Dos productores musicales caminan por la Nueva York de los setenta. Una ciudad peligrosa, contundente, tentadora. La banda de sonido es la músico disco, los beats bailables están por todos lados. Ellos mismos vienen de producir un gran éxito con The Ritchie Family. Un tema que se detuvo en la puerta del Top 10. Pero estaban buscando cómo seguir. Henri Belolo, de origen marroquí, y el francés Jacques Morali caminaban por las calles del Greenwich Village cuando vieron que un hombre de gran tamaño paseaba con decisión ataviado como un cacique indio. Aún en un ambiente en el que pocos cosas parecían raras, el gigantón ataviado de indio les llamó la atención. Lo siguieron hasta un club gay, el Anvil; uno de los tantos de esa zona. Se sentaron en una mesa, pidieron algo para tomar y esperaron. Unos minutos después el cacique apareció en escena. Estaba contratado para bailar sobre las mesas. Uno de los parroquianos con sombrero de cowboy lo miraba embobado. Los productores empezaron a tirar ideas y en unos pocos minutos habían decidido cuál sería su próximo proyecto. Un grupo de diseño pensado para atraer el público gay en el que cada uno de los integrantes representara un estereotipo: policía, cowboy, motoquero, soldado, un atleta (luego dejado de lado). Al indio, a Felipe Rose, ya lo habían encontrado. El nombre fue sencillo de encontrar. Village People, gente del Village, el barrio en el que cualquiera -como les pasó a ellos dos- podía cruzarse con personajes así.
En muy poco tiempo The Village People se convirtió en un fenómeno mundial. Como todo fenómeno es inexplicable aunque en este caso la imposibilidad de encontrar razones se acentúe.
Difícil determinar si se trató de una jugada inteligente o un movimiento burdo. A la vista de los resultados podría decirse que fue genial. No había sutileza ni sofisticación. Lo que imperaba en el concepto era el trazo grueso. Personajes de historietas, disfrazados, exagerados. Pero hubo algo que lo salvó, que logró que tuviera éxito. Y eso fue su aire liviano, festivo, poco pretencioso. La exasperación de los elementos. Dejar afuera las medias tintas, las matices, creer en eso que inicialmente parodiaban consiguió que atravesaran generaciones.
Si bien no se puede entender a Village People sin el contexto, sin la música disco y su reinado a fines de los setenta, tampoco se puede pretender que el disco explique por sí solo el fenómeno que desencadenaron. Village People gustaba a aquellos que debía molestar. El ritmo machacante de sus canciones, el excedido aspecto visual, los estribillos fáciles que se adherían en las personas de inmediato penetraron en los oyentes.
Surgió como una parodia a los estereotipos de los hombres homosexuales, dirigido a atraer una audiencia gay gracias al tono burlón. Pero los productores no se sabe si gracias a la torpeza o en un movimiento arriesgado y genial, al extremar la propuesta, ensancharon su posible público. Salió de las pistas de baile de las discotecas de Nueva York y de los clubes del Greenwich Village, y se metió a través de la televisión y las radios en lugares impensados: en las fiestas infantiles, en las clases de aqua gym de los ancianos, en las cortinas musicales de los programas de la tarde. YMCA, single de su tercer álbum, vendió más de 10 millones de copias. Fueron pocas las canciones que lograron esa marca.
Belolo y Morali, con el concepto en la cabeza, contrataron a dos compositores (Phil Hurt y Peter Whitehead) y salieron a buscar quienes podían llenar esos envases que ellos habían urdido. Hombres de bigotes que pudieran seducir a una audiencia gay con casco de obrero, ropa de cuero, uniforme de policía. Algunos buenos bailarines y un cantante con un pasado sin demasiado brillo en Broadway, Victor Willis, que les había dejado un demo hacía un tiempo y ellos habían utilizado para que hiciera unos coros en anteriores temas bailables que produjeron.
En los dos primeros años sacaron cuatro discos. La fórmula había funcionado y debían sacarle provecho. Los hits se fueron sumando. Go West, Macho Man, In The Navy. Hasta llegar a la explosión de YMCA.
Las letras jugaban con el doble sentido pero sin demasiada sutileza. Esas seis figuras, de trazo grueso, esas caricaturas rompieron barreras. Y tuvieron algo, involuntariamente, revolucionario. El boom llegó hasta la tapa de la revista Rolling Stone: “El dibujo animado que conquistó el mundo” era el título de la nota principal. ¿Cómo pudo triunfar masivamente un grupo manifiestamente gay, que glorificaba su sexualidad y jugaba con ello, en un mundo pacato en el que la homosexualidad seguía siendo mal mirada, perseguida y en el que la mayoría debia esconder sus preferencias sexuales para no ser segregado? Un misterio. Muchos hasta el día de hoy siguen creyendo que Y.M.C.A. es una mera celebración de la Asociación Cristiana de Jóvenes (a quien pertenece esa sigla en inglés) y a hacer deportes. La confusión fue tal que la Armada de Estados Unidos estuvo a punto de utilizar In The Navy como leitmotiv de una campaña publicitaria de reclutamiento. Parece que a último momento algún almirante creyó que no era conveniente utilizar el tema para la viril imagen de la institución.
Por estos días el grupo recobró actualidad. Por un lado se cumplen cuarenta años del estreno de la película que protagonizaron: No se puede para la música. Un hito en la (infame) historia del cine. Fue ganador de los primeros Premios Razzies, los que a la par de los Oscar destacan lo peor de la producción cinematográfica del año. Fue uno de los galardones más merecidos de la historia. La película es pésima. Nada funciona, no hay ni un fotograma que no provoque vergüenza ajena. Pensándolo bien eso, también, puede ser muy meritorio.
Ayer Victor Willis, el ex cantante de la banda, desde sus redes sociales le exigió a Donald Trump que deje de usar sus temas. Previsiblemente, desde hace años, Trump utiliza en sus presentaciones públicas YMCA y Macho Man. Lo interesante de la cuestión es que en el camino, en estos cuarenta años, se perdió el contexto en que fueron escritos esos temas, el sentido con el que nacieron y toda la carga homoerótica que llevan (el video de Macho Man es un desfile de primeros planos de bíceps musculosos que parecen sacados de alguna película porno gay de la época). Ese pasado del tema, ese origen poco le importa a Trump -no quisiera cargar con él- y prefiere ceñirse a lo literal y al presente absoluto.
Más allá de polémicas, gustos o valoraciones críticas (sobre gustos hay muchísimo escrito): YMCA se convirtió, al mismo tiempo, en un clásico ATP y en un himno gay. Una canción que aparece de manera obligada en cada fiesta y que siempre es bailada con entusiasmo y con adhesión unánime a la coreografía del estribillo.
Escrito en veinte minutos, para completar el LP, YMCA se convirtió en un hit imparable. Avanzaba en los charts. En casi todos los países del mundo llegó al primer puesto. Pero en Estados Unidos sólo alcanzó el segundo lugar. Los que impidieron que accediera la cima en un gesto de justicio poética poco habitual en los charts fueron otras dos canciones del género Disco pero mucho mejores que la de Village People: Le Freak de Chic, el grupo de Niles Rodgers, y Da ya Think I’m Sexy, el éxito global de Rod Stewart (tema que tuvo un record de condenas por plagio. Basta escuchar Taj Mahal, del brasileño Jorge Ben).
Pero quien ve el video oficial de la canción se llevará una gran desilusión. No existe tal coreografía en la puesta en escena original. Cuando llega el estribillo y todos estamos esperando las rápidas contorsiones que forman las cuatro letras, sólo vemos que los cinco que están detrás de Victor Willis (a esa altura además de la voz líder era el compositor de los principales éxitos) se acuclillan -como tomando carrera para lo que todos creemos que va a venir-, se levantan haciendo la Y con los brazos y luego -terrible desilusión- hacen palmas mientras contonean las caderas. No más que eso. Pero el origen de la coreografía no tiene un origen tan lejano en el tiempo a la salida del single.
El 6 de enero de 1979 la banda se presentó en el popular programa televisivo American Bandstand de Dick Clark. Tocaron cuatro temas y conversaron con el conductor. Pero mientras ejecutaban (en realidad hacían que ejecutaban: todo era playback) YMCA, el público que solía bailar en el estudio -una de las características del show- realizó por primera vez la coreografía de las cuatro letras: los brazos levantados para la Y, los codos plegados y paralelos a las orejas para la M, la rotación con los brazos extendidos hacia la izquierda para la C, la “casita” con las manos para la A. Con las luces del estudio rebotando contra sus ojos, ni Willis ni el resto de los Village People se dieron cuenta de los pasos (o los gestos) de baile. Así, Dick Clark les pidió que cantaran de nuevo el estribillo y les mostró el hallazgo. Willis de inmediato reconoció que eso oro en polvo y dijo que se sentían casi obligados a adoptar la coreografía. Posiblemente parte de la inmortalidad de la canción se deba al coreógrafo de los bailarines de American Bandstand; debería cobrar algún tipo de regalías.
En esos años visitaron Argentina. Sus canciones se pasaban con asiduidad, sus discos se vendían mucho. Tato Bores había utilizado dos de sus canciones como cortina de cierre en temporadas consecutivas. Por lo que pareció lo más natural que se presentaran en su programa. Pero cuando los productores le comentaron la dinámica, las estrellas de la música disco se negaron terminantemente a compartir la escena con alguien, menos con ese cómico bajito y con peluca. Tato acostumbraba a cerrar el programa en un número con sus bailarinas. Ninguna de las partes cedió y los norteamericanos se presentaron en un programa familiar del mediodía, uno de los tantos que remedaba a Los Campanelli, de Canal 13. A lo largo de su gira por Latinoamérica las revistas sensacionalistas habían publicado en sus tapas, como si tratara de una revelación y de una imputación, que se trataba de un “grupo homosexual”.
El disco entre muchos otras cosas produjo la estética glamorosa del neón con el que se identifican los setentas, Studio 54, Giorgio Moroder, Donna Summer, I Will Survive, Kool and The Gang, la banda sonora de Fiebre de Sábado por la Noche, uno más de los renacimientos de los Bee Gees, Heart of Glass de Blondie y decenas de grandes singles. Visto a la distancia no parece haber sido la tragedia que los críticos más exigentes pregonaron en ese tiempo. Pero la oposición con la “autenticidad” del rock se imponía. Los tomatazos a Travolta parecen, hoy, exagerados y hasta injustos.
El que parece haber dado en el blanco fue el flautista de jazz, Herbie Mann: “El disco es como las buenas películas porno. Si los personajes y las técnicas de filmación son interesantes, es genial por cinco minutos”.
La música disco fue un género controvertido y lapidado. La deliberación, el cálculo, las fórmulas preconcebidas, el glamour, las pistas de baile, las falta de pretensiones, el éxito abrumador fueron algunos de sus elementos. El éxito produjo un aluvión de productores, grupos y cantantes. La crítica especializada, por lo general, masacró el estilo. Tuvo un fulgor impresionante pero su caída también fue abrupta. El apogeo del disco duró muy poco. Village People triunfó al final de ese periodo, fue el canto del cisne del género (y tal vez musicalmente estuvo entre lo peor).
Peter Shapiro, autor de una gran historia de la música disco (La Historia secreta del disco, Caja Negra) afirma que “si el disco alguna vez tocó fondo fue con Village People, ellos representaban lo peor del género”.
Sin embargo, este grupo que nació con fines paródicos, cuatro décadas después logra que la gente se levante de las sillas cada vez que suena YMCA y a empezar a mover los brazos frenéticamente cuando comienza el estribillo, para intentar simular las cuatro letras con el timing exacto.
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