Nació en un palacio y aunque no estaba destinado a reinar ya desde su nacimiento, el 19 de febrero de 1960, recibió el tratamiento de “su alteza real”. Sesenta años después ese niño con título de príncipe se convirtió en un personaje repudiado por su pueblo, con un destino incierto y muy alejado de esa estilo de vida alegre y peligrosamente desprejuiciado que supo distinguirlo.
Cuando Isabel II tuvo en sus brazos a su hijo Andrés, su sonrisa fue muy diferente que cuando acunó a Carlos y a Ana. Doce y diez años después de los nacimientos de su primogénito y de su única hija mujer, la reina volvía a ser madre, pero esta vez todo era distinto. Y no solo porque ya estaba más experimentada, también y sobre todo, porque este niño demostraba que la crisis con Felipe, su esposo, quedaba atrás.
Por eso y sin dudar a ese bebé lo llamó Andrés, en homenaje a su suegro el príncipe Andrés de Grecia. Pero ademas exigió como madre y reina que llevara el apellido de ambos: Mountbatten-Windsor. Carlos y Ana solo llevaban el apellido de la familia real, algo que indignaba a su esposo que aseguraba era “el único hombre en el país que no podía dar su apellido a sus propios hijos”.
Aunque cuatro años después llegó Eduardo, Andrés siempre fue el mimado de su madre. Es que Isabel, con los dos primeros, apenas tuvo tiempo para cumplir su rol maternal. Cuando Carlos nació, hacia solo tres años que había terminado la Segunda Guerra Mundial, el país estaba en plena reconstrucción y como futura reina debía ayudar.
Ya coronada, en 1953 realizó largas y protocolares giras por los países de la Commonwealth. Cuanto más tiempo dedicaba a su rol de monarca, menos podía destinarlo a sus hijos. Pero en 1960, la situación era diferente. Consolidada en el trono, con un país que había dejado atrás la guerra, podía dedicarse a la crianza de ese pequeño.
Andrés pudo disfrutar de dormirse escuchando un cuento contado por su mamá y no por niñeras. Con ella aprendió el abecedario y la hora y no con rígidas institutrices. Si bien y como sus hermanos recibió su educación inicial en el palacio de Buckingham lo hizo bajo la mirada amorosa de su mamá y no solo de su retrato.
Ese hijo parecía destinado a brillar y ser el orgullo de sus padres. Aunque no siguió una carrera universitaria, en 1978 ingresó en la Marina Real Británica. Cuatro años después participó de la guerra de Malvinas como piloto de helicópteros. La noticia provocó una bravuconada del general argentino Mario Benjamín Menéndez, gobernador de las islas entonces, que dijo: “Que traigan al principito”.
Al terminar el conflicto, Andrés volvió convertido en un héroe para los británicos. Como monarca, Isabel estaba orgullosa de su súbdito; como madre estaba aliviada con el regreso del hijo. Según asegura el biógrafo Andrew Morton desde ese día: “A donde quiera que va, todavía sigue llevando en su bolso una foto del príncipe Andrés del día que regresó de la guerra”.
Con 22 años, una pinta aceptable y su fama de héroe, Andrés se convirtió en un “soltero de oro”. Tuvo algunos romances pero ninguno trascendió hasta que llegó a su vida Sarah Fergunson. Aunque provenía de una familia aristócrata y con una directa relación con otros monarcas ingleses no era lo que se dice una “chica tradicional”. Al contrario, dueña de una belleza distinta (pelirroja, pecosa, sin una delgadez de modelo), desinhibida y con una simpatía desacostumbrada para el rígido protocolo real, no parecía “la” candidata ideal.
Pero el amor fue más fuerte y se casaron el 23 de julio de 1986, en la Abadía de Westminster. Ese día la Reina les otorgó los títulos de duques de York, condes de Inverness y barones Killyleagh. Fergie, además, recibió automáticamente el tratamiento de Su Alteza Real. Dos años después, el 8 de agosto del 1988, nació Beatriz y el 23 de marzo de 1990, llegó Eugenia.
Aunque se los veía enamorados, la vida matrimonial no era sencilla. El problema no era la convivencia sino la no convivencia. Es que entre las misiones en la Marina y cumplir con los deberes de la realeza, la pareja se veía apenas 40 días al año. Es cierto que cuando estaban juntos no se perdían ninguna fiesta, se regalaban besos furtivos en los campeonatos de golf y las carreras de caballos y asistían a algún evento oficial, pero no era suficiente.
Los rumores de infidelidad comenzaron y se confirmaron cuando Fergie fue sorprendida de vacaciones con otro hombre en Marrakech. En marzo de 1992 los duques de York anunciaron su separación.
El divorcio, haber participado en una guerra, el paso de los años, lejos de otorgarle sabiduría aumentaron el estilo parrandero de Andrés. Era más habitual encontrarlo en los clubes nocturnos de la Costa Azul (siempre acompañado de alguna señorita) antes que en actividades benéficas o protocolares.
Como hombre soltero tuvo innumerables romances, casi nunca confirmados. Los más conocidos los protagonizó con la modelo de Playboy Angie Heverhart, con la modelo croata Monica Jakisik, ex de George Clooney, con la estilista Caroline Stanbury y la cantante Kylie Minogue. Sus compañeros del ejército y la prensa comenzaron a llamarlo “Andresito el cachondo”.
A medida que los años pasaban y los hijos y nietos del príncipe Carlos llegaban, Andrés veía que su estatus real quedaba desdibujado. De ser el segundo heredero al trono pasó a ocupar el octavo lugar. “Andrés en particular parece no haber logrado reconciliarse con su estatus disminuido”, escribió ex miembro del parlamento Norman Baker en su libro And What do you do?. “Una de las maneras en que esto se manifiesta es en sus demandas estentóreas de que a sus hijas se las trate de la misma manera que a los hijos de Carlos”.
Baker también profundiza en las huellas que dejó su paso por Malvinas: “Completó 22 años en las fuerzas armadas y sirvió con valentía y distinción en la Guerra de Malvinas (Falklands War, en el libro). El problema es que luego de su retiro de la actividad se encontró sin nada que hacer, y el resto de nosotros nos encontramos con una bala perdida”, sintetiza con mucha crudeza, Baker en su libro.
Después de abandonar el servicio militar en el 2001, Andrés se convirtió en el representante especial del Reino Unido para el comercio internacional y la inversión. Su tarea era casi soñada: viajar por el mundo vendiendo la marca británica. Pero esto lejos de alejarlo de los escándalos lo llevó a protagonizarlos.
Hagamos un breve recuento.
Se supo que para almorzar con uno dignatario árabe viajó desde Londres a Oxford en helicóptero. El viaje costó 4.300 euros cuando podría haber utilizado el tren para cubrir apenas 70 kilómetros y gastar solo 140.
Se supo que gastó otros 45 mil euros para viajar desde Londres a Escocia y llegar a un torneo de golf. Cada vez que se desplazaba aunque las distancias fueran mínimas lo hacía en helicóptero por lo que lo apodaron “Airmiles Andy” (Andy, millas aéreas).
Se supo que destinó 100 mil euros en reformar su mansión en Windsor Great Park. La vivienda cuenta con 30 habitaciones y la comparte con su ex mujer Sarah. Además gastó casi 15 millones de euros para adquirir la finca que tiene en Verbier (Suiza).
Se supo que cuenta con una colección de relojes que cuestan entre 15 mil y 193 mil dólares.
Se supo que en 2011 llegó oficialmente a Qatar cuatro días después de haber salido del Reino Unido. La demora se debió a que hizo una parada en Azerbaiyán para visitar un spa de lujo donde trabaja una masajista rusa ciega con las mejores manos del mundo
Se supo que estuvo en Azerbaiyán ocho veces en seis años, aunque sobre el presidente Ilham Aliyev, pesaban sospechas de fraude electoral y represión a los oponentes.
Se supo que pasaba largas jornadas en el España, en el Real Club Valderrama, conocido por ser unos de los club de golf más exclusivos y caros de Europa.
Se supo que durante la primera década de los 2000 fue enviado comercial del Reino Unido a diferentes países, sobre todo árabes. Viajó a Egipto, Qatar, Bahrein o Kuwait varias veces, todos viajes pagados por el contribuyente británico y sin embargo no logró un solo acuerdo para su país pero múltiples beneficios personales como vacaciones pagas e invitaciones a fiestas exclusivas.
Se supo que cada vez que viajaba, además de su equipaje personal, obligaba a sus ayudantes a cargar con una tabla de planchar de dos metros. Esto provocaba innumerables problemas para trasladarla.
Se supo que entre sus amigos estaban personajes oscuros como Saif Gadafi, hijo del dictador Muamar el Gadafi y el traficante de armas libio Tarek Kaituny que le regaló un collar de diamantes a su hija Beatriz. También que el cuñado del presidente de Kazajistán fue el que compró su residencia de Berkshire -que la reina le había regalado para su boda- por un precio superior a su cotización en el mercado, unos 3,8 millones de euros. La propiedad nunca se ocupó y luego fue demolida.
Se supo que en un almuerzo en Kirguistán el royal se despachó contra Francia como un país “corrupto”, contra “los idiotas” de la fiscalía antifraude que investigaban por sobornos una operación de venta de armas a Arabia Saudita, contra “los periodistas de mierda” de The Guardian y hasta contra los estadounidenses, “que no saben de geografía, nunca han sabido”.
Se supo que se lanzó en rapel desde un rascacielos británico. En ese momento le preguntaron qué opinaba la reina -es decir su madre- y contestó: “Mamá no está preocupada. Ya conoce mis locuras y está acostumbrada a todo lo que hemos hecho sus hijos durante años”.
Pero todas las locuras tienen su límite. Se puede perdonar que le gusten las chicas hot, los gastos extravagantes, que sea un pionero del poliamor con su esposa y que sus amigos sean bastante impresentables. Pero cuando uno de esos amigos es Jeffrey Epstein, quien está preso por violación y tráfico de menores, la cosa cambia. Pero si además trascienden fotos donde estás con ese amigo y con chicas que son niñas, por más hijo favorito que seas eso ya no es un capricho. Es un delito gravísimo.
Aquí, la reina tuvo que intervenir. Una cosa es que su hijo favorito sea un carismático “cabeza hueca” y otra muy distinta es que sea acusado de abusos sexuales. Al escándalo sexual se le sumó el financiero. La prensa y los contribuyentes comenzaron a hacer cuentas sobre los ingresos y egresos del príncipe.
Hagamos otro recuento.
El príncipe percibe un ingreso anual de 250 mil libras, unos 320 mil dólares. Eso es lo que destina la reina Isabel. A eso se suman otras 20 mil libras (25 mil dólares) producto de la pensión por ex miembro del Ejército de la Corona. Si bien 355 mil dólares no es una cifra para nada despreciable, por el contrario, no serían suficientes para cubrir sus millonarios gastos.
Fue Baker quien se animó a pedir las mismas explicaciones que seguramente exigían los contribuyentes: ”A menos que haya ganado la Lotería Nacional, es evidente que está recaudando sumas significativas que no conocemos. La gente generalmente no entrega grandes cantidades de dinero a otras personas por la bondad de su corazón. Generalmente, quieren algo a cambio. Tenemos derecho a que nos digan de dónde proviene la riqueza oculta de Andrés y lo que ha dado a cambio”.
Delitos sexuales y descalabro financiero es un combo explosivo para cualquier hijo. Isabel entendió que podía perdonarlo como madre pero no como reina. Así en un acto sin precedentes obligó a su favorito a renunciar por un plazo indeterminado a sus funciones para evitar dañar la imagen de la monarquía y de las empresas y organizaciones con las que colabora.
Andrés tuvo que abandonar el palacio de Buckingham, donde tiene sus oficinas. La reina además canceló la gran fiesta planeada por el cumpleaños 60 de su hijo.
Ahora el Daily Mail reveló un nuevo escándalo en el que podría estar involucrado el duque de York. Un amigo de Andrés, esta vez un multimillonario canadiense, habría cometido abusos a menores y en una de sus mansiones. El periódico británico señala que se trata de una red de trata y prostitución internacional.
Peter Nygard, de 78 años y con una fortuna de más de 800 millones de euros, fue acusado de tráfico sexual. El centro de estos delitos es la casa del empresario de Nygard, en Nasau, isla y capital de las Bahamas. Allí, mediante engaños, las jóvenes era llevadas con la promesa de comenzar una carrera como modelos. Una vez que llegaban a la mansión, eran drogadas y obligadas a tener sexo con amigos y conocidos del millonario.
Muchas de las chicas denunciaron el horror vivido y la mansión comenzó a ser investigada. De las denunciantes, ocho eran adolescentes. La investigación recién comienza y todavía no hay indicios de que el príncipe haya participado de esas fiestas negras, pero el Daily Mail publicó una serie de fotografías de Andrés su ex esposa Sarah Ferguson y sus hijas Beatriz y Eugenia en la casa del magnate canadiense en el año 2000.
Como si esto fuera poco, el fiscal general de los Estados Unidos en las Islas Vírgenes, Denise George, declaró a la revista Vanity Fair que un empleado de Jeffrey Epstein en su isla privada de Little Saint James, confesó haber visto al príncipe en uno de los balcones haciendo tocamientos inapropiados a mujeres muy jóvenes.
Para finalizar, la fiscalía de Nueva York lo acusó de haberse negado a colaborar. El entorno del duque de York niega esa acusación y señala que el hijo de la reina está “deseando hablar, pero hasta hoy no lo han contactado”.
Lejos quedó el magnífico festejo para 300 personas con que celebró sus 50. A los 60 años, el príncipe Andrés protagoniza una historia que está muy lejos de ser un cuento de hadas. En esta historia el príncipe se convirtió en sapo.
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