Hedy Lamarr se dedicó, a lo largo de su existencia, a romper límites, a ir en contra de lo establecido, a no cumplir con las expectativas ajenas respecto a su carrera o su vida personal. Fue, sucesiva o simultáneamente, precursora del erotismo en la pantalla, diva de Hollywood, inventora, musa de Disney, iniciadora de la técnica que permite el wifi y el bluetooth. Mil vidas en una.
Nació en 1914, hija única de un padre banquero y una madre pianista. En 1919, con el fin de la Primera Guerra Mundial, los padres auguraban un gran futuro para su hija. En Viena se hablaba de esa nena hermosa e inteligente que superaba a todos los niños de su edad. Una superdotada. Leía y estudiaba sobre cuestiones de la que sus padres no entendían siquiera el título. Hedwig Eva María Kiesler -su verdadero nombre- parecía no tener fronteras. A los doce incursionó en la actuación. Clases, alguna obra de teatro, pequeños papeles en el cine. Un divertimento, pensaban en su familia. Pero todo cambió en 1933. Le ofrecieron protagonizar una película, un melodrama. La sorpresa, para sus padres, llegó el día del estreno.
En una escena, Hedwig Kiesler se pasea por un ambiente agreste e ingresa al agua. No lleva ropa. Flota, desinteresada, de espaldas, haciendo la plancha. La película habría pasado desapercibida sin esa decisión, sin esa escena. El director checo Gustav Machaty rompió un tabú, quebró una barrera y se animó a hacer lo que pocos, se animó a mostrar el cuerpo desnudo de su actriz. Ella, Hedwig Kiesler (todavía le faltaba un matrimonio, una guerra y una fuga para llamarse Hedy Lamarr), atravesó con su osadía los tiempos. Era 1933 y Éxtasis, cuya copia restaurada se presentó en el reciente Festival de Venecia, se convirtió, para muchos, en la primera película que mostró un desnudo femenino integral. Esta cualidad pionera de Éxtasis se puede desmentir con facilidad. Hubo otros films que con anterioridad mostraron a sus actrices desnudas. Si Éxtasis tiene una escena revolucionaria no es la del desnudo de Lamarr, sino aquella en la que tiene sexo con un hombre. Naturalmente no se ve nada de lo que sucede con los cuerpos pero el plano de la cara de la actriz gozando marcó un hito. Ese fue el aporte verdaderamente novedoso y rupturista del film. Es el primer orgasmo femenino del cine.
Tamaña osadía produjo que la película se convirtiera en un fenómeno en todo el mundo. Para la joven actriz de 18 años, en cambio, tuvo un costo enorme. No se hacían esas cosas en su época. Al padre poco le importó que la hija tuviera inquietudes intelectuales y probadas aptitudes. Debía sacarla de ese ambiente pernicioso. Y encontró al candidato ideal. Fritz Mandl tenía 34 años, fortuna y contactos políticos. Era el mayor fabricante de armas de Alemania y tenía contacto directo con Hitler y Mussolini. Los novios casi no tuvieron contacto previo antes de casamiento. Un matrimonio impuesto a la vieja usanza. El fabricante de armas era un gran partido y ayudaría a la joven a sentar cabeza. El padre creyó que ya no tendría que preocuparse por el futuro de su hija. Si bien esta historia del matrimonio por conveniencia es la más difundida, como casi todo en la vida de esta mujer no existen certezas de que así fuera. Algún biógrafo sostiene que además de sus apariciones cinematográficas, Hedwig Kiesler triunfaba en el teatro vienés. A su camarín llegaban fastuosos regalos y diversas propuestas. Y Mandl habría sido uno de los más persistentes. El padre, cuando se enteró, se habría opuesto a la relación por sus contactos con el Tercer Reich y su condición de fabricante y vendedor de armas. La rebelde hija habría profundizado la pareja, habría decidido casarse para confrontar con su progenitor. Esta colisión en los relatos de su casamiento es una ejemplo de lo dificultoso que es reconstruir partes de su historia. Un ejemplo que grafica a la perfección esta cuestión: tiempo después de que se publicaran sus memorias durante la década del sesenta, ella salió a desmentir todo lo publicado allí y firmado por ella; alegó que todo en ese libro era ficcional. Su biografía como arena movediza.
Mandl, como todo el mundo, estaba deslumbrado con Hedwig. Pero tomó sus recaudos. Le impidió volver a actuar. Como ya habían sido muchos los que habían visto sin ropas a su nueva esposa se encargó de prohibirle desnudarse si no era en presencia de él. Hedwig no podía ni siquiera bañarse en ausencia del marido. También salió a cazar por toda Europa y Estados Unidos las copias existentes de Éxtasis y las destruyó una por una. A cada evento, a cada reunión de negocios, a cada visita protocolar a un jefe de estado, la obligaba a acompañarlo. Por un lado temía dejarla sola, temía que otro la conquistara durante alguna de sus ausencias. Por el otro, deseaba mostrar su conquista a cuantas personas pudiera. La mujer más linda del mundo, la que todos deseaban, era posesión suya.
En sus larguísimos tiempos muertos, Hedy no se quedó quieta. Siguió, como pudo, estudiando ingeniería, otra de sus pasiones. En esas reuniones entre magnates, jefes de estado, generales y ministros, Hedy, tratada como un objeto ornamental, escuchó ( y retuvo y decodificó) más información de la que los demás presentes tuvieron en cuenta. Hablaban sin preocuparse de su presencia. Ella, hierática y silente, incorporaba cada fragmento de conversación significativo.
“Apenas me casé, me di cuenta que de seguir todo así, ya no podría actuar. Él era un déspota. Y yo era tratada como una cosa, como una obra de arte a la que había que custodiar las 24 horas del día. Yo no tenía voz, ni podía pensar por mí misma. No tenía vida. Era insoportable”, declaró la actriz tiempo después.
Pasados unos años, esa vida de reclusión, postergación y controles absolutos se volvió insoportable para la joven. Y se fugó de su casa y su matrimonio. No hay demasiadas certezas sobre ese escape. La leyenda cubrió, una vez más, esos días. Hay quienes dicen que con una alta dosis de somníferos hizo dormir a su asistente y guardiana, la despojó de la ropa y partió rumbo a París vestida como ella. Otros aseguran que una noche que se puso las joyas más caras de su ajuar, durante una cena en un lujoso restaurante, fue al baño y, como tardaba en regresar, cuando la buscaron en los sanitarios descubrieron que se había escurrido por una de las pequeñas ventanas de uno de los gabinetes.
En París, vendió las joyas que llevaba encima y de allí se dirigió a Londres. Luego, en barco a Estados Unidos cuando ya sentía acercarse a los perseguidores enviados por Mandl. Hasta aquí una versión de la historia. Otra indica que agentes de inteligencia de Inglaterra y Estados Unidos indujeron y facilitaron esta fuga a cambio de esos secretos de estado que ella escuchaba en los encuentros en los que los demás no notaban su presencia, en los que los hombres más poderosos de Europa sólo se dedicaban a mirar su figura y a cuidarse de decir malas palabras frente a ella.
En el trasatlántico conoció al productor Louis B. Mayer, magnate de la Metro Goldwyn Mayer. Ya la primera noche de la travesía volvió a su camarote con un contrato firmado para trabajar en Hollywood. Mayer sólo puso una condición. Debía cambiarse el apellido. No quería que esa mujer deslumbrante cargara con el peso del escándalo de Éxtasis. La película había sido recibida en Europa como un triunfo artístico pero en Estados Unidos sólo era vista, en especial por los grupos conservadores, como un film que rozaba lo pornográfico. El productor buscaba la masividad para su nueva figura y para eso debía alejarla de su pecado checo-alemán. La actriz buscó un nuevo nombre. Margaret Shenberg, la esposa de Louis B. Mayer, le sugirió homenajear a la estrella del cine mudo Barbara La Marr. Para el nombre de pila utilizó un apócope del suyo. A partir de ese momento pasó a ser Hedy Lamarr.
Su primera película en Hollywood, Argelia (Algiers), fue un gran suceso. Transcurría 1938. Mayer hacía poner en los afiches de sus films la leyenda “Hedy Lamarr, la mujer más linda del mundo” y más allá del ardid publicitario, se debe reconocer que razón no le faltaba. A partir de allí encabezó decenas de elencos. De Austria había llegado la nueva Garbo. Exótica, bella, sofisticada, lejana, misteriosa. Cada papel se parecía al anterior. Clark Gable, James Stewart, Spencer Tracy, William Powell o Charles Boyer fueron algunos de sus coprotagonistas.
También tuvo sus errores de criterio. Rechazó los papeles principales de Casablanca y Lo que el viento se llevó. Cuando venció su contrató con MGM, decidió poner su propia productora. Tuvo algún que otro éxito y varios fracasos. Cuando parecía que su carrera languidecía, en 1950 fue la Dalila del Sansón de Victor Mature. Sansón y Dalila fue el film más taquillero de ese año.
El trajín del cambio de vida: de Europa a Estados Unidos, de esposa complaciente a diva del cine, no postergó sus inquietudes. "Cualquier chica puede ser glamorosa. Todo lo que hay que hacer es quedarse quieta y parecer estúpida", dijo. Para demostrarlo, para luchar contra ese encasillamiento, desarrolló, durante esos años, varios inventos.
Pero la subestimación y el aplazamiento de todas las virtudes que excedieran su belleza física no era monopolio de su ex marido. Al entrar Estados Unidos en guerra, se acercó a la Asociación Nacional de Inventores para aportar sus descubrimientos. Pero su colaboración fue desestimada de plano. Le dijeron que lo mejor que podía hacer por la causa era aprovechar su status de estrella y vender bonos entre el público para recaudar fondos. Otra vez, sus aptitudes intelectuales fueron menospreciadas.
Sin dudas, el mayor aporte fue el que realizó junto al músico francés George Antheil. Luego de desarrollarlo durante más de un año, en agosto de 1942 patentaron su invento. El objetivo era que los torpedos lanzados por los barcos no pudieran ser desviados por los enemigos. Para eso diseñaron el Espectro Ensanchado. Ella percibió que las señales de radio que utilizaba la armada norteamericana eran muy fáciles de interceptar. Diseñaron, entonces, un sistema de transmisión con saltos de frecuencia; esas modificaciones constantes, sincronizadas entre emisor y receptor, requerían un dispositivo -que ellos proporcionaron- poco práctico en esos tiempos. Se adelantaron a su época. Pero las bases de su invención, el lograr probar que era posible llevarlo a cabo, no tuvo en ese momento utilización bélica, pero sembró las bases para que en las décadas siguientes, a través de otros avances, fuera aprovechado para grandes progresos tecnológicos.
Este invento, el Espectro Ensanchado, es el que permite las comunicaciones a larga distancia. Las modernas tecnologías del Wi Fi o el Bluetooth se basan en lo desarrollado por Hedy Lamarr.
Ella llevó su invención hasta las máximas autoridades de la armada norteamericana. Pero pese a su novedad y su eficacia no fue utilizado en el curso de la Segunda Guerra Mundial. El tamaño de la maquinaria para ponerlo en práctica lo convertía en inviable. Unos años después, con la creación de los transistores, todo cambió.
Este fue uno de los tantos inventos de Hedy Lamarr. Durante unos años estuvo relacionada amorosa y profesionalmente con el excéntrico magnate Howard Hughes. El cambio en el diseño de los aviones de Hughes fue obra de Lamarr, que pretendió imitar la aerodinamia de las alas de las aves. Hughes, con su poderío económico, puso un batallón de científicos a trabajar en las ideas de Hedy Lamarr. Ella dirigía el equipo.
Se dice también que Disney se inspiró en su rostro y en su belleza para dibujar a Blancanieves. Ícono del cine erótico y modelo del cine infantil: los extremos de su trayectoria vertiginosa.
Su vida personal fue tumultuosa. Seis matrimonios. Todos breves, fragorosos, conflictivos. Productores de cine, actores, un músico, un petrolero y hasta el abogado que intervino en el divorcio anterior fueron sus parejas legales. A los 50 años decidió no volver a incurrir en el casamiento. Tuvo tres hijos.
Sus apariciones en el cine se fueron espaciando y pese alguna intervención en los inicios de la televisión, su carrera artística se fue desvaneciendo. Luchó contra el deterioro de la edad y desarrolló una adicción por los cuidados cosméticos y las cirugías estéticas (hasta en eso fue pionera). La obsesionaba la pelea, perdida de antemano, contra el tiempo, contra sus inevitables huellas.
Sus intervenciones públicas fueron menguando. Cada tanto salía de su encierro para entablar alguna demanda contra quienes utilizaban su nombre o su imagen. El más famoso (y tal vez, el más ridículo) fue el que entabló contra Mel Brooks. En su película Locura en el Oeste (Blazing Saddles), un enorme éxito, se repetía un gag con el nombre del villano. Lo llamaban Hedy Lamarr cuando él se llamaba Hedley Lamarr. El estudio cinematográfico arregló el entuerto extrajudicialmente por una cifra que nunca se dio a conocer. Mel Brooks se mostró perplejo. Dijo que la actriz nunca había entendido el chiste.
Como su antiguo amante Howard Hughes, Hedy Lamarr vivió su últimos años en reclusión total. No salía a la calle y casi no recibía gente. Se comunicaba con el mundo sólo a través del teléfono. Sus charlas diarias, siempre telefónicas, duraban entre 7 y 8 horas.
Hedy Lamarr murió hace veinte años, el 19 de enero del 2000 en su casa de la Florida. Tenía 85 años. Como última voluntad pidió que parte de sus cenizas se esparcieran en los bosques de Viena en los que pasó su infancia. En homenaje a ella, en Austria se celebra el día del inventor el 9 de noviembre, día en que nació la actriz.
Más de una década después de su muerte llegaron los postergados reconocimientos. Una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y la inclusión de ella y su socio pianista George Anthiel en el Salón de la Fama de los inventores por su aporte del Espectro Ampliado. Aunque póstumos, ambas distinciones hicieron justicia con esta figura compleja, ambiciosa y contradictoria que nunca quiso pasar desapercibida y a la que los obstáculos sólo envalentonaban. Una mujer que siempre se dirigió hacia lo desconocido.
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