Denise tenía que pasar por la carnicería A.R. Tym’s. Era viernes y quería ver qué comprar para cocinar el fin de semana para su familia. Soltó por unos momentos la mano de su hijo James de 2 años, que estaba parado junto a ella, y se concentró en el vendedor que la atendía del otro lado del mostrador.
Ese 12 de febrero de 1993 hacía bastante frío, el termómetro marcaba 7 grados y estaba nublado, pero dentro del Centro Comercial New Strand, de Bootle, un suburbio a unos 7 kilómetros de la ciudad de Liverpool, en Gran Bretaña, estaba muy agradable. James, además, iba abrigado con una gruesa campera.
Mientras Denise elegía el corte, sacaba el dinero de su billetera y pagaba, las agujas del reloj corrieron tres precisos y preciosos minutos (de 15:37 a 15:40). Cuando Denise volvió a bajar la vista para buscar la mano de James, ya no lo encontró. Miró a su alrededor y tampoco lo vio. Entró en pánico.
¿Qué madre no ha pasado alguna vez por ese segundo de miedo que estruja el estómago y termina con la angustia disuelta en un abrazo consolador? En un shopping, en una plaza, en un local concurrido, en la playa…
Pero esa no sería para nada la historia de Denise y James. En esos escasos minutos de esa fatídica tarde, se estaba consumando el caso que horrorizaría a Gran Bretaña, y al mundo, durante décadas.
El itinerario de Denise
Cuando ella se desespera solo han pasado tres minutos. Pregunta a todos por su hijo. Nadie lo ha visto. Se dirige a la gente de seguridad del shopping y ellos piden por James Bulger por los altoparlantes. Nada. Veinte minutos después la policía ya está involucrada en su búsqueda.
Las cámaras del shopping (las imágenes no eran demasiado claras en ese momento, pero técnicos especialistas lograrán mejorarlas más tarde) muestran al pequeño James irse de la mano con dos chicos. A las 15:43 se ve a los tres menores salir del shopping New Strand. Rebobinando las imágenes se observa a dos niños que se acercan a James a las 15:38. A las 15:41 las cámaras los captan caminando tranquilamente por la galería principal.
Cuando los noticieros vespertinos dan la noticia de que un niño pequeño ha desaparecido dentro de un centro comercial, las familias británicas se espantan: sienten que les podría haber pasado a ellos. Pero los padres de James se tranquilizan, ya han visto que los “secuestradores” no son adultos, solo son otros niños.
Denise y Ralph Bulger se convencen de que todo saldrá bien, se trata de una travesura: “Miré a Denise y sonreí. Va a estar todo bien, le dije. Son solo dos pequeños chicos”, recuerda Ralph.
No podían anticiparse a la maldad que demostrarían esas criaturas.
Después de un viernes y sábado frenéticos para la familia y la policía, llegó el domingo 14 de febrero. Ese día se halló a James Bulger sobre las vías de la estación abandonada Walton & Anfield.
El encargado de comunicarle a Denise la espantosa noticia fue el detective a cargo de la investigación, Albert Kirby, de la policía de Merseyside. Venía de encontrar el cuerpo mutilado cuando se topó con Denise en el estacionamiento del cuartel de policía. Así lo recordó: “Me estaba acercando a Denise cuando ella se dio cuenta de había pasado lo peor… y gritó de una manera que jamás olvidaré”.
¿Pero quiénes eran esos chicos de las imágenes de CCTV? Fue una mujer que había observado el video en la tevé la que aportaría los nombres. Era una maestra que había reconocido en esas figuras borrosas a dos alumnos suyos, muy problemáticos, que justamente el viernes 12 habían faltado a su clase. Dos días después del hallazgo del cuerpo ella se presentó en la estación de policía Marsh Lane, de Bootle, y dijo que Jon Venables y Robert Thompson no habían ido al colegio aquel viernes, que había visto en la manga de Jon el día anterior pintura azul y que los dos secuestradores que todos habían visto en la televisión tenían solamente 10 años.
La policía se dirigió a los domicilios de Venables y de Thompson donde descubrieron sangre y pintura en sus ropa y zapatos. Los habían encontrado.
El itinerario de James
Aquella tarde, James se alejó de su madre siguiendo a dos chicos. Entretenido los siguió hasta afuera del shopping. Al principio lo llevaban de la mano, pero poco tiempo después comenzaron las torturas. Le esperaba un itinerario de 4 kilómetros de terror a través de Liverpool. En su camino, lloró, pidió por su madre, recibió patadas y golpes, iba agotado... esos chicos lo llevaban a la rastra. Cuando pasaron por el canal Leeds and Liverpool, a unas cuatro cuadras del shopping, lo empujaron con fuerza tirándolo de cabeza sobre el pavimento. James se lastimó la cara y un enorme hematoma le salió en la frente. Desconsolado siguió marchando a los tumbos. Venables y Thompson le pusieron la capucha del anorak para que no se viera su carita lastimada. Los captores se reían de él, y la gente que los veía pasar (fueron 38 los testigos que poco y nada hicieron) pensaban, con inocencia, que eran hermanos peleando.
Días después, esos testigos se descubrirían cómplices de un homicidio que, con la intervención de un adulto, podría haberse evitado. Con el correr de las noticias aparecían los arrepentidos. Un hombre contó que vio a Thompson pegarle una patada en las costillas al más chico de los tres. Les preguntó qué estaba pasando, pero ellos zafaron diciendo que eran hermanos. Una mujer mayor observó sollozar a James y también los encaró. Otra vez, los chicos más grandes mintieron: le dijeron que lo habían encontrado perdido. Ella les propuso ocuparse y llevarlo a la estación de policía. Pero cuando le pidió a otra mujer que cuidara de su propia hija, la respuesta de esa otra mujer condenó a muerte a James: le dijo que ella no podía cuidar de su hija porque tenía un perro peligroso que no se llevaba bien con los niños. Una cadena de hechos lamentable para un salvataje frustrado.
Venables y Thompson siguieron su camino y se introdujeron con James en un par de negocios. Robaron pintura azul para maquetas, un muñeco Troll y unas baterías. En un local de mascotas, el dueño, que ya conocía a los vándalos, los echó. Venables antes le dijo que James era el hermano menor de Thompson. Mentiras y más mentiras para seguir martirizando a James a su gusto.
Cuando llegaron al terraplén de una estación de tren semiabandonada pasó lo peor. Lo golpearon con violencia con ladrillos y piedras, le arrojaron la pintura azul a los ojos, le patearon la cara (el zapato de Thompson quedó estampado en su mejilla). Luego saltaron sobre su cuerpo fracturando sus manos y costillas. Le introdujeron pilas en la boca y le tiraron encima de la cabeza una barra de hierro de diez kilos que le provocó diez fracturas más. Luego, para terminar, colocaron a James atravesado sobre las vías y le taparon la cara con escombros. El tren pasó y cortó el cuerpo por la mitad.
El patólogo forense, Alan Williams, determinó que James tenía 42 heridas. Eran tantas que dijo no poder determinar cuál de todas ellas le había quitado primero la vida. Además, creyó ver connotaciones sexuales en el caso ya que el cuerpo había aparecido sin pantalones, sin calzoncillos, sin medias y sin zapatos y, según afirmó, con el prepucio manipulado y retraído.
Un juicio en bancos altos
James Bulger había sido secuestrado, torturado y asesinado por dos chicos de solo 10 años. En Gran Bretaña no se hablaba de otra cosa.
De los videos recuperados se deduce que la dupla mortal había estado un buen rato tratando de atrapar alguna víctima antes de elegir a James.
Al ser detenidos, el primero en confesar fue Jon Venables: “Yo lo maté. ¿Qué le dirán a su mamá? ¿Le pueden decir que lo siento?”. Se mostraba inquieto y gritaba histéricamente que quería quitarse la ropa porque olía al bebé muerto.
Robert Thompson, en cambio, fue frío. Negó todo con vehemencia, pero se delató dando detalles de lo que llevaba puesto James Bulger esa tarde. Thompson, impasible, preguntó si habían llevado el pequeño al hospital “para revivirlo”. La prensa lo bautizó como “el chico que no llora”. En ese entonces se convirtió en el pequeño más odiado por la opinión pública de su país.
En el juicio, los acusados reconocieron que habían querido secuestrar otro niño para llevarlo a una esquina y empujarlo debajo de los autos. Pero la madre de ese chico apareció demasiado rápido y les había desbaratado el plan.
El zapato impreso en la mejilla de James coincidía ciento por ciento con la suela del de Thompson; la pintura azul analizada era la misma que la encontrada en la víctima. El 20 de febrero de 1993, fueron acusados de secuestro, torturas y asesinato en la Corte Juvenil de South Sefton. Y quedaron bajo custodia policial.
La ira y el horror dominaban a la opinión pública. Las familias de los acusados tuvieron que mudarse para huir de la gente que los hostigaba.
El 1 de noviembre de 1993 comenzó el juicio que se prolongó durante tres semanas. Se los juzgó como adultos. Los pequeños acusados estuvieron sentados en unos bancos más altos de lo normal para poder ver lo que ocurría.
El fiscal, Richard Henriques, sostuvo la idea de que debían ser juzgados como adultos. Para ello tuvo que rebatir el principio doli incapax del derecho anglosajón que presume que los chicos menores de 7 años no pueden ser responsables de sus acciones, pudiendo extenderse dicho principio hasta los 14 años. Venables y Thompson tenían 10, pero la Corte tomó la posición de Henriques y consideró que eran lo suficientemente maduros para saber que lo que habían hecho estaba muy mal y era grave. No en vano habían intentado disimular sus actos con mentiras.
A la psiquiatra de Thompson se le preguntó si su paciente podía distinguir el bien del mal y ella concedió: “Creo que sí”. Susan Bailey, psiquiatra forense que entrevistó a Venables, contestó algo muy similar.
La polémica por el principio doli incapax se extendió. En 1998, en Inglaterra y Gales, fue abolido el doli incapax para los niños entre 10 y 13 años, dándole la razón a Henriques. Pero el tema continuaría por décadas, porque el proceso como adultos contra Venables y Thompson siguió debatiéndose en todo el planeta.
La policía reprodujo durante el juicio 20 horas de entrevistas grabadas con los acusados, quienes no hablaron en público. Quedaba claro que Thompson encarnaba el rol de líder. Laurence Lee, abogado de Venables en ese entonces, dijo de Thompson: “Es el chico más temible que he visto en mi vida”.
Denise, la mamá de James, no asistió prácticamente al juicio porque estaba en la recta final de su embarazo de Michael. Revivir los crudos hechos que se exponían era totalmente desaconsejable.
El fiscal sostuvo en su alegato que los acusados habían tenido un plan. Y que eso quedaba demostrado porque habían querido secuestrar a otro chico, pero su madre se había dado cuenta a tiempo. Eso hecho fue reconstruido así. La familia estaban dentro de la tienda TJ Hughes cuando la madre vio que dos sujetos de muy corta edad querían llamar la atención de dos de sus hijos. Un momento después, ella relató que su hijo de 2 años y su hija de 3 estaban desaparecidos. Rápidamente encontró a la niña, pero no había señales del varón. Su hija le dijo: “Se fue afuera con un chico”. La mujer salió del local y empezó a llamarlo a los gritos. Lo encontró en manos de Thompson y Venables que estaban convenciéndolo de irse con ellos. Apenas vieron a la madre, los precoces criminales huyeron.
El 24 de noviembre de 1993, Venables y Thompson fueron declarados culpables. Se habían convertido en los convictos más jóvenes en la historia moderna de Gran Bretaña.
El juez pidió un mínimo de 8 años de cárcel y autorizó que sus nombres fueran revelados. Esto último fue muy criticado. El diario The Sun comenzó una campaña con una petición para aumentar la pena y juntaron 280 mil firmas. La presión tuvo éxito y, en julio 1994, se anunció que los culpables pasarían al menos 15 años en prisión. Pero las apelaciones y las diferentes opiniones de los letrados y de la Justicia fue moviendo ese límite. En 1999, la Corte Europea de Derechos Humanos, consideró que el juicio no había sido justo y que el trato a los menores acusados había sido “injusto y degradante”. Por supuesto la familia Bulger no estaba de acuerdo con esto, dijeron que eran ellos quienes se sentían degradados y desamparados.
Malos… ¿nacen o se hacen?
Luego de la sentencia, Robert Thompson fue recluido en el centro de seguridad y cuidados, Barton Moss, en Manchester. Jon Venables, en Vardy House, en St Helens, en Merseyside, demasiado cerca de los Bulger. A Jon Venables sus padres lo visitaban periódicamente. La madre de Thompson iba cada tres días. Tuvieron educación y rehabilitación.
Un equipo de psiquiatras, contratado por los abogados de los Bulger, determinó que Thompson encajaba en el perfil de un psicópata: no demostraba ningún remordimiento.
Finalmente, en junio de 2001, poco antes de cumplir los 19 años, fueron liberados y se les proporcionó nuevas identidades. Como ningún país quiso recibirlos, se optó por mudarlos a sitios secretos dentro de Inglaterra -con el mismo tratamiento que se les da a los testigos protegidos-, se les inventó una nueva vida con historias clínicas, pasaportes y seguros. Eso sí: las autoridades les impusieron algunas condiciones. No podían acercarse a la familia Bulger ni a la zona donde vivían (Merseyside), y debían reportarse a los oficiales de la probation. A la prensa se le prohibió divulgar sus nuevas identidades y sus ubicaciones.
La gente en Liverpool tomó la calle para mostrar su desacuerdo con esta decisión: estaba en contra de de la liberación y, también, de la enorme cantidad de dinero que se gastaba en ellos. El Gobierno británico habría gastado unos 4 millones de euros, desde 1993.
En ese tiempo los especialistas debatían las causas que habían llevado a Venables y Thompson a cometer el crimen. Culpaban, alternativamente, al pasado, a las familias de los acusados, a las malas compañías, a las películas violentas de moda... Pero, para otros, eso no era suficiente explicación: no toda familia disfuncional o violenta prohija asesinos, ni todo adicto a películas violentas resulta ser un torturador. ¿Era una sola causa o había causas concurrentes? ¿Podían los filmes ser instigadores? ¿El crimen era el resultado de mentes patológicas y perturbadas o de niños que crecieron en ambientes hostiles? Las respuestas eran más bien conjeturas.
Durante la investigación se comprobó que la película Child’s play 3 era uno de los videos que el padre de Jon Venables, Neil, había alquilado meses antes del asesinato, pero no se pudo constatar si Jon la había visto. Aun así las similitudes con algunos elementos del crimen abonaron la teoría de que los chicos habían copiado a Chucky. Ese muñeco siniestro poseído por el alma de un asesino serial es salpicado en una escena por pintura azul. En el interrogatorio los niños asesinos habían dicho que el filme los había inspirado.
La historia de James
Denise, la madre de James Bulger, la segunda más joven entre 13 hermanos, había dejado el colegio a los 16 años. Se había criado pensando que la maternidad era el rol más importante en la vida. Se enamoró de Ralph Stephen Bulger y se fueron a vivir juntos. El primer embarazo terminó mal porque el corazón de la bebé no latía: tuvo que parir a Kirsty que nació sin vida. Desolados buscaron un nuevo embarazo. Dos años después, el 16 de marzo de 1990, nació James Patrick Bulger. Un precioso y sonriente bebé de ojos azules. Pero la muerte los rondaba y James no llegaría a cumplir los tres años. Poco tiempo después del juicio por el crimen de James nacería el tercer hijo de la pareja, Michael Bulger. Pero la relación estaba detonada. El horror era demasiado peso y, en 1995, se divorciaron.
Al tiempo Denise se casó con un hombre que logró darle un poco de paz: Stuart Fergus. Siete años menor que ella, este electricista que la ama con devoción, hizo que recuperara las ganas de vivir. Con él siguió apostando a la existencia y tuvo dos varones más: León y Thomas Fergus. Hoy Michael Bulger y Thomas Fergus son paisajistas. Y León Fergus quiere ser diseñador de juegos de computadora.
Por su parte, Ralph Bulger también rehízo su vida y tuvo tres hijas. Pero rehacer sus vidas no significó jamás bajar los brazos en busca de justicia por James. En eso siguen juntos.
Ralph Bulger escribió, en 2013, su libro Mi James. Allí reconoció haber culpado a Denise por haberlo descuidado esa tarde y aclaró que luego se sintió avergonzado por haberlo hecho.
Denise Fergus publicó en enero de 2018 su propio libro, Lo dejo ir. En esas páginas tremendas recuerda los ataques de pánico que le impedían respirar cuando pensaba en los instantes finales de su hijo. También plasmó allí otro pensamiento que la perseguía. Ella que siempre había sido una madre cuidadosa y lo llevaba en cochecito, ese día no lo había hecho y le había soltado la mano para pagarle al carnicero. No podía perdonarse.
“Cuando uno pierde un hijo, pasa por distintas etapas. Te culpás a vos misma. Culpás a otros. Pero al final del camino solo hay dos personas para culpar y esas son las dos que se lo llevaron. Me llevó mucho tiempo darme cuenta. No era yo quién había matado a James”, escribió.
Hubo un tiempo en que Denise quiso morir, no podía ver sus juguetes, su ropa, su cama. “No podía soportarlo. Así que terminé mudándome con mi mamá”. No podía comer, no podía respirar, no podía dormir. La vida era imposible. Pero cuando tuvo a Michael tuvo que reaccionar: “Me di cuenta de que tenía que alimentarlo, cambiarlo. Esa pequeña persona que tenía en mis brazos de nuevo era mía. Tenía una mezcla de sensaciones encontradas. Estaba tan contenta de tenerlo, pero aún lloraba por James. Pensé que tenía que dejar de pensar en qué había pasado para pensar en qué estaba pasando. Ahí me convertí en madre de nuevo”. A partir de allí, Denise actuó con convicción, no quería envenenar a sus nuevos hijos con esa rabia y tristeza. Tendría que seguir adelante.
Jon, el pedófilo
Jon Venables nació el 11 de agosto 1982 en el seno de una familia compleja: padres divorciados (Neil y Susan), maltratos en la casa y hermanos con discapacidades. Los celos por la poca atención que recibía harían estragos. En 1991 fue expulsado del colegio por sus conductas violentas contra sus compañeros. Jon pasaba jueves y domingos con su madre, y el resto de la semana con su padre.
En el año 2000 un team de psicólogos, Venables ya tenía 17, concluyó en un reporte que el riesgo de que reincidiera era bajo y que tenía altas posibilidades de rehabilitarse. Se equivocaron. Venables salió libre, pero recayó siempre. Cuando en 2001 recobró la libertad, comenzó a beber, a tomar drogas, a distribuir pornografía infantil y a visitar la región prohibida de Merseyside, de donde era James.
Denise, espantada ante la posibilidad de que sus hijos se toparan con él, dijo: “Muchas veces pudo estar en contacto con cualquiera de mis hijos, incluso cruzarse con Michael Bulger alguna una noche por ahí”.
En 2008 fue arrestado por estar alcoholizado, por posesión de cocaína y por provocar disturbios y peleas.
Venables le dijo a algunos conocidos su verdadero nombre, pero un día de 2010, temiendo que su verdadera identidad fuera revelada, llamó a su supervisor de libertad condicional. Cuando el funcionario llegó a su casa lo encontró enloquecido intentando romper con un cuchillo y un abrelatas el disco rígido de su computadora. El policía se percató de que algo no andaba bien y optó por llevarse la computadora. En el ordenador de Venables encontraron un total de 1.170 fotos de pornografía infantil con menores entre 2 y 7 años violados por adultos. Volvió a la cárcel y, en mayo de 2011, se le otorgó otra vez el beneficio del cambio de identidad, porque su foto había sido expuesta en las redes como pedófilo.
Los Bulger creyeron que la justicia les estaba tomando el pelo. Pidieron que no lo excarcelaran más, pero no lo lograron y Venables volvió a las calles. Denise y Ralph tenían razón: en noviembre 2017 volvió a ser detenido por posesión de pornografía y él admitió los cargos. Fue condenado a 40 meses de prisión. Hoy Venables nuevamente está en condiciones de pedir la excarcelación.
Robert, el frío
Por su parte, Robert Thompson, nacido el 23 de agosto de 1982, se mostró durante el juicio como un pequeño imperturbable. En el colegio tenía fama de matón y mentiroso compulsivo. A los 8 años pasaba gran parte de su tiempo en la calle con delincuentes. Era el quinto hijo de siete hermanos. Su padre golpeador dejó a su madre Ann, una alcohólica, cuando él tenía 5 años. Una semana después la casa fue devorada por las llamas. Ann intentó suicidarse.
Robert Thompson y Jon Venables eran muy amigos y encontraban placer torturando animales. Sus vecinos contaron haberlos visto hacer fechorías como volarle la cabeza a pájaros con un rifle de aire comprimido o atar por la cola a unos conejos a las vías del tren. En el colegio, robaban a sus compañeros. La dupla infantil escalaba en maldad bajo el comando de Thompson.
Thompson, al revés que Venables, se las ingenió para que trascendiera lo menos posible su vida luego de su liberación. Pareciera que no ha reincidido. O, al menos, muy poco se supo. En el año 2006, conformó una pareja gay estable (quien sabría su verdadera identidad) y se asentó en el noroeste de Inglaterra.
En el programa de la tevé inglesa The New Revelations sobre los motivos que podrían haber llevado a esos chicos a hacer lo que hicieron, esgrimieron la teoría de los celos de Thompson sobre su hermano menor. Lo sostuvieron sobre la base de los dichos de una cuidadora de Thompson, durante su reclusión, que aseguró estar sorprendida por el parecido físico entre el hermano menor de Thompson y James: “Misma edad, mismo aspecto, mismos ojos azules, mismo pelo rubio. Igualmente bellos. Me hizo pensar que pudo haber algo de rechazo a su hermano y que eso estuviera conectado con lo que hizo”. ¿Un parecido podría ser motivo de semejante crimen? El programa enfureció a Denise: “No puedo sentir empatía por los malvados asesinos de mi adorado hijo, que tenía solo dos años ”.
El documental incluía la voz de Thompson que, con 36 años, aseveró: “Me doy cuenta de que ahora soy una mejor persona, tengo una mejor vida y una mejor educación que si no hubiera cometido el crimen (...) Yo estaba fuera de control porque mi vida en las calles era mejor que mi vida en casa. No había nada para mí en casa (...)”.
Explicación a la que Ralph Bulger contestó: “El mensaje es horroroso. Mata un niño y tendrás el privilegio de una vida mejor. El tuvo en prisión educación de primera clase, consejeros y terapeutas. Mientras nosotros, la familia de James, fuimos tirados a los lobos con todo el dolor a cuestas”.
Denise, que logró ubicar a Thompson en 2004 y no se animó a confrontarlo, asegura que al ver al asesino de su hijo el odio la paralizó: “Mucha gente decente merece la oportunidad de enmendarse. (...) Ellos no son gente decente, porque no viven con los mismos parámetros morales que tenemos nosotros” pero, aclaró: “Yo no los quiero muertos, No soy una persona mala. Solo quiero que completen una sentencia apropiada en una prisión de adultos (...) No pronuncio sus nombres y trato de no pensar en ellos en ningún momento del día (...) Pero no los perdono. Perdonarlos sería traicionar a James. Nunca los perdonaré. Ni en mi lecho de muerte”.
Aquel detective de Merseyside, Phil Roberts, que entonces entrevistó a los asesinos, dice hoy: “No olvidaré nunca cuando los interrogué por primera vez. Sentí que estaba viendo al demonio en sus caras. Me di cuenta de que Thompson estaba a cargo, pero lo habían hecho entre los dos. Si no los hubiésemos encontrado, me temo que hubieran matado de nuevo. Eran pura maldad. No he cambiado mi parecer”.
Voracidad mediática
El caso Bulger sigue dando que hablar. En 2019 llegó a los Oscars. El documental irlandés, de 30 minutos, Detainment, estuvo nominado en la categoría Mejor corto de acción en vivo. Estaba basado en los interrogatorios reales a los acusados y fue dirigido por Vincent Lambe. Denise se disgustó por no haber sido consultada antes de que se filmara, y la organización Change.org inició una campaña para que el corto fuera quitado de los premios Oscar. Pero el director se opuso a retirarla porque dijo que Detainment se interesaba por “entender por qué pasó lo que pasó”.
Denise reconoció no haber visto el corto, pero dice que sabe que “glorifica” el asesinato de su hijo y que “no merece ningún premio. Solo están explotando el horror ajeno”. Detainment, finalmente, no ganó nada. Pero otras películas sobre el caso sí lo hicieron. En 2016, la polaca Plac Zabaw (Patio de recreo) fue galardonada.
Por su parte, el canal australiano Seven Network usó el video real del secuestro para promocionar su serie City Homicide. Una audacia por la que debió pedir disculpas públicas a la familia. También hubo una canción sobre James escrita por la cantante escocesa Amy Macdonald, en 2010; la película Boy A que se estrenó en 2007 y el filme Niños asesinos de 2018, dirigida por Ricardo Tavera.
Denise creó en 2008 una organización caritativa a la que llamó James Bulger Memorial Trust. Allí, entre otras tantas cosas, ofrecen vacaciones gratis a familias necesitadas y que han sufrido violencia. La gran preocupación de la madre de James es su convicción de que el sistema legal termina protegiendo más a los criminales que a las víctimas.
En marzo de 2019, Ralph Bulger perdió otra batalla: quería que se levantara la orden de anonimato para la identidad de Jon Venables. Se lo negaron. Se pregunta enojado cuántas veces más deberá ese hombre poner en riesgo a la población infantil para que pueda ser identificado.
Ralph Bulger, hoy con 53 años, recuerda que desde octubre de este año Venables tiene la posibilidad de pedir otra vez la libertad bajo palabra: “Estoy aterrado. Es un depredador, un abusador infantil. Va a golpear de nuevo y va a lastimar a otro chico como a mi James (...) Quiero alertar a las familias de que puede quedar libre con una nueva identidad (...) Yo avisé la última vez, pero el team de libertad bajo palabra ignoró mi advertencia. Sostenían que Venables estaba reformado. No lo estaba y siguió cometiendo crímenes contra los niños. No creo que se vaya a detener hasta matar de nuevo. (...) hay toda una generación de padres jóvenes que no saben nada acerca de Jon Venables (...) Necesitan ser alertados de que este monstruo podrá estar viviendo en la puerta de al lado muy pronto (...) La única solución para que no lastime a ningún niño más es mantenerlo en prisión”. Denise está de acuerdo, dice que siente que Venables, que hoy ya tiene 36 años, se ríe de ellos "a través del sistema judicial”.
Anthony John Wixted, de 51, subió una foto y los datos de la nueva identidad de Venables en Twitter. Alertaba sobre su posible e inminente liberación. Pero infringió la ley que prohíbe a todos mostrar la cara de estos asesinos. Fue sentenciado, el pasado mes de agosto, a 9 meses de prisión y retirado esposado de la sala. Paradojas de la ley que vive liberando al peligroso. Una paradoja que, solo en 2019, llevó a otras tres personas a ser condenadas en suspenso por romper la interdicción que pesa sobre las imágenes de los asesinos. La actriz Tina Malone fue una de ellas por compartir en su Facebook la imagen y un nuevo nombre de Venables. Increíble, pero cierto la jugada que creyó solidaria le costó un juicio,10 mil libras, 8 meses de prisión en suspenso y tener que alegar que, al subir esa información, ella “estaba mal psicológicamente”.
Hay rumores concretos que indican que Venables está por obtener otra nueva identidad y dinero para mudarse a Canadá. Otras opciones que el convicto contemplaría para irse del país serían Nueva Zelanda o Australia. El estado asegura que eso sería más económico que otorgarle cada tanto una “nueva vida”.
Denise y Ralph Bulger se volvieron a casar y tuvieron más hijos, pero jamás recuperaron la sensación de seguridad. Viven con permanente temor. Ellos quisieran tener el derecho de saber bajo qué nombres se ocultan, qué caras tienen hoy y dónde viven los asesinos de James. Consideran, además, que ese es un derecho de todos, que la sociedad debe tener la posibilidad de cuidarse cuando tiene un depredador cerca. Pero veintiséis años después del horror (James tendría hoy 28) siguen sintiéndose desamparados frente al sistema.
El 12 de febrero de 1993, Venables y Thompson no sólo asesinaron a James Bulger. Ese día, gran parte de la sociedad inglesa enterró también el tradicional concepto de inocencia.
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