Se enamoró de un monstruo, aunque ella lo niega. Y asegura no tener miedo: “la prensa lo ha demonizado”, señala sobre su flamante marido. Dice, provocadora, que no tiene que explicar por qué hace lo que hace: “Nadie tiene que meterse, es mi vida privada”. Y agrega que las agresiones que recibe por Facebook, por haber formado pareja con él, son de personas “muy locas”.
La artista rusa Jenny Curpen eligió como marido a un confeso perverso sexual, torturador, asesino y descuartizador. El 19 de diciembre de 2019 se casó Peter “Cohete” Madsen, el convicto femicida de la periodista sueca Kim Wall.
“El amor es loco, y el amor es insano y fantástico”, escribió la mujer.
Pero su nuevo esposo está demasiado lejos de ser fantástico. Para recordar quién es bastará repasar el escalofriante caso que sacudió al mundo y que ocurrió en agosto de 2017, en una mansa tarde de verano en las frías aguas del Mar Báltico.
Acto uno: una víctima llamada Kim
Copenhague era una escala más en su vida, no pensaba ser la estación definitiva. La periodista sueca Kim Wall tenía muchos y ambiciosos proyectos. Ese 10 de agosto de 2017 tenía 30 años y vivía con su novio, Ole Stobbe Nielsen (un diseñador danés), en la capital de Dinamarca. En quince días se mudarían juntos a Pekín, China.
Esos eran sus planes cuando se subió al submarino construido por el inventor danés Peter Madsen (46), en el puerto de la ciudad y a pocas cuadras de su casa. Iba a terminar la entrevista que ya había comenzado: quería experimentar un corto trayecto sobre el lecho del mar en esa particular nave construida de manera casera por este “ingeniero” autodidacta. No podía sospechar que su vida terminaría ese mismo día y que saldría a la superficie ya muerta.
Kim había nacido en Trelleborg, Scania, Suecia, el 23 de marzo de 1987. Ingrid (periodista especializada en finanzas) y Joachim Wall (reconocido fotógrafo), sus padres, la llamaron Kim Isabel Fredrika. Con Tom, su hermano menor, crecieron en una familia donde la información era el desayuno cotidiano. Terminó su secundaria en Malmö, en un colegio al que habían asistido varios primeros ministros de su país y la famosa actriz sueca Anita Ekberg. Luego estudió Relaciones Internacionales en la universidad London School of Economics, en Inglaterra. También concurrió a cursos en La Sorbonne, en París. Como si eso fuera poco, hizo una doble maestría, en Periodismo y Relaciones Internacionales, en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Era una obsesiva del estudio y hablaba 8 idiomas, entre ellos, chino mandarín.
Kim había escrito como periodista freelance para todos los grandes medios: The New York Times, The Guardian, Harper’s magazine, Vice magazine, South China Morning Post y Time, entre otros. En 2016 había sido premiada, por un un diario alemán, por su reportaje digital “Exodus”, sobre el cambio climático y los ensayos nucleares en las Islas Marshall.
Llena de títulos y premios Kim iba por más. Su padre estaba muy orgulloso de sus éxitos y cuando cumplió años, en marzo de 2017, le escribió en Facebook: “Hoy se cumplen 30 años desde que te cuidé por primera vez, ¡qué viaje has hecho desde entonces!”. Un maravilloso y prometedor viaje que terminaría abruptamente, en menos de cinco meses, durante un reportaje.
Su profesión la había llevado a sitios peligrosos como a Corea del Norte -donde se había infiltrado sin permiso del gobierno- o a Uganda -donde había recorrido las cámaras de la tortura del dictador Idi Amín-. También había investigado el voodoo, el culto a la magia negra, en Haití, y había visitado las lejanas Islas Marshall y Sri Lanka. Un viaje de un par de horas en un submarino, a solo 60 kilómetros de su hogar natal en Suecia, con un estrafalario personaje constructor de vehículos audaces que aparecía periódicamente en los medios, no parecía entrañar peligro alguno. Lo cierto es que al reportaje sobre Madsen, que estaba haciendo para Wired Magazine, le faltaba el cierre que sería un paseo por el fondo del mar en la nave submarina botada por Madsen en 2008.
Ese mediodía del 10 de agosto de 2017, Kim y Ole estaban preparando una barbacoa de despedida para compartir con sus amigos en su casa del barrio de Refshaleoen, cuando a ella le llegó el mensaje de Peter Madsen. Le proponía tomar un té en su hangar y terminar la entrevista. El hangar de Madsen estaba muy cerquita. Fue caminando hasta allí y al rato volvió para consultarle a Ole la invitación que le había hecho para salir a navegar, esa misma tarde, en el submarino UC3 Nautilus. A Ole le pareció bien. Kim le preguntó si quería acompañarla. Moría por ir, pero tenían invitados a sus amigos así que optó por quedarse.
Como ya no les quedaban muchos días disponibles en la ciudad antes de la mudanza ella decidió que era el momento de hacerlo. Se encontraría con Madsen a las 19 horas en el muelle del puerto (en verano en Dinamarca el sol brilla hasta las 21) y debían regresar no más de las 22. Iría sola, después de todo era tu trabajo. Se despidieron con “un gran beso” (así lo contaría él luego) y salió.
Acto dos: un constructor de locuras llamado Peter
Peter Langkjaer Madsen nació el 12 de enero de 1971, en Saeby, Dinamarca. Annie, su madre, contaba 30 años menos que su padre Carl y había tenido dos matrimonios anteriores. La pareja no duró y, cuando Peter tenía 6 años, Annie se marchó con sus hermanos mayores y los abandonó. Lo crió su padre, que era dueño de un pub. Además, Carl había sido un carpintero constructor de búnkers para los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Fue él quien infundió en Peter la fascinación por las naves espaciales.
A los 15 años Madsen dio las primeras muestras de su personalidad falsificando un carnet de afiliación a la Agencia Espacial Danesa. Al terminar el secundario, empezó a estudiar ingeniería, pero dejó la carrera para dedicarse con total obsesión a sus delirantes inventos. Cuando tenía 18 años, murió Carl. A partir de entonces se dedicó con devoción a construir lo que soñaba: submarinos y cohetes.
En 2008, fundó la empresa Copenhague Subortbitals, que pretendía lanzar al espacio monoplazas tripulados. Fue por entonces que la prensa comenzó a llamarlo “Cohete” Madsen. Con sponsors, pero sin preparación académica, logró construir un nuevo submarino (era el tercero que hacía) que botó en mayo de 2008: el UC3 Nautilus. Lo había diseñado y fabricado con sus propias manos y le había insumido unos 200.000 euros. El dinero lo obtenía convenciendo de sus locuras a los donantes y sponsors.
“Es el submarino de fabricación privada más grande del mundo”, repetía orgulloso en cada entrevista. En 2009, un productor de documentales llamado Robert Fox, sacó a la luz un especial sobre él llamado “Mi submarino privado”. “Daba la idea de que estaba haciendo algo diferente. Algo muy grande. Valía la pena ser parte de ello”, explicó Fox.
Un par de años más tarde fue publicada también una biografía sobre Madsen. En 2016, se hizo otro documental llamado “Amateurs en el espacio” que hablaba sobre sus creaciones. Ya era una estrella antiestablishment y la prensa disfrutaba de dar a conocer sus historias estrambóticas.
Cuando Kim lo llamó para entrevistarlo en 2017, él era una celebridad en su país. Era el director del Laboratorio Espacial Rocket-Madsen, una empresa que buscaba lanzar cohetes y nanosatélites al espacio, tenía su propio hangar y estaba casado. Kim estaba muy interesada en que le contara su próximo desafío con las naves espaciales. Además, en octubre de ese mismo año, se iba a estrenar “Rocket Man”, una película sobre la vida de Madsen. La nota valía la pena.
Acto tres: la entrevista jamás publicada
A las 18.40, esa tarde de 20 grados, Kim llegó al muelle para encontrarse con Peter Madsen. Él arribó puntual, enfundado en su clásico mameluco y con sus pelos rubios alborotados. Tenía 46 años.
El submarino UC3 Nautilus, en el que saldrían a navegar, poseía motores eléctricos y a diésel, medía 17,8 metros de eslora y pesaba 4 toneladas. Kim llevaba puesta una chaqueta naranja sobre una pollera blanca y negra y medias largas. Y se había recogido el pelo en un rodete.
A las 19 en punto Kim le mandó una foto del UC3 Nautilus a Ole. Poco después le mandó otra de unos molinos de viento en el agua. Y una tercera de ella en el timón de mando. Ole dejó la barbacoa en manos de un amigo por unos momentos y fue a mirar hacia el puerto. Logró ver el oscuro submarino saliendo. La revista Wired (la misma para la que la víctima estaba reporteando) contó que Ole la vio a la distancia con su brazo en alto saludando.
Mientras Kim y su entrevistado navegaban asomados en la torreta de la nave, antes de sumergirse, unos noruegos (un padre con un hijo pequeño) se acercaron con su bote. Hablaron con Peter, bromearon y les sacaron fotos. Serían las últimas personas en ver a Kim Wall con vida. El hombre, Rasmus Ejlers, relataría luego: “Él bromeó con que mi nave tenía más potencia que la suya. Nos reímos, el ambiente era muy bueno. Ella no participó de la conversación. El habló de una manera que me hizo pensar que deseaba impresionar a esa bella mujer. Saqué el celular y los fotografié. Al mismo tiempo ella también tomó fotos mías y de mi hijo”.
Eran las 20.31 horas.
Luego vino la inmersión en el mar. Bajaron por la escalerilla del conducto y Madsen cerró la esclusa. Kim quedó, bajo el mar, a solas con su asesino dentro de esa caja de metal de paredes verdes.
De esos momentos sólo sabemos algo por un par de mensajes que Kim intercambió con Ole por celular y también por el que le mandó Peter a su mujer. Las palabras que usó Kim parecen hoy premonitorias y delatan algún temor que ella debía experimentar por el inminente descenso bajo toneladas de agua: “Estoy viva, por cierto. Ahora vamos a descender. Te quiero”. Un minuto después mandó otro: “Él ha traído café y galletas”. Ole le escribió varias veces más, pero ya no hubo respuesta alguna de Kim.
Cuando pasadas las diez y media de la noche y Kim seguía sin dar señales, Ole inquieto fue a buscarla. Primero se dirigió al puerto a ver si los veía regresar. Después fue al hangar de Madsen. Allí, encontró a la mujer del inventor que pareció muy sorprendida con que Madsen hubiese salido con alguien en el submarino. La mujer omitió decirle que su marido le acababa de enviar un mensaje de texto, a las 11.25 pm, donde decía: “Estoy en una pequeña aventura en el Nautilus. Todo está bien. Navegando en un mar calmo y a la luz de la luna. No sumergido. Besos y abrazos a los gatos”.
Un verdadero psicópata, porque los criminalistas determinaron que, para entonces, hacía ya una media hora que había asesinado a Kim Wall.
A la 1.45 de la madrugada del 11 de agosto Ole Stobbe Nielsen llamó a la policía y, media hora después, llamó a la armada para denunciar la desaparición de su novia.
La guardia costera empezó a enviar mensajes al submarino, pero estos no eran respondidos. A las 3.30 la policía recibió la alarma de un posible accidente marítimo. El UC3 Nautilus no llevaba reflectores y casi choca contra un barco mercante. Helicópteros y buques ya estaban en el área en frenética búsqueda. Entonces Madsen se comunicó por radio y dijo escuetamente que “regresarían por problemas técnicos”. Pero no volvieron.
A las 10.30 de la mañana del 11 de agosto la policía costera, tanto danesa como sueca, avistaron al submarino en el estrecho de Köge. Madsen les dijo “estamos (otra vez utilizó el plural) regresando”. Pero antes de que la guardia costera llegara hasta la embarcación, el UC3 Nautilus se fue a pique. Eran las 11 en punto de la mañana. Madsen se arrojó antes al agua, fue rescatado y llevado al puerto de Dragor. Ya se había juntado prensa en el lugar. Madsen dijo estar triste por el hundimiento de su submarino. Ole, que estaba allí, empezó a darse cuenta de que algo estaba muy mal. De Kim no había rastros.
Acto cuatro: tres versiones para un crimen
Esa misma noche Madsen dio la primera de sus tres versiones sobre lo ocurrido con Kim Wall: aseguró haberla dejado la noche anterior a las 22.30 horas, en el puerto, cerca del restaurante Halvandet. El dueño del restó, Bo Petersen, aseguró que el área estaba vigilada con cámaras que entregó a la policía. Kim no estaba en esas imágenes. Rápidamente se supo que esa primera versión, dada el 11 de agosto, era una burda mentira.
Al día siguiente Madsen cambió su relato. Esta vez sostuvo que la periodista había muerto en un terrible accidente: le había caído una esclusa de 70 kilos sobre la cabeza… Desconfiaron. Unos días después, los peritos del caso dictaminaron que el submarino había sido hundido intencionalmente. Además, había sangre dentro del aparato. Mucha sangre. Pero el cuerpo de Kim no estaba allí. La sangre analizada delató que el ADN recolectado era de ella. Ahí Madsen comenzó a hablar de un entierro en el mar.
El 21 de agosto, un ciclista se topó con un torso desmembrado, en Amager, una playa al sur de Copenhague. Otra vez el ADN dio positivo: era una parte del cuerpo de Kim. Con el paso de las semanas, el cuerpo completo de Kim empezó a armarse. Las distintas búsquedas con buzos experimentados dieron resultado en diferentes áreas: la cabeza, las piernas, los brazos y la ropa aparecieron en bolsas de plástico y cajas.
En su tercer interrogatorio, en el mes de octubre, ensayó una nueva versión de lo ocurrido: ella había muerto atrapada en el compartimento de los motores, intoxicada por monóxido de carbono. Pero las evidencias relataban otra cosa. Las heridas, según los peritos forenses, eran incompatibles con una intoxicación. Entonces Madsen admitió haberla trozado para deshacerse del cadáver.
El espanto no concluía. Los estudios demostraron, además, que todas las partes habían sido lastradas con metales para que no salieran a flote. Se comprobó, también, que había introducido tubos en sus pulmones para quitarles el aire que podría hacer flotar su torso. Si bien su cráneo no presentaba fractura alguna, su tronco dio muestras del horror con 38 heridas: 14 eran en sus genitales.
Se cree, según lo dicho por los detectives y peritos, que primero la ató a unas cañerías o tubos por las marcas que hallaron en muñecas y codos. Piensan que usó cuerdas y las propias medias largas de Wall. Luego la habría torturado apuñalándola repetidamente y habría abusado sexualmente de ella. También la habría ahorcado antes de empalarla viva. No pudieron determinar una causa específica de muerte.
En los allanamientos a la vivienda y el lugar de trabajo de Madsen se encontraron huellas perturbadoras de su mente enferma. En un disco rígido de su computadora hallaron más de 40 videos con decapitaciones reales de mujeres que eran también empaladas, torturadas y quemadas. En otro disco, encontraron unos 100 links que llevaban a más videos de idéntico tenor. El tenebroso personaje había concretado sus peores fantasías.
Después de los hechos, sus conocidos relataron que Madsen solía participar de fiestas sexuales fetichistas. Eso lo confirmó Camilla Ledegaard, una vieja amiga suya. Sus compañeros de trabajo agregaron que se llamaba a sí mismo “el sádico”. Tarde se enteraron de que todas esas características eran parte de una personalidad oscura y desviada que conduciría al horror.
Su ex socio Christopher Meyer, definió a Madsen como un loco, artista y visionario, pero dijo que no parecía ser “un ser antisocial…”. Deirdre King, quien fue una cercana amiga del criminal por más de una década, sostuvo en Wired Magazine, que una vez se rompió las dos manos y que Peter Madsen “vino cada día, durante dos meses, y me peinaba (...) Era un hombre que amaba a las mujeres”.
A todos les costó aceptar que eran amigos de un psicópata extremadamente peligroso.
Acto cinco: justicia, morbo y detalles
El fiscal Jakob Buch-Jepsen apuntó desde el principio a la prisión perpetua. Pretendía averiguar si había más mujeres muertas en la historia de Madsen. En particular había un caso que intrigaba a la fiscalía: el de la turista japonesa Kazuko Toyonaga, de 22 años, desaparecida en la misma ciudad y hallada descuartizada, en condiciones parecidas, en 1986, cuando Madsen tenía 15 años. Reabrieron el caso, pero no encontraron prueba alguna para unir los casos.
Entre el 8 de marzo y el 25 de abril del año 2018 se realizó el juicio. Acaparó la atención de los medios de todo el mundo: había más de 15 países representados por periodistas de primera línea.
Jakob Buch-Jepsen sostuvo que Madsen tuvo como fin concretar una violenta fantasía sexual y que el acusado planificó meticulosamente el crimen ya que había llevado herramientas como destornilladores afilados, anzuelos y serruchos que no usaba para salir a navegar. No escatimó detalles morbosos para conmover al jurado: la víspera del asesinato Madsen había mirado, en su iPhone, un video cuyo título era “Joven mujer sufre mientras es decapitada lentamente con un pequeño cuchillo”.
Madsen admitió haber desmembrado el cadáver a bordo y reveló haber dormido un par de horas antes de hacerlo. Y aclaró que no fue algo difícil: “Primero intenté con un brazo y fue relativamente rápido… fue todo muy rápido y la saqué del submarino”.
Fue catalogado como una persona muy inteligente, pero perversa y de sangre fría, un desviado sexual obsesionado con sadismos. Dijo el fiscal que Madsen “no expresa remordimientos ni culpa en conexión con lo ocurrido”. Un detalle no menor para confirmar este rasgo criminal: los expertos certificaron que la sangre que salpicó la ropa de Peter Madsen no era de alguien que estuviera muerto, sino de alguien vivo mientras era torturado. Y algo más que suele caracterizar a los psicópatas: Madsen guardó la ropa interior y las medias de Kim Wall como “souvenirs”.
Solo demostró enojo cuando el fiscal lo increpó para que explicara por qué había visto tantas películas de mujeres degolladas. Madsen se encolerizó y le respondió: “¿Por qué has visto tú Seven?”. Se refería a aquella película del cine negro, protagonizada por Morgan Freeman, que trata de terribles asesinatos en serie. Madsen pretendía hacerle sentir que eran del mismo equipo del morbo.
El jurado y la prensa estaban descompuestos. La periodista Julie Astrid Thomsen aseguró haberse sentido mal del estómago durante los 12 días del juicio: “No hubiera querido nunca tener que cubrir este juicio. Sentí una inmensa tristeza porque esto no debería haber pasado jamás”.
Lo increíble es que hubo al menos 3 mujeres que se salvaron de ser las protagonistas de este horror concretado por Madsen. Él las había invitado al submarino, pero por uno u otro motivo, habían declinado su oferta. A una, le pareció rara su insistencia; a otra, le daba claustrofobia. Una tercera le relató a Wired Magazine, que sus charlas por mensaje de texto con Madsen habían llegado a intranquilizarla.
“Él decía que tenía un plan de asesinato listo para ser realizado en el submarino, yo le dije que no le tenía miedo. Me habló de herramientas que quería usar, y yo le dije ‘Oh, no me parece amenazante’”. Luego habría insistido diciéndole que él invitaría también a un amigo al submarino y que, de pronto, el clima cambiaría y empezarían a cortarla en pedazos. La mujer no tomó seriamente la conversación en ese momento, pero con las noticias se dio cuenta de lo que podría haberle pasado y aportó inmediatamente esos textos a la policía.
El miércoles 25 de abril de 2018, a la una de la tarde, se conoció la sentencia. Peter Madsen fue declarado culpable de los 3 cargos: crimen premeditado, manejo indecente de un cuerpo y asalto sexual. Lo condenaron a reclusión perpetua. En Dinamarca, esta condena significa sólo 16 años de cárcel. Pero podría extenderse en el tiempo si consideraran que Madsen sigue siendo un peligro para la sociedad. Su esposa, con quien tenía una relación abierta y consensuada, lo dejó antes de la sentencia.
En noviembre de 2018, con motivo de la publicación del libro que escribió sobre su hija, Ingrid Wall expresó: “No siento odio por este hombre. No siento nada. No tengo tiempo para desperdiciar en él. No le causa ningún dolor si lo odio”. El título es El libro de Kim Wall: cuando las palabras terminan. Será publicado en inglés también, por Amazon Publishing, este año. Además, una beca escandinava que lleva su nombre, se otorga cada año a jóvenes promesas del periodismo que compartan los valores que defendía Kim.
Ultimo acto: un inesperado matrimonio
En prisión, Madsen enamoró a una guardiacárcel de 40 años, madre de dos hijos. Ella soñaba con mudarse a vivir con él, pero terminó expulsada del trabajo. No fue la única. Hubo varias más. Recientemente Madsen admitió que se casó con Jenny Curpen: “No puedo tener acceso a Internet para recibir o contestar mensajes. Si quieren contactarse conmigo sientanse libres de llamar a Jenny Curpen vía Facebook”, dijo desde la cárcel de Herstedvester, donde vive ahora, en las afueras de Copenhague.
Jenny Curpen le dijo a la BBC rusa que estaba “loca de amor” y que su casamiento con Madsen era “genuino” y no solo parte de un proyecto artístico al que había llamado "Este no es el Peter que conocimos”. Ella sostiene que esta frase es repetida por todos los amigos del inventor y simboliza la manera en que la sociedad demoniza, según ella, a Peter Madsen.
En defensa de su proyecto artístico de Madsen, dijo: "Apoyando al culpable, llamándolo amigo, rompemos la ‘normalidad’ en pedazos, diversificamos el capital simbólico de la cultura, nos involucramos en el terrorismo cultural, esencialmente la única forma verdaderamente efectiva de resistencia pacífica ".
También declaró: “Amo y respeto a mi marido, estoy orgullosa de él y de sus 49 años de su vida personal y profesional excepto por un día, que fue y siempre será una tragedia. Mi marido cometió un horrible crimen y fue castigado por ello. (...) conocerlo de verdad me da el exclusivo derecho de decir cuán afortunada soy por estar con el más bello inteligente, talentoso, devoto y empático ser que conocí (… ) Mi marido es una de las dos víctimas de su crimen y estar vivo es en sí mismo un castigo para él. Así que debo admitir con gran pena que la sociedad fuera de las paredes de la prisión es mucho más cruel y potencialmente peligrosa que el héroe de esta celebración modesta de hoy (sic)”
Curpen es rusa pero vive en la ciudad finlandesa de Salo, con un político en el exilio llamado Alexei Devyatkin, con quien tiene dos hijos. Trabajó para Grani.Ur, una web rusa opositora prohibida por las autoridades. Ella y Devyatkin fueron arrestados en 2012 por formar parte de un partido ultra nacionalista opositor a Vladimir Putin y, luego, consiguieron asilo en Finlandia.
En una especie de manifiesto que escribió sobre el tema Madsen dice que la sociedad posee “impulsos caníbales” donde reemplazan la sed de justicia con prisión perpetua y humillación. Dice además que esta historia con Madsen no es sobre violencia o crimen, es sobre “no crucificarlo”.
Con sus provocadores dichos se enfrentó en las redes con la escritora sueca miembro del movimiento #MeToo, Kerstin Ekman, que se manifestó espantada por Jenny y la considera una traidora a las mujeres: ”Su comunicación con Peter Madsen minimiza la enormidad de su acto, es una traición a las mujeres que fueron víctimas de esos crímenes”.
Jenny claramente no piensa así, dice que sus palabras son estupideces y que las feministas siguen bajo el sistema patriarcal. ¿Qué busca Curpen con todo esto? ¿Justificar a Madsen? ¿Prensa para sus proyectos? ¿O algo que ella oculta y se desconoce todavía?
Difícil de entender qué discurre por su extraña psiquis. En todo caso, más allá de su locura argumental y sus elaboradas ínfulas sociológicas, decirle “sí quiero” al perverso Madsen para cualquier mujer requeriría olvidar la brutalidad de su femicidio.
Jenny Curpen, en cambio, no titubeó. Y se casó con el espanto.
(Leer más de esta historia: Bajalibros, El día que me mataron)
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