Una celda de un presidio en Nueva York. Una cucheta de metal desangelada. En la cama de abajo un colchón. La de arriba sólo funciona como repisa para apoyar una decena de medicamentos. Un revoltijo de sábanas naranjas hace que el abreviado paisaje sea difícil de entender. El hombre de 66 años está tirado en el piso helado. Está muerto. Hace horas.
Había firmado un testamento hacía dos días. El inventario de sus cuentas y propiedades sumaba casi 600 millones de dólares. Sin embargo, ahí en esa celda de ese penal venido a menos no tenía nada. No le quedaba nada más que dinero. Ya ni poder tenía.
A partir de que los guardias encontraron el cuerpo sin vida se desplegaron las más diversas hipótesis. ¿Se trató de un suicidio? ¿Fue un ajuste de cuentas? ¿Lo mataron para que no pudiera hablar y para que el caso se desvaneciera? Las teorías conspirativas tomaron el centro de la escena. Y se convirtió en un caso de esos en los que no importa cuántas evidencias concuerden para sostener una u otra postura, esos casos en los que cada uno abona, a priori, a una teoría, como si fuera una cuestión de fe.
Jeffrey Epstein era un importante financista, era multimillonario, era poderoso e influyente. Era el dueño de la casa más cara de todo Manhattan, tenía un gran piso en la Avenida Foch en París, una mansión en Palm Beach, un gran campo en New Mexico y hasta una isla propia cerca de Saint Martins. Tenía el mejor equipo legal posible, entre sus amistades estaban Bill Clinton, Donald Trump, el Príncipe Andrés y muchísimos políticos y celebridades. Pero Jeffrey Epstein no será recordado por nada de eso. Ni siquiera por su muerte. Cuando en el futuro se lo mencione al lado de su nombre figurarán antes que cualquier otra descripción o calificación, las palabras pedófilo y proxeneta.
Jeffrey Epstein durante décadas abusó sexualmente de decenas de adolescentes. A muchas las traficó con sus amigos y socios comerciales. Tenía montado un sistema que se retroalimentaba. Un esquema piramidal de abuso sexual y pedofilia. Cada una de las chicas que llegaban a su mansión a realizarle un masaje (qué rápidamente se transformaba en otra cosa), era incentivada para acercar otras que hicieran lo mismo que ellas. Todas recibían un pago de unos cientos de dólares y otros beneficios.
Esta fue una práctica prolongada y recurrente en su vida. Fue tan habitual que Epstein pensó que podría permanecer impune toda su vida. Siempre habría alguien que cedería a sus presiones, que aceptaría su dinero o que retrocediera en virtud de un chantaje.
Pero en 2019 fue detenido y su caída fue estrepitosa e inexorable. Apenas un mes después de ser detenido apareció sin vida.
Netflix estrenó Jeffrey Epstein: Asquerosamente Rico, una serie documental de cuatro capítulos, que expone la trama de abusos y violaciones del magnate norteamericano. El documental tiene cómo mayor virtud dar voz a las sobrevivientes del accionar de Epstein. Se emparenta con Leaving Neverland y los testimonios de los jóvenes abusados por Michael Jackson. En éste los relatos en primera persona son menos crudos, menos explícitos, pero el entramado de corrupción está descripto a la perfección. Al igual que el perfil del monstruo que es dibujado con trazo firme, en especial con los fragmentos que muestran sus declaraciones preliminares ante los abogados que lo querellan.
Jeffrey Epstein de joven se parecía a Tom Hulce, el actor que encarnó a Mozart en Amadeus. El pelo negro, algo enrulado, la mirada penetrante y perturbada. Era una bola de energía. Entró a trabajar como docente en una exclusiva escuela sin tener título habilitante. De ahí pasó a trabajar en el mundo de las finanzas. Su ascenso fue meteórico. Era inteligente, audaz, ambicioso, inescrupuloso. Conseguía lo que se proponía. Son varios los que cuentan que daba vuelta reuniones sólo con su poder de convicción. Evitó ser despedido de algunos trabajos en medio de la reunión en la que le estaban por comunicar que debía abandonar la empresa. Empujado por su ambición se hizo un nombre en Wall Street. Estuvo involucrado en el esquema Ponzi más vasto del mundo financiero norteamericano pero consiguió salir indemne. Los poderosos confiaban en él. Una de sus consultoras se dedicó exclusivamente a clientes que tenían fortunas mayores a los mil millones de dólares (los billionaires).
El salto definitivo lo dio cuando comenzó a manejar, con un poder total de administración y disposición, la fortuna de alrededor de 1300 millones de dólares de Les Wexner, ceo y propietario de Limited Brands (la empresa que contenía entre otras a Victoria Secret y Abercrombie & Fitch). Wexner era conocido por ser receloso, pero su legendaria desconfianza cedió ante Epstein. Algunos lo llamaban “El Novio” y se rumoreaba que ambos mantenían una relación sentimental. Ellos lo desmintieron. Luego de la primera denuncia contra Epstein, Wexner lo excluyo del manejo de sus finanzas. En 2019, tras la muerte del magnate, Wexner declaró que había sido manipulado, se mostró avergonzado y denunció que Epstein le robó 46 millones de dólares.
2005. Una mujer llama a la policía de Palm Beach. Denuncia que su hijastra de 14 años recibió 300 dólares por dar un masaje a un señor de unos 50 años en una gran mansión. Dijo que la chica fue obligada a sacarse su ropa y que recibió una propuesta sexual. La policía tomó nota del caso y llamó a la joven a declarar. A través de su testimonio, de la descripción del lugar, rápidamente los investigadores descubrieron que el sospechoso era el multimillonario Jeffrey Epstein. La policía empezó un paciente trabajo de meses. Recolectó testimonios, buscó pruebas, revolvió la basura desechada por los habitantes de la mansión, instaló guardias en la puerta para controlar movimientos. Muy pronto, los hallazgos superaron la expectativa de los investigadores. El denunciado no había sido un hecho aislado. Descubrieron un modus operandi diario. Las adolescentes rotaban y no dejaban de pasar por la casa de Jeffrey Epstein. A veces a razón de dos por día.
El reclutamiento estaba mecanizado. A cada chica (la edad oscilaba entre los 14 y los 16 años) le ofrecían 200 dólares por su masaje. A medida que la sesión avanzaba se le pedía que se fuera desnudando. Luego Epstein giraba en la camilla, quedaba desnudo, boca arriba, e intentaba tener relaciones sexuales con la joven; si se negaba o si el intento de forzarla fracasaba, él se masturbaba en su presencia. Luego se levantaba, señalaba el dinero que estaba sobre una mesa y se retiraba. Pero antes de abandonar la sala de masajes (la enorme casa tenía una habitación ambientada como tal) Epstein la invitaba a regresar o le prometía otros 200 dólares si traía una amiga con ella.
En la empresa, además de contar con el silencio de sus empleados que eran testigos de todo los movimientos, contaba con la ayuda de su pareja, Ghislaine Maxwell. Ghislaine una inglesa hermosa y extrovertida era la hija del magnate de los medios muerto (también circunstancias sospechosas) Robert Maxwell. En esa familia había, sin dudas, genes delictivos. Ella reclutaba a estas jóvenes, participaba con ellas en algunos de los abusos y hasta las perseguía y amenazaba si se negaban a participar de nuevo.
La policía logró reunir las declaraciones de 40 chicas. Algunas de ellas, además de prestar personalmente el servicio requerido por Epstein, convocaron a la casa de Palm Beach a más de 20 amigas.
Empleados del magnate contaron que Epstein disfrutaba de dos de esas sesiones de masajes sexuales por día.
La investigación era sólida y parecía inexpugnable. El cúmulo de testimonios y pruebas era contundente. Un juez otorgó una orden de allanamiento. Pero cuando los oficiales ingresaron a recolectar evidencia se encontraron que faltaban computadoras, que los tapes de las cámaras de vigilancia habían sido borrados y que las cajas de seguridad estaban vacías. Alguien había avisado del procedimiento y Epstein y sus empleados habían tenido tiempo de limpiar el lugar. Sin embargo, el allanamiento logró mostrar que la descripción de la vivienda hecha por las víctimas era precisa. Además encontraron algunas cámaras muy pequeñas que se habían dejado olvidadas en la “limpieza” de la escena del crimen.
El fiscal decidió no proseguir con la investigación. Esa fue la primera desilusión para los policías y en especial para las damnificadas. El jefe de policía de Palm Beach no se dio por vencido con el fracaso judicial y dio aviso al FBI de la situación. Los Federales, como los llaman en Estados Unidos, reflotaron también una denuncia de siete años de antigüedad hecha por dos hermanas de 15 y 17 años contra Epstein. Los modos y los hechos se asemejaban de una manera contundente. Cada vez que la causa avanzaba y parecía inexorable que Epstein debiera rendir cuentas aparecía una dilación, un traspié insólito para que llegue a juicio. Mientras tanto, Epstein había reunido un Dream Team jurídico en su equipo de abogados defensores. Estos abogados no sólo se dedicaban a defenderlo ante las demandas y los tribunales sino que desplegaban un efectivo lobby en su favor (Alan Dershowitz celebridad del derecho, el abogado que interpretó Ron Silver en Mi Secreto me Condena sobre el caso Von Bulow es uno de los acusados de abusar de algunas de estas chicas).
Los investigadores empezaron a ser investigados. Epstein desplegó su maquinaria de millones y les puso investigadores privados a seguirlos para encontrarles flaquezas, para poder desplegar su esquema de chantaje sobre ellos. Lo mismo sucedió con las víctimas y sus familiares.
Cuando parecía que el caso finalmente llegaría a juicio y se convertiría en un escándalo imparable, una audiencia tomó de sorpresa a las víctimas, a los abogados querellantes y hasta a los investigadores. Con sus abogados de lujo, Jeffrey Epstein llegó a un acuerdo con la fiscalía. El Fiscal General de Florida que lo autorizó, Alexander Acosta fue muy criticado (muchos años después cuando Epstein fue detenido en 2019 y Acosta era el Secretario de Trabajo de Donald Trump debió renunciar a su cargo por la repercusión y difusión de ese acuerdo) por el trato.
Epstein se declaró culpable del cargo de “solicitar prostitución” y negoció una pena de 18 meses de prisión, inscribirse voluntariamente en el Registro de Agresores Sexuales y llegó a acuerdos privados y confidenciales monetarios con algunas de las víctimas. También se le dio inmunidad a sus cómplices pero con una extensión insólita: “Aquellos que son mencionados en la causa y aquellos que todavía se desconocen”. Un pacto de impunidad pocas veces visto. De haber sido condenado en juicio por todos los cargos y todos los casos que e le imputaban la condena hubiera sido perpetua teniendo en cuenta su edad. Epstein y la Fiscalía defendieron el acuerdo. Las chicas que habían sido abusadas se sintieron estafadas, ni siquiera pudieron ser escuchadas por la justicia.
La prisión de Epstein se puede contar entre las más confortables y laxas de la historia. De los 18 meses sólo cumplió 13 en prisión. Y a partir del tercer mes, salía a trabajar en sus lujosas oficinas durante 12 horas seis días a la semana. Estaba en un pabellón apartado de los demás, tenía una sala para ver televisión, las puertas de su celda permanecían siempre abiertas y las visitas ingresaban sin restricciones. El acusado por delitos sexuales con mayores beneficios de la historia.
Después de estar 13 meses detenido, debía pasar un año en prisión domiciliaria para cumplir con la Probation. Sin embargo se probó que viajó por todos lados y violó ese mandamiento cada vez que quiso.
Pasado ese tiempo su regreso a la vida profesional y social se presentó sin tropiezo alguno. No perdió influencia, no fue raleado de ninguno de los ámbitos laborales o de relaciones que frecuentaba. Aumentó la difusión de sus tareas filantrópicas para intentar paliar los efectos negativos de las denuncias contra su persona. Mientras él reanudó su vida habitual a la vista del público, sus víctimas sufrían en silencio y soledad. Un sufrimiento que aumentaba al ver a Epstein conservar cada uno de sus privilegios.
Jeffrey Epstein era frío, calculador y poseía una habilidad inconcebible para manipular a las personas. En su casa tenía cámaras por todos lados. Se supone que uno de los motivos que le aseguró la impunidad tanto tiempo fue que podía chantajear a toda clase de personajes influyentes con las grabaciones tomadas en esas habitaciones. En el documental, en las imágenes de sus declaraciones ante los abogados se lo ve perder la calma, se lo ve como un león enjaulado sólo por tener que escuchar preguntas que lo incomodan, por tener que aferrarse a la Quinta Enmienda para no incriminarse. En esas ocasiones, la sonrisa ladeada se transforma en una mueca furiosa.
Pero el 6 de julio de 2019, 14 años después de las primeras denuncias, fue arrestado en un aeropuerto al regresar de un viaje a Francia. Ya no sirvió su dinero (ofreció 600 millones de dólares como fianza -100 los ponía su hermano Mark- pero el juez le negó la libertad), su poder ni sus contactos. El hombre que se pensaba impune había caído. Nadie le avisó de la detención, nadie le posibilitó un plan de fuga (había aceitado en los últimos años su relación con el gobierno cubano para utilizar la isla como posible refugio), nadie impidió que allanaran su casa de 7 pisos en Manhattan. El perverso juego había terminado.
Una semana después fue encontrado golpeado e inconsciente en el piso de su celda del Metropolitan Detention Center. Las versiones se cruzaron. Algunos dijeron que se trató de un intento frustrado de suicidio, otros hablaron de un ataque de su compañero de calabozo, un ex policía acusado de cuatro homicidios. Fue puesto en observación para impedir otro intento de suicidio; pero esa guardia especial se levantó a los seis días. A partir de ese momento tuvo una celda para él sólo pero ya no tenía ninguno de los privilegios que tuvo una década antes en Palm Beach.
El 10 de agosto de 2019 apareció muerto en su celda. El informe oficial determinó que fue un suicidio. Se ahorcó ayudado por las sábanas de su cama. Sin embargo algunos dicen que las fracturas que padeció en su cuello y en la llamada Nuez de Adán son compatibles con un estrangulamiento. El misterio, las dudas y las teorías conspirativas quedaron instaladas para siempre. Más teniendo en cuenta las circunstancias del caso. Los guardias que debían pasar a controlarlo cada media hora, no miraron su celda durante casi seis horas; las dos cámaras de seguridad que apuntaban a su puerta no funcionaban; no tenía compañero para que pudiera contar lo sucedido. Y, no debe olvidarse, la principal consecuencia de su muerte: la causa penal se desvanecía. Los que fueron coautores y cómplices se beneficiaban con el cierre. Muchos poderosos e influyentes respiraron aliviados.
El juez de la causa antes de cerrar el caso por el fallecimiento de Epstein, le dio la palabra a las víctimas para que pudieran contar públicamente su caso por primera vez. Tan sólo un gesto pero que significaba que el estado, por fin, las escuchaba.
Desde las denuncias hasta su detención, Epstein disfrutó de 14 años de libertad en los que siguió haciendo su vida y, muy posiblemente, abusando de adolescentes o violando chicas, o traficándolas para conseguir a través de esos favores sexuales algún rédito.
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