La imagen es emblemática. Una marea de gente se abre paso entre los agujeros y pedazos demolidos de un muro de concreto de casi cuatro metros de alto que, hasta hacía dos días, era la cortina de hierro que separaba a la ciudad de Berlín en dos mitades. Sobre esa pared, se ve a un único hombre parado, con sus pies bien juntos en la cornisa y sus brazos en alto sobre su cabeza con los dedos en "V", en signo de paz y de victoria. Su nombre es Erik Roßbander.
Sin saberlo en ese momento, como suele ocurrir cuando la realidad desborda y pide tiempo y distancia para saber de magnitud, el gesto de ese joven alemán de 29 años había sido tan conmovedor que no tardó en recorrer el mundo en portadas de diario, revistas, libros, películas, discos y postales. Entre las miles de fotografías que se tomaron por esos días, la suya se volvió un ícono de la reunificación de Alemania, del fin de la Guerra Fría, de la celebración de todo un pueblo por la libertad.
En la noche del jueves 9 de noviembre de 1989, Erik Roßbander tenía una función teatral. Vivía los primeros años de su carrera como actor e interpretaba por entonces a Giovanni, el protagonista de la reconocida obra del siglo XVII Lástima que sea una puta, del dramaturgo británico John Ford, en el teatro municipal de Magdeburgo.
La ciudad, ubicada a orillas del río Elba en el estado de Sajonia-Anhalt era, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, territorio perteneciente a la Unión Soviética. Erik, nacido en Dresde en 1960, vivía allí junto a su mujer y su hijo Ilja de apenas un año.
Como cada noche de función, Erik se preparó, subió al escenario y se metió en el papel. Pero sus compañeros, que tenían menos participación que él en la obra y por ende más tiempo libre detrás de escena, estaban atentos a la conmoción que se vivía a 150 kilómetros del teatro, en Berlín.
En el aire flotaba la sensación de que pronto habría noticias sobre el Muro. Desde septiembre de 1989 se habían desarrollado varias manifestaciones pacíficas masivas en reclamo por mayor libertad de movimiento y elecciones democráticas primero en la ciudad de Leipzig y luego en otras ciudades de la República Democrática de Alemania (DDR, por sus siglas en alemán) y luego también en la República Federal (BDR) y los líderes del Partido Socialista Unificado (SED) estaban cada vez más acorralados.
Ese jueves, el vocero del SED, Günter Schabowski, era el encargado de anunciar en una conferencia de prensa transmitida en directo que el partido había decidido permitir el cruce formal de los ciudadanos a Alemania Occidental mediante una modificación de las regulaciones que se haría efectiva a partir del día siguiente, para que todos los guardias de la frontera fueran correctamente informados. Sin embargo, Schabowski se equivocó y cuando fue consultado por la entrada en vigor de la medida su respuesta fue: “De inmediato”.
Las radios y canales de televisión avisaban con euforia que el Muro se había abierto y miles de berlineses del Este se dirigieron en masa para pasar del otro lado. Los soldados en la frontera, que desconocían los pormenores del anuncio, no se atrevieron a usar la fuerza para frenar la avalancha y ya no había vuelta atrás. Al final de la obra y los aplausos del público, Erik Roßbander supo que todo esto había ocurrido mientras él estaba actuando. “Cuando me subí al escenario, el Muro seguía ahí y cuando me bajé, ya había caído”, resume en comunicación con Infobae desde Bremen, donde vive actualmente.
Se dirigió a su casa, prendió la televisión, las imágenes lo emocionaron y se permitió soltar algunas lágrimas de alegría y alivio. “No podía creer que esta huella que había marcado nuestra vida se estuviera derrumbando”, cuenta. “El Muro había empezado a construirse cuando yo tenía un año y, 28 años después, cuando ya estaba casado y tenía un hijo de esa edad, cayó”.
“El viernes 10 manejamos hasta Berlín Occidental a lo de un amigo y nos enteramos que el sábado 12 iba a abrirse el paso en la famosa Potsdamer Platz, posiblemente uno de los lugares más populares del mundo. Era todo un acontecimiento y lo queríamos experimentar”, recuerda.
“Estábamos ahí y había tanta gente que no se podía ver nada”, dice Erik. Es que todo el mundo quería presenciar ese momento y entre la gente se vivía una fiesta que ni siquiera el frío de ese otoño europeo ya consolidado podía opacar. Había música, cerveza gratis y un clima de festejo generalizado e inaplazable.
Con un rápido vistazo a su alrededor, Erik notó que las vallas que la policía había dispuesto para contener a la multitud ahora yacían apiladas a un costado y se le ocurrió que tal vez podía convertir ese obstáculo en una herramienta. Tomó una, la apoyó contra el Muro y la usó como escalera para treparlo. Muchos lo imitaron y en cuestión de minutos el Muro se colmó de personas que subían para sentarse sobre él.
Entre la muchedumbre estaba el fotógrafo francés Lionel Cironneau. Tenía 31 años y estaba contratado por la agencia Associated Press en París desde 1979. La noche del 10 de noviembre lo enviaron de urgencia a Berlín para cubrir los sucesos y, al día siguiente, frente a la Puerta de Brandenburgo, Cironneau tomó una foto emblemática del momento en que se desmontó una parte del Muro. Quiso ponerse en contacto con otros fotógrafos de la agencia y supo en ese momento que él era el único enviado y que debía cubrir el evento con el mayor profesionalismo posible en esas circunstancias.
Sin teléfonos celulares en ese momento y sin posibilidad de comunicarse con nadie, había tenido que enviar sus fotografías -hoy ya históricas- dentro de un sobre por intermedio de un desconocido en un taxi. Desde una cabina teléfonica pudo comprobar que las habían recibido pero no sabía si habían salido bien y si estaba cumpliendo correctamente con su trabajo. Lo único que le quedaba por hacer era seguir sacando fotos.
El domingo 12 estaba dispuesto a hacerlo desde la Potsdamer Platz cuando, de repente, vio a Erik parado en el borde del Muro, con sus brazos en alto en un gesto espontáneo de frenesí y regocijo. Él y muchos otros reporteros como también varias personas que estaban solamente festejando en ese lugar, vieron la escena, pensaron exactamente lo mismo y dispararon al unísono sus cámaras. “Para mí fue el resumen perfecto de esa situación”, dice Lionel, hoy de 61 años, desde Niza, donde vive desde 1997.
“Tuve la oportunidad de cubrir eventos de todo tipo para AP: deportes, cumbres, guerras, eventos de moda. Esta es sin duda una de mis fotos favoritas”, asegura. “Se ha utilizado en todo el mundo. En particular recuerdo que fue un símbolo fotográfico en el periódico deportivo L’Equipe en Francia. Le había dedicado durante una semana varias páginas a la caída del Muro de Berlín y mi imagen era el diseño del logotipo en cada página en blanco y negro”.
“Realmente no puedo describir lo que sentí mientras estaba parado en el Muro. Es una situación que sólo puede experimentarse una vez en la vida y no hay palabras para poder explicarlo. El gesto simplemente sucedió en mi felicidad, no fue consciente ni planeado”, intenta describir Erik. “Tuve la sensación de que mi vida de alguna manera había cambiado por completo, que podía comenzar de nuevo, que todo podía reescribirse, repensarse y experimentarse. Sentía que no había gravedad, que podía ver el mundo desde arriba y tuve la sensación de que podía volar”.
“Hice lo que me surgió”—continúa Roßbander— “y me quedé como media hora ahí parado. Pero cuando bajé no pensé ‘por Dios, acabo de hacer algo increíble’. No tenía la suficiente perspectiva como para darme cuenta de que había vivido un momento tan importante para la historia del mundo, de Alemania, de Berlín, de las miles de familias que habían sido separadas. Fue una sensación de alivio y regocijo inexplicable que nos duró todo el día”.
En otoño de 1988, Erik y su esposa, que trabajaba como diseñadora de vestuario y escenografía en el teatro de Magdeburgo, habían presentado su solicitud de salida de la RDA. Y, después de la caída del Muro, decidieron apegarse su plan de mudarse a la parte occidental de Alemania. Conocían el Este “de memoria” y querían conocer esa sociedad y forma de vida completamente diferente del Oeste.
Erik cuenta que, sin embargo, lo único que no quería era trabajar en un teatro de la ciudad con una estructura jerárquica. Permanecieron en Magdeburgo durante seis meses, hasta el 31 de julio de 1990 cuando expiró su contrato, y al día siguiente empezó a trabajar en la Shakespeare Company de Bremen, al igual que su mujer, que hoy es directora de instalaciones y equipos allí. Es un teatro privado, dedicado a investigar las obras de Shakespeare, donde la junta directiva está únicamente integrada por los actores, que lo autogestionan, y tiene ganada una excelente reputación en todo Alemania.
“Para mí y mi esposa la caída del muro fue el gran golpe de suerte en nuestras vidas. Estamos tan contentos y agradecidos de que pudimos reiniciar una vez más nuestra vida privada y profesional y encontrar un nuevo hogar adorable en Bremen”, concluye Erik. “Soy un agradecido de haber podido vivir la caída del Muro y de haber podido experimentar la vida en ambos sistemas”.
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