Había reinado en el pop y el rock durante buena parte de los 70, pero al finalizar la década, la vida de Elton John entró en un pozo del que le costó salir. Su adicción a la cocaína hacía estragos y sus canciones ya no eran las de antes. Cansado de su popularidad, de no poder caminar por la calle, andaba con ganas de terminar con todo. Puso fin a su sociedad compositiva con el poeta Bernie Taupin, disolvió su grupo, compuso algunas canciones malas y se volvió cada vez más dependiente de las drogas y el alcohol.
Su vida privada tampoco estaba en calma y ese era quizás su gran problema. El mundo creía/sabía que era gay y él se empeñaba/empecinaba en ocultarlo. Los tiempos tampoco ayudaban para salir del closet, claro está. En declaraciones a la Rolling Stone merodeó por primera vez el asunto y el músico que se llevaba el escenario y el mundo por delante, abrió su corazón y se mostró débil.
“Me deprimo fácilmente. Tengo mal humor. Creo que nadie conoce mi verdadero yo, ni siquiera yo me conozco”, confesaba. Pero no quedaba ahí y anticipaba su jugada maestra. “Anhelo ser amado. Esa es la parte de mi vida que quiero resolver en los próximos dos o tres años y es en parte por qué estoy renunciando a las giras”.
¿Pero a quién quería amar Elton John? Eso era también parte de su desconcierto. “No sé lo que quiero exactamente. Estoy atravesando una etapa en la que cualquier señal de afecto podría ser bienvenida a un nivel sexual. Preferiría enamorarme de una mujer, porque pienso que una mujer probablemente duraría mucho más que un hombre. Pero realmente no lo sé, no he conocido a nadie con quien me gustaría sentar cabeza, de ninguno de los dos sexos. Nunca había hablado de esto antes”. Las palabras brotaban/desnudaban sin parar, hasta que lo interrumpió su propia risa nerviosa.
Es difícil imaginar si el músico era consciente de lo que podían representar sus palabras en octubre de 1976 y redobló la apuesta. “No tiene nada de malo ir a la cama con alguien de tu mismo sexo. Creo que todos somos bisexuales en cierto grado. No creo ser solo yo”, remató. En la misma nota, negaba los rumores de relación con su socio compositivo Bernie Taupin y con su manager, John Reid. Al menos en uno de los casos, estaba ocultando información.
Elton John era un recién llegado a Estados Unidos cuando conoció a Reid, un joven escocés que buscaba hacerse un nombre en la escena musical. Coincidieron en una fiesta de la factoría Motown y Reid vio en el autor de Tiny dancer algo más que un talento y un futuro éxito. La relación creció fuera de la pantalla y cambió la vida de Elton en varios sentidos. Fue con Reid con quien perdió la virginidad y vivieron cada uno el primer gran amor de sus vidas.
Así lo documenta la biopic Rocketman y Sir Elton, con toda el agua que corrió bajo el puente, se muestra orgulloso de poder mostrarlo. “Soy un hombre gay y no quiero esconderlo debajo de la alfombra”, manifestó en 2019. Pero en aquel entonces, el Elton militante por las minorías sociales recién se estaba construyendo. El hecho de asumirse como bisexual alimentó todo tipo de mitos y fantasías, y para la opinión pública no fue otra cosa que una “confesión de su homosexualidad". En estos términos se hablaba y se pensaba en esa época.
Volviendo a los 80, y a lo que más debiera importar de un artista que son sus canciones, no era el mejor momento de Elton John. Para relanzar su carrera, se propuso volver a trabajar con Taupin para Too low for Zero, el álbum que publicó en 1983 y que lo devolvió a los primeros puestos con éxitos como I’m still standing. El disco se grabó en apenas dos semanas, plazo suficiente para registrar unas cuantas buenas canciones y para conocer a una joven con la que iba a protagonizar una de las bodas más curiosas de los ‘80.
Renate Blauel tenía 28 años y un futuro promisorio como ingeniera de grabación cuando conoció a Elton John en el estudio caribeño de Montserrat. Había nacido en Munich y era una chica tranquila, metódica y sencilla, que vestía jeans y zapatillas y que evitaba cualquier comportamiento estrafalario. El complemento ideal para el hiperinquieto y glamoroso artista. La pasión por la música los acercó de inmediato y Renate se incorporó al círculo de confianza de Elton.
El verano de 1984 el Too low for Zero tour llegó a Australia para preparar una serie de conciertos. El 10 de febrero, Elton y Renate salieron a cenar a un restaurante hindú. Pidieron pollo al curry y parecía una noche más, pero Elton le propuso casamiento. Ella aceptó enseguida. Y no solo eso. Ya que el día de San Valentín estaba a la vuelta de la esquina, ¿por qué no aprovechar y ponerle una dosis de romanticismo al asunto? Al día siguiente, la prensa de espectáculos no hablaba de otra cosa.
Todos esperaban que la propuesta fuera un mal chiste, un comentario originado por alguna copa de más, algún juego mediático que costaba decodificar. Pero no. Elton John y Renate Blauel realmente estaban dispuestos a contraer matrimonio el 14 de febrero en Darling Point, un suburbio al este de Sidney. Para ello, necesitaron un permiso especial, ya que no habían solicitado el turno con los 30 días que exigía la ley local, para evitar que gente inmadura tome decisiones precipitadas. El argumento, irrefutable, es que se trataba de “dos personas maduras que se conocen hace mucho tiempo”.
Las fotos de época dan cuenta que no pareció una boda armada en tres días. Miles de rosas y cientos de orquídeas decoraron la iglesia. El novio usó un saco plateado, una camisa a rayas blancas y púrpuras y un moño y sombrero a tono. La novia lucía un vestido de seda blanca de encaje, y un collar en forma de corazón de 63 diamantes. El padrino fue John Reid, aquel primer novio. Sonrieron para las fotos y se fueron rápido a festejar.
Por entonces, todo era felicidad. “Es el hombre más bueno que he conocido. Escuché un montón de historias acera de Elton y se supone que es bisexual, pero nada de eso me importa”, contó la mujer a los medios australianos. “Me siento fabulosa”, remató.
Como nadie, ella sabía lo que se comentaba por los rincones. Que el casamiento era una pantalla, una manera de acallar las habladurías sobre la homosexualidad de Elton. O una movida publicitaria. O una venganza. Sin embargo, para la ley eran marido y mujer. Y eso por el momento alcanzaba.
Desde el circuito íntimo del músico no estaban exentos de teorías. Su compadre Taupin dijo que la boda era la manera de John de tener una familia. Su madre, Sheila prometió regalarles un cochecito para un futuro bebé. Del otro bando, el joven australiano Gary Clarke ventiló tiempo después, que los días previos a la boda había participado de juergas sexuales con Elton. Y que no eran solo ellos dos. Sin embargo, tuvo que acompañar a Renate a elegir el vestido de novia.
El matrimonio duró/aguantó cuatro años, mucho más de lo que cualquiera hubiera apostado aunque tuvo unas cuantas particularidades. Durmieron en cuartos separados en su mansión de Windsor y Elton siguió el ritmo de las estrellas de rock, concertando citas con hombres y mujeres en los hoteles más lujosos que pudiera. Renate se refugió/escapó en su trabajo en el estudio de grabación y entabló una relación estrecha con la cantante Sylvia Griffin.
La prensa ajustó la vista cuando ella faltó al festejo del cumpleaños 40 del músico. También cuando trepó por las ventanas de la mansión para poder entrar al dormitorio de su marido. Hasta que sucedió lo inevitable. “Sus vidas fueron por caminos separados”, explicó un amigo de Elton, una frase que se presta a múltiples interpretaciones. Lo concreto es que el matrimonio entre Elton John y Renate Blaudel terminó y en buenos términos. “Esperamos seguir siendo amigos”, declaró la flamante ex esposa. El nieto con el que soñó Madame Sheila, nunca llegó.
Poco se supo de la vida de Renate desde entonces. Trascendió que por el arreglo de divorcio percibió 45 millones de libras y una casa en Surrey, que habitó hasta que volvió a su Alemania natal a cuidar de sus padres. Atrás quedaba su sueño de trabajar en la música y un matrimonio del que todos hablaron, menos ella.
De Elton sabemos mucho más. En 1988 volvió a elegir la Rolling Stone como medio para afirmar que se sentía cómodo siendo gay. Al poco tiempo se enamoró del publicista canadiense David Furnish, con quien se casó en 2014, una vez que el Reino Unido aceptó la unión civil de dos personas del mismo sexo. Entró a rehabilitación, se convirtió en bandera de las minorías sexuales y en Caballero del Imperio Británico. Adoptó dos hijos, siguió componiendo buenas canciones.
También fue soltando algunas pocas intimidades de su relación con Renate y ninguna fue tan simbólica como su publicación en 2017, cuando volvió a Australia, esta vez en medio del referéndum para la legalización del matrimonio homosexual. Movilizado por la situación, escribió unas palabras referidas a aquel San Valentín de 1984.
“Hace muchos años escogí Australia para mi boda con una mujer maravillosa a la que aún profeso amor y admiración”, publicó en sus redes sociales.
“Quería por encima de todas las cosas ser un buen marido pero negaba quién era realmente, lo que causó a mi esposa mucha tristeza y a mí mismo mucha culpa y arrepentimiento”.
La confesión pública pasó la pelota al campo de Renate Blauel. Pero como sucede desde hace más de 30 años, de ese lado solo se escucha/responde el silencio.
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