Treinta años atrás se estrenaba Cuando Harry conoció a Sally. Una comedia romántica con una pareja protagónica que no prometía demasiado. Sin estrellas, sin escenas de sexo y tratando de hacerse un lugar en medio de grandes tanques de Hollywood: el Batman de Tim Burton, otra entrega de Indiana Jones, La Sirenita o Volver al Futuro II. Sin embargo, poco a poco, con un boca a boca invencible, el film se convirtió en un extraordinario suceso.
La película superó sus ambiciones. No sólo porque recaudó una pequeña fortuna y lanzó la carrera cinematográfica de sus protagonistas y de su guionista sino porque es un hito para el género de las comedias románticas.
Que se haya estrenado en 1989, todavía en la década del 90, ayuda a entender el quiebre que produjo. Es una película que adelanta el lenguaje del cine comercial que vendrá y esos meses por los que esquivó los 90 colaboran para graficarlo.
Rob Reiner, el director, tiene al menos tres grandes películas. Está, Cuenta conmigo y Spinal Tap. Una tarde se juntó con la guionista Nora Ephron para pensar proyectos juntos. Los que propuso no convencieron a Nora. Pero en la mesa había un tercer integrante, el productor Andy Scheinman, gran amigo de Reiner. Separados los dos (Reiner de Penny Marshall, la directora de Un equipo muy especial y la actriz de Laverne y Shirley) comenzaron a contar sus peripecias como recientes solteros. Nora Ephron les dijo que ahí, en esas anécdotas, en esas historias, en esa problemática de las relaciones adultas estaba la película.
Reiner aporta el ritmo, los tiempos perfectos del humor y la ternura. Nora la lucidez, la gracia, la profundidad. Es ella la que impide que el film sea un compendio de chistes de hombres, la que construye personajes femeninos atrapantes, inteligentes, contradictorios. Igual que con los varones. Si la película no envejeció, si pese a algunos pequeños detalles resistió los 30 años que pasaron desde su estreno, posiblemente Nora Ephron sea la gran responsable.
El aporte creativo de Billy Crystal no fue menor. Esta, tal vez, sea su mejor actuación cinematográfica. Su compromiso con la película está presente en cada escena. Sus aportes -además de las improvisaciones permanentes- fueron constantes. Crystal luego tendrá gran éxito con City Slickers su siguiente film y con Analízame, además de su largo estadía como presentador de los Oscar. Pero no se debe olvidar, para reforzar esta idea de que fue algo más que el actor principal, que como director tiene dos obras maestras como El cómica de la familia (Mr. Saturday Night) y *61.
Para el papel de Sally buscaron varias actrices. Molly Ringwald, la pelirroja típica protagonista de las películas juveniles de los 80, fue la posibilidad más firme. Pero Reiner y Ephron optaron por Meg Ryan, su sonrisa y su candidez. Ryan se convirtió en la reina de la comedia romántica durante casi una década (también de la mano de Nora Ephron en su papel de directora en SIntonía de amor y Tienes un Email). Luego vendrían los problemas personales, el probar nuevos caminos en el cine y las cirugías que le robaron toda la frescura a su cara.
Los dos papeles secundarios de importancia también fueron interpretados por dos elecciones improbables pero fructíferas. Bruno Kirby y Carrie Fisher son los mejores amigos de cada uno y terminan formando su propia pareja.
Hay un quinto gran personaje en la película. Es Nueva York. Una ciudad cinematográfica. Son muchos los directores que la filmaron, muchas las películas que la recorren. Aquí Reiner muestra su amor por la ciudad. Y no trata de ser original. Los lugares son icónicos. El Central Park, el Met, Katz´s o el Cafe Luxembourg. Lo mismo ocurre con la música. Un crooner joven que se consagra, Harry Connick Jr. Una big band. Y standards. Temas clásicos del cancionero norteamericano con It had to be you como gran estrella. Ese aire clásico, esa afirmación en lo tradicional es toda un declaración de principios del director. Una comedia romántica que representa a toda una tradición, que toma cada uno de los elementos del género y los reconfigura. Cuando Harry conoció a Sally se instala en un lugar central dentro de la comedia romántico. Porque resume todas las grandes virtudes y características del género y porque se convierte en un mojón indispensable para entender todo lo que vino después: Mujer Bonita, Cuatro Bodas y un funeral, Sintonía de amor y muchas más.
Nadie puede dudar que el momento más memorable de la comedia es el orgasmo fingido por Meg Ryan en el restaurante rodeada por cientos de personas.
En sus inicios, en las primeras versiones del guión, sólo se trataba de una conversación entre los personajes. Harry se vanagloriaba de que las mujeres la pasaban bien en la cama con él, y ella le afirmaba que seguramente más de una había fingido. Meg Ryan propuso mostrar cómo simulaba: podía ser más convincente que sólo contarlo. Show not tell, el viejo principio de los narradores norteamericanos.
El problema fue que en el momento del rodaje la actuación no convencía a Reiner. Las decenas de personas del equipo técnico, los extras y las cámaras no permitían que Meg se soltara. El director le fue exigiendo cada vez un poco más hasta llegar a la toma que quedó en la película. Para mostrarle a Meg la intensidad de lo que pretendía, Reiner se sentó frente a ella en la mesa, y comenzó a gritar como un poseso mientras golpeaba la mesa. “Algo así tiene que ser”, le dijo.
Pero, como todas las grandes películas, los momentos más memorables se construyen con aportes de muchos, que van dándole una textura al momento, agregando detalles, sumando capas, perfeccionando la situación original. Con la sonrisa irónica de Meg Ryan y su inmediato volver a la ensalada que estaba comiendo podría haber finalizado la escena. Pero en medio del set, Billy Crystal propuso otro remate. Y ese one-liner es el más recordado de la película (elegido entre las 100 grandes frases del cine norteamericano por el American Film Institute). Apenas Sally finaliza su prolongado orgasmo fingido, vemos a una señora mayor (la madre de Rob Reiner en la vida real) decirle a un mozo: “Quiero lo mismo que ella” (en inglés es todavía mejor: I´ll have what she’s having).
El año pasado la hija de 14 años de Meg Ryan vio la escena por primera vez. La actriz estaba en su cuarto cuando escuchó que desde el living provenían gritos y gemidos que a ella le resultaron demasiado conocidos. Al asomarse vio a su hija con quien era su pareja en ese momento, el músico John Mellencamp, viendo ese fragmento de la película. Meg se retiró avergonzada. Mientras Mellencamp decía que la chica debía saber que la madre había protagonizado una de las grandes escenas de la historia de la comedia cinematográfica.
En el lugar en que se filmó, en el famoso Katz’s Deli del Downtown de Nueva York, hay un cartel colgando del techo que señala la mesa en que Meg Ryan fingió su orgasmo
Otra de los momentos inolvidables de la película es el de la conversación telefónica simultánea entre los cuatro personajes principales. Es la mañana posterior al primer encuentro sexual entre Harry y Sally. Los dos llaman a sus mejores amigos, que son pareja entre sí. Atienden desde la cama matrimonial. Así vemos y escuchamos como le cuentan qué sucedió y cuál es su estado de ánimo y, principalmente, sus temores.
La escena tiene un timing perfecto. Es un ballet verbal. Sincronicidad, armonía, impacto y gracia. Está magistralmente escrita pero las actuaciones y la puesta en escena son magistrales. Rob Reiner decidió disponer tres sets para llevarla a cabo. Uno era el principal, el del dormitorio de la pareja de amigos interpretado por Bruno Kirby y Carrie Fisher. En otro estaba Billy Crystal y en el tercero Meg Ryan. No hay cortes. todo sucede simultáneamente. Y no es una situación breve. Durante la filmación nadie podía equivocarse. La escena era de un solo largo plano fijo. Si había errores debían empezar de nuevo. A la interacción de los cuatro se sumaba otro inconveniente, la coreografia. Al principio y al final de las conversaciones debían suceder simultáneamente algunas cosas; por ejemplo debían cortar el teléfono en el mismo momento. Todo eso ocasionó que la escena requiera de 61 tomas hasta llegar a la que queda en la película.
Hay una enorme cantidad de one liners, réplicas brillantes, diálogos cincelados, escenas encantadoras. El primer viaje en auto, apenas se conocen, cuando Harry instala su teoría de la imposibilidad de la amistad entre el hombre y la mujer, que luego irá rigiendo el resto del relato, mientras escupe semillas de uva por la ventana.
O la escena en que los dos hablan por teléfono mientras miran, cada uno en su TV, el final de Casablanca. O la caminata -marcha atlética, un signo de época- por el Central Park mientras Crystal y Kirby analizan qué pasó después de la noche de sexo: “Es que las mayorías de las veces te acostás con alguien y ella te dice todas sus historias, y vos le contás todas tus historias. Sally y yo ya habíamos oído todas las historias de cada uno. Así que una vez que no acostamos, no sabíamos qué hacer. ¿Entendés?”, dice Harry.
O la argucia que él mismo encuentra para explicar por qué no funciona lo que tendría que funcionar: “Quizás llegás a un punto en una relación donde es demasiado tarde para el sexo”.
O esa magnífica escena final, la del reencuentro, la de la fiesta de fin de año, luego de que Harry atravesara toda la ciudad corriendo para llegar hasta Sally con una encantadora declaración de amor: “Adoro que sientas frío cuando hacen 22 grados; adoro que tardés una hora y media en pedir un sándwich; adoro que se te frunza la frente cuando me mirás como si estuviera loco; adoro que después de pasar el día con vos después siga oliendo tu perfume; adoro que seas la última persona con la que quiero hablar antes de irme a dormir. Vine porque cuando te das cuenta que querés pasar el resto de tu vida con alguien, querés que el resto de tu vida empiece lo antes posible”.
Nora Ephron además de guionista era periodista. Tuvo una idea que, al principio, a los demás no convencía demasiado: incorporar unos inserts en los que parejas mayores contaran su historia de amor mirando a cámara. Esas historias, desgrabadas, luego fueron recreadas por actores desconocidos (la mano de Reiner para dirigir intérpretes y su timing queda evidenciada en cada una de estas intervenciones). Esos inserts airean la película funcionan como elipsis, marcan los saltos temporales e incorporan ternura e historias encantadoras. Además sirve para darle circularidad a la historia y ubicar en el último tramo a Harry y a Sally contando su historia, su casamiento con la torta con la crema y la salsa a un costado porque no a todos les gusta.
Ese final no era el original. En las primeras versiones del guión la pareja no terminaba junta. El enojo -el dolor- se prolongaba y se reencontraban cinco años después profesándose el cariño de siempre pero cada uno en una relación con otra persona. Reiner cuenta que se decidió a modificarlo, a que Harry y Sally terminen casados, porque en medio de la filmación se enamoró luego de diez años de soltero.Fue, sostiene, como una apuesta por el optimismo.
Otro motivo un poco más profano fue el de la taquilla: una comedia con final feliz funciona (mucho) mejor que la que tiene uno realista pero más amargo. El final original, posiblemente, fuera más acorde a esta historia. Un amor platónico que tiene gran parte de su asidero, de su concreción (porque el amor, la entrega, la intimidad se habían concretado mucho antes, más allá de la noche de sexo) en que siempre hay otras personas entre ellos. O que valoran tanto lo que construyeron sin darse cuenta, casi casualmente, que prefieren sacrificar el contacto permanente para que lo cotidiano no erosione su amor. O tal vez se trate de otra cosa: tal vez cada uno sea para el otro la última reserva, la última carta y siempre crean que todavía no es tiempo de jugarla. Una manera de esperanza.
Treinta años. Cuando Sally conoció a Harry a pesar del tiempo transcurrido se mantiene joven y rozagante. Un clásico. Una película que inmediatamente instala una sonrisa en nuestra cara cada vez que la evocamos.
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