En la miniserie Hollywood de Ryan Murphy, estrenada recientemente en Netflix, conviven los personajes ficticios con otros tomados de la vida real. Uno de los que integran esta última categoría es el interpretado por Jim Parsons, el Sheldon de The Big Bang Theory. Parsons encarna a Henry Willson, un despiadado representante de artistas. La recreación es muy cercana a la vida que tuvo Willson.
Hijo de un importante ejecutivo de una discográfica, una industria que a principios del Siglo XX era incipiente pero pujante, Harry conoció el mundo del espectáculo desde muy chico. Las estrellas de Broadway y los cantantes más importantes de esos años cenaban habitualmente en su casa. Su primer trabajo fue el de escribir una columna semanal de chimentos de la farándula para una revista de Nueva York. En ese trabajo menor descubrió una veta que más adelante le sería de mucha utilidad. Con sus rumores urdidos en las páginas de esa publicación de segundo orden generaba que representantes y artistas se acercaran a él. Lo que publicaba podía hundir o ayudar a alguien que era más importante y famoso que él.
Reconoció de inmediato el poder que residía en la situación. Y la mayoría de las veces los chimentos que más preocupación generaban eran los de índole sexual. Así montó una pequeña empresa que rozaba el chantaje. Alguna mención al pasar, casi en clave, provocaba que de inmediato el representante del artista aludido se acercara a él. La negociación posterior era breve y siempre beneficiosa para Harry. A la semana siguiente inventaba un romance a ese actor con una joven aspirante y de esa manera las sospechas de homosexualidad (uno de los peores delitos/motes, junto con el de “drogadicto”, para endilgar a un actor en esos tiempos) se diluían. Su tarea principal se convirtió en blanquear imágenes de las estrellas.
Luego de un largo crucero en el que entabló una relación de amistad con Dixie Lee, la esposa de Bing Crosby uno de los mayores astros de entonces, comenzó a trabajar en Los Ángeles. Otra columna periodística en el Hollywood Reporter y luego un trabajo como director de casting con David Selznick, el legendario productor de Lo que el viento se llevó. Hay quienes sostienen que una de sus principales tareas en el estudio era conseguir chicas que recién abandonaban la adolescencia y soñaban con triunfar en Hollywood para que pasaran por la cama de Selsznick.
Su siguiente trabajo fue en una agencia de representación de artistas. Allí consiguió sus primeros éxitos y comenzó a forjarse un nombre.
Lana Turner (todavía no se llamaba así sino Judy) era muy joven, era menor de edad. Su belleza llamaba la atención. Alguien le propuso a la madre que fuera a ver a Zeppo Marx, uno de los más importantes representantes artísticos de la época. Sí, el quinto de los Hermanos Marx. Vale la pena abandonar a Willson por unas líneas y detenernos en él. Nacido como Herbert, pero conocido como Zeppo, el menor de los hermanos Marx tuvo éxito en cada actividad que emprendió. En el cine participó de clásicos como Horse Feathers y Sopa de Ganso. Abandonó la actuación para dedicarse a representar artistas. Prontamente su agencia se convirtió en una de las más importantes -allí contrató a Willson-. Ese trabajo lo convirtió en millonario. Pero terminó sus días como multimillonario; su enorme fortuna no la hizo con ninguna de estas dos actividades sino como ingeniero, con un invento. El Anillo Marman, un dispositivo, una especie de precinto que sirve para unir caños o tuberías cuyo uso se difundió de manera increíble ya que solucionaba infinidad de inconvenientes prácticos. El Anillo Marman fue utilizado hasta por el Enola Gay para lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima.
Volvamos a Willson y Lana Turner. En esa reunión, Zeppo le pidió a la joven que se levantara el vestido. Ella miró a la madre, que petrificada sólo atinó a ladear la cabeza casi imperceptiblemente negando el permiso. Zeppo Marx explicó: “Tiene hermosa cara, se nota que buenos pechos pero no le veo las piernas. Sin eso nunca será una estrella”. La chica se levantó el vestido y el hombre aprobó lo que veía. Les dijo que su carrera la manejaría uno de sus asistentes, Henry Willson. Le aclaró que su especialidad eran los jóvenes actores pero que estaba seguro que haría un gran trabajo con la chica. Cuando las mujeres estaban saliendo de la oficina, Zeppo Marx se dirigió a la madre: “Señora, no se preocupe. Con Willson la virginidad de su hija no corre ningún peligro”.
Lana Turner se convirtió en una estrella gracias a sus encantos (su ángel) y a la obstinación de Willson. Pero el cliente favorito de Henry era otro. Junior Durkin había empezado en el cine siendo muy joven. Conoció el éxito en el papel de Huckleberry Finn. Luego los papeles, cuando estaba abandonando la adolescencia, empezaron a escasear repitiendo el karma de los actores con sucesos en su infancia y primera juventud. Hasta que conoció a Henry que le buscó oportunidades con denuedo. La persistencia de Willson logró que la figura de Junior Durkin volviera a resurgir pero una tarde de 1935, el auto en que viajaba con Jackie Coogan (otro actor infantil: El Pibe de Chaplin) y el padre de éste, sufrió un vuelco. Durkin murió en el acto. Fue la única víctima fatal del accidente. Durkin además de ser el cliente dilecto de Henry Willson era su pareja (el personaje de Parsons hace mención a este hecho en Hollywood).
Muchos sostienen que Willson no volvió a ser el mismo y que su carácter se endureció después de ese suceso.
Más allá de que Lana Turner fue la primera gran estrella que manejó, su especialidad fueron los actores jóvenes. De su mano se consagraron más de una decena de galanes. Todos respondían a un patrón. De físico portentoso, rostro fresco y ningún talento para la actuación. Tanto fue el suceso de Willson en imponer a sus actores y tan parecidos eran todos entre sí que instaló una nueva categoría de galán en Hollywood: los Beefcake. Actores que aprovechaban cada oportunidad que tenían para mostrar su torso, musculosos y bronceados que se peleaban por las portadas de las revistas con las mujeres: ya no sólo ellas aparecían en traje de baño.
Había otras características que hermanaba a los actores de la escudería Willson: a todos les costaba decir una línea de diálogo con fluidez y ninguno conservaba su nombre de origen. Willson tenía un talento especial para bautizar a sus representados. Ellos no podían participar de la elección de su nombre artístico. Esa era una exclusiva facultad de Henry. Los elegía sonoros, contundentes y con algo de misterio. Todo un talento (el Lana de Turner fue su primer pleno). La enumeración es elocuente: Rory Calhoun, John Saxon, Clint Walker, Chad Everett, Guy Madison, Troy Donahue, Robert Wagner, John Dereck y, tal vez la mejor combinación nombre y apellido de todas, Tab Hunter.
Pero el actor de Willson que más lejos llegó fue Rock Hudson. A él, como a los demás, le eligió el nombre, lo mandó al gimnasio, le cambió los dientes y hasta le hizo destruir sus cuerdas vocales para que después tuviera una nueva voz. Hudson no tenía la menor habilidad actoral. En su primera película sólo tenía una frase que tuvo que ser reescrita una decena de veces para que el actor pudiera por fin decirla con cierta fluidez. Pero su carrera fue creciendo.
Como también la posibilidad de Willson de colocar en otras películas de esos estudios a actores de su agencia detrás de su nave insignia, Rock Hudson.
“Sólo dos veces en mi vida pedí a los aspirantes que ingresaban a mi oficina que leyeran alguna página de un guión para mí. Ambas lecturas fueron desastrosas. Realmente horribles. Ninguno de los dos tenía el menor talento. Nada. Pero ambos poseían algo más. algo intangible que podemos llamar ‘Sex appeal’. Ellos dos eran Rock Hudson y Lana Turner", solía jactarse Henry Willson.
Para conseguir espacio para sus actores Willson recurría a cualquier artilugio. La insistencia, sus contactos con la mafia y el chantaje.
Sus actores para conseguir ser representados por él debían pasar por su sillón o su cama. El “couch casting” (casting sábana sería el término por estas tierras) se convirtió casi en una norma en su agencia. Willson sometía sexualmente a sus actores. Era un depredador. Luego estaba el maltrato, el despotismo en el manejo de su carrera y la arbitrariedad permanente.
Luego de actuar en Sublime Obsesión y Escrito en el Viento, Rock Hudson se había convertido en una estrella. Cuando estaba a punto de comenzar el rodaje de Gigante con Elizabeth Taylor y James Dean, un llamado sacudió las oficinas de Willson. Confidential, el tabloide más leído en ese tiempo, estaba preparando una larga nota en la que revelaría que Rock Hudson era homosexual.
Henry Willson se movió con rapidez. Utilizó toda su experiencia, sus contacto y poder para acallar la noticia. Era su especialidad. Matar las noticias que podían perjudicar a sus actores. Pero esta vez no sería tan fácil. Rock Hudson se había convertido en una estrella y él o Willson debían dar algo a cambio. Henry cambió figuritas. Aprovechó que hacía unos meses estaba peleado con Rory Calhoun y les contó a los periodistas que el actor tenía antecedentes penales. El otro sacrificado fue Tab Hunter: Willson pasó la información que Hunter había sido arrestado en medio de una orgía gay. La carrera de ambos se desmoronó. Pero a Willson no le importó porque su principal actor salió indemne.
Pero el peligro permanecía latente. Para acallar rumores decidió casar a Rock Hudson con su secretaria, Phyllis Gates. En esa agencia todos se sacrificaban.
Los rumores señalan que ella era lesbiana. Aunque nunca se supo cuál fue la verdadera naturaleza de ese matrimonio sí se conoce que fue breve. Duró tres años y ninguno de los dos se volvió a casar.
Willson se movía con impunidad. Pero sus conductas se fueron difundiendo en Hollywood. Los actores comenzaron a alejarse de él porque, debido a los antecedentes, estaba instalada la presunción de que todos los actores que él representaba eran homosexuales (y que habían pasado por su cama). Nadie quería ser sindicado como tal porque su carrera corría serio riesgo.
“Su rutina era invitarte a cenar. La comida era fastuosa y con mucho vino del mejor. Luego se abalanzaba encima del aspirante a actor. No utilizaba la persuasión ni la seducción. Presionaba y por lo general obtenía lo que quería. En las escasas ocasiones en que alguien se ponía firme y rechazaba sus avances, él decía que se había tratado solo de una broma”, contó Tab Hunter en sus memorias.
No importó que también representara a actrices como Natalie Wood y Joan Fontaine, la impronta de sus galanes toscos y en camiseta, chicos de póster, se impuso.
Rock Hudson siguió ocultando su vida privada y se convirtió en galán de comedias en tándem con Doris Day. Estuvo entre 1957 y 1964 entre los 10 actores más importantes de Hollywood. Nadie había integrado esa lista 8 años consecutivos. Pero su estrella se fue extinguiendo lentamente. Cuando la suerte cambió, los rumores sobre su vida privada volvieron a tomar fuerza. Hudson abandonó a su representante porque no quería ser sindicado como gay.
Para fines de la década del 60 ya nadie en Hollywood desconocía que Willson era homosexual y eso provocó que lo fueran apartando cada vez más. No tuvo fuerzas para reinventarse. Sabía que eran muchos los que estaban esperando para vengarse de cada uno de sus abusos y maltratos. Se refugió en el alcohol y las drogas. De a poco fue perdiendo su fortuna, la elegancia y, también, la cordura. Durante la década del 70 fue internado en varias oportunidades hasta que en 1978 la cirrosis destruyó su hígado. Henry Willson tenía 67 años pero parecía de muchos más.
Casi nadie fue a su entierro. Un viejo representado suyo pagó la lápida. El epitafio lo había escrito el propio Henry Willson en alguno de los escasos intervalos lúcidos que había tenido en esos años. En el mármol tallado se lee: “Henry Willson. 1911-1978. Estrella - Hacedor de estrellas”.
SEGUÍ LEYENDO: