La monstruosa fortuna de Hitler, los insólitos escondites del oro nazi y el día que cambiaron un kilo de manteca por un cuadro de Monet

Con el saqueo a las víctimas del nazismo, el führer y sus secuaces se alzaron con un botín equivalente a ocho billones de dólares. "Hay dinero como para comprar a media docena de paises", decía el cazador de nazis Simon Wiesenthal. Los increíbles sitios secretos donde lo ocultaron

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Oro. Oro. ¡Oro! El oro que le da cuerda al mundo.... Y detrás de él, cierto o leyenda, la codicia salvaje del Hombre.

Y así, por siglos, miles murieron o desaparecieron buscando las minas del Rey Salomón, Eldorado, el Santo Grial, el reloj de oro de los aztecas, –que la soldadesca de Hernán Cortés, según el escritor Ricardo Palma, “se lo jugaron a la baraja antes de que amaneciera”-.

Pero no es necesario bucear en tales y presuntas profundidades.

En plena devastación, el nuevo Reich -que duraría mil años y se apagó como la luz de un fósforo entre 1939 y 1945-, desde Hitler y pasando por jeraracas, subjerarcas y algunos oficiales anónimos -herr Adolfo y su círculo del mal- acumularon una fortuna pavorosa: según el cálculo más preciso, entre robo, oro arrancado de los dientes de los masacrados en los campos de exterminio, cuadros célebres incautados en los grandes museos de Europa, moneda real y falsa –esta, un ardid del führer para quebrar a Inglaterra-, los nazis se protegieron con no menos de ocho billones de dólares.

“Los espera una larga caza: hay dinero como para comprar media docena de países”, auguró Simón Wiesenthal, el héroe silencioso que padeció nueve campos de exterminio.

Una gran parte del botín era del estado: es decir, robado al pueblo alemán. En la enorme caja fuerte del Reichsbank aparecieron, de a miles, alianzas matrimoniales, relojes, joyas con diamantes, y dentaduras de oro: lo arrancado a los muertos de los millones de judíos, gitanos, homosexuales, inválidos...

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En apariencia, el gran botín estaba más cerca de las nubes que de la tierra: en los Alpes autríacos, entre Alemania, Suiza e Italia, último refugio previsto por Hitler y sus esbirros predilectos: Göring, Goebbels, Hees, y los matones que solían acompañarlos (más los feroces perros entrenados para matar...).

Pero no hubo tiempo: ni bajo amenazas los ingenieros llegarían a tiempo a construir dicho búnker antes de 1945. Demasiado tarde...

Ya perdida la guerra, Otto Skorzeny, llamado “el hombres más peligroso de Europa”, arrojó en el lago Toplitz veintidós cajas con lingotes de oro de casi tres kilos por barra, y con sus pares Fabianke y Spaci, hundió tres camiones del mismo metal en el lago Altan.

En cuanto a Martin Bormann, el siniestro guardaespaldas y perro faldero de Herr Adolf, ocultó treinta millones de libras esterlinas en una cueva de las montañas que rodean ese lago... Lo mismo que Kaltenbruner, jefe de la temible Gestapo, hizo lo mismo con cinco cajas de oro, diamantes y otras valiosas piedras, más cinco millones de dólares...

Las toneladas de libras esterlinas falsas que inventó el führer fueron, si no del todo, un fracaso. Usaron para imprimirlas a prisioneros de Auschwitz, castigados y famélicos, y solo se logró una burda falsificación...

Pero no era necesario tanto misterio y ocultamiento en montañas y fondos de lagos.

La real fortuna nazi imitó el acertijo “¿Dónde ocultar un elefante? Muy fácil: en una manada de elefantes”.

Durante la guerra, las tropas
Durante la guerra, las tropas de Hitler escondieron valiosos tesoros como el oro que se muestra aquí, descubierto en una mina de sal

Su gran dinero estaba en los bancos suizos y sudamericanos. En parte llegó, por ruta, y luego en barcos y submarinos rumbo a las islas Baleares... y a la Argentina.

El operativo fue el mismo a través del que llegaron a tierra americana cerca de doscientos jefes nazis: la mítica pero atrozmente real Odessa descripta en el bestseller del británico John Forsyt –escritor y hombre de los servicios secretos de su país–.

Dinero secreto y seguro: todavía Suiza aplicaba con celo el secreto bancario...

Sólo en el fondo del lago Toplitz había, ente oro y diamantes, cinco billones de dólares. Eso deja en claro por qué en sus orillas aparecieron decenas e cadáveres: aventureros -en muchos casos, ex oficiales nazis que conocían ese destino- que soñaban con atrapar algún valioso pez en el incalculable cardumen...

Los grandes fanáticos del arte fueron Hitler, Goering y Ribentropp. Paradoja. Producido el desbande de las ratas, en 1946 un granjero alemán cambió su Monet por un kilo de manteca...

El gran enigma: con tanto dinero y codiciosa felicidad entre los grandes bonetes de la cruz gamada, ¿llegó a haber una mafia nazi que aún creía en la resurrección del despedazado Reich, o todo terminó con una bala y una cápsula de cianuro en un bunker ya inútil y una Berlín hecha polvo?

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