La culpa, parece, la tuvo Camilo Sesto. En un programa televisivo de Puerto Rico estaban esperando su presencia pero por algún motivo incierto se retrasó. Había que cubrir el espacio. El conductor del show hizo pasar ante cámara al actor que, maquillado y vestido con una larga túnica hindú, esperaba para promocionar su obra de teatro. Pero un segundo antes de salir al aire le pidió que, en vez de hablar de pieza teatral, hiciera frente a cámara lo que siempre le veía hacer detrás de ella. Le pidió que leyera las manos de los participantes y que hablara sobre los signos del zodíaco.
Al hombre no le importó no poder hablar de su obra de teatro; disfrutaba del tiempo en pantalla, por lo que se detuvo ante cada línea de cada mano que le pusieron adelante y se demoró con fruición en cada uno de los doce signos. Cuando abandonaba el canal, un ejecutivo lo corrió hasta la puerta. Le pidió (le exigió) que volviera al día siguiente ataviado de la misma manera. Los teléfonos de la emisora habían colapsado. Los espectadores querían más.
Era 1969 y esos 15 minutos cambiaron la vida de Walter Mercado para siempre. Pocos meses después tenía su propio programa televisivo. Luego llegaría a Estados Unidos y al resto del continente americano. Triunfo en tres idiomas -español, inglés y portugués- y se convirtió en el astrólogo, vidente y/o psíquico más famoso y exitoso del mundo.
Mucho, mucho amor: La Leyenda de Walter Mercado es un documental que acaba de estrenar Netflix y que consigue que la figura del astrólogo vuelva a tener vigencia continental, que una vez más se vuelva a hablar de él. El documental es un atractivo recorrido por su vida en el que se devela el misterio (y la intimidad) de sus últimos años. Es la historia de su ascenso, apogeo y caída, cuyo mayor mérito es centrarse en este personaje hipnótico y excesivo que el espectador no puede dejar de querer con el correr de los minutos y de su presencia casi permanente en pantalla; aunque en el fondo intuya, crea o sepa que todo se trata de una encantadora farsa.
Poner dosis similares de Aschira, Juan Gabriel y Liberace y una pizca de Federico Klemm en una licuadora. El resultado tendrá un aire a ellos pero será algo sólo parecido a sí mismo. Un auténtico Walter Mercado. Capas, túnicas estridentes, sacos multicolores, anillos brillantes, joyas gigantes, cejas tatuadas, labios colagenados, brushing a lo Barbara Walters, revoque de maquillaje de varios kilos, manos hiperquinéticas y enfáticas, y un discurso machacante, convencido y siempre positivo. Una imagen de género indefinido, que juega con la confusión pero que no se regodea en ello sino que lo transita con naturalidad, mostrando que es casi de la única forma en la que puede ser.
Durante décadas Walter Mercado fue una estrella. En la cadena Univisión tenía un segmento diario, en el programa más visto, en el que se encargaba del horóscopo. Todos los días era escuchado con devoción por más de 120 millones de personas. Se suele escribir sobre él que lo escuchaban las abuelas, que era el preferido de las amas de casa. Eso puede ser cierto pero no se tiene un público de 120 millones de personas sólo con mujeres que se dedican a su hogar. Su presencia traspasaba generaciones (en tiempos en los que no se conocía lo que era el consumo irónico). Así como muchos programas de TV reservaban el espacio final para el pronóstico metereológico, en los que él intervenía esos minutos finales los destinaban al horóscopo. No existe demasiada diferencia. Al final y al cabo, ambos hablan del tiempo y tienen el mismo porcentaje de (des)aciertos.
Mercado había actuado en telenovelas y en varias obras de teatro antes de dedicare a la astrología. Según él, que supo construir meticulosamente la leyenda, el descubrimiento de sus poderes ocurrió cuando tenía 6 años. Encontró un pajarito muerto por la calle, ahuecó sus pequeñas manos y lo acunó mientras le hablaba: “Despertá pajarito, vamos, despertate”. El ave movió con torpeza y lentitud sus alas y con esfuerzo remontó vuelo. Una vecina presenció esta escena y pronto el cuento recorrió todo Ponce, el pueblo puertorriqueño en el que vivía Walter. A partir de ese momento lo empezaron a llamar Walter Milagros. En la misma época le dijo a su maestra que la campana del colegio corría peligro, que él había visto su caída. Al día siguiente, un temblor derribó la campana. Eso termino de cimentar su prestigio adivinatorio.
Siempre según él, a esos poderes le añadió estudios en disciplinas orientales y en las más diversas religiones.
Una digresión: cada vez que aparezca el nombre Walter usted debe leerlo como lo dicen sus allegados, familiares y su público; la manera correcta es Guolter.
Mercado se vanagloriaba de sus poderes adivinatorios. Los aciertos que esgrimía en ese rubro eran módicos: la muerte de la Madre Teresa de Calcuta, el nacimiento del hijo menor de Julio Iglesias, el papel protagónico de Madonna en la película Evita, el nacimiento de la hija de Xuxa y la elección como presidente de Bill Clinton (aunque uno años antes de su muerte también vaticinó que Hillary superaría con comodidad a Trump en la votación presidencial).
Cuando él aparecía en pantalla todos se callaban. Nadie se quería perder nada. El secreto estaba en que lograba en esos quince minutos atención total: la mayoría de los espectadores no sólo estaban pendientes de su signo sino también de la persona amada o deseada. Pronunciaba las erres con una sonoridad contundente, cada una golpeaba como un pistoletazo. Siempre una sonrisa y nunca daba malas noticias (o augurios). El mensaje y las predicciones siempre eran positivas, alentadoras. La gente escuchaba lo que deseaba escuchar. Walter Mercado les daba esperanzas. Cada alocución cerraba de la misma manera. Una oración, una bendición del gurú televisivo, su marca de agua: “Bendiciones para todos y que Dios me los bendiga a todos hoy, mañana y siempre, y que reciban de mi paz, mucha paz, pero sobre todo, mucho, mucho amor!”.
Uno de los secretos de la construcción del documental que ha vuelto a darle actualidad a Walter Mercado, del interés que genera, es que muestra un villano perfecto. Inmutable, frío, sin muestras de arrepentimiento aparece Bill Bakula, el ex manager del vidente.
Bakula cuenta que tras ver a Mercado en televisión, pidió un turno para una consulta astrológica personal. Una vez finalizada le dijo que tenía una idea para proponerle. Mercado dudó, no sabía si debía escuchar a ese joven: en la sala de espera se amontonaban sus clientes. Decidido, Bakula abrió una carpeta y sacó unos grandes cartones con dibujos. Era el storyboard de un nuevo programa de televisión para Mercado. Un concepto moderno, con grandes escenografías, diferentes secciones e invitados. Un gran Talk Show astrológico. Ya no más Mercado parado hablando a cámara con un decorado barato de fondo. Pocas semanas después se grababa el primer programa de esta nueva era. Fue un suceso enorme.
El éxito del show y el manejo osado de Bakula expandieron el alcance de Walter. Conquistó grandes mercados, realizó giras, hizo presentaciones en vivo, su horóscopo dominical era publicado en más de 150 diarios de Estados Unidos y su programa llegaba a cada pueblo. El manejo de Bakula lo llevó a otra dimensión y lo terminó de convertir en una súper estrella y a monetizar ese status.
Mercado cuenta que la llegada de Bakula a su vida fue una bendición, reconoce el efecto que produjo la aparición del manager, que además sabía cómo tratarlo. El astrólogo comenzó a moverse en limousinas, alojarse en los hoteles más caros y ser recibido con docenas de ramos de sus flores preferidas en cada nueva habitación en la que dormía temporalmente.
Pero un día esa relación que parecía perfecta se deshizo. Bakula consiguió que su representado firmara un contrato leonino. El representante pasaba a tener control total de la situación y el monopolio en el uso de la marca “Walter Mercado”. La extensión del acuerdo era algo extensa: un contrato vitalicio. Ni su propio nombre podía usar (comercialmente) el astrólogo sin autorización de Bakula. Cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde. Hubo un intento de llegar a un acuerdo, de replantear la situación por parte de Mercado y una negativa terminante que provino de Bakula. “Él firmó algo y recibió un dinero que aceptó a cambio. Fue una venta, no un alquiler”, sostuvo.
El entuerto prosiguió en estrados judiciales. Pero la carrera de Walter se detuvo en ese momento, en el 2006. Se acabaron las presentaciones sindicadas a todo Estados Unidos, las giras continentales, las líneas telefónicas vendiendo predicciones tras un 0-800. La cuestión tardó seis años en resolverse. La sentencia fue favorable a Mercado. Pero ya tenía 80 años y había pasado demasiado tiempo fuera de las luces cómo para que suceda el gran regreso.
Bakula en el documental no se inmuta cuando le preguntan por estos hechos. Reafirma su posición y aclara terminante que no se arrepiente: “¿Arrepentimiento? Esa palabra no existe en mi diccionario”, sobreactúa.
Pasó sus últimos años en su mansión recargada, con problemas de salud, rodeado por sus sobrinas y su asistente personal. Intentó con un cambio de nombre: Santi Ananda (que significa “Paz y Felicidad”), con un sitio de internet de citas por afinidad astral, algún libro más, pero ya nada fue lo mismo. Los tiempos habían cambiado.
Walter Mercado murió en San Juan de Puerto Rico en noviembre de 2019. Tenía 87 años.
Su leyenda permaneció y también su lema favorito: Mucho, mucho amor.
Extravagante y opulento. Los peinados trabajados, los anillos más grandes que sus dedos, las capas anchas. Mercado tenía una virtud incontrastable: aunque no se lo conociera, si su imagen aparecía en medio del zapping uno debía detenerse en ese canal, averiguar más sobre ese personaje estrafalario pero convincente.
Su estilo asertivo, alegre y contundente fue imitado por mucha gente. Otros astrólogos copiaron su método y muchos humoristas caricaturizaron al personaje. Era una elección obvia y fácil. Pero no demasiado efectiva. Difícil ser más excesivo que el original en este caso. Otra virtud innata era su magnetismo con el público. En el documental se lo puede ver ya con más de 86 años volviendo a MIami para una exposición en homenaje a su medio siglo de trayectoria. Con problemas de movilidad, infartos, y todos los achaques posibles renace cuando entra en contacto con el público. Rejuvenece, se ilumina, adquiere una jovialidad que perdió en su vida cotidiana. Como sólo pueden hacer los artistas renace, sólo por minutos, para su público. “Soy ageless (sin edad)”, solía afirmar.
Otro aspecto muy importante de su éxito es que Walter Mercado jugaba su propio juego. Su imagen andrógina, su natural falta de definición sexual era algo absolutamente inusual en tiempos binarios y mucho más en los medios de comunicación tradicionales y en la industria del entretenimiento. Su mérito estuvo en mantenerse fiel a sí mismo y en esquivar con elegancia las definiciones contundentes, las etiquetas tranquilizadoras.
Ese imagen poco usual entrando cada noche a los hogares de millones de personas fue un aliciente para muchos. Es hasta un misterio como ese hombre logró hacerse un espacio y triunfar en un mundo tan homofóbico y machista. “Soy quien soy y lo que la gente ve es lo que soy. La gente quiere saber si soy heterosexual, homosexual, metrosexual, bisexual... a mí no me interesa. Lo importante es que soy un ser humano y acepto a la gente como otros seres humanos y la gente me ama por lo que soy. Aquí estoy, soy lo que soy”, dijo ya al final de su vida.
Su asistente de toda la vida, Willy Acosta afirma que entre ellos nunca hubo nada físico. Walter por su parte afirmó que no tenía a nadie, que había canalizado su energía sexual “en el bien de la humanidad orando por tanta gente que me pide ayuda”.
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