Clint Eastwood cumple hoy 90 años. Lo hace en un estado de increíble lozanía. Su obra sigue creciendo año a año. El Hombre sin Nombre, Harry el Sucio, el director aclamado. El galán de la vida privada agitada pero de la que se conoce poco. El de las opiniones políticas fuertes y poco complacientes. Uno de los pocos que reconvirtió una carrera de actor consagrado y taquillero en la de un autor cinematográfico con una notable obra para exhibir.
No sabía bien que quería. Su rendimiento académico era malo. Había probado trabajar de muchas cosas. Desde guardavidas hasta empleado en una estación de servicio. Alguien le dijo que podía aprovechar su más de metro noventa de estatura y su cara de rasgos definidos para hacerse un lugar en el mundo de la actuación. Los primeros intentos fueron fallidos. Apenas farfullaba y mostraba una rigidez de movimientos casi insalvable. pero alguien confió en él, en su aspecto físico, y en 1954 consiguió un contrato en Universal. 75 dólares por semana para estar listo para el (siempre pequeño) papel en que lo requirieran. "Producían miles de películas rápidas y baratas. Mis papeles eran el de joven teniente o enfermero. Y tenía una frase que decía: ‘Salió como lo planeamos’ o ‘Acá están las radiografías’. Y alguien me gritaba: “Muy bien. Largo de aquí'. Esa era toda mi participación”, contó Clint.
Unos años después llegó el primer golpe de suerte. En 1958 consiguió el protagónico en una serie de televisión, Rawhide, que estuvo varias temporadas en el aire con un buen rating. Hasta que recibió una propuesta que la que cambiaría la vida. Después de que varios actores norteamericanos rechazaran el papel, Clint aceptó protagonizar a un cowboy duro en una película italiana. “La idea de un western italiano era un oximoron; era como pensar que pudiera existir una comedia romántica italiana”, escribió años después un crítico en la revista Rolling Stone.
La apuesta era improbable. El género estaba agonizando. De todos los géneros clásicos de Hollywood es probable que por esos años el western haya sido el que menos vigencia tenía. Era una época pasada.
En esa película todos los elementos hacían pensar en una derrota anticipada. Un western filmado en la España de Franco dirigido por un italiano desconocido casi sin actores conocidos. El productor, mientras trataba de juntar algunos pesos para pagar el hotel, trataba de seducir financistas explicando que estaban filmando un western con reparto internacional. El único problema era que a esos actores internacionales nadie los conocía.
Los motivos por los cuáles Eastwood aceptó la propuesta son difusos. Él, alguna vez respondió sin darle mayor importancia: “No conocía Europa y me parecía una buena excusa”. El papel originalmente se lo ofrecieron a su compañero en Rawhide que ni siquiera consideró la oferta. Eastwood quería cambiar su perfil, dejar atrás a ese vaquero inocente, torpe y medio pavote que hacía en la televisión. También hay quienes afirman que Clint vio con buenos ojos pasar una temporada fuera de Estados Unidos porque su amante había quedado embarazada de él.
Por un puñado de dólares se convirtió en un éxito impensado en Italia. No fue el primer Spaghetti Western (¿acaso el género con mejor nombre de la historia?). Antes hubo al menos una docena pero todos fueron un fracaso. Luego del éxito de esta película y de las otras dos que completan la trilogía, se filmaron cientos de ellos. El hombre sin nombre de la Trilogía del Dólar (Por un puñado de dólares, Por unos dólares más y El bueno, el Malo y el Feo) cambió todo para muchos de los que participaron en ella. Para Sergio Leone, para Ennio Morricone y, naturalmente, para Clint Eastwood. Ese hombre parco, de mirada afilada, barba crecida, cigarrillo en boca -Eastwood no fumaba- y poncho al hombro se convirtió en unos de los personajes más importantes de la historia del cine.
La carrera del actor, que tardó en arrancar, se disparó para ya no parar. A principios de los setenta apareció Harry Callahan, Harry el Sucio, otro duro pero en otro ambiente que también animaría una saga. Eastwood con su reciedumbre, con su mínima efusión, con las palabras que salían arrastradas de su boca, se había convertido en poco tiempo en uno de los héroes de acción de Hollywood. Pero sus inquietudes eran otras. No sólo pretendía liderar la taquilla. Ya cuando actuaba en Rawhide había intentado que lo dejaran dirigir algunos capítulos. Su oportunidad llegó en 1971. Tuvo un sólido debut cinematográfico con Play misty for me. Después alternaría películas en las que sólo era el protagonista con aquellas que dirigía. Muchas veces consiguió que los estudios le financiaran sus películas más personales a través de un acuerdo en el que establecían que él actuaba en las películas de acción o hasta en las comedias (aquellas dos de los ochenta en las que su compañero era un orangután serían el mejor ejemplo, pero mejor olvidarlas; aunque según Wikipedia, la primera de ellas, es la película de Eastwood que más recaudó en la historia si se hace la actualización por inflación).
La consagración como director llegó en 1992 con Los Imperdonables, ese western incómodo que ganó varios Oscars. A partir de ese momento Eastwood fue considerado más un director que un actor. Con su perseverancia, con su talento y con el manejo firme de su oficio logró que el público se olvidara de una carrera repleta de éxitos y aprendiera a mirarlo de otra manera. Sin embargo antes de Los Imperdonables la filmografía de Eastwood ostentaba varias obras maestras (o al menos grandes películas): El Jinete Pálido, Bird, El Fugitivo Josey Wales, Bronco Billy o Corazón Blanco, Corazón Negro, entre otras.
Luego vendría otro Oscar por One Million Dollar Baby y otras películas superiores a esas que como suele suceder no fueron premiadas: Un Mundo Perfecto, Sully, Los Puentes de Madison, Cartas de Iwo Jima, Gran Torino o la reciente Richard Jewell.
La longevidad suele ser un mérito en sí mismo para muchos. Pero la energía y vigencia de Eastwood a los noventa años constituyen un milagro. Su ritmo de filmación es de una película por año, aunque en algunas temporadas sorprende a los espectadores con dos. Puede meterse de cabeza en una película bélica como American Sniper o en la intimidad de la historia de Frankie Valli como en Jersey Boys; moverse en los márgenes del western, su género dilecto, o sumergirse en el mundo del rugby, desconocido no sólo para él sino para el público norteamericano.
Ya fue dicho cientos de veces. El estilo clásico de Eastwood para contar. Es parte de un linaje y parece tenerlo presente todo el tiempo. Es como si el tiempo que pasó interpretando papeles para artesanos como John Sturges, Don Siegel o Sergio Leone hubiera dedicado a absorber cada conocimiento o entender por qué la cámara era ubicada de esa manera en cada escena. De todas maneras, nadie puede dudar que Eastwood es un narrador natural. Puede haber adquirido herramientas, pulido recursos, pero su talento es innato y vocacional. No hay otra manera de explicar su filmografía en la última década. Parece increíble que esas películas hayan sido filmadas por un hombre de más de ochenta años.
Su tema, posiblemente, sea el dolor. Los héroes de sus películas son falibles, arrastran demasiado sufrimiento. Están moldeados por las penas pasadas. Solitarios, caminan siempre acompañados por la sombra de sus penas, de sus heridas. Héroes rotos que a pesar de todo tratan de hacer las cosas bien. Contrariamente a lo que dice el título de su gran película con Kevin Costner, él sabe que no este no es un mundo perfecto.
Un ejemplo: Sully, la película sobre el piloto que logró aterrizar de emergencia un avión sobre el Río Hudson. La historia era bien conocida. ¿Qué podría contarnos de nuevo la película? ¿Qué más que la decisión y el heroísmo del veterano piloto? El episodio conocido, la parte épica dura muy poco. Eastwood se la saca de encima en los primeros minutos. Después quedan los problemas, las dudas, la lucha. Así como en la vida.
A pesar del obvio clasicismo, hay una evolución evidente en sus films. Harry, el Sucio quedó atrás. La violencia sigue presente (en todas su formas) pero ya no soluciona los problemas. Los complejiza o a lo suma los modifica (a partir de su irrupción pasan a ser otros).
Tal vez la mayor virtud de Eastwood sea la absoluta falta de condescendencia en su obra. No cede nunca a la tentación de la demagogia. Con un discurso fuerte y a veces hasta reaccionario fuera de la pantalla, nunca acomodó sus películas para agradar a un mayor número de espectadores.
Republicano primero y autodeclarado libertario después, nunca ocultó su inclinación por lo políticos de la derecha norteamericana. En un ambiente en el que abundan los que adscriben al Partido Demócrata pero en especial los progresistas, Clint Eastwood siempre fue una excepción. Apoyó a Nixon, a Reagan, a los Bush. Sin embargo no dudó en denostar las maniobras de Nixon en el Watergate, apoyar el aborto o declararse a favor del control de armas. Clint Eastwood piensa por sí mismo y no hay obediencia partidaria ni devoción a un líder que se lo impidan.
En alguna oportunidad se vio envuelto en alguna misión militar poco clara, difícil de explicar o justificar. En 1983 fue acusado por el gobierno de Tailandia de haber financiado una misión clandestina al sudeste asiático comandada por el hombre que inspiró el personaje de John Rambo que tenía como fin rescatar a supuestos soldados norteamericanos que todavía permanecían cautivos. El otro financista, según las denuncias, fue William Shatner protagonista de Star Treck. Cuando se destapó el escándalo, Ronald Reagan negó cualquier participación de su gobierno o siquiera conocer el tema. Eastwood, por su parte, no quiso aclarar demasiado, no le importó qué pensaran de él. Como de costumbre.
Durante dos años fue alcalde de Carmel. A fines de la década del ochenta se presentó como candidato y ganó con comodidad las elecciones del pueblo en el que reside. Mientras tanto siguió rodando. Desde la polémica El Sargento de Hierro (sobre la invasión norteamericana a Granada -da un poco de temor reverla- hasta Bird, esa incursión en la vida de Charlie Parker). Los vecinos coincidieron en que su gestión fue buena y que las obras realizadas en el pueblo mejoraron la vida de sus habitantes. Con discreción, al terminar el mandato, se retiró de la vida política.
De su vida personal no se sabe demasiado. Pese a su fama logró preservarse con bastante habilidad de los paparazzis, revistas del corazón y tabloides. Y eso que su vida amorosa fue cambiante y agitada. Tiene seis hijas y dos hijos con seis madres distintas. Sus divorcios fueron tormentosos en el ámbito privado pero silenciosos en el público. Según los rumores el número de sus amantes es legendario. Sondra Locke, pareja de Eastwood y actriz de la mayoría de sus películas desde 1975 hasta 1986, luego de la separación denunció maltratos y que Clint impidió que ella progresara como directora y como actriz. El título de su memoir sobre su vida matrimonial es bien descriptivo: El bueno, el malo y el muy feo. Mientras convivía con ella, Eastwood tuvo en secreto (al menos para Locke) dos hijos con otra mujer. Sin embargo eso no llegó a convertirse en escándalo, como si el público norteamericano no estuviera interesado en su vida privada. Como si ese carácter hosco y poco demostrativo de la mayoría de sus personajes se trasladara a su persona y les impidiera animarse a conocer más de su intimidad. En la discusión pública los tópicos sobre Eastwood se reducen a su filmografía (más como director que como actor: otro de sus méritos) y a sus posiciones políticas casi siempre monolíticas y previsibles.
Hoy Clint Eastwood cumple 90 años. Esperemos que cumpla muchos más porque, qué duda cabe, nos seguirá contando historias mientras pueda.
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