“Está allá, vení”, dice Vanesa con su voz de nena, mientras camina bajo el sol de invierno entre las plantaciones de repollo colorado y frutillas. Su papá camina a su lado pero cuando escucha lo que dice se adelanta, se dirige hasta un lugar preciso, frena, corre un pastizal y señala el piso. Lo que se ve a sus pies es una tapa de cemento; lo que no se ve es lo que había ahí abajo hace 10 años: un viejo pozo de al menos 23 metros de profundidad que, en un segundo, “se tragó” a Vanesa.
—Menos mal que adentro no había agua— suspira David, arrodillado frente al pozo. Ese fue el terror que sintió cuando lo llamaron a los gritos para decirle que la nena se había caído al pozo en el que antiguamente había funcionado una bomba de riego: que su nena de 3 años se hubiera ahogado.
Vanesa era una nena cuando su rescate se transmitió en vivo por televisión y sigue siendo una nena hoy: tiene 12 años, recién terminó la primaria y pone cara de desconcierto cuando su papá desliza un “ojalá que estudie” y le pregunta qué quiere ser cuando sea grande: “¿Contadora?”, arriesga Vanesa después, con más tono de pregunta que de certeza.
Era tan chica que tiene recuerdos difusos de ese 16 de noviembre de 2010: de la tarde en la que el suelo se desplomó y atravesó parada el tracto digestivo de la tierra, de las siete horas en las que estuvo atrapada en el estómago de un pozo de unos 30 centímetros de diámetro: es decir, una circunferencia apenas más grande que un plato.
Que estaba jugando con su primo José, saltando encima del pozo. Que la tierra se hundió de repente. Que abajo estaba oscuro y había sapos. Que los sapos le dieron miedo. Que sintió frío, porque no cayó abrigada sino en shorcito y remera. Que su mamá y su papá no estaban y que tardaron horas en llegar. Son recuerdos difusos en la memoria pero no en el cuerpo porque, aunque ya pasó una década, a Vanesa no le gusta estar afuera, entre el barro y las ortigas.
La desesperación, en cadena nacional
Claudia Calle es la mamá de “la niña del milagro”, como titularon algunos medios en aquel entonces. Vive en Argentina desde los 7 años, cuando su familia vino desde Bolivia, se instaló en esta zona rural de Florencio Varela y empezó una vida de inmigrantes dedicada a la agricultura. David Mamani -el papá de Vanesa- llegó a los 18 años, solo. Como era un trabajador rural, en este terreno le dieron trabajo y acá se conocieron. Tuvieron una vida discreta y de trabajo duro por eso todavía les parece “una película” lo que pasó ese día.
Entre todos enumeran las escenas que recuerdan en medio de la desesperación: los Bomberos Voluntarios de Florencio Varela debatiendo contrarreloj si hacer una zanja y correr riesgo de sepultar a Vanesa en un derrumbe o tirarle una soga y correr el riesgo de ahorcarla.
Un centenar de rescatistas yendo y viniendo por este mismo terreno listos para actuar, los helicópteros sobrevolando la casa, las sirenas de las ambulancias iluminando intermitentemente la entrada, el terreno cercado por los móviles de televisión, Daniel Scioli -entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires- arrodillado frente al pozo, Cristina Fernández de Kirchner -entonces presidenta- yendo a visitar a la pequeña sobreviviente con una muñeca de regalo. La visita, después, del entonces presidente de su país de origen, Evo Morales.
“Ese día nos habíamos ido al hospital a llevar a mi nene más grande que tenía un ojito hinchado”, cuenta Claudia a Infobae, mientras hace equilibrio entre las plantaciones de rabanitos. Tenían tres hijos: un varón de 5 años, Vanesa, de 3 y otro varón, que era bebé. Vanesa quedó al cuidado de las hermanas de ella, por eso estaba jugando con sus primos.
Fue el hermano mayor de la nena quien corrió a avisar: “Gritaba ‘¡mi hermanita, se cayó, se cayó’!”, cuenta Claudia. Cuando la llamaron, seguía haciendo fila en el hospital. No pensó que fuera tan grave, básicamente, porque no sabía de la existencia de ese pozo. No era un pozo que usaran ellos -interrumpe Segundino, el abuelo de la nena-: “Se ve que los dueños anteriores lo taparon pero nunca lo rellenaron, y uno confía”.
Cuando Claudia escuchó la suma de tres palabras -”pozo de agua”- dejó la fila y salió corriendo para su casa. “Pregunté si escuchaban su voz y me dijeron que sí, que lloraba y gritaba ‘¡sáquenme!, ¡sáquenme!’”. David también quiso llega rápido pero chocó en el camino con una moto, así que llegó a casa cuando ya estaban los helicópteros y el perímetro custodiado por la policía.
“Todo me pasó ese día, todo. Yo estaba estaba totalmente... ya con ese pensamiento malo, medio atormentado ¿viste? Todo perdido. Yo pensaba que se iba a morir. No era un hueco, era un pozo de 23, 24 metros para abajo, angostito. Imagínate al fondo de eso: pensé que le iba a faltar el aire, que no iba a poder respirar”, recuerda ahora.
Claudia llegó a su casa pensando en meterse al pozo para sacar a su hija pero se encontró con el terreno lleno de bomberos y un agujero por el que un adulto no pasaba ni de casualidad. “No sabía qué hacer, sentía un dolor profundo dentro del cuerpo pero pensé que si yo me ponía mal ella también iba a ponerse mal. No sé cómo me aguanté, lloraba pero adentro”.
Claudia escuchaba las voces de los Bomberos debatiendo estrategias y entendió que estaba anocheciendo y era clave que la nena no se quedara dormida para que pudiera colaborar en el rescate. El rol de Claudia fue hablarle, arrodillada, a las entrañas de la tierra para que su voz mantuviera despierta y tranquila a su hija.
“Ella respondía ‘tengo sueño’, ‘tengo hambre’, ‘quiero salir’, ‘quiero a mi papá’”, sigue Claudia. Finalmente el estrés la venció y se durmió en lo profundo pero ya habían bajado una cámara por el conducto -también oxígeno- y podían ver que estaba “paradita”. Su papá llegó, le habló para decirle que estaba ahí. “¿Si lloré? No. Aguanté, todo el tiempo aguanté”, cuenta David. “Yo pensaba ‘¿qué puedo hacer yo? No podía hacer nada. Y bueno, como somos muy creyentes, oré y lo dejé en las manos de Dios”.
Bajaron la soga varias veces pero no lograron que la nena entendiera que tenía que buscar la forma de levantar los brazos y pasársela por las axilas. Vanesa había caído a las 5 de la tarde y faltaban minutos para la medianoche cuando a su mamá se le ocurrió una idea clave: “Levantá los bracitos como cuando mamá te pone la chomba”, le gritó, y esperó que el túnel trasladara su voz. No se acuerda de las palabras exactas pero también le dijo que se agarrara fuerte de la soga. Vanesa no lo hizo la primera vez, ni la segunda, hasta que lo logró.
El resto es el video que emocionó al país: una nena en el interior de la tierra vista a través de una cámara, como si fuera una ecografía. Una soga adelante, haciendo las veces de cordón umbilical. Los abrazos de todos los que estaban alrededor del agujero, el llanto hasta de los bomberos cuando le vieron la cabeza afuera. Tal vez a eso se refiere David cuando dice que “verla salir fue como verla nacer otra vez”. La nena salió en silencio y enseguida lloró y con el llanto vinieron los alaridos, los abrazos entre los rescatistas, los políticos, la familia.
“Una desesperación…”, sigue él. Los padres querían alzarla pero los médicos la envolvieron en una frazada, le pusieron oxígeno, corrieron a una ambulancia y de ahí la subieron a un helicóptero. No había lugar para ellos en la nave así que fueron al hospital “El cruce” en una camioneta de la Policía.
—¿Ya estabas más tranquila, Claudia?
—No. No me quería separar de ella. Cuando llegamos al hospital me dijeron “tenés que firmar acá” y yo no quería firmar nada, tenía miedo de que me quitaran a mi hija por no haberla cuidado bien.
Le llevó mucho tiempo a Claudia sacarse de encima los mandatos de “la buena madre” disponible para todos sus hijos, para trabajar la tierra de día e ir al Mercado Central de noche y entender que lo que había pasado no era su culpa sino un accidente.
Hoy cree que su hija simplemente estaba jugando a saltar “porque le gustaba saltar en los charquitos de agua y el pozo estaba apenas tapado con una goma, ni siquiera con cemento, por eso se hundió”. Hoy, lo que se ve a los pies de David es una tapa de cemento porque, después del accidente, el municipio lo rellenó.
“Cada vez que nos acordamos de eso duele. Hablo y lloro”, dice Claudia, y se traga la emoción que viene con el recuerdo. Es que saben que podría haber salido sin vida, como pasó con Julen, el nene español que en enero de 2019 cayó a un pozo de 110 metros de profundidad y 25 centímetros de diámetro.
Es Segundino, el abuelo de Vanesa, quien interrumpe la angustia y trae la carpeta de recuerdos donde guardó, en folios, todos los recortes de los diarios en los que salió la historia. Él fue quien escuchó “no sé si tu nieta va a salir”, fue quien pensó que, si lograban sacarla, iba a estar “toda maltratada”, el mismo que ahora ve crecer a su nieta “grande y fuerte” y le guiña el ojo, con algo de alivio y también con admiración.
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