Hollywood, la miniserie de Ryan Murphy que acaba de estrenar Netflix, trata de mostrar la trastienda de la meca del cine en el periodo de posguerra. Para contar esa historia (con algo de ucronía) utiliza una conjunción de personajes meramente ficcionales con otros que existieron en realidad. Ahí están Rock Hudson, el director George Cuckor o Henry Willson, el representante interpretado por Jim Parsons, el actor de Big Bang Theory.
Uno de los personajes principales es Ernie West quien es encarnado por Dylan McDermott. Ese papel está claramente inspirado en Scotty Bowers, el mayor proxeneta de Hollywood durante cuatro décadas.
Bowers conoció Hollywood como nadie lo hizo antes. Nadie supo ni conservó tantos secretos y tantos detalles íntimos como él. Tenía los dones necesarios para destacarse en ese negocio, eran cualidades que no debió pulir ni trabajar. Podríamos llamarlos dones innatos. Discreción, carisma y desparpajo.
Pero una de esas virtudes, la discreción, la perdió casi llegando al final de su vida. En 2012 cuando 89 años publicó un libro (coescrito con el periodista Lionel Friedberg) en el que detalló con increíble minuciosidad hábitos y secretos sexuales de decenas de estrellas del Hollywood dorado de las décadas del cuarenta y del cincuenta. Servicio Completo fue editado en castellano por Anagrama (se puede leer en la plataforma Leamos) y no se exagera si se lo califica como el libro más indiscreto y chismoso alguna vez publicado. Bowers tiene mucho para contar.
Scotty era menor de lo que aparece en la miniserie de Netflix. Había nacido en 1923. Hasta tener que enrolarse en el ejército para pelear en la Segunda Guerra Mundial vivió en una granja de Illinois en una familia con necesidades económicas. Desde muy chico conoció los escarceos y los avances sexuales. La mayoría inapropiados y delictivos aunque él tienda a minimizarlos cuando los recuerda y evada la palabra abuso. Tuvo relaciones con padres de amigos, con religiosos y con varios hombres mayores cuando todavía era un niño y un adolescente.
Al regresar de pelear en el Pacífico desembarcó en Hollywood. A él como a muchos otros le atraían las luces, las estrellas, los grandes estudios. Consiguió trabajo en una estación de servicio que quedaba en el corazón de la ciudad, en Hollywood Boulevard y la Van Ness.
Según su relato todo empezó cuando un día terminando su turno mientras ponía nafta a un lujoso Lincoln (también en esos tiempos los empleados revisaban el aceite, el agua, limpiaban el parabrisas y hasta vacían los atiborrados ceniceros del auto), el conductor del auto le ofreció ganarse unos dólares extras. Él se subió al auto y fue hasta la casa de este señor. Luego de tener sexo la propina fue de 20 dólares. El hombre, su primer e inesperado cliente, era Walter Pidgeon, el actor de Qué verde era mi valle y Rosa de Abolengo.
Pidgeon dio buenas referencias de su performance. La voz se empezó a correr y muchos de los que se desempeñaban en el mundo del cine comenzaron a pasar por la estación de servicio por algo más que nafta. Al comienzo eran maquilladores, vestuaristas, peinadores, escenógrafos. Pero muy rápidamente también se acercaban primeras figuras. La estación de servicio (que con el tiempo se convirtió en una estación de bomberos) se convirtió en el epicentro de la vida prohibida de Hollywood y Scotty Bowers en su regente.
Scotty decidió que él no podía dar abasto a semejante demanda. Por lo que organizó un pequeño ejército de jóvenes de ambos sexos para satisfacer las necesidades sexuales de medio Hollywood. En la parte de atrás de la estación de servicio estacionaron un remolque, una especie de casa rodante que constaba de dos habitaciones y servía como sede de los encuentros sexuales pasajeros y (para esa época) prohibidos.
En sus memorias asegura que nunca cobró por sus servicios, ni por tener sexo ni por conseguir un chico o una chica a quien se lo solicitara. Sostiene que los enlaces que propiciaba eran meros gestos de amistad, que lo que recibían quienes consentían tener sexo sólo era una propina. Esas afirmaciones resultan muy difícil de creer no sólo porque lo que realizaban eran actividades clandestinas, sino por la frecuencia de sus intervenciones, por la dedicación de Bowers y por la naturaleza de los servicios prestados.
Su tarea principal fue la de proveer a los poderosos de Hollywood de lo que necesitaban para satisfacer sus deseos sexuales. Gays, lesbianas, heterosexuales recaían a él para conseguir partenaire sexual y, en especial, para conservar su secreto.
Luego de varios años de utilizar la estación de servicio como base, Scotty se dedicó a ser barman, primero en un exclusivo club y luego en fiestas privadas. Al principio, no tenía idea de cómo hacer un trago pero aceptó atender el bar en una de las grandes fiestas prohibidas que brindó una de las parejas ocultas y más polémicas de esos años, la integrada por Cary Grant y Randolph Scott (ambos estaban casados con mujeres aunque su relación era un secreto a gritos). A partir de ese momento, Bowers tuvo una nueva profesión (o una renovada tapadera). Su máxima habilidad detrás de la barra, al parecer, era revolver los tragos con su miembro sexual. Los hombres y mujeres de la fiesta celebraban la actuación cada vez.
El desfile de nombres es asombroso. Spencer Tracy, Errol Flynn, Tyrone Power, Katherine Hepburn, Rock Hudson, Montgomery Cliff, Vivian Leigh, el creador de las Barbies, Ramón Novarro, Charles Laughton y algún Rotschild, entre otros, se contaron entre sus clientes (aunque él niegue haber cobrado por sus servicios: nadie está obligado a autoincriminarse).
Una de esas celebridades que recurrió a Scotty fue Cole Porter. El compositor en ese tiempo ya había sufrido la amputación parcial de una de sus piernas. Según Bowers, a Porter sólo le interesaba brindar sexo oral a los chicos que le conseguía el proxeneta. Sin embargo de la más interesante de las historias que cuenta sobre Porter no tiene tinte sexual. Cole Porter una noche invitó a un selecto grupo de amigos a cenar a su casa. Pero al momento de la comida, el mucamo anunció que el anfitrión estaba demorado y que le había ordenado que empezaran sin él. Así una veintena de celebridades comieron y charlaron -tema obligado- del ausente dueño de casa. Lo que ellos no sabían era que Cole Porter durante toda la cena permaneció escondido debajo de la mesa porque quería escuchar sin intermediarios qué opinaban sobre él sus amigos.
También hubo dramaturgos y escritores. Gore Vidal fue uno de sus mejores amigos. Según Scotty, Tennesee Williamas escribió una biografía sobre él pero que a pedido de Bowers fue destrozada antes de su publicación. Noel Coward lo menciona en sus memorias y sostuvieron una relación a lo largo de los años. Otro escritor, Somerset Maugham era voyeur. Y con su pareja le pedían a Bowers que les proporcionara parejas de lesbianas, de homosexuales y heterosexuales. En una habitación de hotel, Scotty montaba pequeñas orgías para que Maugham, siempre de impecable traje de tres piezas, oficiara de atento e impávido espectador.
Las personas con las que se involucró no sólo eran del mundo de la actuación o de las letras. En la lista aparecen el Duque de Windsor y Wallis Simpson: abastecía a los dos miembros de la pareja; ella buscaba mujeres, y él chicos jóvenes; el Dr. Kinsey, el del célebre informe sexual, para quien montó varias orgías para que investigara in situ; y hasta Brian Epstein, el manager de los Beatles.
Naturalmente, las tareas de Scotty no sólo se reducían a entablar contactos, a oficiar de Tinder analógico de las diferentes estrellas. Él mismo se involucraba con ellas. Se acostó con Vivian Leigh, tuvo tríos con Cary Grant y Randolph Scott, pero también con Ava Gadner y Lana Turner, soportó las borracheras de William Holden y hasta tuvo sexo con Edgar Hoover, el histórico director del FBI.
Además de los directivos de los estudios, de las temibles periodistas de chimentos que en tres líneas podían destruir la reputación de cualquiera, el mayor enemigo de Bowers y sus actividades era la Brigada Antivicio (la traducción literal es mejor: la Brigada del Vicio). La división policial que procuraba que la moralidad de la ciudad se mantuviera. Así detenían a quienes tenían relaciones homosexuales, o a los que contrataban prostitutas o los sospechosos de costumbres sexuales que escapaban de lo que se consideraba normal. A veces, algún agente encubierto se hacía pasar por cliente para atrapar infraganti a su víctima. No se debe olvidar que la homosexualidad estaba tipificada como un delito.
En una fiesta, mientras él preparaba tragos, la actriz televisiva del momento se paró sobre uno de los parantes de una banqueta para quedar más alta e inclinarse para acercarse a Bowers. Él pensó que le quería decir algo. Tal vez deseaba pedirle que le consiguiera alguien por una noche. Ya estaba acostumbrado. Pero nada de eso pasó. Lucille Ball apenas Bowers se acercó hacia ella con una sonrisa le encajó un furibundo cachetazo. Los dedos de la actriz quedaron marcados en la mejilla del bartender/proxeneta: “Que sea la última vez que le conseguís putas a Desi” impuso Lucille Ball ante el silencio que sobrevino después del golpe. Desi Arnaz era el marido de Ball.
Bowers afirmó que le consiguió a Katherine Hepburn más de 150 chicas para que pasara sus noches. También contó que él pasó varias veladas con Spencer Tracy, a quien pinta como un alcohólico perdido. La estrella más grande de su tiempo estaba atrapado entre un matrimonio infeliz y una relación clandestina también artificial y todo eso mientras se ahogaba en un interminable mar de alcohol. Un juego de muñecas rusas de ocultamientos, mentiras y frustraciones.
Además del libro, en 2017, dos años antes de su muerte, un nonagenario pero espléndido Bowers participó de un documental en el que narró su agitada vida (Scotty and the Secret History of Hollywood). Las críticas por sus revelaciones no se hicieron esperar. La duda que se planteaba era por qué si había callado durante décadas, hablaba al final de su vida. Scotty respondió que la mayoría de los mencionados estaban muertos y que nunca hace mal conocer la verdad. Otros pusieron en duda sus afirmaciones. Las escandalosas revelaciones no contaban con demasiadas pruebas que las respaldaran. En algunos casos se conoció que algún dato brindado por él con todo seguridad era falso. Un ejemplo: en sus memorias Bowers dice que el director de fotografía Néstor Almendros le legó después de su muerte el Oscar que ganó en 1978 por Días de Gloria; pero Almendros regaló la estatuilla a su madre bastantes años antes de morir.
Bowers narró detalles, preferencias y hábitos sexuales de los mitos sagrados de Hollywood. Quienes eran gays, quienes lesbianas, quienes impotentes. Detalló los gustos, prácticas y filias sexuales (algunas excesivamente escatológicas). La indiscreción y la traición a quienes confiaron sus secretos, el ataque a la intimidad -por más que la mayoría ya estuviera muerto- es evidente.
Sin embargo hay algo innegable, algo difícil de refutar en lo que cuenta Bowers. Y eso no se trata de la condición sexual de una actriz o de si un galán participó de una orgía homosexual en una mansión. O del placer culposo que proporciona un chisme bien contado y escabroso. Lo que las historias de Bowers muestran es que quienes sostenían el Star System, las estrellas amadas por el público de todo el mundo, para mantener su status, para que los estudios siguieran sosteniéndolos debían esconder sus verdaderas personalidades, debían vivir sus vidas en la oscuridad, negar sus verdaderas elecciones. Aparentar una sexualidad ajena a ellos. Su vida debía ser impoluta y responder a los cánones morales de la época.
Los galanes debían casarse con mujeres, las actrices con hombres. No importaban sus preferencias sexuales. No había posibilidad de que no fuera así. Y nadie debía permanecer demasiado tiempo soltero porque eso lo convertía en sospechoso de libertino o de homosexual (o de ambas). De esa manera se arreglaban matrimonios infelices que debían mantener las apariencias para asegurarse de que sus carreras no se derrumbaran. Eran matrimonios de conveniencia o “profesionales”. Aquello que se escapaba de lo que in
dicaban los rígidos parámetros morales de la época se convertía en clandestino. Los estudios, en esos años, eran los propietarios de las estrellas. Realizaban grandes inversiones en ellas y protegían el dinero invertido. Cada actor o actriz que firmaba un contrato en Hollywood tenía que cumplir con una cláusula de moralidad que estaba en todos los contratos. La homosexualidad o la bisexualidad eran las violaciones más flagrantes a esa disposición.
Scotty Bowers murió a fines del 2019. Tenía 96 años. La mayorías de los grandes diarios norteamericanos le dedicaron largos obituarios. Recordaron los tiempos dorados de Hollywood, de los grandes estudios, de las grandes estrellas, pero que también fueron tiempos de impostura y de ocultamiento, de vidas insatisfechas que debían desarrollarse en la clandestinidad, consolarse en el alcohol y que debían recurrir a personajes como Scotty Bowers.
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