Un viejo cuento narra la historia de un sabio al que todos veían caminar por un camino de rosas. Un día un discípulo le dijo: “Qué suerte la suya maestro, usted siempre anda entre rosas”. A lo que el sabio respondió: “Ustedes ven flores, pero camino sobre espinas”. Algo de la sabiduría de ese cuento se le puede aplicar a las vidas de Christina Onassis y John John Kennedy.
Nacidos y criados en familias donde el dinero se contaba por millones y los privilegios por toneladas parecían tenerlo todo y sin embargo, sus vidas terminaron de forma trágica.
“Era tan pobre que no tenía más que dinero”, en ese verso el español Joaquín Sabina inmortaliza y describe de un modo tan cierto como poético la vida de Christina Onassis, hija del magnate griego Aristótles Onassis más famoso de la industria naviera del siglo XX y el hombre más rico del mundo en su época.
Falleció a los 37 años. Contaba con una de las fortunas más grandes del planeta pero también cargaba con depresión, cuatro divorcios, un padre ausente, una madre adicta y un hermano que murió dejándola sola. Llevaba esa cruz invisible pero cierta con la que suelen cargar todos los multimillonarios: una desconfianza absoluta ante todos los que se les acercan. ¿Me quiere a mí o a mis millones? ¿Le interesó yo o mi fortuna? Preguntas que seguramente les surgen segundos después del primer saludo y quizás incluso antes de conocer el nombre de cada interlocutor.
Cuando Christina cumplió 25 años en apenas 29 meses se quedó sola. En 1973, su hermano Alexander murió en un accidente de avión. Un año después, su madre Athina Livanos falleció por una sobredosis de drogas. Le dejó una fortuna de 77 millones de dólares y un desamparo imposible de aliviar. Meses después murió Aristóteles Onassis, su padre.
Entonces, como relata Alfredo Serra en una nota de Infobae "Christina quedó al frente de un imperio naviero (el mayor del siglo XX), la Olympic Airlines, la Olympic Tower de Nueva York, casi la mitad del principado de Mónaco, además de propiedades en medio mundo, una fortuna en cuadros…, y el emblema insignia del moderno rey Midas griego: el crucero Christina”. Con la muerte de toda su familia y como única heredera se convirtió en una mujer inmensamente rica, inmensamente sola y terriblemente vulnerable.
Toda su vida batalló con sus problemas de sobrepeso, llegó a pesar 120 kilos. Desesperada por ser madre –le pidió a una de sus amigas si le daba a su hija mayor en adopción- tuvo tres abortos voluntarios y dos intentos de suicidio. Diagnosticada con depresión le prescribieron barbitúricos y anfetaminas y se hizo adicta a ellos. También a las bebidas cola, podía beber el contenido de 24 latas en 24 horas.
En 1971 se casó en secreto con un agente inmobiliario, Joseph Bolker. El poder seductor del novio era infinito y su fortuna inexistente. Nueve meses después se divorciaron. Para compensar su tristeza su padre no le regaló un abrazo pero sí 75 millones de dólares.
Meses después de la muerte de su padre, decidió casarse con Alexander Andreadis. Amigos desde la infancia, el matrimonio no fue gracias a las dotes de Cupido sino de la tía Artemis, que la obligó a pasar por el altar para sacarla de la tristeza que le había ocasionado perder el hijo que esperaba con Peter John Goulandris. Su segundo matrimonio duró catorce meses.
El tercer marido fue el ruso Sergei Kauzov. ¿Qué la enamoró? Nunca se supo. Kauzov medía apenas 1,65, lucía una incipiente calvicie y había perdido un ojo en una pelea. Además era casado y padre de un niño. Trabajaba como empleado pero se rumoreaba que era agente de la KGB. Para muchos la boda fue una excentricidad o un capricho de esos que solo se permiten los millonarios. Para otros la culpa fue de una gitana que le aseguró a Christina que se casaría con un ruso. Otra teoría aseguraba que fue una triquiñuela de la inteligencia soviética para meterse en los negocios navieros de Onassis. Lo cierto es que Kauzov y sus amigos no poseían un centavo, por eso un chiste que se repetía en Moscú afirmaba que los invitados rusos más que llevar regalos a la boda los recibirían. Estuvieron casados 16 meses viviendo en un pequeño departamento moscovita y finalmente se divorciaron. Nadie se sorprendió.
Después llego Thierry Roussel, millonario. Se casaron en 1984 y al año siguiente nació Athina, su única hija. Tres años después se divorciaron en medio de un escándalo. Thierry había tenido un hijo con su amante la modelo sueca Marianne Landhage. Una sola anécdota contada por su gran amiga la argentina Marina Dodero en el libro Mi vida con Christina Onassis. La verdadera historia jamás contada describe el vínculo abusivo de Roussel con su esposa: “Le pidió que se cambiara los dientes, porque no le gustaban. Y mi amiga, complaciente y enamorada, sacó inmediatamente turno con el mejor dentista de París, ¡para hacerse toda la dentadura!”.
El 18 de noviembre de 1988 Christina vino a la Argentina para encontrarse con Marina Dodero y Jorge Tchomlekdjoglou, hermano de su amiga y el hombre del que estaba enamorada. Se la veía feliz, parecía que por fin encontraba el amor verdadero.
La mañana siguiente apareció muerta junto a la bañera. Había cumplido 37 años. Poseía acciones en las empresas, barcos, joyas, propiedades alrededor del mundo, la legendaria isla Skorpio y un patrimonio estimado en más de 2.500 millones de dólares. Y sin embargo, como canta Sabina la mujer más rica del mundo “Su fortuna daría por entrar de oficiala en una peluquería”.
El hijo del presidente
Desde su nacimiento John John fue una de las personas más conocidas del mundo. Cómo no serlo si su padre John Fitzgerald Kennedy era el presidente de la nación más poderosa del planeta, pero además su madre era la carismática Jacqueline, ícono de estilo mundial mucho antes que ese concepto se pusiera de moda. El pequeño John John tuvo la fortuna o la desgracia de nacer apenas dos semanas después de que su padre fuera elegido presidente. Su casa era la Casa Blanca con todo lo que eso implica. Parecía que ese niño estaba destinado a reinar aunque no fuera rey, pero no.
Tres días antes de que apagara tres velitas en su torta de cumpleaños, su padre fue asesinado. Millones de estadounidenses sintieron que el sueño americano les estallaba en la cara. En el multitudinario funeral, cuando pasó el ataúd con los restos de su padre, el pequeño –que seguramente todavía no entendía bien el abismo qué significaba ser huérfano- realizó un saludo militar entre tierno, inocente y devastador que conmovió a toda la sociedad.
A partir de entonces John John supo que crecería sin padre pero rodeado de fotógrafos. La muerte siguió rondándolo, al asesinato de su padre le siguió el de su tío Robert. Su madre intentó protegerlo y se casó con Aristóteles Onassis. El magnate les abrió su billetera y sus propiedades, con su afecto no se sabe si fue tan generoso.
John creció en medio de la opulencia pero también de la presión de un país que quería saber todo de ese heredero sin corona. A medida que pasaban los años se lo veía cada vez más confiado y exitoso. Había heredado el porte de su madre y el carisma de su padre. Pronto se ganó el mote “del soltero más codiciado”. Sin embargo, no era fácil vivir siempre bajo las expectativas de una nación que depositaban en él las esperanzas que antes habían depositado en su padre. Tampoco era sencillo sentirse un “sobreviviente” ante tanta muerte que rodeó a los Kennedy.
Todo esto hizo que John John en vez de convertirse en un ser temeroso comenzara a desarrollar una personalidad donde la adrenalina debía ser parte de lo cotidiano. Trataba de no tener un minuto libre, practicaba kayak, esquí, patín y fútbol, además de graduarse en Historia en la Universidad de Brown y en Derecho en la de Nueva York. Bello y carismático, fue elegido por la revista People “el hombre más atractivo del mundo”. También intentó dedicarse a la actuación pero su madre se opuso. El recuerdo de su padre era difuso, tanto que en vez de llamarlo papá lo recordaba como “el presidente Kennedy”.
John John parecía disfrutar de la vida aunque fuera una de las personas más fotografiadas de los Estados Unidos. Cada vez que salía de su departamento en Manhattan una nube de fotógrafos lo perseguía. A él parecía no importarle, al fin de cuentas lidiaba con ellos desde que estaba en el vientre de su madre. El partido Demócrata lo reclamaba para que siguiera el camino de su padre, pero John John no se decidía a comenzar una carrera política. Una cosa era portar el apellido Kennedy y otra serlo.
En 1995 sorprendió a todos cuando creó la revista George y explicó su proyecto: “En realidad, la política tiene que ver con personalidades y con ideas. Se trata del triunfo y la derrota”. John no solo figuraba como editor también desempeñaba su trabajo. Lejos de ser un periodista de escritorio entrevistó al exgobernador de Alabama, George Wallace y al boxeador Mike Tyson. También viajó a Cuba, en 1997, y logró una nota con el líder que desafió a su padre 35 años antes, Fidel Castro.
Como su padre, John John también sabía seducir. Tuvo romances con Christina Haag, Brooke Shields, Cindy Crawford, Julie Baker, Sarah Jessica Parker y uno largo y conocido con Daryl Hannah. Pero fue Carolyn Bessette su gran amor. Se conocieron en 1994, el mismo año que Jackie Kennedy Onassis falleció, se casaron dos años después en una ceremonia tan privada como discreta. Los fotógrafos siguieron haciendo “marca permanente” de cada paso de la pareja. John John estaba acostumbrado, Carolyn no y se notaba.
La vida de casado no disminuyó el gusto por los deportes de riesgos de John. Comenzó a practicar buceo y parapente. Hizo un curso y obtuvo su licencia de piloto. El 19 de julio de 1999 con su esposa y su cuñada se subieron a su avioneta personal, un Piper Saratoga para asistir a la boda de una prima. Pese a tener el tobillo lastimado tras un accidente saltando en paracaídas, John John decidió pilotear la nave solo. Nunca llegaron a destino. La avioneta se estrelló contra el mar cuando trataban de aterrizar. Murieron los tres ocupantes.
Las pericias demostraron que el accidente fue porque el inexperto piloto no adoptó las precauciones necesarias, voló por una ruta peligrosa e invadió la de un avión de pasajeros que logró esquivarlo. John John falleció a los 39 años. Para algunos no logró huir de la maldición de los Kennedy para otros simplemente jugó con el peligro y perdió.
SEGUÍ LEYENDO: