Para ser el octavo heredero en la línea de sucesión a la corona británica, el nombre del príncipe Andrés de York está sonando más de lo que le gustaría a su madre, la reina Isabel II de Inglaterra. El hijo varón de la familia Windsor con perfil más bajo se terminó convirtiendo en la oveja más negra de la familia. ¿El motivo? Denuncias por tráfico de influencias, sobornos y, lo más grave, probables abusos sexuales.
Se sabe, hasta hace un tiempo el príncipe Andrés era apenas conocido por ser el hermano de Carlos de Inglaterra, por vivir de fiesta en los clubes nocturnos más exclusivos de Londres, la Costa Azul (existen decenas de fotos de Andrés en fiestas en Saint Tropez, siempre acompañado de alguna mujer) y el resto de Europa y por la larga lista de relaciones con mujeres hermosas que había vivido. Hasta ahí, un bon vivant que, tras separarse de su primera mujer, Sarah Ferguson (los presentó Lady Di y se casaron en 1986), había retomado la vida de los placeres mundanos.
Andrés de York -que además de padre de Eugenia y Cristina, las hijas que tuvo con Ferguson-, ostenta títulos al mejor estilo Game of Thrones: Conde de Inverness, Barón y Caballero de la Orden de la Jarretera. Sin embargo, y lejos de todo protocolo y de conservar las apariencias, no tuvo empacho en salir con una actriz de cine erótico llamada Koo Stark. Esa relación, que empezó en 1981, iba directo al altar hasta que la reina se encontró con unas fotos en topless de Koo, lo que le bajó la persiana a la historia.
A Andrés siempre le gustaron las chicas hot y antes, durante y después de su matrimonio de diez años con la duquesa de York tuvo cientos de aventuras. ¿Cuándo terminaron? La Corona nunca entendió esa relación abierta y todo estalló el día que Fergie (como le decían a Ferguson) apareció fotografiada con un asesor financiero llamado John Bryan quien le hacía masajes y le daba besos en los pies sobre una hamaca paraguaya.
Eso no impidió que el príncipe siguiera de gira. Continuó su derrotero con la modelo de Playboy Angie Heverhart y hasta se dio el lujo de salir con la ex de uno de los hombres con mayor sex appeal del planeta: la modelo croata Monica Jakisik, ex novia de George Clooney. Sus compañeros del ejército británico, donde sirvió durante veinte años y del que se retiró en 2001, lo llamaban Andresito el cachondo.
Eran otros tiempos lejos de cualquier vestigio de #Metoo u ola feminista a la vista y el príncipe Andrés había logrado que la opinión pública lo aceptara como un personaje simpático. La empatía inglesa también llegaba por su papel en la Guerra de Malvinas y por los desplantes a lo que fue sometido por parte de la familia real.
En muchas ocasiones el Duque de York ni siquiera salía en las fotos familiares. “El príncipe de Gales ha dejado en claro que quiere ver, al menos públicamente, una monarquía reducida, con las altezas del montón silenciosamente retiradas. Según los rumores quiere restringir las obligaciones reales a él mismo, William y Kate y Harry y Meghan”, cuenta el ex miembro del parlamento Norman Baker en su libro And What do you do?.
“Andrés en particular parece no haber logrado reconciliarse con su estatus disminuido”, escribió Baker. “Una de las maneras en que esto se manifiesta es en sus demandas estentóreas de que a sus hijas se las trate de la misma manera que a los hijos de Carlos”. Pero también habla de su paso por Malvinas: “Andrés completó 22 años en las fuerzas armadas y sirvió con valentía y distinción en la Guerra de Malvinas (Falklands War, en el libro) de 1982. El problema es que luego de su retiro de la actividad se encontró sin nada que hacer, y el resto de nosotros nos encontramos con una bala perdida”, sintetiza con mucha crudeza, Baker en su libro.
LA VERDAD DESNUDA
En los últimos tiempos se supo que, detrás de ese personaje pintoresco del jet set europeo, se ocultaba un ser oscuro. El velo terminó de correrse cuando se conocieron las visitas del príncipe Andrés al millonario Jeffrey Epstein en la cárcel de Nueva York. Por si alguien no lo conoce, Epstein fue un genio de las matemáticas quién, tras llegar de rebote a Wall Street (había estudiado Ciencias y Arte y ejercía como era profesó de física hasta que el padre de un trabajo le ofreció un trabajo en la bolsa americana) comenzó a hacer fortunas en base a algoritmos y fórmulas matemáticas. En poco tiempo, pasó de una compañía de inversión a asesorar a Leslie Wexner, el dueño Victoria’s Secret y a ascender como un misil: compró una mansión de 13 millones de dólares, un avión privado y hasta un archipiélago llamada Pequeño San Jaime, en las Islas Vírgenes.
Epstein comenzó a reclutar jóvenes estudiantes de Palm Beach que hacían fila para prestarle una sesión de masajes en su mansión rosa: la paga era buena, unos trescientos dólares, aunque todo siempre iba más allá. Con el tiempo Epstein reclutó cerca de ochenta chicas, les pedía que llevaran amigas pero no podían superar los quince o dieciséis años. Esas chicas se convirtieron en carne de cañón para los amigos millonarios del magnate entre los que estaba el príncipe británico. También fueron las que en agosto lo mandaron a la cárcel con una condena por tráfico sexual de menores. Después de ser condenado en segunda instancia, en julio de ese año Epstein fue preso en Nueva York y un mes después apareció ahorcado en su celda.
El príncipe Andrés visitó a Epstein en la cárcel a pesar de los cargos gravísimos (violación y tráfico de menores) por los que había sido condenado. Entonces resurgieron unas fotos de 2010: el británico salía de una fiesta en la mansión de Epstein junto a una joven de 17 años llamada Virginia Roberts. ¿Quién era? En el juicio al magnate se supo que Roberts era una de sus esclavas sexuales. La foto parece condenarlo.
No se había ido agosto y las víctimas de Epstein metieron de lleno en un rol protagónico a un actor que insinuaba haber sido un extra ocasional. Una de las mujeres se llama Virgnia Giuffre, tiene 35 años, y en 2011 ya había implicado al hijo de Isabel II en la escena: “Él sabe la verdad de lo que ocurrió”. Pero ahora fue a fondo y aseguró que cuando ella contaba apenas 17, Epstein la habría obligado a mantener relaciones con el príncipe; todo organizado por Guislaine Maxwell la madama del millonario quien además sería la reclutadora de jóvenes.
“En el auto, Ghislaine me dice que tengo que hacer por Andrés lo mismo que hago por Jeffrey. Eso me hizo sentir enferma”, contó la mujer y describió que terminó teniendo relaciones con el príncipe en la casa de Maxwell.
Mientras su hermano Carlos evaluaba excluir a Andrés de todas las actividades oficiales en representación de la Corona, el hombre decidió dar una entrevista a la BBC para defender su buen nombre y honor. Pero la cosa no salió como quería: las preguntas de la periodista Emily Maitlis fueron como la bola de una Caterpillar que golpea un edificio para demolerlo. Aunque, en esta ocasión, la casa era de papel.
“Tiendo a ser muy honorable”, respondió el príncipe cuando le preguntaron por qué había vuelto a encontrarse con Epstein (tras su primera condena) y argumentó que debía decirle en persona que iba a cortar la relación con él. “No me arrepiento de haber sido su amigo”, dijo sobre el delincuente sexual. También juró que era imposible que se hubiera encontrado con Virginia Giuffre el 10 de marzo de 2001 porque ese día estaba comiendo junto a sus hijas en Pizza Express. “¿Cómo hace para recordar concretamente esa fecha?”, le retrucó la periodista. “Porque es inusual que vaya a esa pizzería”, se defendió. Aunque no tuvo tan buena memoria para explicar la foto de 2011 en la que “rodea el vientre desnudo de Giuffre”: “No recuerdo en absoluto esa foto”, se excusó.
La entrevista fue catalogada como una catástrofe para la Corona, al punto que varias entidades y multinacionales que apoyaban las causas que regenteaba el príncipe decidieron alejarse de su figura. Eso provocó que la reina Isabel II “le concediera” un permiso especial para “retirarse de todos los deberes públicos que conlleva su cargo en el futuro inmediato”. Los especialistas en realeza europea aseguran que esa fue la forma protocolar de aceptar que el príncipe Andrés de York se encuentra metido en un problema grande.
CADA VEZ MÁS LEJOS DE BUCKINGHAM
La línea de tiempo del príncipe parece verse reflejada en su camino al trono. De ser el segundo en la línea de sucesión a pasar a ser el octavo, para luego ni aparecer en las fotos de la familia real. De carismático playboy y héroe en Malvinas a no poder asomar la cara por estar acusado de abusos sexuales.
Pero siempre hay una página más en la historia de Andrés. Vamos a 2001 otra vez. Aquel año, cuando se retiró del ejército, Andrés se convirtió en representante especial para el Comercio e Inversión del Reino Unido. ¿El objetivo? Defender los intereses de los empresarios británicos afuera de su país. Y una vez más eligió el camino más corto.
El príncipe empezó a hacer negocios con Saif Gaddafi, el hijo del dictador libio Muamar Gaddafi y con la familia del tirano que gobierna Kazajistán a quienes les vendió una mansión en Berkshire con un sobreprecio de cuatro millones de euros. Pero ahora lo acusan de haber utilizado sus influencias para beneficiar a sus amigos banqueros de la familia de David Rowland.
Parece que Andrés comenzó a subir a Jonathan Rowland (el hijo del magnate que cuenta una fortuna de 900 millones de euros) a sus viajes como asesor de Comercio e Inversión del Reino Unido. Así los banqueros y el príncipe empezaron a volar hacia China, Arabia saudita e Islandia, todo a cargo del fisco británico. Unos meses después, los Rowland ya hablaban en nombre de la Corona.
Después del escándalo de Epstein, la prensa comenzó a poner la lupa sobre Andrés y entonces surgió que el ex hijo preferido de Isabel II había aprovechado su rol de funcionario solicitando un memorando para beneficiar a los Rowland, quienes habían invertido más de cien millones en un banco islandés.
Entonces, al escándalo sexual se le suma uno financiero, lo que parece apenas un lunar más para la oveja negra de la familia. Una oveja, que ya no tiene lugar para nuevas manchas.
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