Frank Sheeran fue combatiente en la Segunda Guerra Mundial, luego camionero, miembro de la mafia, convicto, asesino a sueldo, padre de cuatro hijas y abuelo devoto.
Fue uno de los pocos no italianos que se movió con comodidad en el submundo de la mafia de los años 50 y 60. Entre apellidos como Bufalino, Provenzano, Colombo, Bonnano, Genovese, Luchese y Gallo, Sheeran hizo su trabajo. De 26 nombres de mafiosos que manejaban la justicia en un momento, él era el único irlandés, el único sin ascendencia italiana. Fue escalando posiciones en el escalafón delictivo. Empezó de chófer. Al tiempo, sus labores se extendieron a las de valijero y sicario. Efectivo y discreto, ganó lugares con celeridad.
La mención al pasado de Frank Sheeran como soldado en la Segunda Guerra Mundial es relevante. No solo por lo que produce, por el sedimento indeleble que deja una contienda de ese tipo sobre una persona, no solo porque lo habituó a tutearse con la muerte. Sheeran dijo que mucho de lo que sucedió después en su vida lo pudo hacer por todo lo que aprendió en el campo de batalla. Y no hablamos de manejar camiones que fue su trabajo principal en los primeros años después del regreso de Europa (no se puede utilizar en la vida de Sheeran el lugar común tiempos de paz: él siempre estuvo en guerra).
Aunque parezca una perogrullada, en la guerra, Sheeran aprendió a matar, se acostumbró a matar. Y en sus memorias relató algunas situaciones específicas en las que el enfrentamiento con el enemigo no era la norma, no se refería a las vicisitudes de una batalla. Cuando un alemán mataba a alguno de sus compañeros, en el momento de la rendición del enemigo, ya desarmado, lo mataba a sangre fría. Al entrar en Dachau, al ver el cuadro atroz, los soldados norteamericanos según Sheeran, descargaron su estupor y su sed de revancha con los guardias nazis que quedaban por allí, procurando no dejar ninguno con vida. También reconoció haber asesinado a varios prisioneros de guerra.
Por eso cuenta que cuando tuvo que cometer su primer crimen por encargo por orden de un capo de la mafia, él ya tenía experiencia en la cuestión. Al menos en esa ocasión obtenía algún rédito económico.
Frank Sheeran dijo haber matado en su larga carrera en el hampa entre 25 y 30 personas. Pero dos de esos homicidios fueron los más célebres. Y es por ellos, o al menos por haberse atribuido la autoría de esos dos crímenes, que sabemos de él. De otro modo, sería uno de los tantos soldados de la mafia, sin mayores méritos que su lealtad y su persistencia en lo ilegal; nada demasiado raro, nada demasiado especial en el ámbito en el que él se movía.
Frank Sheeran no se parecía a Robert De Niro, el actor que lo interpreta en El Irlandés, la nueva película de Martin Scorsese estrenada en algunas salas y disponible desde ayer en Netflix. Era más alto y corpulento, de pelo castaño y nariz pequeña y puntiaguda, tal vez el único rasgo delicado de su fisonomía. La cara era cuadrada, de mandíbula contundente y mirada dura y algo hastiada. Su trabajo como camionero le permitió conocer a Bufalino, jefe de una familia mafiosa y también a Jimmy Hoffa, líder sindical. A partir de ese momento, oscilando en la relación con ambos urdió su vida posterior en el ámbito de lo ilegal y delictivo. No era extraño. La mafia y los sindicatos (en especial de los camioneros de Hoffa) estaban entrelazados.
Una discusión que se renueva con cada película basada en hechos históricos: cuál es el apego a la verdad del pasado y cuáles son licencias que se toman los guionistas para contar los hechos. En este caso ese debate es más estéril que de costumbre. Scorsese no pretende ser fiel a los estrictos eventos históricos. Él (y su notable guionista Steven Zaillian) cuentan los hechos según la visión de Sheeran, el Irlandés. Es su punto de vista y su narrativa las que se imponen. “No me importa demasiado la verdad de lo que ocurrió con Hoffa. Lo que importa no es eso. Sino ese mundo, los personajes, la manera en que se comportan y la visión de este hombre”, declaró hace unas semanas Scorsese.
La película se basa en las memorias de Sheeran, en cómo este personaje de la vida sindical y mafiosa de la segunda mitad del siglo pasado le narró su vida al periodista Charles Brandt.
El título del libro proviene de un diálogo muy particular que Sheeran tuvo con Jimmy Hoffa la primera vez que hablaron por teléfono. Me dijeron que pintabas casas (I heard you paint houses). Así se llama el libro y eso es lo que le habría dicho el sindicalista. Según Sheeran esa frase encerraba un código, un mensaje cifrado. En la jerga mafiosa significaba que era alguien dispuesto a matar por encargo. Pintar casas era un eufemismo que surgía del enchastre de sangre que quedaba en una vivienda luego de que la víctima fuera acribillada a balazos.
Pero, según los entendidos, ya desde el título debemos desconfiar de la versión de la historia que brinda Sheeran. Ningún ex miembro de la mafia ni ningún especialista ha escuchado esa frase antes en su vida.
El primer crimen irresuelto que el Irlandés se atribuyó fue el de Joe Gallo, un mafioso con un largo historial de muertes detrás y fama de ser salvaje. Le decían El Loco Joe.
A él le atribuyeron entre otros el homicidio del líder de la familia Anastasia. El día de su cumpleaños 43, Gallo estaba celebrando con su familia en un concurrido restaurante, Umberto’s Clam House, de Little Italy, Manhattan, cuando fue atacado a balazos. Eran tiempos de peleas entre las familias de la mafia y de sucesiones complicadas. Algunas vidas no valían nada. Gallo y su osadía se habían convertido en algo muy peligroso y alguien pensó que lo mejor era sacarlo del camino.
Tres impactos dieron en su cuerpo mientras comía de espaldas a la puerta. Como pudo Gallo tomó una mesa y la utilizó como escudo para intentar salir del salón repleto. Hubo más de 20 disparos. Muchos sostienen que hizo eso, con sus últimas fuerzas, para alejar los tiros de su familia. Al llegar a la vereda quedó tirado, agonizando, en el piso. Murió en el auto que lo llevaba al hospital.
Aquí, como suele pasar en este tipo de historias, las versiones se bifurcan y se contradicen. Una especie de Rashomon con personajes de la Cosa Nostra. Mientras que los investigadores y algunos testigos sostienen que fueron tres personas las que dispararon al díscolo mafioso, otros hablan de un solo atacante. Un asesinato a plena luz del día, en un lugar atestado de gente y nadie pudo determinar si los que dispararon fueron tres, cuatro o uno solo. En sus memorias Sheeran dice que fue él, el Irlandés, quien solo, sin ayuda de nadie, asesinó a Joe Gallo.
La otra muerte célebre que se atribuye es uno de los grandes misterios de la vida pública (y criminal) de Estados Unidos. Jimmy Hoffa (interpretado en el filme por Al Pacino) fue uno de los hombres más poderosos de Norteamérica durante las décadas del 50 y 60. Era el líder gremial de los camioneros, un sindicato fuerte, populoso e influyente.
Hoffa no era un líder más. Carismático, agresivo e inescrupuloso, poseía ambición y una especie de adicción por el poder. Rápidamente entró en contacto con la Mafia. Sus negocios y la actividad sindical se fusionaron. Fraudes, sobornos, aprietes, extorsiones. Un desfile por el código penal. Y en las escasas ocasiones en que la justicia lo llevaba ante los estrados, influía de manera non sancta sobre los jurados. Luego de años de persecución, fue apresado y condenado en 1967. Fue un cimbronazo para la vida pública de Estados Unidos.
El líder del sindicato más numeroso del país debía pasar más de una década entre rejas. Pero en 1971 fue indultado por el presidente Richard Nixon. La condición del indulto era que Hoffa no tratara de recuperar el liderazgo de su sindicato. Esa posición la había perdido tras su detención. Hoffa pretendió seguir manejando los hilos desde la cárcel pero pasados unos meses, sus segundos se apropiaron de los negocios y olvidaron a su ex jefe. Las relaciones con la mafia eran uno de esos asuntos en los que Hoffa ya no decidía. Las decisiones y los negocios eran de otros. Una vez libre, de a poco empezó a reunirse con viejos colegas, con mafiosos y afiliados para recuperar su posición pese a la prohibición que había sido condición de su liberación.
Hasta que el 30 de julio de 1975, Hoffa desapareció. Se esfumó. La policía y todas las agencias federales lo buscaron con denuedo durante años. Parecía imposible que alguien tan conocido, alguien que había sido tan influyente se desvaneciera sin dejar rastro alguno. Siete años después la justicia, sin encontrarlo, sin tener demasiadas claves, debió declararlo oficialmente muerto.
En abril del 2002, luego de 27 años de investigación, luego de seguir cientos de pistas, de enfocar en decenas de posibles culpables, el FBI cerró la investigación. Quedó un expediente de 16 mil fojas y un gran misterio. ¿Quién mató a Jimmy Hoffa? Un agente del FBI explicó el fracaso: “Lo único que, a esta altura, puede resolver el crimen es que alguien confiese o brinde alguna información desconocida en su lecho de enfermo, sabiendo que no habrá consecuencias”.
Esa confesión, finalmente, llegó. Sheeran explica en su libro cómo mató a Hoffa. La descripción de los hechos es detallada y verosímil. Quien la lea estará convencido de que los hechos sucedieron según se relatan en esas páginas. Sin embargo, hay muchos especialistas que creen que el Irlandés estaba mintiendo.
¿Cuál sería el motivo para atribuirse un crimen de esa magnitud? Algunos sostienen que era la única manera de que el libro tuviera relevancia (en caso de ser cierta esta hipótesis hay que reconocer que Sheeran estaba en lo cierto: el libro se vendió bien y los derechos pagados por Netflix también fueron abultados).
La vida de un mafioso de línea media ya había sido contada muchas veces. Resolver el crimen irresuelto de mayor relevancia del último medio siglo aseguraba la repercusión. Ese dato, ya presente en la tapa del libro: Frank el Irlandés Sheeran y la resolución del Caso Hoffa dice la bajada de la edición original.
Muchos salieron a rebatir la versión de Sheeran. Algunas de sus descripciones son precisas y se ajustan a las pocas pruebas obtenidas. Otras son afirmaciones incomprobables.
Lo cierto es que Sheeran, en vida, dio cuatro versiones diferentes sobre la muerte de Hoffa y en la final se atribuyó su asesinato. Periodistas, abogados, investigadores y criminales han desmentido a Sheeran. El último fue Jack Goldsmith, abogado e hijastro de quien sindican como chofer del auto que entregó a Hoffa a sus asesinos. El libro de Goldsmith, que ayer fue incluido por The New York TImes en su lista de los 100 mejores libros del año, destruye las afirmaciones del Irlandés.
El asesinato de Hoffa ha hecho que surgieran decenas de personas que se atribuyeron el crimen; otros que dijeron haber presenciado el momento en que le disparaban, o cuando era enterrado o cremado. Ninguno de todos esos testimonios aportó ninguna certeza.
La única persona que acusó a Frank Sheeran de haber matado a Jimmy Hoffa fue el mismo Frank Sheeran, el Irlandés.
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