Hace unas semanas, finalmente, apareció Apropos of nothing, las memorias de Woody Allen. Debido a la pandemia por ahora el libro se consigue sólo en inglés y en formato digital. La historia de su publicación estuvo repleta de vaivenes y de trabas. Los cuatro grupos editoriales más importantes de Estados Unidos se negaron a editar el libro. La decisión, en otro contexto, resultaría llamativa. Woody Allen desde que sacó sus primeros cuentos en el New Yorker en los 70 y luego con la publicación de los libros que los recopilaban (Sin Plumas, Perfiles, Como acabar de una vez por todas con la cultura, Pura Anarquía), los guiones y las obras de teatro ha tenido excelentes ventas. Sin embargo, el #MeToo lo convirtió en un autor tóxico y nadie desea involucrarse en ninguna empresa con él.
En un momento parecía que Hachette se animaba. Anunció la salida de las memorias. Pero, a las pocas horas, se retractó. La editorial anunció que devolvía el texto al autor. Los empleados de la empresa se expresaron públicamente en contra de la edición del libro y Ronan Farrow, el hijo de Woody y Mia, dio a conocer una carta pública en la que presionaba a los editores (los mismos que los de él, que ha ganado el Premio Pulitzer y cuenta con un flamante best seller) para que no dieran a la luz el texto de su padre mientras anunciaba que si lo hacían ya no lo contarían como autor. Hachette se sacó el problema de encima en menos de un día. Woody Allen -para utilizar la terminología de época- parecía cancelado para siempre.
Las memorias de este genio de 84 años en otro contexto hubieran generado interés e intriga. Ahora parece mejor ignorarlas y la cercanía a él puede ser tan tóxica que cualquiera que lo reseñe, glose o comente puede envenenarse públicamente.
El libro es (muy) desigual. Tiene notorios altibajos. Por momentos aparece la prosa liviana, llena de gracia e inesperada de Woody. En otros se convierte en un largo catálogo de lugares comunes, de amabilidades dichas al pasar, valorando gentilmente y de manera uniforme a las diferentes figuras públicas que trabajaron con él.
Sin embargo las partes que más llamarán la atención, que más repercusión tendrán son las referidas a su romance con Soon-Yi, la separación de Mia Farrow y la acusación de abuso contra su hija Dylan. Allí se lee a un Woody desatado, fuera de línea, deseoso de defenderse, de minimizar cualquier dato que lo perjudique y atacando sin el menor límite a cada uno de sus acusadores, en especial a Mia.
La primera parte en la que cuenta su infancia y juventud, en la que vemos la Nueva York de los 50 y primeros 60 es prodigiosa. El texto va y viene, se desvía, aparecen gratas digresiones. Nos cuenta de su padre, un simpático buscavidas, irresponsable e inestable. La madre era el rigor, la que se preocupaba por su futuro, porque no faltara nada en la casa. “Mis padres estaban en desacuerdo en todo, excepto sobre Hitler y mis boletines colegiales”, escribe. A pesar de eso cuenta que permanecieron casados 70 años: “Ellos seguramente se amaban a su manera, una manera que tal vez sólo conocen unas pocos tribus de reducidores de cabeza en Borneo”, afirma. Aparecen los chistes, los one-liners, los remates inesperados. Woody nos muestra los cines de la época, sus inicios en la escritura como guionista de humoristas y periodistas varios. Luego la incursión como comediante de stand up que cambió su destino. Las primeras películas, los éxitos iniciales, el deslumbramiento con ese mundo con el que siempre anheló.
Su vida privada no está ausente. Narra con bastante detalle (y con cariño) sus dos primeros matrimonios. Con Harlene Rosen se atribuye la exclusiva responsabilidad del fracaso de la pareja: “Fallé miserablemente y en el camino convertí en miserable su vida, también”. Luego el encuentro con Louise Lasser, hermosa actriz (muchos sostienen que tiene un enorme parecido físico con Mia Farrow). Pero al poco tiempo descubre que ella tiene problemas psiquiátricos, una bipolaridad no tratada. Esa relación duró más de 8 años convulsionados. Hubo casamiento, problemas varios e infidelidades de parte de ella (Woody no habla de las propias) mientras su carrera ascendía meteóricamente.
Luego vendría Diane Keaton. Una relación corta, intensa. En la que nos cuenta que ella protagonizó sus películas cuando ya estaban separados. De estas relaciones, descubrimos, Woody sacó mucho material para sus películas. Salidas de a cuatro en el que él se enamora de la chica del amigo, el amor por una chica de 19 años, las relaciones con su parientes políticos. Cuenta también que luego salió con las otras dos hermanas de Diane: Dory y Robyn. Hay algo de regodeo en la descripción: “Buenos genes en la familia Keaton”, escribe.
Hasta allí el libro tiene ritmo y uno cree que es una proeza que un hombre de 84 años logre sostener esa prosa y maneje una arquitectura en apariencia sencilla pero que en realidad es muy sofisticada. Woody entra y sale de las historias con elegante soltura.
Pero todo cambia al aparecer Mia Farrow en su vida. La mirada de Woody sobre ella, además de destacar su belleza y las relaciones y el roce que había obtenido al haber estado en pareja con Frank Sinatra y André Previn, no es cariñosa ni piadosa.
Apenas empieza a hablar de ella, Woody dice que espera que el lector no haya comprado el libro para leer sobre eso. Pero por la cantidad de espacio que le dedica y por la energía y el rencor que despliega, no parece que esa fuera su idea original.
A Ronan Farrow, su hijo biológico, lo llama casi todo el tiempo Sachtel, el nombre que le puso cuando nació pero que el actual periodista luego cambió. Se hace eco de los rumores que aseguran que no es su hijo. Dice que él cree que sí lo es, y que si no lo fuera puso mucho dinero en su manutención y educación. Aunque juega con la suspicacia y se muestra como un hombre posiblemente engañado. Que ella no lo hubiera puesto como padre en el certificado de nacimiento es un indicio, sostiene Woody. “Mia, apenas nació Sachtel lo expropió. Lo acaparó”, escribe.
Cuenta, poniendo las palabras en boca de Moses, hijo adoptivo de él y de Mia, que Ronan por presión de su madre se realizó dolorosas intervenciones quirúrgicas en las piernas (que incluían varias fracturas adrede) para ser más alto. “En la política no triunfan los petisos” habría dicho Mia.
La tensión con Ronan se palpa pero Woody no avanza contra él. No lo agrede. Pero tampoco hay palabras de afecto, ni comprensión para su hijo. Ni siquiera reconoce sus evidentes méritos profesionales. Le endilga cinismo y falta de coherencia. Ronan denunció que las grandes cadenas televisivas no aceptaban su investigación sobre Harvey Weinstein. Woody dice que le parece extraño que Ronan siendo un cruzado de la libertad de expresión haya intervenido para que no entrevistaran a Soon Yi en la revista New York.
En el momento en que Woody comienza a diseccionar el caso con Mia Farrow, el libro se convierte en un espectáculo atroz, desagradable, impúdico. No exclusivamente por lo que cuenta Woody sino porque el lector puede imaginar lo que vivió esa familia, cada uno de sus integrantes. En especial los chicos. Una masacre familiar en la que a veces cuesta mantener los ojos abiertos. Woody describe los ataques que recibió por parte de Mia. Y las acusaciones que él y la justicia afirmaron que fueron falsas.
Sin embargo, él no se queda atrás. De a poco desgrana las peores acusaciones y sospechas sobre Mia Farrow. Sostiene que al principio de la relación hubo varias alertas que él no supo reconocer. Dice haber escuchado rumores sobre la familia Farrow. Y luego no se priva de contar esos rumores sobre que Mia fue abusada en su juventud por algún familiar. Luego relasta que uno de los hermanos de Mia está preso por abuso sexual, que otro falleció en un accidente aéreo y que el tercero se suicidó.
Sobre el inicio de su relación con Soon Yi se le olvida mencionar que es la hermana de sus tres hijos. Naturalmente no puede negar que sea la hija de Mia pero Woody insiste en el maltrato al que la chica fue sometida toda la vida por su madre adoptiva. También afirma que la relación de pareja con Mia Farrow estaba en ese tiempo muy deteriorada. Pero no expresa remordimiento por lo sucedido. Ni siquiera se plantea si esa relación subvierte algún límite inquebrantable. Describe como si fuese gracioso, el episodio de las polaroids de Soon Yi desnuda que Mia encontró sobre la chimenea del penthouse de Woody. A partir de ese momento se desató la tormenta perfecta.
El libro impacta desde su primera página. Está dedicado a Soon-Yi pero, debe ser dicho, la dedicatoria es extraña (e increíblemente anacrónica): “Para Soon-Yi, la mejor. La tenía comiendo de mi mano y después me di cuenta que me faltaba el brazo”.
En el tema en que se detiene, en el que más se explaya es en la acusación de abuso contra su hija adoptiva Dylan. Woody Allen sostiene que todo se trató de una venganza de Mia Farrow. “Vos me sacaste una hija, yo te voy a sacar una a vos”, dice que Mia le dijo. Al principio de su relato sostiene que la reacción inicial de Farrow, dadas las circunstancias, fue comprensible: “Entiendo su shock, su desconsuelo, su rabia. Todo. Es la reacción correcta”.
Woody niega las acusaciones de manera terminante. Luego apela al testimonio de Moses, uno de sus hijos adoptivos, y a declaraciones de las investigaciones oficiales que se realizaron. Una por parte de la policía y otra por parte de especialistas de Yale a pedido de un juez. En ambas Woody fue declarado inocente. Los especialistas dijeron que el hecho no había sucedido, que Dylan no había sido abusada. Cuenta que uno de los dictámenes sostenía que lo que podía haber ocurrido era que Dylan hubiera cambiado su testimonio sugestionada por la situación o directamente por indicación (o mediante lavado de cerebro) de su madre.
Su defensa enfática, detallada, convencida y convincente se convierte de a poco (casi inevitablemente) en un ataque a Farrow. El espectáculo crece en niveles de patetismo y dolor. Cuenta que dos hijos adoptivos de Mia Farrow se suicidaron como consecuencia de los maltratos recibidos. Sostiene que Mia adoptaba hijos casi como por un hobby, que le gustaba la atención pública que su acción altruista generaba pero que luego ya en su lujoso hogar frente al Central Park la historia era muy diferente. Que luego de tener unos días en su casa a un niño con espina bífida, pidió echar para atrás la adopción porque a uno de sus hijos (Fletcher), el recién llegado le caía mal. Asegura que la madre diferenciaba entre hijos biológicos y adoptivos y sometía a condiciones de excesivo rigor y hasta vejámenes a varios. Soon Yi habría sido una de ellas.
Las decisiones judiciales o policiales que lo favorecen le parecen razonables y justas. Las que lo perjudican (la prohibición de por vida de contacto con su hija Dylan, la obligación de que las visitas con Ronan y Moses fueron siempre supervisadas) las atribuye brutalmente a que Mia Farrow habría mantenido relaciones sexuales con el juez y con el fiscal de la causa. Sobre otro juez cree que las decisiones dictadas en su contra se debieron a que el magistrado lo odió desde el primer minuto en que lo vio.
Woody que se presenta como víctima de “acusaciones infundadas”, de una injusta persecución, se defiende lanzando acusaciones graves de las que no brinda la menor prueba.
Luego de contar el episodio, sus consecuencias judiciales y mediáticas, el libro no vuelve a recuperar su tono. Ya nadie puede seguir leyendo con normalidad. Pero lo que queda claro es que luego de que la justicia lo exonerara de acusaciones tan graves, Woody continuó desarrollando su carrera de manera normal. De la misma manera que hasta ese momento. Es más, hay un dato que no está remarcado en el libro, pero que queda en evidencia al analizar los elencos de sus películas. Hasta el momento de que fuera acusado de abusar de su hija Dylan, los elencos de Woody Allen no estaban repletos de primeros actores como sí sucedió a partir de entonces. Los actores y actrices se peleaban por protagonizar sus films. Nadie se negaba a un llamado de Allen. Varios ganaron premios con esas actuaciones. Pero luego del MeToo todo fue diferente.
Ese, posiblemente, haya sido el gran triunfo de Ronan: a través de su investigación sobre Weinstein cambió la conducta y el humor de Hollywood para siempre. Uno de los mayores perjudicados fue su padre. La gran mayoría de los actores renegó de haber aceptado esos papeles. Y algunos hasta donaron su salario. Woody se ríe de ellos al evidenciar que eso sólo se trató de un gesto demagógico ya que como los presupuestos de sus realizaciones son acotados todos trabajan por lo mínimo que establece el sindicato. Ya casi al final deja en evidencia al joven Timotheé Chamalet quien le dijo a la hermana de Woody, colaboradora permanente de Woody, que debió renegar de haber actuado en el último film de Allen para incrementar sus chances de ganar el Oscar.
Sin actores que protagonicen sus películas, sin productores que las financien (Amazon canceló el contrato sin siquiera estrenar la que ya financió y tiene terminada), sin editoriales que acepten sus libros, eliminado de documentales en los que daba su testimonio y hasta con su dinero rechazado (Hillary Clinton desechó su contribución en medio de la campaña electoral para no quedar asociada a su figura) Woody Allen llegó a los años finales de su vida muy alejado de lo que alguna vez soñó.
Él afirma que mucho no le importa (“En vez de vivir en la mente y en el corazón de mi público, prefiero vivir en mi departamento”, es la frase final de Apropos of nothing), que como no cree en el más allá le da lo mismo ser recordado como un pedófilo o como un gran director. Al terminar de leer este libro no parece que eso fuera así: dedica muchísimas páginas para defenderse de las acusaciones y para acusar con virulencia (sin elegancia y sin pruebas) a sus acusadores y a quienes lo juzgaron.
Este genio del humor, este director que filmó varias obras maestras es hoy para mucha gente sólo un pedófilo a punto de cumplir 85. Aunque la justicia lo haya exculpado y aunque su defensa sea convincente. Mientras tanto el matrimonio con la hija de su ex pareja, con la hermana de sus hijos, ya cumplió un cuarto de siglo.
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