Luis Manuel Ferris Llopis buscó triunfar desde muy joven. Durante algunos años parecía, pese a su obstinación, que no lo iba a lograr. Sin embargo, una vez que una de sus canciones se convirtió en un éxito, la sucesión de hits fue imparable. Y en ese momento también pareció que acontecería algo que luego no sucedió: que dominaría el mundo de la canción durante décadas.
Pero rara vez las cosas salen como se las planea. El 16 de abril de 1973, un accidente automovilístico en el momento de su apogeo terminó con su vida.
A pesar de ser extremadamente famoso en España y Latinoamérica casi nadie sabía que se llamaba Luis Manuel. Todos lo conocían por su nombre artístico: Nino Bravo. Ese cambio fue sugerido por su representante Miguel Siurán; Nino estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario por destacarse. Cambiarse el nombre era lo de menos.
Su carrera había comenzado de muy joven. Probó suerte con el trío Los Hispánicos y como cantante principal del grupo Los Superson. Varias discográficas importantes lo rechazaron hasta que al cumplir 25 años, en 1969, firmó contrato con Polydor (la discográfica hizo uno de los negocios más redituables de su vida; desde hace 50 años se venden las grabaciones que registró entre 1969 y 1973).
El primer lanzamiento pareció que era más como un precalentamiento, una manera de foguear al cantante y de ir haciéndolo conocido lentamente en el mercado. Lo hicieron grabar una canción que hacía unos meses venía circulando pero que no había tenido demasiado éxito. Escrita para la película argentina Kuma Ching (dirigida por Daniel Tinayre con la actuación de Luis Sandrini y Narciso Ibáñez Menta) para que la cantase su actriz principal Lola Flores, la canción Te quiero, te quiero de Augusto Algueró había pasado sin pena ni gloria. En poco tiempo también había sido versionado por Carmen Sevilla y Raphael pero seguía sin explotar. La versión de Nino Bravo, de manera inesperada, se convirtió en un gran suceso.
Y el cantante comenzó una carrera en la que encadenó éxito tras éxito. Fueron casi cuatro años en los que los compositores le alcanzaban sus temas con la ilusión de que él los cantara. Eso podía salvarlos económicamente para siempre. Un Beso y una Flor, Cartas Amarillas, Noelia, América, América, Esa será mi casa, entre otros, fueron sus impactos más importantes.
Una de las más afamadas y de las que luego tuvo mayor cantidad de versiones fue Libre, grabada unos pocos meses antes de su muerte y escrita por José Luis Armenteros y Pablo Herrero. Los dos músicos habían liderado el grupo Los Relámpagos unos años antes y luego se habían abocado a trabajar en la industria discográfica como descubridores de talentos y firmando canciones populares que interpretaban una gran cantidad de artistas. Para Nino Bravo la dupla también firmó Un beso y una flor y América, América.
“Tiene casi 20 años/ y ya está cansado de soñar,/ pero tras la frontera está su hogar/ su mundo y su ciudad./ Piensa que la alambrada sólo es/ un trozo de metal/ algo que nunca puede detener/ sus ansias de volar”.
Para escribir Libre, Armenteros y Herrero se inspiraron en una historia real que había tenido lugar 10 años antes. Una trágica historia que los había impactado cuando la leyeron en los diarios. O acaso la prensa la había refrescado al cumplirse el décimo aniversario y de ahí tomaron el hecho.
Ya había transcurrido un año desde la construcción del Muro de Berlín. Dos jóvenes alemanes que se encontraban en el lado Este querían sortear el obstáculo e irse a radicar a Alemania Federal. La misión era complicada. Peter Fechter y Helmut Kulbeik pasaron varias semanas observando con detenimiento cada movimiento de la guardia, las rutinas, las diferentes características de la construcción. Hasta que se les ocurrió un plan. Algo precario, pero ellos consideraban que si aprovechaban la velocidad y la agilidad de sus 18 años podía tener éxito. El 17 de agosto de 1962 se decidieron a llevarlo a cabo.
“Libre,/ como el sol cuando amanece/ yo soy libre, como el mar./ Libre,/ como el ave que escapó/ de su prisión/ y puede al fin volar./ Libre,/ como el viento que recoge/ mi lamento y mi pesar/ camino sin cesar/ detrás de la verdad/ y sabré lo que es al fin/ la libertad”.
Peter y Helmut eligieron cuidadosamente el lugar desde donde intentarían la fuga. El Muro se iba reformulando todo el tiempo, semana a semana adquiría nuevas medidas de seguridad para no ser traspasado. A lo largo de su recorrida su ancho variaba, había barreras, torres de vigilancia, sistemas de disparo automático, distinto número de tropas. Todos esos factores entraron en su análisis.
Los dos adolescentes se escondieron en una panadería pegada al Muro. En ese lugar exacto la seguridad parecía vulnerable. Conocían de memoria el movimiento de los guardias. Había un breve momento en que se producía un punto ciego en el lugar que ellos se encontraban. Debían aprovecharlo. Saltar, caer en lo que se denominaba Pasillo de la Muerte, (también conocido como Zona de Seguridad o Zona de nadie), un pasaje que estaba entre los dos muros, correr rápido una decena de metros hasta alcanzar el alambrado. Luego sortear el alambre de púa y trepar la cerca para caer del lado occidental.
Del otro lado no solo los esperaba la libertad. A Peter lo aguardaban su hermana, su cuñado y sus sobrinos que vivían en la otra punta de la ciudad, y a quienes veía con frecuencia hasta que se construyó el Muro. Peter, obrero de la construcción, había obtenido un permiso de salida pero a último momento le habían denegado esa posibilidad. Su juventud, las ansias de respirar un aire nuevo, la sensación de que a pesar de tener solo 18 años su tiempo se acababa, lo empujaron a encarar la aventura.
“Con su amor por bandera/ se marchó/ cantando una canción./ Marchaba tan feliz que/ no escuchó/ la voz que le llamó./ Y tendido en suelo se quedó/ sonriendo y sin hablar/ sobre su pecho flores carmesí/ brotaban sin cesar”.
Peter Flechter y su amigo lograron saltar sin ser vistos pero mientras escalaban el cerco, el último obstáculo, que los separaba del lado Occidental, fueron divisados por los guardias del lado Oriental.
Primero fue un grito. Seco, terminante, intimidatorio. Los chicos no giraron la cabeza y apuraron sus movimientos. Enseguida llegó la ráfaga de disparos.
Helmut consiguió llegar a lo alto del muro y dejarse caer del otro lado. Estaba ileso. Y en libertad. Peter fue alcanzado por una bala que ingresó a la altura de la cadera. Cayó de espaldas contra la tierra. Quedó tirado en la Zona de Nadie. A su alrededor se fue formando un charco de sangre oscura.
Además de los soldados de ambos lados de la división, muchas otras personas habían presenciado el hecho. Los testigos pidieron que atiendan al chico que estaba tirado. Estaba con vida pero perdía mucha sangre. La gente se fue acumulando y comenzó un griterío clamando por clemencia. Pero nadie fue a asistir a Peter.
Los soldados del lado occidental le tiraron un botiquín para que intentara unas curaciones preliminares. Fue una idea ridícula. El chico estaba demasiado débil y semiinconsciente. Los soldados de ambos lados no se animaban a acudir en su ayuda. Unos días antes había habido un incidente con heridos graves y nadie se quería arriesgar.
Durante 50 minutos Peter Flechter agonizó ante la vista de cientos de personas que solo miraron. Cuando dos soldados del lado oriental lo recogieron ya nada se podía hacer. Peter, a los 18 años, había muerto de un balazo, procurando su libertad, tratando de cruzar el muro absurdo.
Treinta y cinco años después del disparo fatal, en 1997, con Alemania ya reunificada, los guardias que dispararon contra Peter fueron juzgados por homicidio. Los dos (había un tercero pero falleció antes del juicio) fueron condenados a 21 meses de prisión, una pena que no era de cumplimiento efectivo. Los jueces dijeron que era imposible determinar cuál de los tres guardias hizo el disparo que ocasionó su muerte.
Se suele repetir que Peter Flechter fue el primero de las más de 280 personas (el número exacto no se conoce) que perdió la vida tratando de cruzar el Muro de Berlín. Pero la primera en morir fue Ida Siekmann, en agosto de 1961. La mujer, desesperada, se tiró desde la ventana de su departamento tratando de superar la pared y llegar al otro lado. Las severas heridas ocasionadas por la caída provocaron su muerte.
Hasta el final hubo quienes no perdieron la esperanza de fugarse. Winfried Freudenberg fue la última víctima que se cobró el Muro. Fue en 1989, poco antes de que desapareciera. Trató de cruzar en un globo casero (se conocían intentos exitosos de familia enteras) pero el artefacto se desplomó desde una altura considerable.
El caso de Peter por su edad, por la crueldad de la situación y por la cantidad de testigos y las protestas que estos levantaron, tuvo mucha difusión. La revista Time publicó un artículo sobre su muerte. Allí se llamó por primera vez al Muro de Berlín como El Muro de la Vergüenza.
La grabación de Nino Bravo de Libre fue un éxito inmediato. Integró el álbum Mi Tierra y apareció en octubre de 1972.
Seis meses después Nino Bravo estaba muerto.
Pero su canción conoció cientos de versiones. En Latinoamérica, en medio de las dictaduras, tomó una nueva vida. De balada a canción de protesta. En Chile se la utilizó durante un tiempo como código de resistencia. Sin embargo en el país trasandino hubo un episodio que generó polémica. En el Festival de Viña del Mar de 1974, Edmundo Bigote Arrocet, un cómico nacido en Argentina pero de nacionalidad chileno, finalizó su actuación cantando el tema de rodillas. El palco principal lo ocupaban Augusto Pinochet y su esposa.
Las interpretaciones de esa actuación variaron radicalmente según quién las hiciera. Algunos, retrospectivamente, quisieron tomarlo como un gesto de resistencia, de enrostrarle, de rodillas, al dictador el pedido de libertad. Otros, tal vez más acertados teniendo en cuenta la trayectoria posterior de Bigote Arrocet, consideraron que se trataba de un homenaje a Pinochet, que era un gesto de gratitud por “liberar a Chile de sus males”. El cómico años después trató de desentenderse y dijo que él solo intentó recordar al cantante fallecido a quien admiraba mucho.
Libre interpretada por Nino Bravo o por alguno de las decenas de cantantes populares que se la apropiaron con el paso del tiempo se convirtió en un clásico. En un himno que le canta a las posibilidades, a la libertad y que se independizó del hecho que la inspiró. A pesar de su letra que explicita el triste final, el público privilegió el costado optimista, la apuesta a la esperanza.
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