Principio de la década del 80. Un chico de 19 años saluda desde la ventanilla del tren. En el andén están sus amigos, parte de su familia y su mamá, que llora mientras agita con fuerza la mano por encima de su cabeza. Ella le cosió los bolsillos del pantalón, hizo una especie de doble fondo para que, en caso de ser asaltado, los ladrones no encontraran el dinero del joven. Con esas pocas pesetas debía mantenerse hasta encontrar algún trabajo. Viviendo muy frugalmente le alcanzaban para unos pocos meses.
Cuando ya no divisó al andén y a su gente, se sentó y pensó en su futuro. El viaje no era demasiado largo. Unas cinco horas. Pero ese trayecto del extremo sur del país al centro, de Málaga a Madrid, no admitía un fracaso. Supo que de volver, debía hacerlo con gloria, habiendo triunfado. No se permitía fracasar, no se imaginaba la derrota.
Sin embargo, ni siquiera ese chico de 19 años hambriento de gloria, ilusionado y algo inconsciente, podía imaginar lo que el futuro le depararía. Ni la persona que portara la mayor carga de esperanza del mundo podía sospechar que ese chico se convertiría en Antonio Banderas, que conquistaría Hollywood, actuaría en más de 100 películas, ganaría decenas de premios y enloquecería (seduciría) a varias generaciones de espectadores.
Antonio Banderas volvió a ser noticia esta semana por su nominación al Oscar. La polémica cada vez más frecuente en los últimos tiempos sobre la diversidad étnica de los candidatos y la representación de las minorías, hizo decir a la revista Vanity Fair que Banderas ocupaba el lugar de los actores de color en esta entrega.
Lo cierto es que el español -europeo, blanco, millonario- no parece pertenecer a ninguna minoría postergada. Su nombre no desentona en una lista muy fuerte, en medio de monstruos sagrados, estrellas emergentes y actores del momento como Leonardo Di Caprio, Adam Driver, Joaquin Phoenix y Jonathan Pryce.
Es su primera nominación al Oscar. Le llevó casi 30 años llegar hasta allí. Pero en el medio obtuvo nominaciones a los Tony, a los Emmy y a los Globos de Oro.
Fue dirigido por Pedro Almodóvar, Woody Allen, Alan Parker, Robert Rodriguez y Brian De Palma entre otros. Entre sus compañeros de elenco estuvieron Tom Hanks, Denzel Washington, Madonna, Tom Cruise, Brad Pitt, Johnny Depp, Harrison Ford, Emma Thompson y cientos más. Nadie puede negar que se trató de una gran carrera.
Antonio Banderas llegó dónde ningún otro actor latino había llegado antes. Superó varias dificultades. El nulo dominio del idioma, la desconfianza de la crítica, la subestimación de sus compañeros, algunas malas elecciones. Llegando a los 60 años se consolidó como uno de los actores más importantes de Hollywood.
Arribó a Madrid siendo José Antonio Domínguez Bandera. En poco tiempo todos lo conocerían por su nombre artístico. Mientras actuaba en el teatro under de la capital española, buscando oportunidades para no tener que volver derrotado a Málaga, se encontró con un joven director de cine, Pedro Almodóvar. En 1982, lo convocó para su película Laberinto de Pasiones en dónde interpretó a un terrorista islámico homosexual. A partir de ese film, la carrera de los dos se activó.
Se volverían a encontrar poco después. Hicieron cuatro películas consecutivas juntos. Matador, La ley del deseo, Mujeres al borde de un ataque de nervios y ¡Átame!. Llegaron los premios, los éxitos en la taquilla, las tapas de revistas, las alfombras rojas, el prestigio, el reconocimiento internacional. Si bien la categoría Chica Almodóvar era amplia y variada, la de Chico Almodóvar la monopolizaba Banderas.
Pero cuando se disponían a filmar la siguiente, Tacones Lejanos (el papel finalmente lo haría otro ícono español: Miguel Bosé), Antonio no estuvo disponible. El llamado de Hollywood lo tentó. Pedro lo consideró una traición. Él lo había rescatado del teatro under para llevarlo al estrellato. “Hollywood te va a aplastar, vas a malgastar tu talento. Y yo te lo habré advertido”, le dijo cara a cara. Almodóvar estaba enojado, sentía que él lo había creado, lo había moldeado como actor y ahora se le escurría entre los dedos. Le llevó un tiempo perdonarlo y entender la nueva situación.
Una década después, todavía con dolor, le dijo al actor durante un encuentro casual: “Ahora sos demasiado caro para que podamos trabajar juntos”. Una manera tácita de reconocer el error de su pronóstico, la herida por el alejamiento. Sin embargo, en 2011 volvieron a colaborar en La piel que habito. Y este año consiguieron otro gran triunfo artístico y de público, Dolor y Gloria. Banderas como alter ego de Almodóvar: los dos talentos volviéndose a encontrar en otra etapa de sus vidas en la que los celos y las explicaciones ceden al cariño, la complicidad y la admiración mutua.
Banderas quería pegar el salto desde España a las grandes ligas. Le faltaban varias cosas. No tenía representante, no conocía a nadie en Hollywood y su inglés era inexistente: no sabía ni una palabra. Nada de eso lo amedrentó. Mientras estuvo en Los Ángeles representando a Mujeres al borde un ataque de nervios por los Oscar, le tomaron algunas pruebas de cámaras sin ningún proyecto especifico en vista. Meses después hizo un casting para Los Reyes del Mambo. Se aprendió su parte por fonética. Los productores quedaron prendados de su cara, presencia escénica y carisma. Una belleza viril que la cámara magnificaba.
Estudió inglés, siguió preparándose y aprovechó cada oportunidad. Las convocatorios comenzaron a llegarle caudalosamente. Y de las más variadas (aunque cada papel de latino que anduviera dando vuelta le era ofrecido).
Alguien le había augurado que su futuro actoral sería estrecho: “Sólo harás de villano: eso es lo que les toca a los negros y latinos en Hollywood”. Pero Banderas fue la pareja de Tom Hanks en Philadelfia, vampiro junto a Tom Cruise y Brad Pitt en Entrevista con un Vampiro, asesino a sueldo con Sylvester Stallone, el Zorro, actor fetiche de Robert Rodríguez, el Che en el musical Evita, la voz del Gato con Botas en Shrek o partenaire erótico de Angelina Jolie entre muchísimas otras películas.
Su carrera no es nada desdeñable aunque a él no suelan tocarle los elogios críticos, ni la unanimidad en la apreciación. Los productores y los espectadores lo siguen eligiendo después de más de tres décadas por algo más que su evidente belleza física y magnetismo escénico.
Luego del gran suceso internacional de Mujeres al borde de un ataque de nervios, Antonio Banderas consiguió repercusión casi de modo inesperado por un documental musical. Truth or Dare o A la Cama con Madonna registraba una gira de principios de los 90 de la gran diva del pop. Allí mientras jugueteaba con sus bailarines, Madonna contaba lo deslumbrada que estaba por ese joven actor español y anunciaba que sería su próxima conquista.
En un gran gag de la película, la cantante se cruza más adelante con Banderas y su esposa del momento. El actor hace caso omiso, con elegancia, a las insinuaciones de la actriz y la cuestión se resuelve con gracia. Ese pequeño episodio (pequeño en la vida de Banderas: para cualquier otro momento ese desaforado interés de Madonna hubiera constituido la cumbre de su existencia) ayudó a forjar su status de sex symbol y a lanzar su carrera. Unos años después actuarían juntos en la versión cinematográfica de Evita dirigida por Alan Parker.
En ese tiempo Banderas estaba en pareja con Ana Leza, una joven actriz (tuvo un pequeño papel entre otras en Mujeres al borde de un ataque de nervios). Se habían casado en 1987. Ella, que sí manejaba un fluido inglés, fue vital para que Antonio aprendiera el idioma. Le tradujo el guión de Los Reyes del Mambo, ensayo con él, le corrigió la pronunciación y apoyó cada paso que fue dando en su incipiente carrera en Hollywood. El actor sigue reconociendo que el sostén de su primara esposa fue determinante para superar esos escollos iniciales que parecían insalvables.
En 1995 se separaron. El divorcio no fue pacífico. Alguna vez, Banderas se quejó amargamente de los sinsabores judiciales de la ruptura matrimonial y del acuerdo económico alcanzado. “Me dejaron más que pelao. Fueron 8 días de juicio. Es un negocio. Lo que el juez quiere saber es cuánto le vas a pagar a tu pareja. Te agarran de un pie, te sacuden y, cuando se acaba el último dólar, te dejan. Eso es lo que hicieron conmigo”, le contó hace unos años al Perro Verde, a Jesús Quinteros.
Ana Leza desapareció de la vida pública. Se radicó en Estados Unidos y se dedicó a lo espiritual. Se casó y tuvo dos hijas. Realiza prácticas budistas y meditación. Es gran impulsora de las enseñanzas de su maestro Gurumayi Chidvilasananda y del Método Siddha Yoga. No volvió a dar notas ni a manifestarse sobre su ex marido. Prefiere la tranquilidad, alejada de los periodistas y los focos.
El siguiente matrimonio de Antonio Banderas fue más largo y ocupó las páginas de las revistas del corazón durante mucho tiempo. Banderas preguntó por una rubia sensual e inquieta que conoció en alguna alfombra roja. Luego se cruzaron en fiestas y rodajes y la atracción ejerció su efecto. Melanie Griffith deslumbró a Banderas. Se casaron, tuvieron una hija (y criaron las dos hijos de ella, Dakota Johnson y Alexander Bauer:ellos lo llaman Paponio: una mezcla entre Antonio y Papá). Transitaron, también, una relación aluvional. Peleas, reencuentros, grandes alegrías, problemas de adicciones de ella. Se separaron en buenos términos. Hablan mutuamente maravillas del otro y se manejan como una familia. Melanie felicitó en Twitter a Antonio por su reciente nominación al Oscar.
“Todo lo que pasó en esos años que estuvimos juntos pasó muy rápido. Mi vida era fascinante, si la miro con perspectiva. Recuerdo esos años como un tiempo efervescente y realmente bonito. A Melanie la quiero muchísimo. No puedo entender mi vida sin ella. Es mi mejor amiga. No es mi mujer, pero es mi familia y lo será hasta el día que me muera”, dijo Banderas.
Él la compara con el champagne: burbujeante, refinada, peligrosa. Sostiene que siempre ha sido una estrella y que siempre ha sabido comportarse. Y ninguno de los dos considera un fracaso la relación. Fueron 20 años en lo que lo positivo prepondera en el balance final.
Su actual pareja es una mujer alta, rubia, hermosa y decidida. Tiene 40 años y no pertenece al mundo del espectáculo. Es una abogada alemana llamada Nicole Kimpel. Trabajó en el ambiente financiero y en el mercado inmobiliario. Se conocieron en 2014 cuando el matrimonio con Melanie Griffith ya estaba en ruinas. Nicole junto a su hermana gemela Barbara lanzó una marca de ropa y accesorios llamada Baniki (las primeras sílabas de sus nombres y apellido) que grandes estrellas del cine lucen y ayudan a promocionar.
Nicole se lleva bien con Melanie Griffith y hasta han compartido algún viaje. En 2017 Antonio sufrió un infarto mientras realizaba una rutina de ejercicios físicos en su casa. Según Banderas la intervención de su novia fue providencial para que él sobreviviera. Una mezcla de determinación y azar (la tarde anterior ella había sufrido un fuerte dolor de cabeza y había comprado unas aspirinas fuertes) que prolongó la vida del actor, al que en el hospital le colocaron tres stents.
“Tuve suerte después de todo, porque un ataque al corazón puede matarte. En cierto modo, es una de las mejores cosas que suceden en mi vida, tener un ataque al corazón, porque tuve una segunda oportunidad y algunas cosas cambiaron en mi vida desde entonces”, declaró hace unas semanas. Después de ese episodio dejó de fumar y decidió rechazar varias ofertas de trabajo.
A los 59 años Antonio Banderas cree que llegó el tiempo del reconocimiento y el prestigio. El premio al mejor actor en el Festival de Cannes fue el primer eslabón de esta cadena de galardones y halagos que se continúa con la nominación al Oscar.
Vive en Londres y se mueve, con mayor tranquilidad y lentitud, según sus deseos. Ya no busca los grandes contratos, ni los elogios que esperó y le costó recibir. Ahora se guía, sin urgencia, por su vocación de actor.
Sabe que, 40 años después, cada vuelta a Málaga será una fiesta. Que superó los sueños y las ambiciones que parecían desmedidas y alucinadas de aquel chico de 19 años a principios de los ochenta que dejó llorando a su mamá en el andén de la estación.
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