El mundo del cine es feroz. Todo es inestable y parece fugaz. La carrera de un actor se puede desmoronar en un segundo. Una mala elección del proyecto puede hundir una carrera. La competencia es permanente y los aspirantes demasiados. Eso hace que las relaciones entre los actores sean inestables, no demasiado extendidas en el tiempo. Los egos (fuera de control) hacen su trabajo. Sin embargo en muchos casos los sentimientos se imponen y se forjan grandes amistades entre estas grandes estrellas. Algunas fluyen con naturalidad, otras deben sobreponerse a escándalos, peleas y celos. Unas pocas, con espíritu simétrico, replican en la vida real lo que alguien mostró en pantalla. También están las que sólo funcionan como una pantalla. Esta es la historia de algunas amistades masculinas del mundo del cine.
Los dos trataban de obtener papeles en los que pudieran mostrar su talento. Mientras tanto debían conformarse con obras pequeñas, alejadas de Broadway, con castings frustrados y manteniéndose con trabajos mal pagos. John Cazale sintió alivio cuando consiguió manejar un taxi. Podía disponer de sus tiempos, ir a ensayos y no tenía que soportar jefes que lo maltrataran. Su mejor amigo, Al Pacino también se estaba abriendo camino. Se acompañaban, pasaban letra juntos, se avisaban de los diferentes castings. Se mudaron juntos a un pequeño departamento. Cazale en algún momento pensó que por su aspecto no podría hacer carrera en la actuación, que al fin y al cabo todo se trataba de un sueño trunco. La calvicie temprana, la cara alargada, los ojos apagados.
Pasado un tiemo, los críticos teatrales reconocieron a ambos. Obtuvieron algunos premios. Pese a la diferencia de edad (Cazale era 6 años mayor) su carrera parecía ir a la par. No era extraño: andaban todo el tiempo juntos. Hasta que Al Pacino recibió su primera gran oportunidad en el cine, El Padrino. Michael Corleone. Para otros de los papeles mientras consideraban a decenas de candidatos, Pacino sugirió que vieran a su amigo Cazale. Fred Roos, el director de casting, no podía creer lo que oía. Él ya lo tenía primero en sus preferencias luego de verlo en el teatro. Así John Cazale se convirtió en Fredo Corleone. Cazale murió pocos años después aquejado de cáncer de pulmón. Al Pacino y Robert De Niro fueron los garantes para que lo dejaran filmar El Francotirador, la película de Michael Cimino: como estaba muy enfermo la aseguradora no quería hacerse cargo de los posibles costos por volver a rodar las escenas si debían cambiarlo por otro actor. Cuidado por su novia Meryl Streep y acompañado por su amigo Al Pacino, John Cazale murió en 1978 a los 42 años. Tiene un récord imposible de igualar. Los cinco films en los que actuó estuvieron nominados al Oscar como mejor película: El Padrino, La Conversación, El Padrino II, Tarde de Perros y El Francotirador.
Otras amistades fueron mucho más duraderas, apoyadas en la longevidad y en un descomunal sentido del humor. Carl Reiner y Mel Brooks fueron amigos durante setenta años. Reiner, creador de El Show de Dick Van Dyke, y Mel Brooks se conocieron como guionistas del programa televisivo The Show of Shows (otro integrante de ese equipo creativo era Neil Simon). Era 1950. A partir de ese momento se convirtieron en inseparables. De noche, en los bares y en las fiestas a las que concurrían, desplegaban un número sólo para divertirse (e incomodar al resto de los presentes). Cada noche interpretaban distintos roles, como si no se conocieran. Esa rutina, gratis, sin público fijo, se fue haciendo conocida en Nueva York. Kenneth Tynan, posiblemente el crítico más influyente de teatro de la época, dijo que Mel Brooks era el mejor improvisador que había visto en su vida.
El dúo, sin actuaciones profesionales, pasó a ser considerado la mejor dupla cómica posible. Luego grabaron un disco con algunas de sus rutinas y se convirtió en un éxito enorme. Más de un millón de copias vendidas. Cuando Reiner creó El Show de Dick Van Dyke se inspiró en su amigo Mel para pintar uno de los personajes. Luego ambos triunfaron en la televisión, el teatro y en Hollywood. Lo particular de esta amistad es que empezó en 1950 y perduró con igual intensidad hasta hace 15 días, hasta la muerte de Carl Reiner a los 98 años. En un capítulo de Comedians in cars getting cofee de Jerry Seinfeld, se ve cómo los dos cenaban juntos cada noche mientras miraban televisión y comentaban el mundo con la gracia y lucidez de siempre. Porque ¿qué es la amistad sino comentar el mundo con alguien querido?
Otra de las célebres amistades de Hollywood fue la de Walter Matthau y Jack Lemmon, los actores de Extraña Pareja. Se conocieron en la producción de The Fortune Cookie de Billy Wilder. Pero poco antes del rodaje, a quince días del primer encuentro, Matthau sufrió un infarto. Su compañero lo fue a ver al hospital y ofreció su ayuda. Matthau le dio un sobre y le pidió que al día siguiente se lo entregara a un hombre que se iba a presentar en la puerta del estudio. Jack Lemmon cumplió con el cometido. El hombre con un lápiz sostenido en su oreja arrepollada, con nariz de boxeador y un saco dos números más grandes, abrió el sobre y contó con minuciosidad los billetes que contenía. Al terminar, levantó la vista y le dijo: “Digale a su amigo que cuando se recupere va a poder seguir apostando a los caballos”. Matthau y Lemmon forjaron una amistad inquebrantable pese a conocerse cuando ambos tenían más de treinta años. Actuaron en diez películas juntos, se presentaban a dúo en los late night shows y mantenían en la vida real la misma dinámica que en Extraña Pareja. Walter Matthau era el desordenado, el imprevisible (aunque en la vida real era, al contrario que su personaje, muy dedicado con su vestimenta) y Jack Lemmon, el más estructurado y apocado. La relación que comenzó por orden de un guión cinematográfico se transformó en una amistad vitalicia.
En 1973 sólo dos alumnos nuevos fueron admitidos en la Escuela de Arte Dramático de Julliard: Robin Williams y Christopher Reeve. Compartían estudios y habitación. Comenzaron a salir juntos. Pronto se hicieron amigos y juntos buscaban nuevas posibilidades. El despegue les llegó simultáneamente. En 1978 Reeve fue elegido como el nuevo Superman mientras que Williams conseguía su primer papel televisivo como Mork en Happy Days. Las carreras de ambos despegaron. Cuando Reeve tuvo el accidente que lo dejó parapléjico, Robin Williams estuvo al lado suyo y de su familia. Se involucró, se ofreció a pagar gastos médicos, fue el principal propulsor de la fundación que lanzó Reeve poco después. Pero hubo una escena que pinta la profundidad de esa amistad y el efecto del cariño en la vida del otro. En los primeros días de internación tras la caída fatal del caballo, cuando Reeve ya conocía la gravedad de la situación, debía someterse a una delicada operación, a una de las tantas por las que debía pasar. Su ánimo estaba muy deteriorado. De pronto en su habitación irrumpió un doctor, con un gran barbijo tapando su rostro, enfundado en un traje quirúrgico hablando en voz muy alta. Pronunciaba con dificultad. Se presentó como el Dr. Kosevich, un urólogo ruso que había sido llamado de emergencia. Reeve empezó a reírse descontroladamente apenas lo escuchó. Reconoció a su amigo Robin Williams tras el disfraz y los gestos ampulosos. Robin había logrado pasar por todos los controles que ningún paparazzi había superado sólo para entretener a su amigo. Christopher Reeve contó que esa fue la primera vez que se rió desde el accidente, que Robin Williams le había enseñado que él todavía podía reírse.
Las amistades, también, se rompen. Pero ese cariño muchas veces permanece inalterable debajo del encono (que va perdiendo fuerza y sentido: hasta el motivo de la pelea original suele olvidarse) a la espera de un encuentro casual que las restablezca. Eso ocurrió entre Jerry Lewis y Dean Martin.
Durante diez años, entre 1945 y 1955, fueron uno de los dúos más exitosos del espectáculo norteamericano. Conquistaron todos los terrenos posibles. Teatro, radio, TV, cine. Dean Martin llevaba años en el ambiente cuando se encontraron. Era actor y cantante, con un gran timing para la comedia y había nacido una década antes que su compañero. Por su parte Jerry era el sostén cómico de la dupla y era, principalmente, un genio. El trato que le daba al cantante no era el mejor. Dean Martin dejó a su compañero y siguió su camino solo. Más de dos décadas después, en 1976, se reencontraron. Fue una sorpresa televisada para todo Estados Unidos.
Jerry Lewis organizaba anualmente un teletón que recaudaba fondos para la lucha contra la distrofia muscular. Infinidad de celebridades pasaban por la emisión. En un momento el que ingresó fue Frank Sinatra, el Padrino del mundo del espectáculo estadounidense. Luego de anunciarle varias donaciones, Sinatra le informa al anfitrión que trajo un viejo amigo. Desde el fondo del estudio, con smoking, aparece Dean Martin. Sonrisa canchera (y nerviosa), ese paso superado, del que todo lo sabe. Jerry Lewis se ve sorprendido. Muy sorprendido. Por lo bajo le dice a Sinatra: “Sos un hijo de puta”. Dean y Jerry se abrazan. Un abrazo largo, fuerte, real. Después, mientras se separan, Dean Martin le da un beso en la mejilla, un beso con ruido. Jerry se seca las lágrimas de emoción. Sinatra hace algún chiste remedando a los árbitros de boxeo. Apenas pasa la conmoción inicial, los dos Jerry y Dean, comienzan a interactuar. Improvisan diálogos con mucho humor, con réplicas perfectas. Como si el tiempo no hubiera pasado. Como en las grandes amistades.
En ese encuentro Frank Sinatra fue el nexo obvio por su cercanía con Dean Martin. Ellos dos más Sammy Davis Jr., el cuñado presidencial Peter Lawford (estaba casado con una de las Kennedy) y Joey Bishop. integraron la banda de amigos más duradera y legendaria del mundo del espectáculo: el Rat Pack. Todos varones, con humor de vestuario y cantidades épicas de alcohol consumidas. Su influencia se extendió al mundo de los negocios y de la política. La filiación demócrata de Sinatra, sus contactos con la mafia, la relación familiar de Lawford con JFK, la contundente y extendida oposición del grupo al racismo. En este punto Sinatra y Dean Martin siempre se mostraron inflexibles con los lugares que no querían aceptar a Sammy Davis. Su ejemplo se fue extendiendo. También fueron muy importantes en fijar a Las Vegas como la capital del entretenimiento; fueron de los primeros artistas en confiar en la plaza. Muchos los imitaron. Cuando alguno de la pandilla era contratado, el público sabía que cualquiera de los otros podía aparecer en el escenario. A veces cameos, a veces casi recitales a dúo, en los que los artistas cantaban envueltos en una burbuja de humo azul grisáceo proveniente de sus cigarrillos; en una banqueta los vasos de whisky hasta el tope. Estas colaboraciones, no pautadas pero esperables, hasta eran anunciadas por los hoteles: "Esta noche : Dean Martin. Y tal vez Frank . Y tal vez: Sammy" llegaron a decir las marquesinas.
Este fue el segundo Rat Pack pero el más célebre y duradero. El primero también lo tenía a Sinatra como uno de sus integrantes y era presidido por Humphrey Bogart. Los miembros del segundo aceptaban que la prensa los llamara de esa forma pero entre ellos optaban por La Cumbre (Summit, por la conjunción de talentos) o el más preciso El Clan.
Tiempo antes otra amistad masculina llegó a las revistas y fue muy publicitada. Dos grandes actores, uno de ellos durante años el más taquillero y el favorito de las mujeres, no dudaban presentarse siempre juntos. Cary Grant y Randolph Scott durante los años treinta y los cuarenta representaban, para la prensa del corazón, eran el paradigma de la amistad. Tan buenos amigos era que vivían juntos en una mansión en Los Ángeles y tenían una espectacular casa sobre la playa de Santa Mónica. Sus películas, en especial, las de Cary Grant lideraban la taquilla. Las mujeres morían por ellos. Elegantes, con físicos cuidados, armoniosos. En las fotos aparecían, siempre juntos y felices, jugando al golf, en la playa, en la pileta. En ese tiempo, en ese Hollywood, ningún estudio hubiera permitido que se supiera que alguna de sus estrellas era homosexual. Tenían (o pretendían ejercer) un control despótico sobre la vida privada y pública de sus estrellas. Por lo tanto, muchas relaciones amorosas entre personas del mismo sexo eran mostradas como amistades. Cary Grant fue obligado por su estudio a casarse con una actriz pero su matrimonio sólo duró un año. Luego del divorcio, una vez más se mudó con Randolph Scott. La relación amorosa entre los actores duró más de doce años.
Otra amistad forjada en los años de estudiantes cambió el cine moderno. Esta fue múltiple. La amistad entre George Lucas, Steven Spielberg, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola revolucionó la manera de narrar cinematográficamente. Juntos, leyendo los guiones de los otros, escuchándose, apoyándose, produciéndose entre sí, intercambiando proyectos y, por supuesto, compitiendo, potenciaron sus carreras. Mientras Spielberg dirigía Tiburón, su primera gran película, Scorsese y George Lucas lo visitaron en la preproducción. Spielberg creyó que debía mostrarles su nuevo juguete. Uno de los tiburones gigantes que habían construido para la filmación. No pudieron evitar ponerse a jugar con él. Accionaban las palancas y hacían mover al escualo mecánico para un lado y el otro, y abrir y cerrar su boca. Hasta que a alguien se le ocurrió que George Lucas debía sacarse una foto poniendo su cabeza dentro de la boca del tiburón. Todo eran carcajadas hasta que el mecanismo falló y el futuro director de Star Wars quedó atrapado en el tiburón. Ese fue el día en que, literalmente, George Lucas casi pierde la cabeza por culpa de sus amigos.
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