Quizás la mejor definición sobre la música de Bruce Springsteen la dio el famoso comediante Jon Stewart el día que lo homenajeó en los Kennedy Center Honors de 2009. Contaba Stewart que en 1976, cuando cada noche terminaba un show en un bar de New Jersey (ciudad natal de ambos), subía a su automóvil (un Gremlin, considerado el más feo de la historia de la industria norteamericana) y ponía un cassette de Springsteen: “Entonces todo cambiaba. No me sentía más un perdedor. Cuando escuchás un tema de Bruce ya no sos un perdedor. Sos un personaje dentro de un poema épico… sobre perdedores”.
Vamos un poco antes, a New Jersey. Una ciudad separada de New York apenas por un río. La hermana fea. La que trabaja mientras al otro lado del Hudson no se duerme. Un enorme suburbio industrial. De ahí viene Bruce Springsteen, del nacimiento en Long Branch el 23 de septiembre de 1949 y una niñez en el vecindario de Freehold. De una familia que mezclaba sangre irlandesa e italiana. De una educación católica en la escuela de la parroquia de Santa Rosa de Lima. De la veneración por Elvis Presley desde que lo vió por televisión en el Show de Ed Sullivan. De un padre chofer de ómnibus (Douglas) con problemas mentales y de alcohol, y una familia que se completaba con su madre, Adele, y su hermana Pamela. De una mudanza a la costa de Jersey, la zona de los astilleros, donde por primera vez tuvo agua caliente en el baño. De un barrio donde los padres de sus amigos eran “blue collar workers”, obreros de cuello azul, como les decían a quienes usaban mamelucos para trabajar. Y de la decepción.
En 1973, la crisis del petróleo (el embargo de los países productores que hizo subir hasta un 300% el precio del crudo) golpeó duro a los Estados Unidos. Se produjo la peor recesión desde 1930. El desempleo creció, muchas fábricas cerraron. Springsteen tenía 24 años a principios de 1974 cuando comenzó a trabajar en Born to Run. En el medio de esa grabación terminó el desastre de la guerra de Vietnam, en la que el joven Bruce había perdido dos de sus mejores amigos (Bart Haynes y Walter Cichon, ambos bateristas) y los jóvenes que habían estado en contra de mandar a sus amigos a ese conflicto veían cómo trataban a quienes regresaban. El sueño americano convertido en pesadilla. Esa historia la haría catarsis en otro álbum posterior: Born in the USA. Pero en ambos, la salida a la angustia es la misma: la ruta, marcharse del pueblo natal. De cualquier pueblo natal. A todo ese universo le cantó en esas ocho canciones de Born to Run. En poco menos de 40 minutos de rock’n’roll, soul y R&B.
Springsteen era The Boss, “El Jefe”, desde mucho antes de grabar su primer disco y de triunfar. Ya con su primera banda, The Castiles, se encargaba de pelear por el cachet y de repartir el dinero entre los integrantes. Luego hubo otras agrupaciones, hasta que se formó la que lo acompañó durante toda su carrera: la E Street Band. El nombre surgió porque ensayaban en esa calle del barrio de Belmar, en el garage de la casa de David Sancious, su primer pianista. Pero su nombre siempre figuró primero. “Desde el principio quise algo más que ser un solista, pero menos que estar en una banda donde cada uno tuviera un voto en las decisiones. La democracia en una banda de rock es. con pocas excepciones, una bomba de tiempo”, cuenta en su autobiografía, no casualmente llamada “Born to Run”.
Con la E Street Band ya se había hecho un pequeño nombre en los bares de la costa de Jersey. Comenzó a llamar la atención de muchos productores, pero fue John Hammond -el mismo que descubrió a Bob Dylan- quien lo llevó a Columbia Records, donde firmó su primer contrato discográfico. Encontronazo inicial: le pidieron que ante la prensa dijera que era neoyorquino. Se negó. Grabó Greetings from Asbury Park, N.J. (1972) y The Wild, the Innocent & The E Street Shuffle (1974). Ambos tuvieron muy buenas críticas. Pero a nivel comercial no rindieron lo que Columbia esperaba de él. Springsteen sentía que era injusto. “No habían invertido en mí lo suficiente -sostiene-. Muchas veces fui a radios para promocionar mi segundo álbum y ni siquiera sabían que lo había grabado”. Para peor, quien le había hecho firmar el contrato junto a Hammond, Clive Davies, ya no formaba parte de la discográfica. Al Jefe le quedaba una sola bala, y la tercera oportunidad debía ser un disparo certero, al corazón.
“The last chance to make it real” (La última chance que esto suceda”), le canta Springsteen a Mary (que en versiones preliminares fue Angelina, Chrissie y Cristina) en la colosal Thunder Road, la canción que abre Born tu Run. Se lo estaba diciendo a sí mismo. De eso se trataba todo cuando empezó a darle forma al disco, que aún no se llamaba así sino “Between flesh and fantasy” (“Entre la carne y la fantasía”), entre otros nombres. Era todo o nada. Vida o muerte artística.
Sin embargo, muchos creían en él. Jon Landau era un crítico musical de la revista Rolling Stone. El 9 de mayo de 1974 vio tocar a Springsteen una versión preliminar de la canción Born to Run en el Harvard Square Theatre de Cambridge. A pesar que no era el número principal (fue soporte de Bonnie Ratt), salió de allí alucinado. Y escribió en un diario de Boston llamado The Real Paper, “he visto el futuro del rock’n’roll, y se llama Bruce Springsteen”. Fue el punto de quiebre para el Jefe en muchos sentidos. A partir de ese momento, Landau se convirtió en amigo, manager (junto a Mike Appel hasta este álbum) y co-productor de la mayoría de sus discos, incluido Born to Run, claro.
Y así arrancó lo que sería el gran espaldarazo de su carrera. Lo relató él mismo en su autobiografía: “Escribí Born to Run sentado en el borde de mi cama, en una cabaña que acababa de alquilar en el 7 West End Court en West Long Branch, Nueva Jersey. Estaba por darme un tutorial intensivo sobre el rock’n’roll de los cincuenta y sesenta. Tenía una mesa pequeña con un tocadiscos al lado de mi catre, así que estaba a solo un paso de dejar caer la púa en mi álbum favorito del momento”. Lo que empezó en esa casa -hoy la Meca para los fans de Springsteen-, terminó seis meses después. Sí, 180 días para darle forma a una sola canción.
“Quería construir un disco que sonara como si fuera el último disco sobre la tierra. El último disco que oirías. El último que necesitaras escuchar. Un sonido glorioso... Y luego el apocalipsis”. El Jefe sabía lo que quería. El problema era que los demás tradujeran lo que urdía dentro de su cabeza y bajaba por sus manos hacia su piano, donde compuso todos los temas de este álbum. Soñaba con una mezcla de las melodías de Roy Orbison, el lirismo de Bob Dylan y el “muro de sonido” del productor Phil Spector, hacedor de Let it be, de Los Beatles. Esa técnica consistía en no dejar espacio para el silencio, llenar todo hueco posible con algún instrumento. Aquí, Charly García -otro fan de Spector- la llamó “estéreo maravillizado” en Sinfonía para adolescentes y Rock’n’roll yo. Pues bien, Springsteen, después de batallar, lo consiguió: en Born to Run -la canción- hay 14 guitarras sobregrabadas.
Esa -la guitarra- fue otra de las novedades que le aportó este disco. Pasó definitivamente de usar una Gibson Les Paul a empuñar una Fender Telecaster, comprada un par de años antes. En realidad tenía el cuerpo de una Fender y el mástil de una Esquire. Le costó 158 dólares y aún hoy lo acompaña. Claro que ahora está valuada en 5 millones de dólares.
La grabación fue tremenda. Comenzó en mayo de 1974 y duró 14 meses. Sólo la canción que da título al álbum demandó 180 días, como dijimos. Born to Run insumió casi la mitad de todo el tiempo que se trabajó en el disco. Después de ella, la E Street Band se quedó sin baterista y pianista. Ernest Carter y David Sancious se fueron para armar un conjunto de free jazz. Entraron Max Weinberg y Roy Bittan, dos pilares de lo que sucedió en el estudio. El ingeniero de sonido Jimmy Iovine y Jon Landau (que había tomado la producción) mudaron todo a Plant Studios de New York. El guitarrista Steve Van Zandt ingresó tan sólo después de darle indicaciones acerca de cómo comenzar el tema 10th Avenue Freeze Out con un arreglo de vientos.
Esa canción habla precisamente del origen de la E Street Band, cuyo único miembro permanente desde el comienzo en 1972 hasta hoy (además del propio Springsteen), es el bajista Garry Tallent, a pesar que el primer encuentro entre ambos terminó en una fuerte discusión. En su letra -que menciona a un artista en busca de músicos para tocar- Springsteen se llama a sí mismo “Bad Scooter”, y en uno de los párrafos señala que “Big Man se unió a la banda”. No es otro que el saxofonista Clarence Clemons, el miembro más influyente de la E Street Band, y el único que aparece en la tapa (cuando se desdobla) de Born to Run.
La fotografía de dicha portada fue hecha por Eric Meola el 20 de junio de 1975. Bruce y Clarence entraron al estudio con unos pocos cambios de ropa y sus instrumentos: saxo y guitarra. El cantante llevó algo más, quizás como amuleto: un pin del Fan Club de Elvis Presley de New York. Meola recuerda que sonaba un tema de los Rolling Stones, December’s Children. “No hubo ni estilista, ni maquilladora, ni peinadora, ni asistente. Sólo nosotros”. Por la diferencia de altura, Springsteen debió pararse sobre unas cajas. Meola disparó unas 600 tomas en dos horas.
En la imagen elegida, Springsteen observa de reojo a Clemons y se apoya sobre su espalda, mientras éste mira a cámara. Según Meola, “fueron tres segundos, hay sólo dos cuadros de esa secuencia”. Y se pregunta “¿Es, como han dicho tantos escritores, una declaración de amistad y camaradería entre los dos hombres? Si. ¿Fue una declaración deliberada y premeditada de Bruce sobre las relaciones interraciales? Probablemente no. Sin embargo, se convirtió en eso, y al incluir a Clarence desde el principio, Bruce eligió no sólo al miembro restante de la banda con el que más se identificaba, sino al único afroamericano. En un álbum de solos de saxofón, desde “Thunder Road” hasta “Jungleland”, parece una elección obvia. Y una brillante, que llegó a simbolizar mucho más de lo que cualquiera de nosotros podría haber imaginado”. Clemons falleció de un derrame cerebral en 2011. Su lugar en la E Street Band fue ocupado por Jake, su sobrino.
Musicalmente, el disco contiene algunas piezas claves, que aún son esenciales en cualquiera de sus maratónicos shows, que suelen durar más de tres horas. Aunque cuando estuvo en la Argentina en 1988 para el Concierto de Amnesty ¡Derechos Humanos ya! (la vez que Charly García lo paró en seco en camarines diciéndole “acá el Jefe soy yo”) no tocó ningún tema de este gran álbum, sí lo hizo en la fría y lluviosa noche de septiembre de 2013 en GEBA, la última vez que pisó nuestro país.
Thunder Road, la canción que abre el álbum, es una de las más aclamadas de toda la carrera de Springsteen. Él dice haber sacado el título en una película de Robert Mitchum de 1958 que no vió. El tono oscuro que Springsteen le imprimía a muchas de sus composiciones se notaba en las versiones primarias de Thunder Road, suavizadas gracias a que el baterista Max Wainberg lo convenció de cambiar alguna estrofa, como “esqueletos de los chasis de Chevrolets quemados” en lugar de la inicial, “esqueletos exhumados de tumbas poco profundas”.
En la canción, el protagonista le dice a su enamorada: “Así que estás asustada y pensás quizás ya no seamos tan jóvenes”. La explicación de Springteen es que “esas canciones fueron escritas inmediatamente después de la guerra de Vietnam, y todos se sintieron así. Había una gran sensación de temor e incertidumbre sobre el futuro y sobre quién eras, hacia dónde ibas, hacia dónde iba todo el país, todo eso estaba presente en la grabación”.
Born to Run, sin dudas, es el himno del álbum. La canción épica de la que habla Jon Stewart. Tanto es así que casi termina siendo el himno de New Jersey. Como el Estado carecía de uno, a Carol Miller, una presentadora radial, le pareció apropiado que ese tema, el más pedido en su estación, se convirtiera en la canción oficial. Lo que al principio pareció una broma llegó a discutirse en el Senado estatal. Finalmente, la idea se desechó por un motivo bastante obvio: no era precisamente una canción de amor a New Jersey, sino una invitación a marcharse de allí. Lo curioso es que, al cabo de los años, Bruce Springsteen regresó: hoy vive junto a Patti Scialfa (su mujer y cantante de la E Street Band) y sus tres hijos (Jessica, Evan y Sam), en una propiedad de 400 acres (161 hectáreas) en Colt Neck… New Jersey. Allí tiene sus caballos: su hija Jessica se transformó en una amazona y compite regularmente.
No muchos lo recuerdan, pero la canción que da título al álbum fue grabada tres meses antes de que saliera la versión de Springteen por otro artista. La registró el británico Allan Clarke, ex cantante de The Hollies, una banda de Manchester. A principios de 1975 necesitaba canciones para relanzar su carrera y le llegó ésta, firmada por un “tal Bruce Springsteen”. La grabó (se puede escuchar en youtube), pero la CBS, temiendo que fracasara, no la editó. Tremendo error. Lo hicieron después del exitazo que tuvo el Jefe, pero obviamente su versión pasó totalmente desapercibida.
El juego de siempre es intentar descubrir quién protagoniza las canciones. La chica del tema se llama Wendy. No se trata de alguien en particular, ni es pura casualidad tampoco. Sobre su cama, en la cabaña donde comenzó a pensar la canción, Springsteen tenía un póster de Peter Pan y Wendy, la niña que lo acompaña.
Jungleland, la canción más larga del álbum, fue la última en terminar de grabarse. Al día siguiente, Springsteen y la E Street Band debían comenzar una gira. Mientras el resto del grupo esperaba ensayando para el tour en un sector de los estudios, el Jefe y Clemons se encerraron a grabar el solo de saxo del tema. Estuvieron 16 horas, plasmarlo les ocupó toda la noche. “Eso fue una pesadilla”, recordó alguna vez Landau. “Tenía una visión en su cabeza. Y la única forma en que podía resolverla era a través de una cierta cantidad de prueba y error con Clarence. Y estaba en un final muy obsesivo en el álbum. A las 7, 8 de la mañana siguiente salieron del estudio, se subieron a una camioneta y comenzaron la gira”. ¿Valió la pena? Para quien escribe estas líneas sí: es uno de los mejores solos de saxo de la historia.
Era el final del camino, pero Bruce todavía no estaba conforme. Cuando escuchó una copia de la masterización final, dijo: “Es una de las mayores basuras que haya oído en mi vida”. Según Iovine, cuando lo tuvo en sus manos lo arrojó a una pileta. Entre Van Zandt y Landau lo terminaron convenciendo que debía “soltar” el material.
Con el tiempo, Springsteen se amigó con el álbum. En una entrevista con Rolling Stone recordó cómo fue realmente aquella primera vez que escuchó el álbum completo. “Perdí la capacidad de escuchar con claridad hacia el final de la producción. Después de todo ese tiempo, sólo oía lo que estaba mal, lo que pensaba que era débil. Fuimos al centro de Richmond, en Virginia y pedimos en una disquería que nos lo dejaran escuchar. El empleado nos mandó al fondo de la tienda y lo pusimos en un tocadiscos. Hoy creo que no quería dejarlo ir, no quería admitir que era lo mejor que podía hacer y que estaba listo. Era aceptar que nuestra fortuna iba a depender de lo que fuera, para bien o para mal. Fue traumático. Era todo lo que había y todo lo que iba a haber. Sentí que no habría más discos después de ese. Todos íbamos a caer por un precipicio al día siguiente... “.
Para una edición remasterizada, cuando la obra cumplió 30 años, lo volvió a escuchar completo por primera vez desde entonces. Y -cuenta-, lo que soltó fue un simple: “¡Wow!”
Born to Run salió a la venta el 25 de agosto de 1975. Hace 45 años. La recepción fue impresionante. Ha vendido más de 6 millones de copias sólo en los Estados Unidos e inspiró un documental: Wings for Heels, parte de la letra de Thunder Road. El 27 de octubre de ese año, Springsteen fue tapa de las dos revistas más importantes de los Estados Unidos: Time y Newsweek.
Pero con el Jefe nunca se sabe. Columbia lo promocionó con el slogan creado por Landau. Springsteen enfureció. “La decisión de etiquetarme como el futuro del rock fue un gran error y me hubiese gustado estrangular al tipo que pensó eso”, dijo. Para su concierto en el Hammersmith Odeon de Londres -uno de los mejores shows que se han grabado de su carrera- hizo quitar los afiches que anunciaban “finalmente el mundo está preparado para Bruce Springsteen”. La discográfica decidió cancelar todas las entrevistas.
A los fans poco les importó. Springsteen (que ha confesado cierto grado de bipolaridad y depresión, que trata desde 1982 a instancias de Landau), es uno de los pocos artistas -y el único rockero- en ganar el Oscar, el Golden Globe, el Emmy, el Tony y, por supuesto, una parva de Grammy: 20. Quizás a él, ésto último no le interese demasiado tampoco. De hecho, pasó muchísimo tiempo y pedidos de toda índole para que cediera una canción suya para un film, lo que hizo finalmente con Streets of Philadelphia. Quizás todavía, a los 70 años, esté buscando “llegar a ese lugar al que realmente queremos ir, donde vamos a caminar al sol, pero hasta que llegue ese momento, nena, los vagabundos como nosotros hemos nacido para correr”.
Seguí leyendo: