En tiempos de empoderamiento femenino, ninguna mujer iría a una cita a ciegas esperando encontrar a su príncipe. Pero nunca digas nunca, porque eso sí le ocurrió a Meghan Markle. Ella era una actriz de cine -bastante popular, aunque no de primera línea- y, como a tantas otras personas en el mundo, el amor le estaba resultando esquivo. Eso le comentó a un amigo, Markus Anderson, que sin huir a su destino de celestino le comentó que tenía un amigo para presentarle. Se trataba además de un fan de la serie Suits -en la que Markle interpretaba a una de las protagonistas principales, Rachel- y hacia un tiempo le pedía y le insistía que se la presentara.
Entre risas le aclaró que el candidato era bastante conocido. ¿Un actor como ella? ¿Un deportista famoso? ¿Un político en ascenso? ¿Un mediático empresario? Nos imaginamos la cara del amigo y su sonrisa pícara mientras jugaba al “frío, frío” ante el desconcierto de su amiga. Hasta que finalmente pronunció el nombre del candidato: Harry, príncipe y duque de Sussex.
Ante ese nombre lleno de títulos nobiliarios, Meghan, estadounidense al fin, no mostró ningún signo de “cholulez”. Harry sería un príncipe pero seguramente no sería tan atractivo como un Kennedy. Así que la muchacha no averiguó nada acerca de su fama de rebelde, mujeriego y transgresor. Solo le preguntó a su amigo si era una persona amable, porque si no lo era estaba segura que no pasaría nada entre ellos.
Y así llegó el príncipe a su encuentro a ciegas con la actriz. Como cualquier pareja del mundo, se encontraron a tomar algo. Nada de té en un palacio ni cabalgatas por bosques encantados. Todo fue muy sencillo y quizá por eso también fue mágico. La charla fluyó sin problemas y luego de ese primer encuentro siguieron otros.
En los papeles, parecía que ambos venían de dos realidades muy distintas. Ella vivía en Toronto y él residía en Londres. Ella era hija de una afroestadounidense, trabajadora social y profesora de yoga y su padre era un director de fotografía retirado con dificultades con el alcohol. Él era Harry, el segundo hijo de Carlos, príncipe y heredero al trono de Inglaterra y sobre todo cargaba con la tristeza de haber perdido a su mamá, la mítica Lady Di, cuando todavía era demasiado chico para un dolor tan grande. Los separaban 5.700 kilómetros, orígenes, culturas e historias diferentes. Sin embargo, la atracción fue mutua e irresistible.
Durante casi un año lograron ocultar su relación. Mantuvieron viajes y encuentros a escondidas, todo un logro para dos personas -principalmente Harry- acostumbrados a ser seguidos y perseguidos por una legión de fotógrafos, cazadores de noticias y admiradores.
Todo transcurrió con intensidad y bajo secreto. En diciembre de 2016, Harry y Meghan se mostraron en público tomados de la mano. Fue un cronista del diario The Sunday Express quien detectó que los dos lucían el mismo modelo de pulsera: versión aristocrática de la media medalla de cualquier noviazgo de barrio.
Poco a poco se dejaban ver, y la prensa aprovechaba para sacar a la luz el pasado de la actriz, que ya se había estado casada con Trevor Engelson . El matrimonio duró apenas dos años. Las obligaciones y ocupaciones de cada uno impidieron que siguiera el matrimonio. Hasta ahí nada que llamara la atención. Pero, al parecer, Meghan fue contundente al concluir con el amor. En lugar de viajar a Los Ángeles y aclarar como personas adultas que su relación no podía continuar, la actriz decidió enviarle por correo a su ahora ex esposo… la alianza que había sellado su amor dos años antes. Para el príncipe, ese pasado jamás fue un problema y aunque suene increíble, tampoco lo fue para la Reina Isabel. Al fin de cuentas, no era secreto que Harry era su nieto favorito.
La relación entre el príncipe y la actriz siguió frente a todos los pronósticos. Sin ganas de seguir escondidos, y con la aprobación de la corona británica, anunciaron su esperado compromiso real. Lo hicieron de manera oficial el 27 de noviembre de 2017 en los jardines del Kensington Palace.
“Fue una sorpresa increíble. Muy dulce, natural y romántico”, contó Markle sobre la manera en que el príncipe Harry le propuso matrimonio durante un cena en casa. “Ni siquiera me dejó terminar. Ella me dijo ‘¿Puedo decir que sí’?”, acotó Harry.
El 19 de mayo de 2018, con todo el Reino Unido paralizado, se casaron frente a casi 800 invitados en la Capilla de San Jorge en Windsor. Como en un cuento de hadas, la actriz ingresó tomada de la mano de su suegro -el príncipe Carlos- y enfundada en un vestido clásico de Givenchy, cuya directora artística es la inglesa Clare Waight Keller
Ramo en mano, velo y tiara que pertenecieron a la reina Mary de Teck, Harry la recibió en el altar y no dudó en expresar su amor, “Te ves increíble”, le dijo el príncipe a su novia, un momento que se viralizó.
Si bien la ceremonia respetó el protocolo, hubo algunas modificaciones que indican la renovación de la realeza británica o el desparpajo de los contrayentes. Ofició la boda el reverendo David Conner, decano de Windsor, aunque antes brindó un encendido discurso el obispo afroamericano Michael Bruce Curry, de la Iglesia Episcopal de Estados Unidos, quien habló de la pareja y “del poder del amor”.
Fue un discurso poco convencional para una boda real. No solo habló de amor, sino de comprensión entre seres humanos. Y recordó a Martin Luther King, fiel defensor de los Derechos Humanos y Civiles. No faltó música, un coro de gospel interpretó una versión del clásico Stand by me.
Ese día, además de la alianza tradicional, en su dedo anular, Meghan lució el anillo que Harry había comprado en su último viaje a Botswana. Con un gran diamante, él le hizo agregar dos, uno a cada lado. Las piezas eran parte de un broche de su madre, Lady Di… Una joya repleta de simbolismos.
La pareja participó de una procesión de carruajes y saludó a los asistentes a la pequeña localidad de Windsor, ubicada a 34 kilómetros de Londres. Los recién casados fueron saludados por la multitud que se acercó a seguir de cerca el acontecimiento real. Más tarde, hubo tiempo para una pequeña recepción en el Castillo. Espléndida, parecía que Meghan se amoldaba con facilidad a su nuevo rol en la corona británica. Pero ¿sería realmente así?
No habían terminado las repercusiones de la gran boda cuando a los seis meses de casados, la pareja confirmó a través de un comunicado oficial la llegada del primer heredero. El 6 de mayo nació el primogénito de Harry y Meghan. El príncipe dijo que estaba “en la Luna” cuando anunció a las cámaras que su esposa, había dado a luz a un “niño muy sano”. Simultáneamente, la cuenta de Instagram de Sussex Royal lanzó un anuncio: “Es un niño”, sobre un fondo azul.
En diálogo con la prensa, desde el Castillo de Windsor, Harry dijo: "Estoy muy emocionado de anunciar que Meghan y yo tuvimos un bebé esta mañana, un bebé muy saludable".
Además reveló que estuvo presente en el parto, y lo describió como una experiencia "increíble, absolutamente increíble", y agregó: "Estoy muy orgulloso de mi esposa".
Parecía que el príncipe y su esposa ya tenían todo para ser felices. Se los veía radiantes con un matrimonio consolidado y un niño, Archie, que llegaba para transformarlos en familia. Cada vez que la pareja aparecía se los veía cariñosos, tomados de la mano e intercambiando miradas cómplices de esas que brotan cuando el amor se siente y no se imposta. Pero como dice el dicho “no todo lo que reluce es oro”.
Harry reconoció que estaba alejado de su hermano Wiiliam y que pasaban poco tiempo juntos. Por eso junto a su esposa decidieron tener su propio equipo y alejarse de la fundación benéfica que el príncipe creó junto a los duques de Cambridge.
Por su parte, Meghan confesó en televisión que su primer año de matrimonio con el príncipe Harry de Inglaterra ha sido difícil debido a la presión de los medios. La duquesa reveló a ITV en una entrevista que sus amigos británicos le habían advertido que no se casara con el príncipe por el intenso escrutinio que enfrentaría en el país. Pero la ex actriz reconoció que desestimó “ingenuamente” las advertencias, porque como estadounidense no entendía cómo funcionaba la prensa británica.
“Nunca pensé que esto iba a ser fácil, pero pensé que sería justo. Y esa es la parte que es difícil de aceptar”, afirmó Meghan, con lágrimas en los ojos y agregó “Lo bueno es que tengo a mi bebé y tengo a mi esposo y ellos son los mejores”.
Es que como diríamos en estas pampas, cierta prensa “no le dejaba pasar una” a Meghan. Así se encargaban de cubrir con lujo de detalles las agresivas declaraciones de Thomas Markle, acusando a su hija y a su yerno de “hipócritas” por no presentarle a su nieto. No recordaban que la esposa de Harry se distanció de su padre luego de que Thomas vendiera una sesión de fotos a los paparazzi antes de su boda real con el príncipe Harry, en mayo de 2018.
Tampoco dejaban de narrar la tensa relación de Meghan con su cuñada Kate Middleton, al punto que que la pareja decidió mudarse para dejar de ser vecinos.
El final del 2019 encontró a Harry y Meghan emprendiendo vuelo hacia Canadá, la patria adoptiva de la actriz. Se marcharon con Archie y en forma discreta. A través de un portavoz oficial comunicaron que iban a tomar un “tiempo en familia” después de un año en el que ambos admitieron haberse enfrentado a muchas dificultades por el escrutinio público. Por ese tiempo de descanso, los Sussex se perdieron la cena prenavideña de la reina Isabel II y las clásicas festividades anuales de los Windsor en Sandringham a las que sí asistieron el resto de la familia real. Pero poco y nada les importó.
Instalados en Vancouver, aprovecharon a pasar tiempo con Doria, la madre de la actriz que aunque vive en Los Ángeles voló feliz para cumplir su rol de abuela. Tranquilos, lejos de los paparazzi, el matrimonio y su hijo se hospedaron en una mansión frente al mar valorada en USD 10 millones, en uno de los lugares más bellos de la isla de Vancouver y fueron vistos caminando con amigos por la zona.
Se los veía felices, como una familia “real” y sin problemas de “realeza”. Lo que pocos sabían -y si lo sabían no dejaron trascender- es que la pareja maduraba una decisión trascendental. Hoy anunciaron que renuncian a sus funciones en la familia real británica y buscarán su independencia financiera.
Hace 84 años, Eduardo VIII abdicó al trono sin llegar a ser coronado para renunciar a su amor por la divorciada estadounidense Wallis Simpson.
Para Eduardo, encontrar su amor valía más que un trono, y para Harry su amor vale mucho más que sus privilegios de noble. Lo que sí, dicen por ahí que cada vez que un noble inglés conoce a una divorciada estadounidense, el Palacio de Buckingham tiembla, aunque Cupido lógicamente se ríe a carcajadas.
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