“Un perro salvaje se llevó a mi beba”: una madre acusada de asesinato y un misterio que demoró 32 años en resolverse

Unas vacaciones en un parque nacional australiano terminaron con la vida normal de la familia Chamberlain. La menor de sus tres hijos, una beba de 2 meses, desapareció de la carpa del camping una noche de 1980. La madre dijo que vio un dingo llevándosela en su boca. Sin embargo, nadie le creyó y fue condenada a perpetua

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(Capturas de pantalla)
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Hay historias que para ser contadas sin prejuicios y con todos los datos de la realidad pueden requerir que pase mucho tiempo. Este es uno de esos casos. Hubo que esperar 32 años para poder escribirla con un final cerrado y sin conjeturas absurdas, especulaciones o subjetividades. En el medio, durante las más de tres décadas transcurridas, hubo prensa amarilla, una película postulada al Oscar (Un grito en la Oscuridad, protagonizada por Meryl Streep), prejuicios descarnados de parte de la opinión pública, prejuzgamientos, convicciones erradas, presiones de los medios, teorías descabelladas, juicios y una condena a prisión perpetua.

Esta es la historia de Azaria Chantel Loren Chamberlain, quien vivió brevemente del 11 de junio al 17 de agosto de 1980 y que, con sólo nueve semanas de vida, protagonizó el policial más famoso, dramático y taquillero de Australia.

Un desierto para Azaria

Lindy y Michael Chamberlain amaban la vida al aire libre y pensaron que era una buena idea tomarse unos días de vacaciones, con sus tres hijos en un camping familiar en el parque nacional de Uluru, en el norte de su país, cerca de Ayers Rock, en lugar sagrado para los aborígenes locales.

Vivían en un pueblo minero y para llegar a esa zona del centro del continente, donde estaba el parque natural, viajaron muchos kilómetros en su auto Torana amarillo. Llegaron el domingo 17 de agosto y comenzaron a armar las tiendas. A eso de las cinco de la tarde, estaban con otros turistas conversando al aire libre cerca de una barbacoa. Lindy tenía en brazos a Azaria, la menor de sus hijos y la primera niña de la familia. Azaria con poco más de dos meses ya pesaba casi cinco kilos.

(Capturas de pantalla documental The
(Capturas de pantalla documental The New York Times "Dingo’s Got My Baby")

Ese día habían visitado previamente la roca sagrada y la cueva de la fertilidad. Durante el paseo Lindy había visto y espantado a un dingo, esos perros salvajes australianos tan característicos de la zona. Más tarde, mientras cocinaban en la barbacoa, pudo ver a otro muy cerca. Seguramente había llegado atraído por el olor a carne asada. Michael le tiró un trozo de pan, pero el animal lo desdeñó.

A las ocho de la noche Lindy decidió llevar a Azaria y a Regan, de 4 años, a la tienda. Quería acostarlos para que descansaran. Al día siguiente les esperaban más aventuras. Entre diez y veinte minutos después los dos dormían plácidamente.

Lindy volvió entonces al fogón cerca de la barbacoa, para seguir conversando con la gente del camping. Un rato después, escucharon un grito procedente de su tienda, situada a unos 20 metros de distancia. Lindy se paró rápidamente y fue a ver qué ocurría. Cuando llegó a la carpa, cuya puerta estaba abierta, vio a un dingo salir disparado hacia la oscuridad con la bebé colgando de sus fauces.

“¡¡¡Un dingo se llevó a mi hija!!!, chilló desesperada mientras corría hacia Michael y el resto de los que acampaban allí. Relató en ese momento lo que relataría a lo largo de los años una y mil veces: el dingo sacudía la cabeza gruñendo con fiereza con la beba entre sus dientes.

(Capturas de pantalla documental ABC)
(Capturas de pantalla documental ABC)

Unas 300 personas, entre turistas y rangers aborígenes, se abocaron durante toda la noche a buscar a Azaria. La policía llegó rastrilló la zona. Lo único que encontraron fueron unas pocas huellas de dingo cerca de la carpa de los Chamberlain.

Lindy describió que Azaria llevaba puesto un enterito de pijama y, encima, un saquito blanco tejido.

Una semana después, un turista encontró el enterito desgarrado sobre un matorral, no muy lejos del campamento. Hasta ahí nada sugería otras posibilidades y la versión de Lindy era aceptada.

Especulación y prejuicio

Si bien una primera investigación apoyó la versión de los padres, la segunda no. El caso inundaba los medios escritos, televisivos y radiales. En ese entonces no se conocía en Australia ni un solo caso de un ataque de un dingo a un ser humano. Si bien eran salvajes y carnívoros, se solían alimentar de canguros, zarigüeyas o wombats. No había antecedentes de que se hubieran comido jamás a una persona.

Los investigadores desconfiaban del “cuento” de Lindy. Murmuraban, por lo bajo, que les parecía rarísimo... ¿Un dingo comiéndose un bebé? No podía ser, nunca había ocurrido. No le creían a Lindy ni una sola palabra. Además, ella había sido la última en ver con vida a Azaria. Esa mujer de 32 años, que no lloraba lo suficiente, era para ellos la principal sospechosa.

Por otro lado, las autoridades no querían convertir al dingo en un “cuco” peligroso: en los parques nacionales había en juego mucho turismo.

(Capturas de pantalla documental ABC)
(Capturas de pantalla documental ABC)

Lindy con su imagen seria, extremadamente fría y de aspecto demasiado cuidado para esos dramáticos momentos, no ayudaba. El prejuicio sobre ella crecía y crecía. Y se instalaba no solo entre los investigadores, sino también en la mesa familiar de cada hogar de los australianos.

La opinión pública no entendía el comportamiento de Lindy, que poco a poco había dejado de ser para ellos una víctima para convertirse en la mujer más odiada de Australia. El público y los periodistas se preguntaban: ¿por qué Lindy se había tomado el tiempo de peinarse para dar un reportaje? ¿qué hacían los Chamberlain con un bebé tan pequeño en un paraje tan remoto y sagrado? ¿por qué su madre se comportaba de esa manera? ¿por qué no lloraba más?

Los dislates seguían y las preguntas se volvían más capciosas. ¿Sabían que Lindy una vez había vestido a su hija de negro? ¿y que había hecho una tesis de grado sobre los dingos? ¿cómo, entonces, había dejado la puerta de la tienda de campaña abierta?

Además, como los Chamberlain eran adventistas del Séptimo Día, esos Milleritas que pronosticaban el fin de los tiempos, ¿podrían haber sacrificado a su hija en un ritual? ¡No importaba que la religión cristiana que practicaban fuera un culto aceptado en 213 países con más de 20 millones de fieles!

Y los cuestionamientos continuaban: ¿podía un dingo transportar 5 kilos con su boca? ¿quién le había sacado el suéter blanco que llevaba sobre el enterito y que no había aparecido? ¿el dingo? Entre tantos rumores ridículos, las ironías empezaron a cobrar fuerza y socavaron por completo la credibilidad de los Chamberlain.

El circo de las especulaciones ya estaba montado y duraría por décadas. Todo lo que Lindy hacía era sobreanalizado con una lupa que en vez de aumentar la realidad la deformaba.

La policía se centró entonces en investigar la explicación que se les antojó más fácil: Lindy Chamberlain había asesinado y enterrado a su hija en algún sitio del parque. Unas gotas de sangre microscópicas, halladas en el auto familiar, abonaban las sospechas. Fueron más lejos: la habría asesinado en el coche, degollándola, para luego deshacerse del cadáver.

Pero el cuerpo de Azaria nunca apareció para contar su versión y exculpar a su madre. Y las preguntas que se hacían otros, y que podían probar su inocencia, fueron desoídas: ¿por qué una familia que estaba feliz con su hija tan deseada haría algo así? ¿en qué momento Lindy tuvo tiempo para hacer todo lo que se le adjudicaba como matar a Azaria y enterrarla lejos de la vista ajena? ¿por qué no dieron crédito a los otros turistas que acampaban que aseguraban haber visto varios dingos en la zona? ¿por qué una familia que no registraba ni un solo caso de violencia o conflicto podría haber llegado a tal extremo?

La culpable perfecta

En 1982 la fiscalía los acusó de asesinato y los llevó a juicio. ¿El motivo del cambio de opinión? Habían encontrado minúsculas huellas de sangre en el auto Torana amarillo de la familia (en la manija, la alfombra delantera y en el asiento). Los peritos dijeron que era sangre fetal, característica de los recién nacidos.

Durante el juicio (que se llevó a cabo en otro lugar para tratar de evitar los prejuicios que podría tener el jurado debido a la enorme difusión del caso) hubo un experto que aseguró que el desgarro del pijama no parecía hecho por colmillos y que no había saliva del animal allí.

La fiscalía también presentó a un notable forense, el profesor James Cameron, del Hospital de la Facultad de Medicina de Londres. Este concluyó, después de examinar las pruebas, que la niña habría sido asesinada dentro del auto con tijeras y que luego habrían enterrado el cadáver. Con esos expertos y sus elucubraciones las cartas estaban jugadas.

La defensa había presentado otros peritos que contradecían a los anteriores, pero no fueron tan convincentes para el jurado. Un zoólogo, por ejemplo, dictaminó que un dingo adulto sí podía sujetar del cráneo a un bebé, sacudirlo y hasta desnucarlo. Además, un renombrado hematólogo había puesto en duda las técnicas que se habían usado para examinar la sangre hallada y pudo determinar que algunas eran solo emulsión de pintura.

(Capturas de pantalla documental The
(Capturas de pantalla documental The New York Times "Dingo’s Got My Baby")

El 19 de octubre de 1982 el jurado consideró que Lindy era culpable y que su esposo había sido su cómplice. El juez la condenó a cadena perpetua y fue puesta tras las rejas. Lindy estaba, en ese momento, embarazada de su cuarto hijo. Como cómplice, Michael, obtuvo una condena mucho menor: 18 meses de prisión, que luego fue suspendida.

La encargada de decirle a Aídan y Reagan (que ya tenían 9 y 6 años respectivamente) que sus padres irían a prisión fue su abuela materna. Ella admitió que fue lo más difícil que tuvo que hacer en su vida.

Al cumplir un mes de cárcel Lindy fue llevada al hospital: allí nació una beba a la que llamó Kahlia. Durante 10 meses estuvo en libertad condicional mientras el tribunal decidía su apelación. En abril de 1983 le fue rechazada y volvió a la cárcel. A pesar de que los peritos psicológicos encontraban que Lindy era una persona mentalmente sana, que no era irritable, que no había tenido conductas violentas para con sus hijos ni estaba estresada con Azaria. Pero Lindy no despertaba empatías. Y la opinión pública ejercían una presión insoportable.

Casualidad y causalidad

Lindy pasó más de tres años presa entre peligrosas mujeres que la odiaban por haber cometido el delito más horroroso: el filicidio. Fue entonces que un acontecimiento casual desvió la causa y enderezó el caso.

En enero de 1986 un montañista inglés, David Brett, quiso escalar la roca sagrada en Uluru, pero en el intento resbaló y cayó al vacío. Una semana después, cuando los rescatistas recuperaron su cadáver, descubrieron en la zona varias guaridas de dingo. Se les ocurrió mirar y descubrieron algo entre otros restos: un pequeño suéter tejido de bebé que alguna vez había sido blanco.

Era la prenda de Azaria, la que llevaría a Lindy a la libertad. El hallazgo fue una verdadera bomba.

(Capturas de pantalla)
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Ese descubrimiento fue fundamental y se sumó a otro no menos importante: un nuevo análisis demostró que las diminutas manchas rojas halladas en el auto familiar no era sangre humana. Los técnicos no eran infalibles, se habían equivocado.

El 15 de septiembre de 1988, la Corte de Apelaciones, anuló las sentencias de Lindy y Michael Chamberlain. Lindy declaró al salir: “Me da esperanza pensar que esta vez los australianos se convencerán de que los dingos son animales peligrosos”.

Pero el fin de la historia, todavía, no estaba escrito.

En 1990 la pareja no resistió más las presiones y se separó. Igual siguieron luchando por limpiar sus nombres. En 1995, el caso seguía abierto y no tenían todavía la correcta partida de defunción de Azaria. Lindy y Michael sentían que no habían logrado su objetivo: demostrar lo injusto de aquellas condenas y su inocencia total.

En diciembre de 2011, la jueza de instrucción del Territorio Norte, Elizabeth Morris, anunció que el caso se reabriría después de que los padres de Azaria proporcionaran nueva y abundante información sobre ataques de dingos contra niños. Ellos querían que en el certificado de defunción constara que Azaria había muerto por el ataque de un animal y no por causa desconocida.

Presentaron nuevas evidencias sobre docenas de casos en los que dingos habían atacado a humanos.

Por ejemplo, el caso de Clinton Gage de 9 años que, en abril de 2001, murió por ataque de un dingo en la isla de Fraser. Y el de una niña de 4 años que, en 2007, había sido mordida por uno de estos perros salvajes australianos en ese mismo lugar. Además, Rex Wild, ex director de la acusación pública del Territorio del Norte, donde la bebé desapareció, describió en una Corte repleta de gente varios ataques más y aseguró que si estas evidencias hubieran estado disponibles para el proceso llevado a cabo en 1995, cuyo veredicto quedó abierto, el juez hubiese dictaminado sin dudas de que un dingo había sido el responsable. Dijo: “Aunque hubiese sido improbable en 1980, no debería serlo en 2012 (...) Con las evidencias adicionales que se presentaron se debería aceptar que la teoría del dingo es la correcta”.

La magistrada Elizabeth Morris estuvo de acuerdo con las pruebas presentadas y dictaminó que su certificado de muerte debería decir “atacada y llevada por un dingo” y agregó: “Es obvio que los dingos pueden atacar y atacan a los seres humanos”. Para terminar, ofreció sus condolencias a los padres y a uno de sus hijos, que estaban presentes en el tribunal de Darwin.

(Russell Mcphedran/Shutterstock)
(Russell Mcphedran/Shutterstock)

Finalmente, (la causa fue abierta y cerrada no menos de 4 veces) el 13 de junio de 2012, el tribunal les dio la razón: un dingo había sido el responsable de la desaparición y la muerte de Azaria Chamberlain en el Parque Nacional Uluru, el 17 de agosto de 1980.

“Esta ha sido una batalla aterradora, amarga en ocasiones, pero ahora nos llega algo de alivio, y la oportunidad para que el alma de nuestra hija descanse en paz”, dijo Michael Chamberlain a los periodistas con el nuevo certificado de muerte de su hija en la mano.

Lindy fue recompensada por sus años de cárcel con 1.300.000 dólares.

Treinta y dos años después se les creyó a los Chamberlain su versión de lo ocurrido.

Este año, en mayo 2019, Lindy reveló algo más sobre aquella noche donde su hijo Reagan de 4 años compartía carpa con Azaria de 2 meses. ¡Reagan estaba despierto cuando el dingo atacó! Pero no recordó nada hasta que ellos, un tiempo después, le compraron un perrito como mascota. Reagan estaba tirado en el piso cuando el cachorrito corrió sobre su espalda y él pegó un grito. Cuando su madre le preguntó qué pasaba, tuvieron este diálogo:

Reagan: "Es que se sintió igual a cuando el dingo caminó sobre mí”.

Lindy: “¡Pensé que dormías cuando entró en la tienda…!”.

Reagan: “Noppp, cuando tu entraste pensé que venía el dingo nuevamente a buscarme... y jugué a hacerme el muerto hasta que me hablaste y entonces te hablé”.

Humor negro, películas y libros

A la injusticia de la acusación contra los Chamberlain se sumó el humor negro y la naturalización caricaturesca que se hizo de la historia. “Eh, creo que he escuchado a un dingo comiéndose a tu bebé”, exclama Bart Simpson para terminar una aburrida conversación telefónica. Esto ocurrió en un capítulo de la sexta temporada de Los Simpson, la familia norteamericana con más rating televisivo. El caso Azaria también sirvió increíblemente como gag en la serie Seinfeld, en Los Rugrats y en Buffy, la cazavampiros. La trágica historia de Azaria se había convertido en una horrenda broma. Hoy es imposible imaginar cómo esas series y dibujos animados pudieron burlarse de la muerte de un bebé en las fauces de un perro salvaje.

Meryl Streep y Sam Neill, en Un grito en la oscuridad, llevaron a la pantalla grande a Lindy y a Michael en 1987. Streep ganó con su interpretación una nominación para los premios Oscar y un galardón en Cannes. Lindy y Azaria también inspiraron una miniserie y la ópera Lindy. La autobiografía, A través de mis ojos, fue el libro que decidió escribir Lindy Chamberlain, en 1990, para contar su versión de los hechos. Michael también lo hizo muchos años después con su propia autobiografía, en 2012, Heart of Stone (Corazón de piedra).

El antes y el después

Lindy y Michael se conocieron en un templo donde él era pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Chamberlain, de nacionalidad neozelandesa, se había mudado a Australia en 1964, para convertirse en pastor adventista. Lindy (su nombre es formalmente Alice Lynne Murchison) también había nacido en Nueva Zelanda, el 4 de marzo de 1948, y se había mudado a Australia con su familia.

El 18 de noviembre de 1969 Michael y Lindy se casaron. Tuvieron a Aídan en 1973, a Reagan en 1976, a Azaria en 1980, y a Kahlia en 1982.

Después de separarse de Michael, Lindy se casó dos años después, con el norteamericano Rick Creighton. Vivieron juntos seis años en Seattle, Estados Unidos. En 1998 volvieron a Australia.

Lindy, hoy con 71 años, se dedica a dar charlas y sostiene que no tiene rencores por lo vivido: “Si yo no hubiese pasado por todo lo que pasé no tendríamos las leyes que tenemos hoy. Ahora también tenemos un departamento de ciencia forense independiente, Si hubiese sido encontrada inocente nada de esto habría pasado. (...) lo que me ocurrió permitió que para otros australianos las cosas sean mejores. Y por eso estoy agradecida”, dice generosamente.

(Capturas de pantalla documental ABC)
(Capturas de pantalla documental ABC)

Después de separarse de Lindy, Michael también rehizo su vida. Se casó nuevamente en 1994 y dos años más tarde tuvo otra hija. Fue diputado regional, profesor de inglés, predicador y escritor. Obtuvo, además, un doctorado en educación. El 9 de enero de 2017, Michael Chamberlain, murió. A los 72 años a causa de una leucemia. Hasta su muerte sostuvo que el caso fue “una injusticia grosera”.

La familia nunca se deshizo del auto Torana amarillo con el que habían llegado a Uluru. Hasta el día de hoy lo usan para eventos familiares, como las bodas.

El legado Azaria

Pasados los años y aceptada la teoría del dingo, el gobierno australiano resolvió llevar a cabo campañas para concientizar a la población sobre los riesgos de estos animales salvajes y sobre su comportamiento impredecible. Pueden ser muy parecidos a los perros, pero se comportan como los lobos. En su web, el estado australiano señala que los dingos no están “domesticados ni entrenados”, y que se mueven “más rápido de lo que uno piensa”. Los expertos aseguran que si bien los dingos son por naturaleza tímidos, no deben ser tratados como perros en ningún caso.

Los dingos habrían arribado al continente australiano desde Indonesia, hace unos 4.000 años. Con la llegada de los europeos, las ovejas y las vacas, estos animales salvajes empezaron a atacar y se volvieron impopulares. Pero los aborígenes australianos, por el contrario, consideran a los dingos parte de su familia. Los veneran al punto de que muchos animales eran enterrados junto a sus dueños.

Desde 2012 -cuando se cerró el caso- hasta la fecha hay documentados 8 ataques más.

Uno de esos ataques fue casi un calco de lo que ocurrió con la bebé en 1980.

La noche del 18 de abril de 2019, en la isla de Fraser, mientras una familia dormía en su casa-camioneta rodante, un dingo entró y se escurrió con el bebé de 14 meses en su boca. El llanto del pequeño, que se iba alejando mientras el perro salvaje corría, alertó a su padre que salió tras él. En la corrida tuvo que enfrentar a otros dingos, pero logró rescatar a su hijo que luego fue trasladado en helicóptero al Hospital Hervey Bay. Tenía heridas en la espalda, el cuello y la cabeza y presentaba, además, una fractura de cráneo.

Ben Du Toit el paramédico que acudió a la escena dijo que el bebé fue transportado por el dingo bastante lejos de la caravana y que si el padre hubiese demorado en reaccionar no hubiera sobrevivido.

Azaria tuvo menos suerte.

(Capturas de pantalla documental ABC)
(Capturas de pantalla documental ABC)

A los padres de la bebé les llevó 32 años limpiar su imagen de toda sospecha. Mientras lloraban eran crucificados como asesinos. Sus hijos, que habían perdido una hermana, también perdieron por un tiempo, y de alguna manera para siempre, a aquellos padres asediados por la prensa y la ley.

Esa noche de agosto de 1980 la vida les dio un sacudón y les puso patas arriba su existencia. El duro golpe y sus consecuencias duraron demasiado. La vida les alcanzó para verse libres de toda sospecha. Pero fueron la casualidad y los avances de la ciencia, no la compasión, los que vinieron en su rescate para demostrar lo que antes no se había podido.

Un saquito blanco y sucio de bebé, hallado de casualidad, fue al fin suficiente prueba para que el dingo fuera declarado culpable. Y para que la madre pudiera recobrar parte de esa vida que perdió la trágica y lejana noche cuando gritó: “¡Un perro salvaje se llevó a mi beba!”.

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