Al doctor Herman Tarnower le faltaba sólo una semana para cumplir 70 años. Lejos de estar cerca del retiro, de ingresar en una pendiente profesional y vital, se encontraba, literalmente, en la cúspide de su carrera. Se había convertido en una celebridad internacional. Los pacientes debían pedir turno con un año de anticipación y su cuenta bancaria lucía rozagante: se había transformado en millonario gracias a la venta del libro que lo había lanzado al estrellato. Un método para adelgazar, que él primero diseñó para ayudar a sus pacientes, y luego se transformó en un fenómeno global: la Dieta Scarsdale.
La noche del 10 de marzo de 1980 ese presente glorioso terminó de manera abrupta. Volvió a las tapas de los diarios y ocupó durante varias semanas una importante cantidad de páginas. Pero ya no apareció en las secciones de salud, sociedad o costumbres. A partir de ese momento, su nombre fue titular principal de las páginas policiales.
Una mujer ingresó a su mansión en las afueras de Nueva York y le pegó cuatro tiros. Tarnower quedó tirado en medio de su enorme habitación, desangrándose. Una voz femenina dio aviso telefónico a la policía. Pero cuando llegó la ambulancia ya no quedaban esperanzas. Sólo transcurrieron unas horas para que el crimen se resolviese. La asesina era Jean Harris, una elegante mujer de 56 años, directora de una exclusiva escuela secundaria para mujeres. Jean, también, había sido durante catorce años la amante del Dr. Tarnower, el inventor de la Dieta Scarsdale.
El asesinato, los motivos y su juicio posterior se convirtieron en un fenómeno mediático. Durante más de un año Estados Unidos habló del tema. Y Jean Harris, que siempre había llevado una vida discreta, se convirtió en alguien con mayor fama que su ex amante y víctima.
Antes de entrar en el crimen, detengámonos en la Dieta Scarsdale. Fue, durante años, la más seguida del planeta. Desde Estados Unidos se derramó al resto del mundo. Herman Tarnower era un cardiólogo prestigioso que a mediados de la década del 50 se convirtió en un precursor de asociar el estilo de vida y la alimentación sana con la disminución del riesgo coronario. El comienzo, como siempre, fue la intuición. Una intuición apoyada en su experiencia clínica y en sus conocimientos. De a poco comenzó a sumar casos y a sistematizar sus descubrimientos. Llegó a la conclusión que la comida era fundamental para la salud del corazón.
Luego de algunos borradores, alcanzó una síntesis: dos páginas mecanografiadas con recomendaciones para las comidas diarias. Un plan de alimentación básico. Una rudimentaria dieta que atacaba de manera violenta el sobrepeso. Los pacientes, influidos por el prestigio, la seriedad y el trato amable de Tarnower, seguían al pie de la letra sus instrucciones. Y el método, sorpresivamente (esa sorpresa esperada, la que proviene de una voz de autoridad, que confirma lo que se deseaba), funcionaba. Los pacientes entusiasmados comenzaron a hablarle del Dr. Tarnower y su dieta a sus amigos quienes les pedían las dos hojitas. Así, a base de fotocopias, de mano en mano, la dieta se fue esparciendo. Hasta que los consejos alimentarios llegaron al escritorio de un editor.
Más de 20 años de la primera vez que él escribiera a máquina esos consejos, una editorial le propuso a Tarnower publicar un libro con su método. Samm Sinclair Baker, un escritor de autoayuda, con oficio se encargó de alargar los consejos y de crear otras dietas alternativas, que se derivaban de la principal para llegar a los dos centenares de páginas que justificaran la edición. Baker sabía que podía ser un buen negocio. Unos años antes había sido el co-autor de la dieta Stillman que le reportó varios millones de dólares en derechos de autor (junto a la Atkins fueron las más famosas de su tiempo).
Al principio Tarnower se negó, no quería saber nada con la idea. Era un médico prestigioso, con un excelente pasar económico, cerca del retiro -ya había pasado los 65 años-, no buscaba la masividad y, además, no se le ocurría cómo hacer para transformar esas dos hojitas en un libro.
El libro salió a fines de 1978. En muy poco tiempo se convirtió en un éxito colosal. Más de un millón de ejemplares vendidos en un año y traducciones a todos los idiomas imaginables. El segundo libro más vendido de 1979.
La dieta le debe el nombre al instituto en el que Tarnower se desempeñaba, la Scarsdale Clinic, que él había fundado hacía unos años, situado en la localidad del mismo nombre en el estado de Nueva York.
La promesa era que si uno seguía la dieta al pie de la letra podía bajar hasta 10 kilos en 14 días. Y en la bajada del título, en la tapa de cada edición sin importar el idioma en que estuviera, se aclaraba “y mantenga su peso toda la vida”. Ese agregado intentaba responder a los cuestionamientos que recibía el tratamiento. Se le endilgaba que el rebote, el aumento posterior, era muy grande.
Se basaba una fuerte reducción calórica. No más de mil calorías por día. Sin carbohidratos y grasas. Y un aumento considerable de la cantidad de proteínas.
La sección de agradecimientos de un libro, menospreciada por muchos lectores, tiene su importancia. Allí los autores despliegan sus gratitudes, explicitan sus afectos, reconocen méritos. En el texto de Tarnower y Baker aparecía una frase que luego tomaría otra dimensión: “Muchísimas gracias a Jean Harris por su espléndida ayuda en la investigación y redacción de esta obra”.
Jean Harris había cumplido los 56 años. De un matrimonio que había durado muy poco, tenía dos hijos que ya se habían independizado. Era reconocida en su profesión. Los alumnos y padres de la escuela que dirigía la respetaban (y también temían su rigor). Era una mujer de una serena belleza, siempre vestida con elegancia y sin vicios conocidos. Desde 1966 mantenía una relación amorosa con el Dr. Tarnower. Apenas se conocieron, él quedó deslumbrado con la hermosura, inteligencia, y discreción de esa mujer 14 años más joven que él que recién salía de un divorcio. Ella llevaba adelante su familia con determinación. Era independiente y fuerte. Al año, Tarnower le regaló un anillo y le propuso casamiento. Harris dudó, le pidió un tiempo para pensarlo; no sabía cómo podían tomarlo sus hijos. La propuesta no se volvió a repetir. Sin embargo siguieron frecuentándose.
La relación no era clandestina. Salían a lugares públicos y se solían acompañar en los actos protocolares en los trabajos de cada uno, tanto en la escuela como en la clínica. Pero en los últimos años todo había cambiado. Ella obtuvo la dirección de otra escuela (entre 100 postulantes se quedó con el puesto gracias a sus antecedentes), más prestigiosa, pero a mayor distancia de Scarsdale. Estaba a unos 500 kilómetros. Los encuentros con Tarnower se espaciaron. A él le llegó la fama. Quienes lo frecuentaron afirman que Tarnower, un soltero pertinaz, siempre estuvo acompañado de mujeres hermosas, la mayoría mucho más jóvenes que él. Era pelado, con la cara alargada, un permanente gesto agrio y la nariz con forma de gancho. Decididamente, no las seducía con su aspecto físico.
Comenzó una relación con una empleada de la clínica, Lynne Tryforos. Ella era 33 años más joven que el doctor y tenía casi 20 años menos que Jean Harris.
Tarnower, aunque enfrío la relación con Jean Harris, la siguió viendo. Mantenía ambos vínculos. Aunque progresivamente fue llevando a más actos sociales a Tryforos. Hasta llegó a pagar un pequeño aviso en la portada del New York Times para enviarle un saludo de cumpleaños a su nueva conquista. Jean cuando descubrió el mensaje torpemente cifrado para la otra le dijo a Tarnower: “La próxima vez podés ser un poco más explícito si querés: creo que el dirigible de Goodyear está disponible para que pongas tu mensaje”.
Jean Harris se sentía desplazada y humillada. Tarnower no sólo la cambiaba por alguien mucho más joven, sin darle explicación alguna, sino que la exponía públicamente. En el momento de su triunfo profesional, la apartó. Posiblemente, el doctor haya creído que sus posibilidades se habían agotado hacía un tiempo. Pero la fama le abrió nuevos e impensados caminos que él no pensaba desaprovechar.
Las personas cercanas a Harris y a Tarnower no recuerdan haber presenciado peleas entre ellos, ni haber recibido por parte de Jean reproches por la conducta de Tarnower. Ella sufría en silencio. Su elegancia no le permitía hacer escenas en público. Hasta que ese 10 de marzo de hace 40 años tomó una terrible decisión.
Por la mañana tuvo un día ajetreado. Cuatro alumnas habían sido descubiertas fumando marihuana. Pese algunas quejas, Harris decidió expulsarlas del instituto. Escuchó argumentos, protestas y excusas pero no modificó su decisión inicial. Por la tarde, en su casa, escribió una larga carta dirigida a Herman Tarnower, su amor. En varias páginas elaboró una memoria de su relación. Recordó los buenos momentos, expresó su amor hacia él, deslizó reproches y explicó una decisión que Tarnower ya conocería cuando abriera la carta: Jean se iba a suicidar.
Luego de enviar la carta por correo, Jean Harris tomó una caja que tenía en el fondo de su placard. Era un arma que no había tocado desde el día en que la había comprado, tres años atrás. Era un Harrington & Richardson calibre 32. Subió a su auto -la caja con el arma viajó en el asiento del acompañante- y manejó cinco horas hasta Scarsdale.
Llegó de noche. Habían pasado las 11. Ingresó a la mansión sin hacer ruido. Todavía conservaba las llaves. Subió la majestuosa escalera y entró al dormitorio de Tarnower. Él dormía con un pijama beige. Luego, cuatro disparos. Tarnower tirado en el piso, desangrándose, respirando con dificultad. Aún quedaba algo de vida en él. Después el llamado de Harris, sin identificarse, avisando a la policía. Cuando llegaron las fuerzas de seguridad y la ambulancia, Jean Harris dejaba la propiedad en su auto. La detuvieron a unos cientos de metros de ahí. Sólo atinó a decir que estaba yendo a la comisaría para dar aviso. En el asiento del acompañante seguía la caja -ahora vacía- del arma.
No pasaron muchos minutos hasta que confesó su crimen. “Fui yo. Me hizo vivir un infierno. Se acostó con cada mujer que se cruzó en su camino” confesó ante los dos policías que la detuvieron en el camino. Y les ahorró el trabajo de encontrar el arma homicida al señalarles la guantera del auto.
Después explicó que su idea era suicidarse. Pero que antes quiso ver a Tarnower por última vez. Al ingresar al dormitorio de su amante vio ropa interior, joyas y hasta ruleros de Tryforos. Que eso le hizo perder la cabeza. Y decidió quitarse la vida ahí mismo.
La repercusión de ese asesinato fue impresionante. El caso sedujo al público. La asesina menos pensada. Una mujer tranquila y con prestigio, una víctima famosa, un triángulo amoroso, el despecho, la violencia. Aparecieron los expertos forenses, abogados, psiquiatras, escritores, periodistas, feministas, anti feministas, los que contaban intimidades del doctor. Todos tenían algo para decir sobre el crimen de Scarsdale.
Después, el juicio. Uno de los más seguido de los años 80. Jean Harris subió al estrado a declarar. Su testimonio se extendió durante 8 días. Fue un buen recurso de la defensa. Una buena declarante. Articulada, linda, inteligente, serena, había dolor en su voz. Nadie podía pensar que detrás de esa mujer culta y encantadora hubiera una asesina. Su versión de los hechos: ella entró a la habitación, lo despertó y le comentó que había ido a despedirse. Se iba a suicidar. Tarnower le quiso sacar el arma de las manos, forcejearon y salió involuntariamente un disparo. Luego de un breve shock, reanudaron la pelea y un nuevo disparo accidental.
En el juicio a Jean le faltó explicar los otros dos disparos. Pero su relato cautivó a la opinión pública. “No lo maté a propósito. No podría haberlo hecho. Lo amaba demasiado. Nadie en el mundo siente su ausencia más que yo”.
La defensa se preocupó por demostrar que Tarnower era un mujeriego serial. Eso le ponía dimensión al dolor y despecho de Harris. Hubo quejas porque tan minucioso e inclemente fue el escrutinio sobre la vida del doctor asesinado que por momentos pareció que el homicida había sido él.
Luego de una larga deliberación del jurado, Jean Harris fue condenada a 15 años de prisión. Cumplió 12 hasta que consiguió un perdón del gobernador Mario Cuomo en 1993. Mientras estuvo en prisión no se quedó quieta. Dirigió un plan de estudios, creó un programa para que las detenidas que eran madres estuvieran con su hijos, dio clases cada día. Al salir creó una fundación que paga los estudios a hijos de mujeres detenidas.
Se escribieron varios libros sobre el proceso judicial. El más conocido de todos fue Mrs Harris de Diana Trilling. En cine la encarnaron Ellen Burstyn y Annette Benning (en esta película a Tarnower lo interpretó Ben Kingsley, condenado a interpretar a todos los pelados con cara angulosa de la historia de la humanidad).
Murió en 2012. Tenía 89 años. Los diarios le dedicaron extensas necrológicas. Mucho más largas que las que escribieron cuando murió Herman Tarnower.
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