Fue un ícono mundial del cine durante la era dorada de Hollywood. Como formó parte de algunas de las películas más memorables de la historia del cine -desde Para atrapar al ladrón y Suspicion, hasta Algo para recordar y La adorable revoltosa, entre tantas- Cary Grant fue a lo largo de su vida el centro de todas las miradas. Con un talento y una fotogenia impactantes, fue uno de los actores elegidos por los grandes directores y también uno de los más admirados por el público. Sin embargo, detrás de tanta exposición y popularidad, logró por mucho tiempo mantener ocultos algunos costados de su vida muy distintos de aquello que se veía públicamente.
Nacido con el nombre de Archibald Leach en Bristol, Reino Unido, el 18 de enero de 1904, la infancia del actor no fue para nada feliz. Tenía apenas nueve años cuando su madre fue recluida en un hospital psiquiátrico. El diagnóstico: una depresión profunda.
A los 14 lo echaron de la escuela por un nunca bien aclarado escándalo en el vestuario de las alumnas y de grande emigró a los Estados Unidos.
Llegó a los Estados Unidos en 1920. Actuó en Broadway por un tiempo -principalmente en obras de vodevil-, hasta que arribó a Hollywood -su Meca, el lugar donde brilló- en 1931. Allí alcanzó un récord asombroso: 75 películas desde la primera, Esta es la noche, 1932, hasta la última, Departamento para tres, en 1966.
Entre numerosos reconocimientos a su trabajo, el actor obtuvo el Oscar honorífico por su destacada trayectoria en 1969. Por sus notables interpretaciones de él se llegó a decir: “Actúa bien hasta de espaldas”.
A lo largo de tantos largometrajes, fue compañero de las más grandes actrices. Los más memoriosos recuerdan las escenas que protagonizó, entre otras, junto a Marlene Dietrich, Mae West, Grace Kelly, Katharine Hepburn, Sofía Loren, Joan Fontaine, Ingrid Bergman, Ginger Rogers y Audrey Hepburn. Tan icónica resulta la figura de Cary Grant que hasta el personaje de James Bond, más allá de las novelas de Ian Fleming, fue trazado inspirándose en él.
Como suele ocurrir con los galanes, los medios de su época siguieron cada paso que daba y, sobre todo, intentaban saber qué ocurría con su vida amorosa. Se tejían hipótesis, se especulaba con que tenía romances con sus compañeras de set.
Sin embargo, la vida sentimental de Grant distaba un poco de aquello que se veía en el cine. Es que más allá de que presentó en público a distintas mujeres como sus parejas, lo cierto es que el actor tuvo, casi desde su llegada a Hollywood en la década del ’30, un romance ardiente y duradero con el actor Randolph Scott, un artista muy reconocido por aquellos tiempos que solía protagonizar películas de cowboys.
Los actores se conocieron en 1932, rodando la película Sábado de juerga. Según se supo después, el flechazo entre ambos fue inmediato.
Los primeros rumores sobre la relación explotaron en agosto de 1933, cuando el fotógrafo Ben Maddox, de la revista farandulera Modern Screen, los eternizó junto a la piscina de la mansión de Malibú que compartían.
Sin embargo, en tiempos de censura y puritanismo, el poder de los estudios de Hollywood, que tenían a Grant como una de sus estrellas emblemáticas, hizo que el actor fuera casi empujado a ocultar el vínculo que tenía con Scott. La presión fue tal que de alguna manera desató una cabalgata de bodas para Cary: Virginia Cherrill, Barbara Hutton, Betsy Drake, Dyan Cannon (con ella tuvo a Jennifer, su única descendencia) y Barbara Harris.
Según distintos biógrafos del artista, salvo los trece años que pasó con Betsy Drake, todas aquellas fueron uniones fueron fugaces: farsas a medida de la imagen que pretendían los estudios.
Mientras tanto, la historia de amor con Randolph siguió y nunca dejaron de amarse. Según el crítico de moda Richard Blackell, los actores “estaban profunda, locamente enamorados”.
En 1940, ante la amenaza constante de los estudios, Cary y Randolph simularon terminar la relación… pero nunca dejaron de verse.
Según el maitre del antiguo hotel Beverly Hillcrest, en sus memorias, reveló que muchas veces, en los años 70, se refugiaban en la parte trasera del restaurante, “sentados casi escondidos y tomados de las manos”.
Más allá del éxito laboral, del gran amor que le tenía el público y de su sonrisa indeleble en pantalla, la vida de Grant no era nada fácil. Triste por tener que mantener oculta la relación con la persona que amaba, buscaba distintos métodos para escapar de aquella realidad que lo ahogaba.
Según reveló Becoming Cary Grant, un documental estrenado en el Festival de Cannes en 2017, fue por sugerencia de su tercera esposa, Betsy Drake, que el artista comenzó un curioso tratamiento hacia fines de los años ’50.
Elogiado por Alfred Hitchcock como el único actor con quien amó trabajar, Grant atravesaba por aquellos tiempos una verdadera búsqueda espiritual que lo llevó a experimentar con terapias que, en ese entonces, eran toda una novedad en el mundo occidental, como el yoga y la hipnosis.
Insatisfecho por los resultados obtenidos, el actor decidió arriesgarse a probar con el ácido lisérgico o LSD, una droga psicodélica creada por primera vez por Albert Hoffman en Suiza en 1938. Su componente químico base, denominado ergotamina y obtenido de un hongo psicodélico, llevó a que el LSD fuese introducido de manera comercial con fines psiquiátricos en 1943 bajo el nombre de Delysid.
Durante la década del cincuenta, la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos comenzó a probar la droga en estudiantes y jóvenes miembros del Ejército, dado que se creía que tenía propiedades que permitirían el control mental y podría ser usado a la vez en guerras químicas. Para 1960 se popularizaría entre la contracultura hippie, lo que llevaría a su prohibición.
Grant comenzaría el tratamiento con LSD gracias a la experiencia de su tercera esposa, Betsy Drake, quien lo convenció de iniciar el tratamiento con el médico Mortimer Hartman, del Instituto Psiquiátrico de Beverly Hills. Los efectos iniciales reportados por el actor fueron aparentemente asombrosos.
“Durante mis sesiones de LSD, aprendí muchas cosas”, aseguró en su momento Grant. “El resultado fue el renacer, finalmente llegué adonde quería estar”, agregó el actor, quien –se cree– se sometió a un tratamiento de unas 100 dosis entre los años 1958 y 1961.
El documental presentado en Cannes rescata la fascinación de la época por una droga que prometía tratar de manera definitiva traumas difíciles de resolver mediante tratamientos psicológicos tradicionales, en un contexto donde la búsqueda de nuevas sensaciones y, sobre todo, de respuestas ante preguntas de índole filosófico estaba a la orden del día.
Se calcula que entre 1950 y 1965, a alrededor de 40 mil pacientes se les recetó ácido lisérgico para tratar condiciones tan diversas como alcoholismo, esquizofrenia y el trastorno de estrés postraumático.
“Grant aseguró que fue salvado por el LSD”, señaló Mark Kidel, el director de Becoming Cary Grant, al periódico británico The Guardian. “Hay que recordar que Cary era un hombre privado. Rara vez otorgaba entrevistas. Fue él mismo quien, tras tomar ácido, decidió contactar a una revista de la época para contar en público su experiencia”.
Kidel recurrió a películas caseras registradas por el propio Grant para poder elaborar el documental y además utilizó extractos de su autobiografía no publicada. El director asegura que el temor a la intimidad de Grant habría sido alimentado por una relación tormentosa con su madre, quien desapareció de su vida cuando era sólo un niño.
Convencido de que ella había muerto, a los 30 años y ya convertido en una estrella de fama mundial, Grant descubrió que su madre todavía permanecía en la institución neuropsiquiátrica a la que había sido ingresada por su padre, otra de las figuras difíciles en la vida del actor.
A pesar de los intentos de Grant de rescatar a su madre, la salud mental de la mujer parecía irrecuperable. Aquel fue otro de los grandes dolores del actor.
Numerosos críticos de cine aseguran que las mejores actuaciones de Grant coincidieron con sus años de uso de LSD, cuando se lo pudo ver conquistando la taquilla a nivel mundial tras haber encontrado finalmente su “paz interior”, tal como reveló en algunas entrevistas.
Para 1966, la posesión del ácido lisérgico en los Estados Unidos se volvería ilegal, algo que coincidió con la decisión de Grant, que anunció entonces su retiro de la actuación en la pantalla grande.
Retirado del cine, Grant fue ejecutivo de empresas ligadas al arte que fue su vida, recorrió el país y el mundo y creó el programa en vivo y en salas teatrales Una noche con Cary Grant: pasaba fragmentos de sus películas y contestaba las preguntas del público.
Hasta que el 29 de noviembre de 1986, mientras preparaba su número en el teatro Adler de Davenport, Iowa, sufrió una segunda hemorragia cerebral —la primera fue dos años antes—, y murió a las 23:20 en el hospital San Lucas. Tenía 82 años.
En su testamento, el actor legó millones de dólares a su quinta mujer, Barbara, y a Jennifer, su hija. Pero no fueron las únicas beneficiarias. Hartman, el responsable de los tratamientos con LSD del artista, recibió 10.000 libras, en una muestra de agradecimiento; a pesar de que la estrella había declarado hacia el fin de su vida que el LSD era sólo “un accesorio de la contracultura”, minimizando la importancia de la droga que años antes había asegurado que hacía sido “una salvación” en su vida.
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