“Quien salva una vida salva al mundo”.
(Oskar Schindler)
A sus 23 años, Nicholas Winton -británico de culto judío- pegó un brusco golpe de timón.
De pacífico agente de cambios y banquero, desde el mullido sillón de su despacho, olfateó la tragedia: tras la Alemania vencida en la Primera Guerra Mundial y obligada a pagar millones por el Pacto de Versalles como castigo, tuvo una visión: un líder brutal con piel de cordero, jóvenes fanáticos, apaleos y despojos contra los judíos, y acaso la guerra.
¿Qué hacer desde su lujosa casa en Maidenhead, pequeño punto en el sur de Inglaterra?
¿Seguir simplemente como patrón de la vereda, como próspero burgués sin más complejidades que los cheques, los vencimientos, y regodearse con su repleta caja fuerte?
Eso, sin contar que sus padres, Rudolf, gerente de banco, y Bárbara, eliminaron algunas letras de su apellido original -Wertheim- tras mudarse a Inglaterra desde Alemania para integrarse en la aristocracia, se convirtieron al cristianismo y bautizaron al pequeño Nicholas, nacido en Londres el ¡19 de mayo de 1909!
Salvo desgracia alguna, lo esperaba una larga vida: murió el primer día de julio de 2015, a su casi increíble pirueta biológica: 106 años.
Pero un día de diciembre, el agente de bolsa, a punto de emprender sus vacaciones en Suiza y el consabido esquí, y mientras cerraba su despacho, sonó el teléfono.
Era su amigo Martin Blake: ”olvídate de los esquíes y ven a Praga. Te necesito...”
Apenas se encontraron, Blake le propuso que lo ayudara con uno de los campos de refugiados:
-Hay muchos chicos de origen judío que viven peor que ratas.
No fueron necesarias más palabras. Fue como si un hierro candente le quemara el pecho.
Montó una oficina en un hotel donde había decidido vivir, y su cerebro -una máquina de números- trazó un plan para sacar de allí a tantos niños judíos como pudiera.
Enterada la comunidad checa, cientos de familias le imploraron piedad para los suyos.
Tantos fueron, que Nicholas abrió otra oficina en la calle Vorsisilska: ya era una empresa humanitaria...
Ante tal alud, Nicholas pidió ayuda a otros países... pero sólo Suecia se plegó sin condiciones. Gran Bretaña aceptó, pero sólo a mayores de 18 años, con familias ya dispuestas previamente, y pagando 50 libras por adelantado... ¡para pagar su viaje de vuelta!
Con filántropos así, ¿quién necesita uno?
El primer viaje empezó el 14 de marzo de 1939, en avión, seis meses después de que la bestial máquina de muerte de Hitler arrasara Polonia y desatara la guerra más sangrienta de los tiempos modernos.
Fueron siete viajes: el último, el dos de agosto de ese año.
Con tragedia: el octavo avión debía salir de Praga con 250 niños, pero -ya empezada la guerra-, las alas fueron cruz y sudario: jamás se supo de ellos, sumados a los 15 mil masacrados en Checoeslovaquia.
Nicholas salvó la vida de 669 niños: una hazaña que, en lugar de homenajes, quedó en secreto y olvidada durante medio siglo, hasta que Greta, su mujer, encontró un viejo portafolios que escondía la verdad, papel por papel...
Se los llevó a Elisabeth Maxwell, mujer de Robert, dueño de los diarios Daily Mirror y Sunday Mirror, y éste publicó la historia.
Alud: Nicholas pasó a ser héroe nacional, condecorado dos veces por la reina Isabel II, y honrado por la Cruz de primera clase -máxima medalla checa-, además de proponerlo como Nobel de la paz.
Pero lo que muchos ignoran es que Nicholas, el bolsista, el banquero, el filántropo, durante su emocionante cruzada, fue picado por el heroísmo....
En plena guerra y luego de salvar a los niños judíos, se preguntó si su misión había terminado en ese punto, y era hora de volver a su oficio.
Y dijo No. Se alistó en el ejército británico, y por si poco fuera, lucho como un león a favor de la Resistencia salvando, con sus compañeros, la destrucción de la incomparable ciudad de París, que Herr Adolfo, en caso de no tomarla, ordenó dinamitarla. ¿Alguien puede imaginar esa catástrofe contra la belleza?
Pero la alta edad que probaban los documentos del héroe le fueron desdibujando la memoria.
En 2014, poco antes de su muerte, recibió la Orden del León Blanco de Praga en una ceremonia que apenas entendió: era por los niños judíos salvados... pero apenas lo recordaba.
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