Ese 2 de marzo de 1998, cuando Natascha Kampusch, de solo 10 años, dejó su casa en el distrito vienés de Donaustadt para ir al colegio, era un lunes. Recién arrancaba otra semana de su vida normal y corriente. El día anterior había regresado de pasar el sábado y domingo con su padre, en Hungría.
Ese primer día de la semana escolar sería muy diferente a todos los vividos por ella hasta entonces. Porque ese lunes no volvería a casa. Ni el siguiente, ni el siguiente, ni el siguiente.
Así, durante ocho largos años.
Aquella mañana, mientras Natascha caminaba hacia su escuela, fue subida contra su voluntad a una furgoneta blanca. En la brevedad de un instante, su vida se detuvo y cambió para siempre.
Había sido secuestrada por el electricista y técnico en comunicaciones Wolfgang Priklopil, de 36 años.
Todo vendría a descubrirse muchísimo tiempo después, cuando ella ya hubiera cumplido los 18 años.
Antes de la pesadilla
Natascha María Kampusch nació en Viena, Austria, el 17 de febrero de 1988. Sus padres, Brigitta Sirny-Kampusch y Ludwig Koch, convivían desde hacía tres años y tenía, del primer matrimonio de su madre, dos hermanas mayores. Brigitta trabajaba como modista y fue haciéndole ropa a su futura suegra que conoció a Ludwig que solía acompañar a su madre. Los Koch eran dueños de una panadería del barrio. Nació así una relación entre Brigitta y Ludwig. Tiempo después, se fueron a vivir juntos y, antes de que naciera Natascha, pusieron un café en una esquina de la zona. Hubo, entonces, unos años de relativa felicidad.
Pero ya en la infancia de Natascha las peleas de la pareja eran una constante. En esas ocasiones, la pequeña se quedaba encerrada en su habitación escuchándolos discutir durante horas. Cada tanto, su madre se marchaba enojada de la casa por unos días… y volvía. Fue por esa época que Natascha comenzó a hacerse pis encima y a presentar cuadros de gastritis. Al final, sobrevino la separación y sus padres comenzaron otras relaciones de pareja. Natascha, que tenía 9 años, estaba muy angustiada y buscó refugio en la comida. Ingería alimentos de manera compulsiva.
En el verano de 1997 -según recordó en su autobiografía 3096 días publicada en 2010- vio en televisión una noticia que la dejó aterrada: una red de pornografía infantil había sido desbaratada. “Con espanto oí en la televisión cómo siete hombres adultos habían atraído, ofreciendo pequeñas cantidades de dinero, a algunos niños hasta una habitación preparada para abusar de ellos y grabarlo todo en videos que luego vendían por el mundo”.
En esas vacaciones, también se enteró por las noticias, sobre los asesinatos en serie de varias chicas de su misma edad, ocurridos en Alemania. Era horrible, pero reconoció que le había resultado tranquilizador ver las fotos de esas niñas: no se parecían en nada a ella. Eran delicadas y de contextura pequeña. Se convenció de que ella no corría ningún peligro porque no encajaba en el perfil que solían escoger esos brutales asesinos.
En la época en que fue secuestrada, la vida de Natascha se dividía entre la casa de su padre y la de su madre. Ludwig había comprado una pequeña vivienda en Hungría, justo en la frontera con Austria, para pasar allí con su hija los fines de semana. La verdad es que a Natascha el programa no le gustaba demasiado. Su padre tenía numerosos amigos y salía con ellos a bares y restaurantes. Siempre resultaba ser la única niña entre adultos. No era nada divertido.
El domingo previo al secuestro, antes de volver a Viena, su padre la llevó a un balneario. Tampoco le pareció entretenido. Luego, regresaron a la casa y, antes de emprender el retorno, su padre quiso dormir una siesta. Natascha lo escuchaba roncar mientras se preocupaba porque llegarían tarde ¡una vez más! a la casa de su madre. Seguro que habría pelea.
Arribaron dos horas y media después de lo pactado. Ludwig se apuró por hacerla descender del auto: no quería discutir con su ex mujer. Natascha recuerda haberle dicho “Te quiero”, a modo de despedida. Cruzó a oscuras el patio que separaba los bloques de edificios y entró a su casa. Su madre no estaba. Había una nota de ella al lado del teléfono que decía: “Estoy en el cine”. Natascha le escribió otra nota a su madre diciéndole que la esperaría en la casa de su vecina, un piso más abajo. Poco después, Brigitta volvió y se mostró enfurecida: “Otra vez llegaron horas más tarde y yo esperando sentada y preocupada. ¡¿Cómo puede tu padre dejar que cruces el patio sola en plena noche?! Podía haberte pasado algo (…)”.
Brigitta sostenía que el barrio se había vuelto hostil y peligroso. Le preocupaba que su hija anduviera sola, de día o de noche, por esos patios que rodeaban los altos edificios. Si Natascha contestaba mal los insultos y los cachetazos eran habituales. Sus padres solían ser duros con ella.
El día en que Natascha no volvió
En las semanas anteriores al secuestro, Natascha había conseguido que su madre la dejara ir sola al colegio. Había sido una verdadera conquista.
El día en que la niña no volvió, se puso el vestido con falda a cuadros de franela gris que le había dejado su madre sobre la cama. Luego, se abrigó con un anorak rojo. Todavía estaba enojada con Brigitta por el reto de la noche anterior y el cachetazo recibido cuando dio una mala contestación, así que salió sin despedirse. Iba fantaseando con la horrorosa idea de tirarse debajo de un coche, así su madre lamentaría haberle pegado.
Cruzó un par de callejuelas y jardines con dirección a la escuela. En un momento, levantó la vista y vio una furgoneta blanca estacionada. Delante de la camioneta, había un hombre parado. Cuando estuvo a unos dos metros, el hombre la miró directo a los ojos. Tenía una mirada muy azul y no le inspiró ningún miedo.
Natascha -que medía 1,45 metros, pesaba 45 kilos y tenía un par de bellos ojos claros bajo un tupido flequillo- dijo, años después, que ese señor le había parecido “frágil”.
Cuando pasó por delante de él, el hombre de la mirada muy azul la sorprendió tomándola veloz por la cintura. La introdujo en la camioneta en un segundo. Fue como en las películas. Así de imprevisto. Natascha no llegó ni a gritar.
Esa misma tarde empezaron a buscarla. Al principio, se especuló con la hipótesis de que la desaparición podía ser producto de una pelea con su madre. Pero esta idea de la fuga de hogar se abandonó cuando varios testigos declararon haber visto cuando metían a Natascha en una camioneta.
Una chica de 12 años, del mismo colegio, que caminaba detrás de ella, aseguró haber observado a un hombre subiendo a Natascha, por la fuerza, a una furgoneta Mercedes Benz blanca. Esa misma chica aseveró que, al volante, había otro hombre.
Otras dos personas más manifestaron haber sido testigos y hasta llegaron a decir que en la patente del vehículo estaban las letras G o GF (de Gänserndorf, un distrito de la Baja Austria).
La policía interrogó a los dueños de todas las camionetas de este tipo matriculadas en el país. Entre ellos, por supuesto, estaba Wolfgang Priklopil, un electricista y técnico en comunicaciones que había sido empleado de la empresa Siemens. El esfuerzo gigantesco que se hizo para entrevistar a cientos de dueños de furgonetas no dio el resultado que esperaban los investigadores. Por lo menos, eso fue lo que pensaron. La policía le creyó a ese electricista que decía usar su camioneta para trasladar los escombros de la obra que estaba realizando en su casa. Ninguno se molestó en revisar esa vivienda unifamiliar de Strasshof, situada a unos 16 kilómetros de la casa de Natascha Kampusch.
Wolfgang les dijo que esa mañana había estado solo en su casa y los detectives confiaron en ese hombre que parecía inofensivo y que carecía de antecedentes penales.
Estaban equivocados.
En el sótano de esa casa, Wolfgang había construido recientemente un calabozo: una pequeña habitación de cinco metros cuadrados donde escondió a Natascha de la mirada del mundo.
Cautiva... a 16 km de casa
Natascha fue llevada por Wolfgang hasta esa celda en el sótano de su casa. Su nueva “habitación” carecía de ventanas, de luz natural y de aire fresco. Para mover el espeso aire del ambiente solo había un ruidoso ventilador colgando del techo que daba un poco de olor a quemado. Esa noche, la pequeña Natascha le pidió que le dejara la luz prendida: la oscuridad le daba temor. Poco a poco aprendería a sobrevivir en ese espacio de 2,78 metros de profundidad, 1,81 de ancho y cuyo techo estaba a 2,37 m. Un cuartucho al que se llegaba reptando por un hueco que, a su vez, tenía una puerta de acero, que estaba oculta detrás de un aparador, en el sótano de la vivienda de Wolfgang Priklopil.
Los primeros seis meses, Natascha no traspasó ese hueco ni esa puerta blindada. Luego, su captor, empezó a dejarla subir, cada tanto, a bañarse y para obligarla a limpiar la casa. Eso sí: tenía que hacerlo casi desnuda y mirando siempre hacia el suelo.
A los dos años del secuestro, tuvo por fin acceso a una radio para escuchar las noticias. Y, desde junio de 2005, empezó a obtener algún permiso para salir al jardín de la casa.
Durante su cautiverio, Wolfgang Priklopil le puso a disposición algunos libros y se ocupó de su educación. La vivía amenazando. Le aseguraba que si pedía ayuda mataría a la persona que quisiera ayudarla y a ella misma. También le decía que, si se escapaba, él se suicidaría.
A pesar de todos los horrores a los que la empezó a someter con frecuencia (violaciones, humillaciones y golpes), también le festejaba los cumpleaños y celebraba con ella las Pascuas y la Navidad. Incluso, le hacía costosos regalos. Aunque también podía negarle la comida, dejarla en la oscuridad por largo tiempo o mantenerla despierta gritándole desde un intercomunicador que había colocado en su celda.
Los abusos sexuales (de eso ella contó muy poco) y los golpes se mantuvieron como costumbre a lo largo de los años.
Entre los 14 y 15 años, Natascha tuvo varios intentos de suicidio. A veces, Wolfgang se disculpaba, le compraba algo y le hablaba de sus sueños de una vida juntos. Y, una vez, hasta la llevó a esquiar. Aún así, las veces que salieron a la calle, Natascha estaba demasiado aterrada para hablar con la gente que encontraba en su camino y pedir ayuda.
La huida
Cuando ya se habían perdido todas las esperanzas de que Natascha estuviera viva, un día reapareció.
El miércoles 23 de agosto de 2006, Natascha estaba en el jardín de la casa limpiando el auto, un BMW 850i, a pedido de su secuestrador. Notó que Wolfgang Priklopil estaba muy distraído con una llamada telefónica. Mientras ella pasaba la aspiradora sobre el tapizado y las alfombras del vehículo, él se alejó del ruido para seguir hablando. Natascha se dijo “Ahora o nunca”, y salió corriendo por el jardín trasero y no paró hasta que se metió en la casa de una vecina.
Eran las 12.53. Inge, una mujer de 71 años, no entendía nada. Natascha estaba aterrada porque “tenía temor de que él asesinara a esa mujer, o a mí, o a ambas”.
Sin poder creer lo que estaba escuchando, Inge avisó a las autoridades. Kampusch fue llevada a una estación de policía en la ciudad de Deutsch Wagram. Ante los agentes se presentó correctamente diciendo: “Soy Natascha Kampusch, nacida el 17 de febrero de 1988”.
Fue identificada por una cicatriz en el cuerpo y, luego, por una prueba de ADN. Había sucedido un milagro, Natascha estaba viva. Y aunque pesaba casi lo mismo que cuando había sido secuestrada, estaba en buen estado físico y había crecido: medía 1,60 m. Su piel, por la falta de sol, era traslúcida, pero su inteligencia resultaba deslumbrante.
Sabine Freudenberger, la primera oficial de policía que habló con ella, quedó impactada por “su capacidad y su vocabulario”.
Wolfgang Priklopil, que ya tenía 44 años, primero la buscó frenéticamente. Luego llamó a su íntimo amigo, Ernst Holzapfel, para pedirle que lo fuera a buscar porque tenía una emergencia. Ernst acudió a su encuentro. Wolfgang se subió al auto y le pidió que apagara su teléfono celular para hablar sin interrupciones. Le dijo que estaba huyendo de un control policial porque había tomado alcohol. Ernst lo calmó y lo convenció de que lo mejor era que se presentara a la policía y dejara de huir. Creyó haberlo convencido y Wolfgang se bajó del auto. Mientras, la policía lo buscaba intensamente.
Antes de que pudiera ser hallado, Wolfgang Priklopil, se tiró a las vías del tren en las afueras de Viena. Su cuerpo decapitado fue recogido en un tramo entre dos estaciones.
Habían pasado ocho horas desde la fuga de Natascha.
La historia de esta bellísima e inteligente joven, de tez transparente, que se expresaba con suma propiedad conmocionó al planeta en pocas horas. Natascha había sobrevivido al horror, había vuelto de un oscuro inframundo. Había crecido sufriendo atrocidades y escondida en su propia ciudad.
Dinero, polémicas y tevé
Pero su retorno no fue todo lo idílico que cualquier persona hubiera podido imaginar.
Poco después de su autoliberación, su padre abrió una cuenta en un banco austríaco con el fin de recaudar fondos para el largo tratamiento psicológico que debería enfrentar Natascha y así superar los traumas sufridos.
Por otro lado, por los derechos de sus primeras declaraciones, ella cobró la enorme suma de un millón de euros. Estas situaciones con dinero de por medio la pusieron en el ojo del huracán de la opinión pública y de la prensa. Se empezó a desconfiar de sus palabras.
Habían pasado dos años cuando Natascha, con 20 cumplidos, se volcó a la conducción de un programa de entrevistas en la televisión local, un canal de Viena llamado Puls 4. El primer entrevistado fue el ex campeón de Fórmula 1 Niki Lauda. También intentó llegar a la familia real española para respaldar una naciente fundación caritativa.
Fue también en esos primeros años posteriores a su escape que las especulaciones sobre lo sucedido, las dudas y los rumores empezaron a acorralarla.
La gente comenzó cuestionarla. Corrían historias de todo tipo: que Wolfgang había sido asesinado por alguien de una red de pedofilia y su cuerpo puesto en las vías para simular un suicidio; que Natascha había matado a un hijo que podría haber engendrado con su captor en cautiverio; que ella no se había escapado antes porque era cómplice de los pederastas… Acusaciones terribles que la angustiaban. La solidaridad inicial se había disipado y se estaba gestando para ella un nuevo tipo de prisión.
Varios informes de los interrogatorios iniciales de Natascha Kampusch fueron filtrados a la prensa. En ellos, la víctima admitía haber tenido relaciones sexuales con su secuestrador “voluntariamente”.
Pero ¿qué relevancia podían tener estos dichos de alguien que había sido secuestrada siendo una niña de solo 10 años? ¿Qué querría decir “voluntariamente” en una menor que había estado privada de su libertad?
En 2009, los medios seguían dándole vueltas al asunto de su secuestro. Titulaban en primera página, por ejemplo, “Lo que oculta Natascha”. Sostenían que ella no había dicho toda la verdad sobre su encierro ni sobre el hombre que la había raptado. Algunos periodistas se lanzaron a realizar investigaciones paralelas a la policial y aprovecharon ciertos cabos sueltos que fueron hallando en el relato de Natascha Kampusch.
La revista alemana Stern averiguó que ella y su captor habían pasado unas vacaciones juntos en los Alpes. Y una exvecina de la madre de Natascha, Anneliese Glaser, declaró a un semanario que Brigitta Sirny-Kampusch conocía a Wolfgang Priklopil antes del secuestro de la niña porque ella misma había visto a Wolfgang en el local que tenía Brigitta que estaba allí para hacer unos trabajos de electricidad. El diario británico The Times sugirió que los padres conocían al secuestrador porque frecuentaban el mismo bar que él. Ningún vínculo pudo ser demostrado, pero los voraces medios hurgaban sin escrúpulos.
La justicia se pregunta y revisa el caso
Pero no eran solo los medios. Las investigaciones oficiales sostenían también la teoría de que Natascha no había dicho todo lo que sabía. Por ejemplo, dudaban sobre el tema de esa habitación en el sótano. Decían que no estaba lista cuando Wolfgang la secuestró. El acceso de Natascha a libros, periódicos y revistas y su viaje a la nieve eran también motivos que generaban dudas. ¿Por qué no había escapado antes? ¿Por qué Natascha había llorado desconsolada cuando se enteró del suicidio de su carcelero? ¿Por qué quiso identificar su cadáver? ¿Por qué se quedó con la casa donde estuvo encerrada tantos años y compró el coche de su secuestrador? Ella se defendió diciendo que eso era “parte de mi vida”. De hecho, se la llegó a ver arreglando el jardín de aquella casa que reclamó para sí.
Ludwig Adamovich, expresidente del Tribunal Constitucional pidió la reapertura del caso para despejar dudas. Le dijo a los medios: “Natascha Kampusch no contó todo lo que sabe. Y la policía, quizás porque era una víctima, por temor a su estado mental, no la interrogó adecuadamente, ni le puso delante las contradicciones de su relato”.
Adamovich tenía una lista de preguntas: “El cuarto del sótano donde dijo vivir recluida no estaba listo cuando la secuestró Priklopil. Es ilógico que hubiera preparado meticulosamente el secuestro, como se dice, y no tuviera listo el escondite. Además, la tesis de que este hombre actuó solo es cada vez menos plausible”. Las sospechas eran que Wolfgang podía haber hecho grabaciones para una red de pederastas.
Las declaraciones hechas por Natascha sobre su captor también le generaban dudas.
En su primer contacto con la prensa tras su gran escape, en una carta leída por su psiquiatra, Max Friedrich, ella dijo en referencia a Priklopil: “Fue parte de mi vida. Por eso, de alguna manera, me entristece su muerte. Es cierto que mi juventud es diferente de la de otros, pero, en principio, no tengo la sensación de haberme perdido nada”. En otra oportunidad aclaró: “Es imposible borrar de tu memoria a alguien con quien has pasado ocho años de tu vida”.
Los complejos sentimientos que podían embargar a Natascha pueden ser muy bien explicados desde la Psiquiatría. Para los psiquiatras esas palabras no significaban otra cosa que Natascha era víctima del síndrome de Estocolmo. Su captor había sido, durante ocho años cruciales, la única figura de su vida.
Pero los que dudaban siguieron tejiendo teorías: ¿Por qué Natascha no tuvo ningún apuro por reencontrarse con sus padres? ¿Era cierto lo que Ernst Holzapfelt, amigo y socio en los negocios de construcción de Priklopil, había conocido a Natascha, un mes antes de la fuga, y ella lo había saludado, como dijo el mismo Ernst, “con naturalidad y parecía contenta”? ¿Era Wolfgang Priklopil, el técnico electrónico de una multinacional, uno de esos pervertidos que actúa solo, o mantenía contactos con las redes de pedófilos de Viena?
Adamovich dudaba y por ello impulsó una nueva investigación judicial. Fue así que, en 2009, un equipo de la oficina de investigación federal, a las órdenes del fiscal de la ciudad de Graz, Thomas Muehlbacher, tuvo por encargo del Ministerio del Interior austríaco la titánica tarea de resolver todas las incógnitas. El rompecabezas era un verdadero desafío.
Agresiones y aislamiento voluntario
Ya para ese entonces, Natascha había vuelto a recluirse. Esta vez, por decisión propia. La gente en la calle la insultaba y la agredía. No solo eso, tenía que soportar ver, colgados en la web, videos que había grabado su captor. Muchos también le reprochaban que se hubiera hecho rica con su drama y aseguraban que ya no los conmovía.
Harta de los cuestionamientos, dejó de salir a la calle. Su nueva celda era un cómodo piso del centro de Viena, donde vivía sola entregada a sus pasiones: los cactus y la fotografía. Natascha le declaró, en 2009, al diario alemán Süddeutsche Zeitung: “Vivo como un ermitaño, tengo ataques de ansiedad”.
Su estrellato televisivo había quedado atrás. Las agresiones la habían dañado.
En 2010, Ernst Holzapfel reconoció que, cuando se encontró aquel día con su amigo antes del suicidio, él le había confesado el delito cometido. Ernst no se animó a decírselo a la policía por temor a las represalias.
Lo cierto es que el nuevo informe tampoco logró su objetivo de disipar las preguntas. El caso fue entonces sometido a dos revisiones más. La primera terminó sin grandes cambios. La segunda ocurrió en 2012, cuando el parlamento austríaco solicitó la reapertura del caso y reclamó la ayuda del FBI y de la Policía Criminal Alemana. El promotor de esta nueva investigación fue el expresidente del Tribunal Supremo, Johann Rzezut, que llevaba años insistiendo en que el secuestro de Kampusch no era obra de una sola persona. Sus sospechas eran que Wolfgang con su íntimo amigo, Ernst Holzapfel, se dedicaban a la distribución de pornografía infantil. Entre los contactos del teléfono de Wolfgang Priklopil, habían descubierto que al menos uno era un pedófilo.
También generaban dudas las ocho horas que separaron la fuga de Natascha y el suicidio de Wolfgang. ¿Qué hizo en esas horas? ¿Tuvo tiempo de eliminar sus archivos y limpiar la casa de pruebas?
Por su lado, Natascha ha negado siempre, de forma tajante, que hubiera alguien más implicado en el secuestro. Con justificada amargura se quejaba de haber sido convertida en sospechosa.
Esta nueva pesquisa culminó con 156 páginas. Allí, el presidente de la Oficina Federal de Investigación Criminal Alemana, Joerg Ziercke, dijo: “La investigación ha demostrado que Wolfgang Priklopil, con casi total seguridad, perpetró el secuestro solo”. Y agregó que no se pudo demostrar que el secuestrador tuviera vínculos con redes de pedófilos o sadomasoquistas. ¿Punto final? Parece que sí.
Otra de las teorías que circularon sobre la motivación que podría haber tenido Wolfgang no tenía nada que ver con redes de pederastia. Sostenía que el electricista, perturbado mentalmente debido a sus problemas con las mujeres, había secuestrado a una niña al azar para poder “moldearla como una esposa ideal”.
El infierno en primera persona
Wolfgang admiraba a Adolf Hitler y era desconfiado y paranoico. Según sus compañeros de trabajo era también un misógino y por ello no había tenido relaciones duraderas con mujeres. Wolfgang llamaba Bibiana a Natascha y le decía que era su dueño.
Ella, en su libro 3096 días, contó otra infinidad de cosas. Por ejemplo, que ese primer día del secuestro, ella le preguntó a su captor “¿Vas a abusar de mí?” y que él le respondió “Eres demasiado joven para eso”.
Lo cierto es que, desde el primer momento, Natascha dijo haber sentido que era “más fuerte” que su secuestrador, y que él “tenía una personalidad muy inestable”. Aseguró que si bien, al principio, no sintió “ningún miedo” porque su secuestrador le decía que, si sus padres pagaban un rescate, ella iba a poder volver a casa “el mismo día o el siguiente”, con el correr de las semanas ella cambió de manera de pensar. “Estaba segura de que me iba a matar de todos modos, por lo que pensé que lo mejor era usar los últimos minutos u horas de mi vida de forma útil para intentar hacer de algo... huir o hablar con él”, recordó.
Los primeros tiempos, Wolfgang la higienizaba metiéndola desnuda en una palangana: “Me fregaba como si fuese un coche, sin ningún sentimiento, ni segundas intenciones”.
Eso cambiaría tiempo después.
También relató cómo su captor llegó a golpearla hasta doscientas veces a la semana; la encadenaba a la cama que ambos compartían; la obligaba a raparse la cabeza o a trabajar semidesnuda como una esclava doméstica.
“Me agarraba por el cuello, me sumergía la cabeza en el fregadero y me apretaba la tráquea hasta que perdía el conocimiento”, confesó. Explicó que la obligaba a llamarlo “señor” o “maestro” y le repetía: “No sos Natascha, nunca más. Ahora me perteneces”.
En una entrevista que publicó el diario Kurier, se refirió al pasaje del libro en que cuenta la “humillación” y cómo Priklopil la trató “casi como una leprosa” cuando tuvo su primera menstruación. Otras tantas veces la hizo pasar hambre: “Quería impedir que me desarrollara como adulta. Era paranoide, enfermo (...). De lo contrario, no habría necesitado secuestrar a una niña”.
Sin embargo, Natascha también relata cómo su falta de contacto con otras personas, la hizo acercarse a su secuestrador: “Yo todavía era una niña y necesitaba consuelo, así que después de varios meses le pedí que me abrazara”.
A los 14 años Wolfgang la metió en su cama. De repente el mismo hombre que le pegaba le pedía amor. De lo sexual ella ha preferido no hablar mucho.
En sus páginas Natascha reveló que intentó terminar más de una vez con su propia existencia: “Yo sabía que no podía pasar toda mi vida de esta manera. Sólo había una salida: quitarme la vida (...). A los 14 años, intenté varias veces estrangularme con prendas de ropa. A los 15, traté de cortarme las venas con una aguja de coser”.
Los padres de Natascha no se salvaron de las críticas de su hija. Ella les dedicó varios párrafos en su obra y contó abiertamente la mala relación que tenían; los maltratos que sufrió en su infancia y de cómo se refugió en la comida y en el consumo de televisión.
Natascha, ya en la adolescencia, solía pensar en las cosas que se estaba perdiendo del mundo exterior como, por ejemplo, dijo “un novio”.
En la última etapa del secuestro, reconoció que Priklopil salía con ella a la calle. Natascha se mantenía callada por las amenazas. “No podía arriesgarme”, explicó.
Padre lejos, madre cerca
En esos ocho años de ausencia de Natascha, Brigitta Sirny-Kampusch, no cambió jamás la cerradura de su casa ni el modelo de su auto. Contra todo pronóstico, tenía esperanza de que su hija volviera a casa. En 2008, Brigitta se vio obligada a recurrir a los tribunales cuando un exjuez la acusó de maltratar y abusar de su hija y de haber planificado el secuestro. El funcionario perdió la partida contra Brigitta y fue condenado por sus dichos. De todas formas, Brigitta debió reconocer a la prensa que las relaciones con Natascha no eran fáciles y que el mismo día del secuestro la había abofeteado por una mala contestación.
Brigitta escribió también un libro sobre la angustiosa búsqueda de su hija: Años desesperados. Hoy tiene 70 años y mantiene con ella una buena relación.
La vida de Natascha fue relatada en la película chilena La Mujer de Iván, en 2011. En 2013, su libro 3096 días, se convirtió en un film alemán. Y la serie española La verdad, de 2018, se basó también en su caso. Brigitta y Natascha participaron, además, juntas en un docudrama sobre el secuestro, realizado por la televisión austríaca.
Con su padre, en cambio, las cosas se tensaron cuando él también escribió un libro de la mano de un periodista británico. Con crueldad puso en duda que su hija pasara gran parte de su cautiverio en un diminuto espacio bajo el garage de Wolfgang Priklopil. Este libro los separó.
Cuando recuperó su libertad, Natascha pasó por varias ocupaciones. Fue presentadora de televisión, autobiógrafa, guionista y escritora de no ficción. Todo eso la llevó a tener una vida muy holgada en lo que respecta a lo económico. Hizo campañas solidarias en defensa de los animales e incluso donó dinero para la familia de Josef Fritzl (el caso de otro monstruo austríaco que mantuvo presa a su propia hija en un sótano durante 24 años y con la que tuvo varios hijos producto de las violaciones reiteradas).
Durante esos 8 años que Natascha Kampusch pasó secuestrada muchos la creyeron muerta. La realidad es que sí enfrentó varias muertes: Wolfgang le mató su infancia, la despojó de su vida tal como la había conocido y asesinó su ingenuidad. Tuvo que aprender a ser Bibiana y a conformarse con estar viva.
Ni antes, ni durante, ni después de uno de los secuestros más mediáticos del planeta, la vida de Natascha Kampusch tuvo paz.