segunda Guerra Mundial en Alemania, tenía problemas con el alcohol.
Brian Kennedy, otro hermano de Andrea, le relató al periodista Larry King, en el programa Larry King Live de CNN, que Rusty le había dicho en 2001 que todas las personas deprimidas necesitaban una “patada rápida en los pantalones” para ser motivadas. La madre de Andrea, Jutta Kennedy, expresó haber tenido inquietudes porque notaba que Andrea no estaba lo suficientemente estable como para cuidar de sus nietos. Jutta no la veía en su sano juicio. Sobre todo, luego de haber presenciado en una ocasión como Andrea casi había ahogado a Mary, todavía una bebé, intentando alimentarla con comida sólida.
Por otro lado, el doctor Saeed alegó no saber que Andrea no era supervisada constantemente. Dijo haberse enterado de esto cuando llamó a Rusty luego de ver la terrible noticia en la televisión.
La primera psiquiatra que atendió a la acusada, la doctora Eileen Starbranch, manifestó haberse sorprendido cuando, durante una visita de la pareja al consultorio, ellos expresaron su deseo de no continuar con la medicación para que Andrea pudiera seguir teniendo más hijos. La profesional les había advertido que buscar más embarazos era sumamente peligroso para la psiquis inestable de Andrea. En su informe médico escribió: “¡Aparentemente, la paciente y su esposo planean tener tantos bebés como la naturaleza lo permita!”.
Rusty negó esto y declaró a la prensa que los psiquiatras nunca le dijeron que su esposa era psicótica ni que podía dañar a los niños; que, de haberlo sabido nunca habría tenido más hijos. Sin embargo, Andrea le reveló a su psiquiatra de la prisión, la doctora Melissa Ferguson, que antes de tener su último hijo “le había dicho a Rusty que no quería tener relaciones sexuales porque la doctora Starbranch había dicho que podría lastimar a sus hijos”. Pero Andrea le siguió contando que Rusty no le había hecho caso. Había seguido adelante con sus creencias religiosas procreadoras y la había convencido de que podía cuidarlos porque era una buena madre.
Según la familia de Andrea, Rusty desconoció los riesgos. Increíblemente, fue más allá. Luego de los crímenes siguió teniendo fantasías de tener más hijos con su mujer. Creía que, si ella era tratada con éxito en un centro de salud mental y tomaba la medicación adecuada, podrían hacerlo. Pensó, también, que una maternidad subrogada o una adopción podían ser soluciones para su destruida familia.
Estos pensamientos de Rusty horrorizaron a todos: a los familiares, a los abogados y a los psiquiatras. Tuvieron que convencerlo de que eso no sería jamás posible.
De todas maneras, Rusty insistió en desligarse de cualquier responsabilidad. Decía que había sido el doctor Saeed el responsable de reconocer y tratar adecuadamente la psicosis de Andrea, y no él que era médicamente inexperto. En el juicio testificó que nunca se había enterado de que Andrea había padecido alucinaciones y que escuchaba voces. Sostuvo, además, que cuando llevó a su mujer al consultorio del doctor Saeed, el médico se había negado a seguir dándole haloperidol. Y agregó que su esposa estaba demasiado enferma para ser dada de alta luego de su último ingreso en el hospital en mayo de 2001. Para él una combinación de antidepresivos recetados incorrectamente por dicho doctor, en los días previos a la tragedia, habría sido la causa del comportamiento violento y psicótico de Andrea: “Estaba tomando 450 mg de venlafaxina, entre otros medicamentos (...), estaba muy sobremedicada”, expresó Rusty. Cuando el psiquiatra le dijo que reduciría esa droga de 450 mg a 300 m,. Andrea incluso protestó y dijo que había investigado que ese antidepresivo no debería reducirse en más de 75 mg cada tres o cuatro días.
Según la doctora en salud mental, Moira Dolan, la “idea homicida” estaba en la etiqueta de advertencia del medicamento antidepresivo, que tomaba Andrea, como un efecto adverso raro. Dolan, que revisó el historial médico de Andrea a pedido de Rusty Yates luego del primer juicio, sostuvo: “Andrea había recibido venlafaxina en dosis variables desde poco después de su primer intento de suicidio en 1999”. Y siguió explicando que un mes antes de asesinar a sus hijos, su dosis diaria había aumentado a 450 miligramos, el doble de la dosis máxima recomendada.
Pero en medicina puede haber diferentes opiniones. La doctora Lucy Puryear dijo, con respecto a la administración de antidepresivos, que las dosis prescritas por Saeed no eran infrecuentes en la práctica y que no tenían nada que ver con su psicosis. Sugirió más bien que su psicosis había vuelto como resultado de que su médico había eliminado el haloperidol dos semanas antes.
A esta altura las discusiones médicas parecían estériles: los cinco chicos ya habían muerto en manos de su propia madre. Pero sí sirvieron para demostrar que Andrea estaba severamente enferma.
Religión y convicciones erradas
Con el caso candente, los medios de comunicación alegaron que Michael Woroniecki, un predicador itinerante a quien Rusty había conocido mientras asistía a la Universidad de Auburn, podía tener cierta responsabilidad en los crímenes. Las noticias amarillas se basaban en su mensaje de “fuego y azufre” y en ciertas enseñanzas encontradas en su boletín The Perilous Times (Los tiempos peligrosos) que la familia había recibido en varias ocasiones.
A raíz del veredicto de locura, el periodista de tevé, Chris Cuomo, dijo en ABC Primetime: “Las ilusiones (de Andrea Yates) fueron alimentadas por las creencias religiosas extremas de un extraño e itinerante predicador callejero llamado Michael Woroniecki…”.
Según esa nota, en los sermones, videos y llamadas telefónicas de Woroniecki a los Yates, los condenaba por vivir “un estilo de vida cristiano hipócrita”. Y les decía que sus hijos serían condenados al infierno por culpa de los pecados de sus padres.
El predicador obviamente, rechazó esas acusaciones. Y Rusty Yates dijo que la relación de su familia con los Woronieckis no era tan cercana como decían y que Woroniecki no fue de manera alguna el causante de los delirios de su mujer.
Mientras estaba en prisión, Andrea declaró que había estado pensando en matar a los niños durante dos años. Creía que sus hijos pensaban que ella no era una buena madre. Le dijo a su psiquiatra: “Fue el séptimo pecado mortal. Mis hijos no eran justos. Tropezaron porque yo era malvada. Por la forma en que los criaba, nunca podrían salvarse. Estaban condenados a perecer en el fuego del infierno”.
También afirmó que Satanás había influido en sus hijos y los había hecho desobedientes. Afirmó que luego de ahogarlos sus hijos irían “al paraíso”.
Su terrible vida inspiró, como suele pasar, a directores de cine y escritores. La película de terror norteamericana, Baby Blues, se estrenó en Estados Unidos el 5 de agosto de 2008, y fue hecha por Lars Jacobson y Amar Kaleka.
El libro del género true crime, “¿Estás sola ahí?”, de la periodista de investigación Suzanne O’Malley relata pormenorizadamente el caso y como el sistema falló para socorrerla. Fue publicado en 2004 antes del segundo juicio. En su descripción detallada de las enfermedades y de los diagnósticos médicos de Andrea sumó también la presunción de los profesionales de que ella sufriera además un desorden bipolar asociado. Y cuestionó responsabilidades. Sus dichos fueron aquellos mencionados antes en esta nota sobre la serie La Ley y el Orden y que posibilitaron que se llevara a cabo un nuevo juicio donde la acusada fue declarada insana.
La vida de Rusty
En agosto de 2004, Rusty solicitó el divorcio, afirmando que él y Andrea no habían vivido juntos desde el día de los asesinatos. El 17 de marzo de 2005 se concretó en los papeles. Unos meses después de eso, Rusty comenzó a salir con la que sería su segunda esposa, Laura Arnold, quien ya tenía dos hijos de un matrimonio anterior.
El 25 de marzo de 2006 Rusty se casó con Laura en la Iglesia de Cristo de Clear Lake, al sur de Houston. Tuvieron un hijo que hoy ya tiene 12 años. En 2015 ella solicitó el divorcio.
La madre de Andrea, Jutta Kennedy, siempre dijo que ella estaba convencida de que su yerno Rusty compartía alguna responsabilidad en la tragedia. Jutta, relató horrorizada: “Una vez que vinieron a mi casa, le dije a Rusty que Luke necesitaba ser cambiado y él respondió que bueno, que sería la primera vez. Me dijo: ‘nunca cambié un pañal antes’ ¡y era el cuarto hijo!”.
Jutta admitió no haber pensado jamás que su hija podía llegar a matar a los chicos, pero que se daba cuenta de que no debían dejarla sola con ellos: “Muchos se lo dijeron (a Rusty) que notaban que ella estaba en un espiral sin control... ¿Cuánta gente debería decírselo para que lo tuviera en cuenta?”.
Una familiar de Andrea, Cynthia Hunt, le narró al medio ABCNEWS’ KTRK que Rusty no ayudaba en nada a Andrea con los chicos, incluso cuando ella demostró tener depresión.
Rusty se defendió diciendo que había trabajado muy duro para que su mujer tuviera el tratamiento médico que requería.
Luego del último veredicto Andrea escribió una carta para su familia hablando sobre sus hijos. Su madre la leyó a los medios:
“Noah, fue mi primer hijo. Él era ¡tan preguntón! y su juego favorito era cazar mariposas Monarca. A John con su adorable sonrisa le encantaba hacer artesanías y era muy entusiasta. El precioso Paul ayudaba con su amor y era un amigo especial para sus hermanos. El bello Luke intentaba que los hermanos se llevaran bien y especialmente ayudaba a criar a su hermana pequeña. La bella Mary era una bebé tan querida con sus ojos azules. Le agradezco a Dios haber sido bendecida con tan preciosa familia”.
Rusty agregó que Andrea era una madre amorosa que nunca podría haber lastimado a sus hijos de no haber estado tan enferma mentalmente.
En el año 2015, a 14 años de la tremenda pérdida de su familia, Rusty Yates habló en el programa de Oprah Winfrey. Allí reveló que una vez al mes seguía llamando a Andrea y que una vez al año la visitaba en el hospital para enfermos mentales. Oprah quiso saber si él la había perdonado. Respondió que sí, pero explicó: “Nunca en realidad la culpé a ella, siempre culpé a su enfermedad”.
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