Tenía 37 años al momento de su intempestiva muerte y llevaba unos 18 ejerciendo una carrera periodística en ascenso permanente. Estaba, en ese instante de su vida, en el centro de la escena televisiva de su país, en la primera línea. Su cara era conocida y amada por todos los ingleses. O, mejor dicho, casi todos. Era un blanco sumamente improbable, pero de muy fácil acceso.
El caso de Jill Dando, la bella y famosa periodista británica de la BBC, ocurrido menos de dos años después de la trágica muerte de Lady Di en París en un accidente de tránsito, volvió a sacudir profundamente a los británicos. Pero a pesar de los esfuerzos, el crimen nunca pudo esclarecerse. A veces ni la fama, ni el dinero, ni los contactos, ni la voluntad de los investigadores pueden conseguir la verdad más anhelada.
Pequeña gran Jill
Jill Wendy Dando nació el 9 de noviembre de 1961. Pero no moriría cuando el cuerpo dijera basta sino por obra de un criminal impune que la mañana del 26 de abril de 1999, a las 11.32, le disparó a quemarropa cuando llegaba a su propia casa en el coqueto barrio de Fulham, en el sudoeste de la ciudad de Londres.
Treinta y siete años antes de su dramático final Jill había llegado al mundo en Weston-super-Mare, Somerset, en Gran Bretaña. Su madre, Winifred Mary Jean Dando, falleció en 1986 con 57 años, a causa de una leucemia. Su padre, Jack Dando, murió en 2009 sin haber podido ver resuelto el crimen de su hija.
Jill solo tuvo un hermano: Nigel, nueve años mayor, y que también trabajó siempre como periodista. Antes de retirarse, en 2017, lo hacía para Radio Bristol de la BBC, la misma compañía que ella.
Cuando tenía 3 años a Jill le encontraron un agujero en su corazón y una arteria pulmonar bloqueada. Rápidamente, en enero de 1965, fue sometida a una exitosa cirugía. Fue criada en la religión bautista y educada en buenos colegios como el Worle Infant School, el Greenwood Junior School y el Worle Comprehensive School. Más tarde estudió periodismo en Cardiff. Su primer trabajo como periodista fue una pasantía en un diario semanal local, The Weston Mercury, donde también trabajaban su hermano y su padre. Eran una familia de periodistas muy unida.
Transcurridos 5 años quiso progresar y dio el salto. Empezó a leer las noticias para la BBC Radio Devon. Lo hizo tan bien que pronto fue transferida para presentar los programas regionales de televisión. Profesional y emprendedora no tardó en debutar en las ligas nacionales. Daba las noticias en el horario pico, conducía programas y lideraba ceremonias de importantes premios. Jill Dando se había convertido en una verdadera estrella.
En 1994 se mudó a Fulham, un elegante barrio londinense. Entre los programas que lideró estaban, entre otros, Breakfast Time, Breakfast News, BBC One O’Clock News, Six O’Clock News, Holiday (un magazine de viajes). En 1997 fue nombrada, dentro de la empresa, como la personalidad del año. Al momento de su asesinato había arrancado con una nueva temporada del exitoso programa de sucesos CrimeWatch junto al famoso Nick Ross. Con él compartió la conducción desde 1995 hasta su muerte.
El día antes de morir, el domingo 25 de abril de 1999, presentó el primer episodio llamado “Antiques Inspectors”. Era el debut del programa de ese año, pero paradójicamente sería su propio crimen el que detendría la serie. Las noticias en la tarde del 26, en el Six O’Clock News, ya no las leería ella: para esa hora Jill estaría muerta. Tampoco sería la anfitriona de los premios británicos de televisión el 9 de mayo, trabajo para el que había sido contratada.
En un principio, con el escozor del crimen a flor de piel, CrimeWatch suspendió la serie. Pero el 5 de septiembre del mismo año la empresa decidió continuarla como un homenaje a Jill Dando: reconstruyeron su muerte en un intento de encontrar a su vil asesino. No lo lograron.
Un gran amor
A pesar de las exigencias de su profesión Jill siempre encontró un espacio para el amor. Entre los años 1989 y 1996 su pareja fue el productor de televisión Bob Wheaton, catorce años más grande que ella. Él se cansó de sus ausencias prolongadas por su programa de viajes y la pareja colapsó. Poco después, Jill conoció, mientras filmaba en Sudáfrica, a alguien más joven: el guardaparques Simon Basil. Él la siguió en su retorno a Gran Bretaña, pero el romance no prosperó. En diciembre de 1997 llegó a su vida el hombre con quien pondría fecha de casamiento: el ginecólogo y obstetra Alan Farthing. Se conocieron en una cita a ciegas organizada por un amigo en común. Alan se acababa de separar. Cuando tiempo después el divorcio se concretó, Jill y Alan anunciaron su compromiso. Se casarían el 25 de septiembre 1999. Pero ese feliz día nunca llegaría.
El miércoles 21 de abril Jill viajó a Dublin para grabar su programa. Regresó el viernes 23 y durmió en la casa de su novio Alan, en Chiswick, donde ya estaba viviendo hacía algún tiempo. El sábado, Alan tuvo que ir al hospital y ella aprovechó para visitar su casa de soltera de la avenida Gowan en Fulham. Estuvo allí, lo demuestran los registros de la alarma, entre las 14.02 y las 15.34. hs. Recogió su correo y buscó un vestido que quería ponerse esa tarde: con Alan tenían un acto de recaudación de fondos. En el evento se subastó un baile con Jill. Alguien pagó 400 libras por ello. Pero ese baile nunca llegaría.
Días después, en el fragor de la investigación del crimen, Alan recordaría que un hombre llamado Julián se había acercado para conversar con ellos. Lo había inquietado todo lo que ese personaje sabía de la vida de Jill.
El domingo la pareja vio el programa “Antiques Inspectors”. Jill estaba nerviosa, pero quedó conforme con la edición. Luego estuvieron un rato repasando la lista de invitados a su boda que tendría lugar en septiembre.
El punto final
La mañana del lunes 26 de abril Jill se levantó a las 6.45 de la mañana cuando sonó la alarma de Alan. Él se fue al hospital; ella se quedó en la casa conversando por teléfono con los padres de su novio y luego con unas amigas. A las 10.05 salió de la casa de su pareja y se subió a su BMW convertible azul. A las 10.20 cargó nafta y compró una botella de leche descremada. Luego partió al centro comercial de Hammersmith. Estacionó en la calle Bridge y fue caminando hasta una tienda donde compró una resma de 500 hojas A4. Pagó y entró en la tienda Dixon, pero no encontró la tinta que buscaba para el fax. Volvió a su auto y se dirigió a su propia casa en el barrio de Fulham. La tenía en venta desde que habían puesto fecha de casamiento y ya había recibido una oferta por 350.000 libras. En el camino paró en una pescadería para comprar dos filetes de lenguado para la cena de esa noche. Mientras lo hacía recibió una llamada, a las 11.23, que le confirmaba unas reservas para ver el musical Mamma Mia. Era una sorpresa para el cumpleaños de Alan.
Volvió a su auto y cuando dobló para tomar su calle Gowan vio que tenía suerte: había lugar para estacionar casi en su propia puerta. Se bajó del auto, abrió el baúl (se cree que iba a dejar la leche y el lenguado en la heladera de su casa mientras asistía a un compromiso en un hotel y volvería a buscarlos más tarde), apretó el botón del llavero para activar la alarma del auto y se dirigió al número 29 con su bolso colgado del hombro derecho. Pasó el pequeño portón, se paró delante de su puerta de madera blanca y con un pie en el escalón metió la mano en su cartera para buscar las llaves. Cuando hacía esto alguien la sorprendió tomándola desde atrás. Llegó a pegar un grito de sorpresa que fue escuchado por un vecino. Con el brazo derecho el atacante la sostuvo por la espalda y la tiró al piso. El hombre mantuvo su cara apretada contra las baldosas del porche con su brazo derecho mientras con la mano izquierda le disparó un único y certero tiro en la sien izquierda.
Jill Dando murió en ese mismo instante. La bala entró por encima de su oreja izquierda y salió por el lado derecho de su cráneo. Fue el punto final y prematuro de su brillante vida. Eran las 11.32.
Su cuerpo fue descubierto 14 minutos después por su vecina Helen Doble que pasaba casualmente por la calle y la vio tirada en un charco de sangre. Fue llevada al Hospital Charing Cross donde fue declarada muerta a las 13.03.
A partir de allí el crimen suscitó hipótesis de toda índole que jamás pudieron comprobarse.
La paranoia y el temor empezaron a ser los motores de una conmoción social sin precedentes. El crimen había sido cometido en el centro de la ciudad y a plena luz del día, la víctima era una joven mujer famosa y muy querida por el público. Los medios empezaron a referirse a Jill como “la princesa de la gente común” o “la chica de la puerta de al lado”. Hasta el Primer Ministro, Tony Blair, dijo que Jill era la “presentadora de la gente”. La muerte la enalteció de tal manera que a muchos le recordaba lo ocurrido con la Princesa Diana de Gales a quien llamaban la “reina de corazones”.
El funeral de Dando se realizó, el 21 de mayo de 1999, en la iglesia Bautista en Weston-super-Mare. Fue enterrada al lado de su madre.
La investigación más grande de los últimos tiempos
Apenas ocurrió el asesinato nadie tuvo duda: se iban a poner todos los cañones en línea para resolverlo. La investigación criminal que se desató a continuación fue de las más grandes e intensas de las últimas décadas en ese país. La cobertura mediática permanente ejercía una presión infernal: después de todo, la víctima era una de ellos. La policía metropolitana tituló la pesquisa como Operation Oxborough. El jefe era el inspector Hamish Campbell y llegó a contar con 45 personas en su equipo.
Fracasarían estrepitosamente. Mes tras mes se gastaban miles de libras, pero no había pistas ni acusados. Las especulaciones sobre los motivos de su homicidio se sucedían día tras día.
Cuando su cuerpo fue recogido por la ambulancia Jill llevaba puesto un costoso reloj y un impactante anillo de compromiso. El robo y el ataque sexual habían sido rápidamente descartados.
Los estudios forenses llevados a cabo indicaron que la bala mortal pertenecía a un arma 9 mm y semiautomática. El cañón estaba apoyado en su cabeza al momento del disparo. Su vecino, Richard Hughes, fue quien la escuchó dar un pequeño alarido como si se hubiese encontrado con alguien conocido, y miró por la ventana. Solo vio a un hombre blanco, de alrededor de 1.80 m de altura, de unos 40 años, de abundante pelo oscuro y lacio, saliendo del porche de la casa de Jill Dando. Alcanzó a ver un costado de su cara y le pareció que tenía papada. Llevaba un sobretodo marrón elegante, encerado, tipo Barbour. Todos los que casualmente vieron a ese hombre lo describieron de manera semejante.
El equipo destinado a investigar el crimen entrevistó a unas 5000 personas; tomó unas 2500 declaraciones testimoniales; recibió unas 80.000 llamadas por teléfono; revisó 191 cámaras CCTV que demostraron de manera fehaciente que Dando no había sido seguida esa mañana por nadie; examinó unos 14.000 mails y tuvo en cuenta a más de 2100 potenciales sospechosos. “No conozco otro caso con ese volumen de datos”, reconoció a un medio británico un detective que pidió no ser identificado.
Aun así el caso se enfriaba irremediablemente ante la falta de sospechosos y la ausencia absoluta de indicios.
Hora por hora lo que sí se supo
Algunos hechos y horas precisas de ese fatídico lunes 26 de abril de 1999.
-10.03. El cartero que deja la correspondencia en el buzón de Jill Dando, en su casa deshabitada en el número 29 de la avenida Gowan, dice que un hombre de pelo oscuro y de traje lo observa desde enfrente.
-10.05. Jill sale de la casa de su novio Alan Farthing en Chiswick.
-10.05. Una controladora de tráfico ve en la esquina de Gowan y Munster una Range Rover azul estacionada en un lugar no permitido. Empieza a anotar su patente, pero deja de hacerlo cuando el conductor le hace un gesto indicando que ya se va.
-10.10. Una mujer que pasa conduciendo por la calle de Jill nota a un hombre de pelo oscuro, bien vestido, caminando por la calle. Relata que es seguida por unos metros por una Range Rover azul que luego, para su alivio, se detiene.
-10.23. Se ve en las cámaras de vigilancia de la calle a Jill deteniéndose con su BMW convertible a cargar nafta.
-10.40. Un empleado que trabaja en la limpieza de las ventanas del número 26 de la calle Gowen nota la presencia de un hombre fuera del número 29, hablando por celular.
-10.46. La imagen de Jill se ve en las cámaras del shopping de Hammersmith.
-10.55. Se la ve en el negocio The Link electrical. Recibe y hace varias llamadas por teléfono durante su paseo de compras.
-11.00. La Range Rover azul se vuelve a ver en la calle Gowan y un motoquero atestigua que ve a un hombre de pelo oscuro y prolijamente vestido hablando por celular.
-11.29. Una vecina de Jill sale de su casa y observa a un hombre de pelo oscuro, de traje, parado entre los autos estacionados de la cuadra.
-11.30. Jill estaciona su BMW azul, se baja y se dirige a su casa.
-11.32. Jill es sorprendida por la espalda y asesinada. Dos testigos ven a un hombre salir corriendo del número 29 de la calle Gowan. Dicen que tiene abundante pelo oscuro y que usa una chaqueta encerada.
Barry George, el acusado absuelto
En 2002, la descripción del vecino de Jill, Richard Hughes, llevó al team de investigadores a focalizarse en un ex residente del colegio Heathermount para chicos con problemas de conducta: su nombre era Barry George.
Este hombre, de 39 años en aquel momento, que vivía a unos 500 metros de Jill Dando, tenía un historial conveniente para convertirse en sospechoso: ataques a mujeres, haber sacado fotos a mujeres presentadoras de tevé, abusos sexuales y otras actitudes antisociales.
Barry George había intentado ser policía y había fallado en la admisión; había sido sorprendido usando credenciales falsas y por ello había sido acusado y llevado a la corte. Su currícula mostraba también una serie de arrestos por asaltos indecentes y había estado preso 33 meses por un intento de violación. Eso no era todo: una vez había sido hallado escondido en los jardines del palacio de Kensington, donde vivían entonces el príncipe Carlos de Inglaterra y Diana Spencer, con un cuchillo y un poema en su bolsillo que le había escrito a Carlos.
Fue arrestado el 25 de mayo de 2000 y acusado del asesinato de Jill Dando. La única conexión concreta con el crimen era que, en el allanamiento de su casa, habían encontrado en el bolsillo de un saco suyo una partícula residual de una munición que era compatible con la usada en el crimen. Aunque los testigos no pudieron identificarlo como el hombre que habían visto en la escena, aun así se comprobó que había estado en la zona unas cuatro horas antes del crimen.
Antes del juicio por la muerte de Jill, George fue diagnosticado con Síndrome de Asperger, epilepsia, ADD (déficit de atención), sociopatía y paranoia. Asimismo revelaron que su coeficiente intelectual era muy bajo: 75. Se supo que en 1989 se había casado con una estudiante japonesa mayor que él y que cuatro meses después lo denunció por violencia. Se habían separado en 1990. Había tenido un trabajo comprobable: mensajero del centro de televisión de la BBC por seis meses, pero su interés en la corporación duró mucho más. Incluso, al ser detenido, se le hallaron 4 copias del diario que daba la noticia de la muerte de Jill Dando. Era un sospechoso demasiado evidente para muchos, perfecto para terminar con la presión social.
Fue juzgado en Old Bailey y, el 2 July de 2001, sentenciado a cadena perpetua.
Hubo quienes pensaron que las pruebas contra George eran endebles y que la presión para resolver el crimen de alguien tan famoso había sido determinante.
La pista que había conducido a su detención, la microscópica partícula de residuos de pólvora, era más que insuficiente y podría deberse a una contaminación casual. Después de tres apelaciones fue juzgado nuevamente el 14 de diciembre de 2007 y, el primero de agosto de 2008, fue absuelto. Había estado preso 8 años, pero la Suprema Corte encontró que la evidencia era tan “indeterminada que una pena no podía estar basada en ella”.
El círculo íntimo
El arma constituyó un gran misterio y nunca fue hallada. Según los peritos la bala parecía provenir de un arma alterada o casera y tenía raras marcas. Era 2 mm más corta que la standard 9 mm.
Se contemplaron todas las posibilidades, pero nada condujo a ningún sitio.
Durante los primeros meses la investigación se centró en el círculo más cercano: su novio, su hermano, su agente, sus compañeros de trabajo, sus ex parejas… No más de una veintena de personas. Después de examinarlos, de certificar coartadas y peritar los teléfonos fueron sacados de la lista de sospechosos.
Si el crimen hubiese ocurrido una semana después Alan Farthing sí la hubiera pasado mal. Resulta que iban a comprar con Jill un piso y ella iba a testar en su favor. Además, lo iba a poner como beneficiario de su seguro de vida. Alan, que debido al divorcio de su ex mujer pasaba algunos apremios económicos, hubiera sido el principal sospechoso. Pero el crimen ocurrió antes, y el médico no tenía derecho a nada. Las 600 mil libras que quedaron de Jill Dando fueron para su padre que ya pasaba los 80 años, quien le pidió a Nigel, su otro hijo, que administrara la herencia.
Un acosador celoso, un fan despechado o una víctima equivocada
El segundo círculo que se investigó reunía a sus conocidos y relaciones más circunstanciales. Eran alrededor de unas 490 personas.
Y se empezó también a pensar en la existencia de un fan despechado o de alguien que la estuviera persiguiendo y ella rechazara. Nigel, su hermano mayor informó a los detectives que ella había estado preocupada por un tipo que la estaba molestando en los días anteriores a su muerte.
Unos tres años antes del crimen Jill había tenido un admirador que la acosaba. Le escribía cartas y pretendía encontrarse con ella. Un día encontró una carta suya en su casa: se la habían pasado por debajo de la puerta. Eso la alarmó lo suficiente para que informara el hecho a la seguridad del canal. El personaje fue identificado: era un señor de unos 60 años, que vivía solo, y que al verse expuesto se disculpó con ella.
La policía encontró a 140 personas peligrosamente obsesionadas con Jill, pero pudo probarse ninguna conexión con el hecho.
Hubo quienes elaboraron la teoría de que podría haber sido una equivocación y que el objetivo hubiera sido otra mujer. No parecía coherente: Jill Dando era demasiado conocida y fue ultimada en la puerta de su casa. Quien la mató sabía muy bien a quién estaba asesinando.
¿Pedófilos poderosos?
En 2012, luego de la muerte del famoso excéntrico de la tevé británica Jimmy Savile, y de que se destaparan sus nefastos abusos sexuales a niños, algo más salió a la luz. A mitad de los años ‘90 Jill habría tenido información sobre un grupo de pedófilos que serían figuras de la cadena de tevé. La periodista habría entregado un picante dossier a sus jefes con sus hallazgos. Esta jugosa pista sugería que Jill habría estado dispuesta a revelar los datos y que por ello podría haber sido sacada del medio. En 2014, un ex compañero de trabajo, dijo que Jill quería despertar, en los meses anteriores a su muerte, el interés de sus superiores sobre estos testimonios que hablaban de pedófilos e incidentes sexuales. Este compañero, mostrándose temeroso, dijo no recordar los nombres de las estrellas involucradas y aclaró: “No quiero implicar a nadie, pero Jill decía que eran nombres muy conocidos”. Agregó que ella se había mostrado en extremo shockeada por las imágenes de los niños y por la libertad con que se movía esa gente: “Jill dijo que había escuchado personalmente quejas sobre temas sexuales y que incluso algunas compañeras de su trabajo habían sido abusadas y toqueteadas."
¿Podría haber sido Jill silenciada por unos poderosos pedófilos? ¿Teorías conspirativas? Quién sabe.
Sus jefes habrían dicho que no se encontró nada substancial para investigar sobre este tema.
¿Un asesinato por encargo?
Otra idea que circuló fue que algún mafioso podría haber contratado a un asesino profesional, para quitarla del medio, en venganza por haber sido expuesto en el programa de policiales Crimewatch. Pero la idea del profesional también fue muy discutida. Ella no estaba viviendo donde fue atacada, sus movimientos eran imprevisibles. Nadie sabía que ese día, a esa hora, ella pasaría por su casa. Hubiese sido más lógico que un profesional la atacara donde vivía, en la casa de su novio. Además, el arma parecía haber sido una réplica de mala calidad, no una original. Para los peritos un criminal experimentado hubiese utilizado un arma mejor. Se descartó entonces esta posibilidad.
Mientras las teorías se multiplicaban se ofreció una buena recompensa por datos sobre el caso: 250 mil libras esterlinas para quien aportara algo. No dio resultados.
Familias de mafiosos, un dueño de un bar en Tenerife, un loco, un despechado... los posibles culpables eran demasiados. Lo único cierto era que el asesino se había ido de la escena sin dejar huellas personales ni ADN y sin que nadie le viera la cara.
El profesor de psicología de la Universidad Birmingham City, Craig Jackson, cree que el crimen no será nunca resuelto: “Algunos detectives cuando investigan el homicidio de una persona sobre la cual la gente solo tiene cosas buenas para decir dejan de explorar otras áreas de su entorno que podrían estar vinculadas con el asesinato. Son víctimas del prejuicio. Por eso la mejor manera de resguardarse de estos prejuicios es generar distintos equipos de trabajo que operen de manera independiente unos de otros”.
La pista serbia
Pocas horas después del crimen la conexión serbia ya estaba en boca de todos. Cuando al día siguiente de su muerte trascendió que Tony Hall, el jefe de noticias de la BBC, había sido objeto de una llamada telefónica de un hombre con acento de Europa del este, que incluía amenazas de muerte, las versiones empezaron a correr con fuerza. Se decía que la muerte de Jill Dando podría haber sido un crimen por encargo del líder serbio Arkan. Él habría ordenado su exterminio en venganza por las bombas arrojadas por la Otan en las centrales de la radio y televisión Serbias, el 23 de abril de 1999, tres días antes.
¿El motivo esgrimido por los defensores de esta teoría? Que Jill había realizado una presentación televisiva pidiendo ayuda para los refugiados albano-kosovares. No era tan raro pensar algo así si se tiene en cuenta que en la vieja Yugoslavia los asesinatos a opositores eran moneda frecuente. De hecho, un periodista opositor había sido asesinado en la puerta de su casa en Belgrado unos días antes con idéntico método. Jill había recibido dos semanas antes de su homicidio una nota manuscrita que criticaba, en nombre de los serbios, su campaña con la BBC a favor de los refugiados. Jill no le dio la más mínima importancia a la nota y la tiró a la basura.
El periodista Bob Woffinden avanzó con esta teoría del grupo yugoslavo detrás del asesinato de su colega, pero Scotland Yard no lo creyó posible.
Sin embargo, el corresponsal John Simpson que estaba en Belgrado en abril de 1999 cubriendo el tema de las bombas de la Otan, se encontró con Arkan el mismo día que la presentadora de Crimewatch había sido asesinada. Simpson le dijo a la policía que Arkan le había dicho que nunca había escuchado hablar de Jill Dando y que no estaba interesado en el tema. Simpson hizo, además, la siguiente observación: si el régimen serbio y Arkan hubiesen querido asesinar a un prominente periodista de la BBC podrían haberlo matado a él mismo que lo estaba entrevistando. Habría sido mucho más fácil.
Lo cierto es que el modo en que fue concretado el asesinato indicó para algunos una ejecución a sangre fría. El político conservador Patrick Mercer, que estuvo alistado con los británicos en Bosnia, dijo que el crimen tenía “todas las marcas de una fuerza encubierta. El asesino usó munición a medida, eso es una marca registrada de los asesinatos serbios y algo que vi mientras estuve allí destinado”.
En cambio, el doctor Adrian West, uno de los médicos forenses más conocidos de Gran Bretaña, cuestionó la teoría de los serbios y preguntó: si el asesinato de Jill Dando era resultado de motivaciones políticas porque los perpetradores no se lo habían adjudicado públicamente.
Como las otras, la pista Serbia, llegó a un callejón sin salida.
En su memoria
Nick Ross, el colega de Jill, junto con su novio Alan Farthing se propusieron armar una academia con su nombre y para ello juntaron un millón y medio de libras esterlinas. El Jill Dando Institute of Security and Crime Science fue fundado, el 26 de abril de 2001. Un jardín en su memoria fue realizado por la BBC, en Grove Park, en agosto de 2001 y también se instauró un premio con su nombre para ayudar a estudiantes de periodismo.
En abril de 2019, en el vigésimo aniversario de su muerte, la BBC puso en el aire un documental sobre el crimen que fue visto por cuatro millones de televidentes. ITV1 también emitió un especial al que llamó Jill Dando: veinte años de misterio.
Alan Farthing, el hombre que nunca se llegó a casar con Jill, trabaja hoy en varios hospitales de Londres, incluyendo al St Mary’s donde ayudó a nacer a los tres hijos de la Duquesa de Cambridge Kate Middleton y el príncipe William segundo en la sucesión al trono de Inglaterra: George, Charlotte y Louis. Se volvió a enamorar nueve años después de la trágica muerte de su prometida. Se casó, en 2008, con la doctora Janet Stowell y tuvo un hijo.
El fracaso de Scotland Yard
La investigación fracasó y Scotland Yard dijo en el año 2013: “Como ocurre en todos los casos que no han sido resueltos, cualquier nueva información será examinada. Todos los casos irresueltos quedan abiertos porque nuestro objetivo es tratar de esclarecerlos”. Desde entonces no hay agentes abocados al tema.
En 2015 los archivos obtenidos por el periodista Mark Williams-Thomas y el diario Sunday Mirror revelaron un significativo número de pistas que parecían haber sido dejadas de lado por Scotland Yard mientras iban tras el único sospechoso Barry George. Se había perdido un tiempo precioso. Pero también la presión sobre el equipo a cargo había sido tremenda.
Las denuncias siguen hasta la actualidad. En 2017, un sicario anónimo le dijo al periodista Mark Williams-Thomas que conocía al responsable de la muerte de Jill, pero que no lo nombraría porque le temía demasiado.
Su hermano Nigel recuerda vívidamente aquel día en que un colega periodista lo llamó para decirle que algo pasaba con su hermana. Nigel tomó su celular y empezó a llamarla. En eso estaba cuando vio la noticia en un monitor de la redacción: Jill había sido asesinada. Nigel no quisiera morirse sin saber quién y por qué la mataron: “Tiendo a pensar que no fue un crimen por encargo o de un profesional. Creo que no hubo razón sino un acto aislado de brutalidad. Jill estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado”.
El caso de altísimo perfil mediático parece no tocar fondo y el misterio todavía se discute en la mesa de los británicos. Una tragedia sin final cuyos participantes van desapareciendo y, con el paso de los años, se va diluyendo también la posibilidad de saber alguna vez quién asesinó a “la chica dorada” de la televisión británica, a la “princesa” de las noticias.
La verdad no tiene remedio, pero al menos conocerla le daría a muchos un poco de paz.
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