Casi las 11 de la mañana del 22 de noviembre de 1997. Michelle Bennet, una mujer joven, golpea con insistencia la puerta de la habitación 524 del hotel Ritz Carlton de Sidney. Nadie contesta. Desde el lobby, hace un intento más. El llamado telefónico tampoco es respondido. Deja una nota en conserjería y sale. Sigue preocupada pero, algo más aliviada, cree que el cantante fue al ensayo. Cuando faltan unos minutos para el mediodía, una mujer del servicio de limpieza deja el carro en el pasillo alfombrado y llama a la puerta de la 524.
En el picaporte no cuelga el cartel de No Disturb, y ante el silencio, abre la puerta. La imagen la impactó. No dio un paso más, no pudo traspasar el umbral del cuarto. Tardó unos segundos en reaccionar y salir corriendo para dar aviso. Corría movida por la desesperación, por la impresión, pero sabía que no había apuro, que ya nada iba a cambiar. Michel Hutchence, de 37 años, el cantante de INXS, uno de los hombres más famosos de Australia y del mundo del rock, desnudo, tan sólo con un cinturón de cuero y piel apretando su cuello, estaba muerto.
Mistify: Michael Hutchence el documental estrenado el año pasado (pero subido en estos días por Netflix) que dirigió Richard Lowenstein, amigo de Hutchence y realizador de varios de los videos de INXS, consigue que la atención se vuelve a centrar en la vida del cantante y en su trágico final.
Diez años antes de ese momento en el Ritz Carlton de Sidney, INXS protagonizaba un fenómeno global. Decenas de millones de discos vendidos de su Kick, el álbum que traía canciones como Need you tonight, New Sensation y Never Tear us apart. Videos, giras mundiales, premios, tapas de revistas, millones de dólares.
El grupo australiano, integrado entre otros por el trío de hermanos Farriss, encontró en Michael Hutchence al frontman ideal. Combinaba diversos mundos, en el convergían el impacto y la sensibilidad, la presencia escénica con la fragilidad, sensualidad, belleza y un histrionismo grandilocuente. Las canciones eran pegadizas, estaban ingeniosamente producidas, tenían ritmo y varios riffs memorables. Luego de que el tema What you need los hiciera conocidos y le diera la posibilidad de jugar en las grandes ligas, Kick significó un crecimiento exponencial. Y era un tiempo en que no era sencillo encontrar un lugar en el mundo del Pop, dominado por Michael Jackson, U2, Prince, Madonna, Bruce Springsteen, Whitney Houston y George Michael. Entre ellos, al menos en los rankings, logró ubicarse INXS durante una temporada.
La figura de Michael Hutchence captaba toda la atención. Era la época en que reinaba el videoclip y Hutchence imantaba al espectador. Aquello que sólo podía parecer una buena canción pop adquiría otro cariz con la presencia del cantante. Ese efecto, en vivo, se potenciaba.
El megaéxito convirtió a los australianos, al menos durante un lustro, en una banda de estadios. En ese ambiente gigantesco, con escenarios de decenas de metros de ancho, con espectadores que podían llegar a estar a 80 metros de distancia, Michael Hutchence se agigantaba. Apenas pisaba el escenario era evidente que ese australiano pertenecía a un linaje de pocos. Tomó elementos de Jim Morrison y de Mick Jagger. Mezclaba misterio con despliegue, seducción desembozada con energía sexual. Era más dúctil de lo que la crítica especializada estaba dispuesta a reconocerle en ese tiempo. Al comparar grabaciones de los primeros tiempos de la banda con las de su apogeo, se perciben con claridad las condiciones naturales de Hutchence pero también el progreso con la acumulación de shows. Un animal escénico que fue encontrándose cada vez más incómodo fuera de los escenarios.
Luego de Kick llegó X, que también trajo varios hits (Suicide Blonde, By my side, Disappear y Better Tears) y una larga gira mundial. Pero a pesar de funcionar bien no logró repetir el suceso anterior. La fórmula bailable con guitarras funks y arreglos vocales contundentes parecía agotarse. Luego un flojo disco en vivo que no logró transmitir la energía de cada recital y una sucesión de discos en busca de un prestigio que no iban a conseguir. De cada uno de ellos lograron obtener un hit pero no mucho más. INXS sufría una crisis de identidad, como si hubieran perdido la confianza en sí mismos y fueran empujados por los vientos de la época. Llegaban siempre un poco tarde a lo que estaba pasando (porque, se sabe, el éxito también se trata de una cuestión de timming). Probaron con el misterio a la U2, o con tímidas incursiones bordeando el grunge, casi renegando de su pasado. No resultó.
Una escena, pequeña pero cruel, grafica cuál era el lugar de INXS al promediar los noventa. En la entrega de los Brits Awards (el premio más importante de la música británica) de 1996, a Michael Hutchence le correspondió entregar el galardón al video del año. Abrió el sobre y leyó: “Oasis” y levantó un puño en gesto triunfal. Pendenciero y desdeñoso, Noel Gallagher tomó la estatuilla y dijo frente al micrófono: “Los que ya fueron no deben entregarle premios a los que estamos viniendo” al tiempo que abandonaba el escenario. Hutchence absorbió el castigo con una sonrisa débil aunque su ego estaba groggy, al borde del knock out.
Los amores de Hutchence ocupaban las tapas de revistas. Mujeres hermosas, exitosas. Parejas potentes que encandilaban al público. La pareja soñada australiana de fines del siglo XX: Michael Hutchence y Kylie Minogue. En el documental, Kylie dice que Michael quería probar todo: el sexo, el amor, la comida, las drogas, la música, los viajes, los libros. “Muchas de primeras veces con esas cosas se las debo a él”.
Luego llegó la ruptura y otro noviazgo que apasionó a los paparazzis con la súper modelo Helena Christensen. Un par de años después, durante una entrevista en la televisión inglesa, conoció a Paula Yates. Paula era una figura muy conocida. Explosiva y arrebatada se imponía por presencia y decisión. La nota la hicieron sobre una cama mientras intercambiaban sonrisas, miradas sugerentes y frases de doble sentido. Nadie podía negar que había química entre ellos. Ni siquiera Sir Bob Geldolf, el entonces marido de Paula. Pronto se supo que Michael y Yates estaban saliendo. Un escándalo de proporciones con Geldof, el rockero sin hits (bueno, sí, uno solo: I don´t like mondays) pero Caballero del Imperio y benefactor mundial, como el engañado. En el medio, las tres pequeñas hijas del matrimonio. Cada salida de la nueva pareja era acompañada por flashes, corridas y las consecuentes portadas de los diarios sensacionalistas. Una hija en común con un nombre larguísimo Heavenly Hiraani Tiger Lilly Hutchence (cada miembro de la familia eligió uno: Heavenly le correspondió a su hermana menor).
Dos años después de la muerte de Michael, su viuda Paula Yates afirmó en varias entrevistas que no se había tratado de un suicidio, que Michael practicaba un juego sexual que consistía en una autoasfixia mientras se masturbaba y que en la intimidad a ella varias veces la había ahogado con el fin de acrecentar el placer sexual.
Los investigadores policiales descartaron la posibilidad de un accidente. Sostuvieron que fue un suicidio. Paula, de manera comprensible, parecía no querer asumir la situación: “Michael nunca nos hubiera abandonado ni a mi hija ni a mí”. Durante el funeral de Michael, en el que Nick Cave cantó Into my arms, se dice que antes de que el cajón fuera cerrado, Paula puso un gramo de heroína en el bolsillo de Michael.
El suicidio de Michael fue el inicio de la cadena de muertes prematuras y desgracias para esa familia. El 17 de septiembre de 2000 Paula Yates fue encontrada muerta en su casa. La autopsia determinó que la causa fue una sobredosis de heroína. Heavenly Hiraani Tiger Lilly fue adoptada legalmente por Bob Geldolf y comenzó a vivir, junto a sus tres hermanas, con él. Las pérdidas de la joven no se detendrían. En el 2014 otra sobredosis de heroína terminó con la vida de su hermana, Peaches Geldof. Tenía 25 años.
En sus últimos años de vida, la conducta de Michael Hutchence se había vuelto errática. Los cambios en su estado de ánimo eran permanentes. En el documental se establece un hecho que para los allegados marcó un quiebre. Mientras estaba con Helena Christensen intervino en una absurda pelea callejera con un taxista en Copenague. Una trompada, la caída de Michael, el golpe de la cabeza contra el cordón. Unos instantes de inconsciencia, sangre que brotaba de su boca y de las orejas. Estuvo internado unos días. La fractura en el cráneo soldó, pero el impacto afectó algunos nervios y como resultado perdió los sentidos del olfato y del gusto. Se hace difícil determinar cuál fue la influencia de esas lesiones en su final y en sus cambios.
Apasionado, arrogante, talentoso, autodestructivo, impulsivo e inseguro. Mujeres hermosas, éxito, millones de dólares, lujos y placeres. Pero todo eso no bastaba para controlar los demonios internos, los que siempre habían estado ahí pero a principios de los noventa fueron ganando espacio dentro suyo. El cóctel era demasiado peligroso. Drogas, alcohol, depresión, daño mental, una relación turbulenta, insatisfacción laboral, los periodistas siguiéndolo en cada movimiento. El descenso no fue discreto ni lento.
Una pregunta difícil de responder (las caídas siempre son complicadas de entender) es como el cantante de INXS pasó de ser una súper estrella a carne de tabloide en menos de una década.
La fama, las drogas y la presión lo fueron cincelando. Un aventurero que desafiaba límites que parecía que tenía todo pero vivía insatisfecho. No todo lo que reluce es oro. Buscaba, probaba, los cambios no eran aceptados por el público (produjo una pequeña revolución cuando para su proyecto paralelo Max Q se cortó el pelo). Las heridas y los baches de su infancia reaparecían como fantasmas -la madre que lo eligió y abandonó a su hermano-. Pero no había demasiado tiempo para pensar, para quedarse quieto. Los flashes lo encandilaban cuando salía de su casa, un par de millones de discos vendidos no alcanzaban, casi estaba prohibida la experimentación o aún una tenue búsqueda por fuera de lo que las discográficas, el público y los críticos esperaban (aunque estos no esperaran nada, por lo general, de INXS).
El descenso de sus últimos años de vida, y en especial su suicidio, es un espectáculo doloroso y descarnado. Lo llamativo es que se dio frente a los ojos de millones de personas pero nadie pareció estar mirando, nadie pudo ayudar. Como si sólo se pudiera posar los ojos sobre él en sus extremos, cuando brillaba sobre el escenario o cuando se convertía en una especie de fenómeno de circo en la tapa de los tabloides.
Sus últimas horas de vida
Faltaba muy poco para que INXS empezara una nueva gira mundial, la de presentación de su álbum Elegantly Wasted. Al mediodía siguiente la banda tendría el último ensayo antes del primer show. Michael fue a cenar con su padre. Se lo vio animado aunque preocupado por el devenir del juicio de custodia que Paula estaba atravesando en Londres. Su esposa había tenido algún intento de suicidio, la policía había allanado su casa en busca de drogas luego de la denuncia de algunas niñeras y Geldolf presionaba para quedarse con las otras tres hijas de Paula. Pero el juicio significaba otra cosa: que ni Paula Yates ni su pequeña hija podrían acompañarlo en su gira. Ella debía quedarse, no podía permanecer mucho tiempo lejos de sus otras hijas; de otra manera el destino del pleito se definiría de inmediato.
Al volver al hotel y mientras tomaba una copa, Michael llamó a Kym Wilson, una antigua novia suya. Ella llegó con Andrew Rayment, su actual pareja. Los tres hablaron y bebieron durante horas. Cuando el bar del hotel se despobló subieron a la habitación de Michael para seguir unas horas más. “Era como si Michael no quisiera que nos fuéramos, nos quería retener”. Tomaron mucho: cervezas, vodka, algunos tragos, champagne. El diagnóstico de Wilson fue similar al de Hutchence padre: de buen humor aunque con la preocupación (casi obsesiva) del juicio, Paula y su hija. La pareja se retiró poco antes de las 5 de la mañana.
El cantante no se fue a dormir. Empezó una frenética ronda de llamados telefónicos. El primero a Bob Geldof. Fue una comunicación muy breve. Posiblemente Bob haya cortado apenas escuchó que el que hablaba era un Hutchence alcoholizado y a las 5.30 de la madrugada. Luego habló con Paula, que le confirmó que no podría viajar a Australia; el juicio recién tendría sentencia a mediados de diciembre. Michael le dijo que él le iba a rogar a Geldof que la dejara viajar con las cuatro hijas. Minutos después, otro llamado a Geldolf. Hubo gritos, discusiones, insultos. El huésped de la habitación de al lado en el hotel contó que escuchó discutir airadamente a Hutchence a esa hora. Geldof, tiempo después, recreó ese llamado contando que Hutchence lo había insultado y amenazado a los gritos, que le había rogado que permitiera viajar a las chicas. Dijo, también, que no lo notó depresivo. Después, una brecha de más de tres horas de la que no se sabe nada hasta que Michael dejó un mensaje en el contestador telefónico de su manager Martha Troup: “Martha, soy yo, Michael. Ya está. Ya tuve suficiente”. Apenas recibió el mensaje, Martha llamó a la habitación pero no tuvo respuesta. Entonces Troup se comunicó con el manager de la gira de INXS (Martha estaba en Nueva York) para que se acercara hasta el hotel. Él le contó que hacía unos minutos Michael le había avisado que no iría al ensayo final. Después dos llamados consecutivos a Michelle Bennett, una antigua y querida novia, a la que le dedicó Never tear us apart. En el primero Michael profirió incoherencias, tropezó con las palabras y, frustrado, cortó. Al rato, cinco minutos antes de las 10 de la mañana, la volvió a llamar. Lloraba y estaba completamente abatido. Ella le pidió que aguantara y le dijo que en ese momento salía para el hotel. Michelle llegó cuarenta minutos después. Golpeó la puerta, llamó por teléfono pero no recibió respuesta. Una hora después, la mujer de limpieza abrió la habitación.
Las pericias encontraron en su cuerpo grandes cantidades de alcohol, cocaína, Prozac y otras drogas recetadas. Los rumores hablaban de la posibilidad de que se hubiera tratado de una práctica sexual que salió mal y hasta de un homicidio. Los investigadores determinaron que fue un suicidio.
INXS trató de seguir adelante. Probó con cantantes invitados y hasta realizó un reality show televisivo para elegir al reemplazante. Continuaron en actividad hasta el 2012. Pero ya nada fue lo mismo.
Michael Hutchence, previsiblemente, era irremplazable.
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