El horrendo caso de la madre que ahogó a sus dos pequeños hijos en un lago para recuperar a su novio

Pasaron 25 años desde que Susan Smith lanzó el auto donde estaban sus hijos al fondo de un lago en Carolina del Sur, Estados Unidos. La madre había denunciado que los habían secuestrado. Llorando frente a las cámaras, mantuvo al país en vilo durante 9 días. Luego, confesó ser la autora del crimen más terrible. Dentro del vehículo se encontró una carta clave para tanto horror

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Susan Smith, durante el juicio
Susan Smith, durante el juicio en su contra (Reuters)

El 25 de octubre de 1994 a las ocho de la noche, Susan Smith de 23 años, decidió poner punto final a lo que ella vivía como una “esclavizante maternidad”. Para eso, tenía que sacarse de encima el estorbo que le resultaban sus hijos.

Alzó a Michael (3) y a Alexander (1), que estaban descalzos, y los sentó con cuidado en el asiento trasero de su auto, en sus respectivas sillas para niños. Les puso los cinturones de seguridad y encendió el coche. Manejó un buen rato concentrada en la carta de su amante Tom y en todo lo que él le decía en esas dolorosas páginas donde terminaba su relación con ella. Una mezcla de furia y angustia le martillaba la cabeza: sólo podía recordar esa frase donde él explicaba que no quería hijos propios ni ajenos.

Condujo por un camino de campo que terminaba en el lago John D. Long. Llegó hasta la rampa de botes y estacionó mirando el agua. El Mazda bordó tenía las luces encendidas. Se bajó del auto y, una vez fuera, quitó el freno de mano y puso la palanca automática en Drive. No hubo un beso de despedida, ni gritos, ni llantos, ni arrepentimiento de último momento. Los chicos dormían cuando el auto se deslizó y empezó a hundirse lentamente en el agua helada y negra de la noche. Susan se tapó los oídos con las manos, no quería sentir los ruidos del auto sumergiéndose. Esperó unos ocho minutos, hasta que ya no vio nada sobre la superficie oscura. Listo. Era libre.

Un tsunami de conflictos

Susan Leigh Vaughan Smith nació el 26 de septiembre de 1971 en Union, Carolina del Sur, Estados Unidos. Sus padres, Linda Harrison y Harry Vaughan, habían tenido tres hijos. Ella era la menor y la única mujer.

Su hogar infantil fue turbulento. Cuando tenía 7 años sus padres se divorciaron. Cinco semanas después de ocurrida la separación, Harry Vaughan se suicidó con solo 37 años. El desamparo vivido por Susan hizo que se convirtiera en una chica triste y distante.

Unos pocos meses después Linda, su madre, se volvió a casar con Beverly Russell, un hombre de negocios muy exitoso. Linda, que sabía lo qué era pasar necesidades económicas, no esperó para disfrutar de su ascenso social. Rápidamente dejó su modesto y pequeño hogar y se mudó con sus hijos al caserón de Russell, ubicado en uno de los barrios más exclusivos de Union.

Michael Daniel Smith y su
Michael Daniel Smith y su hermano Alexander Tyler Smith. Las víctimas (Reuters)

A los 13 años Susan intentó imitar la conducta suicida de su padre ingiriendo unas pocas pastillas. Luego de este episodio, que pasó casi inadvertido, el torbellino existencial pareció amainar. Vinieron unos años que aparentaban ser más tranquilos. Era buena alumna y tenía cierto liderazgo.

Al cumplir los 16 comenzó a cargar con un secreto horrible: su padrastro abusaba de ella. El tradicional festejo de los Sweet 16 norteamericano terminó siendo un trago amargo. Susan tomó coraje, se animó a denunciarlo y fueron con su madre al Departamento de Servicios Sociales. Russell fue excluido del hogar por un breve período, mientras ella era entrevistada por psicólogos.

Curiosamente, el abusador volvió a casa. Con el condimento de que Susan, ahora, era además castigada por haber hecho público el abuso sexual. Linda estaba enojada con semejante exposición. El dinero y la seguridad pesaban mucho más para la madre que los abusos sexuales que padecía su hija con su marido.

Obviamente los abusos continuaron.

En el último año de la secundaria Susan volvió a pedir ayuda a un consejero escolar. Los Servicios Sociales la contactaron, pero esta vez ella no se animó a presentar cargos. La presión familiar pudo más. Toda la basura intramuros se barrió bajo la alfombra gracias a costosos abogados y profesionales de la salud mental. Salvaguardar la reputación de la familia y evitar la humillación eran las consignas.

En el verano de 1988, Susan consiguió un trabajo en la cadena de almacenes Winn-Dixie. Ascendió rápidamente de cajera a encargada. Era apasionada, veloz y ambiciosa. En las relaciones de pareja era igual, se sentía sin rumbo. Con 17 años tenía sexo con dos hombres al mismo tiempo: un señor casado que trabajaba con ella y un compañero joven también del trabajo.

Ese mismo año se embarazó y decidió hacerse un aborto. Pero ocurrió que el hombre casado decidió terminar con la relación. Susan, entonces, intentó suicidarse con una combinación de medicamentos. El asunto terminó sin mayores consecuencias que un lavaje de estómago en un sanatorio. La verdadera procesión de Susan iba por dentro.

Susan Smith fue condenada en
Susan Smith fue condenada en 1995 a cadena perpetua con la posibilidad de libertad condicional al cumplirse los 30 años de cárcel (Reuters)

Matrimonio con idas y vueltas

Luego de graduarse del secundario, en 1989, la relación con un ex compañero, David Smith, se fue consolidando. Decidieron casarse cuando Susan descubrió que estaba embarazada. Esta vez tendría a su bebé. Se casaron el 15 de marzo de 1991 y se fueron a vivir a la casa de la bisabuela del novio.

Un hermano de David había muerto once días antes del casamiento por una grave enfermedad, así que sus padres estaban todavía en estado de shock. En mayo de 1991 el deprimido padre de David intentó quitarse la vida. Esto fue demasiado para la madre que decidió mudarse sola a otra ciudad.

David y Susan no la tenían fácil. Los dramas tocaban a su puerta día tras día. Y lo cierto era que la relación entre ellos tampoco era buena. A Susan le gustaba ir de shopping y salir. Para tener dinero recurría a su madre, Linda, que la financiaba. David reprobaba esta conducta. Sentía que su suegra se metía demasiado en sus vidas y que era muy controladora.

La situación se agudizó cuando nació el primer hijo, Michael Daniel, el 10 de octubre de 1991. La abuela materna pretendía influir en la crianza. La relación entre David y Susan se volvió insoportable. En marzo de 1992, justo al año del casamiento, se separaron. Estuvieron siete meses yendo y viniendo. En ese período Susan se reencontró con un ex novio y mantuvo una fugaz relación. Esto le cayó pésimo a David. Pero cuando ella le anunció en noviembre de 1992 que estaba embarazada de él por segunda vez, volvieron a estar juntos sin reproches. Pidieron, nuevamente, plata prestada a la madre de Susan para tener su propia casa. Pensaron que un techo seguro arreglaría las cosas. Pero no. Ella estaba cada vez peor y más lejana. El 5 de agosto de 1993 nació Alexander Tyler Smith. Tres semanas después del nacimiento, David volvió a irse.

A pesar de los vaivenes matrimoniales ambos se mostraban ante la gente como padres atentos y cuidadosos que disfrutaban de sus hijos.

David y Susan Smith, en una entrevista concendida en televisión, cuando denunciaron el secuestro de sus hijos. Todavía no se conocía la verdad

La “carcelera maternidad”

Susan no quería seguir trabajando en el mismo lugar que David. Así fue que se buscó otro empleo en el área contable de la empresa líder en la zona, Conso Productos. Enseguida escaló puestos. Terminó como secretaria ejecutiva del presidente y CEO J. Carey Findlay.

Por fin sentía que se le daba algo bueno de verdad. Tenía una posición prestigiosa que la relacionaba con gente poderosa. No dejaría pasar semejante oportunidad. Puso la mira en el hijo soltero del jefe: Tom Findlay, de 27 años y artista gráfico.

En enero de 1994 empezaron a salir ocasionalmente. En marzo Susan, que no podía terminar de romper con David, en uno de esos reencuentros le pidió el divorcio. Soñaba con vivir con Tom.

En septiembre creyó tener ya encaminada su relación con Tom Findlay. Imaginaba un futuro con él, el chico perfecto y con muchos recursos. Pero eso solo ocurría en su cabeza. En realidad, Tom decepcionado por las conductas fuera de lugar de Susan, estaba pensando en cómo terminar la relación.

El lunes 17 de octubre Tom le escribió una larga, consejera y explicativa carta diciéndole adiós. En ella le dice sin medias tintas que se acabó. Es contemplativo y cariñoso por momentos, pero absolutamente frontal. Tom le agradece en su escrito su devoción y amistad: “Sos inteligente, bella, sensible y tenés un montón de otras maravillosas cualidades (...) Sin dudas vas a hacer feliz a un hombre siendo su mujer. Pero lamentablemente, ese hombre, no seré yo”.

La carta continúa amable y le explica que pertenecían a distintos mundos: “A pesar de que vos pensás que tenemos mucho en común, somos muy diferentes. Fuimos criados en dos ambientes absolutamente distintos y, en consecuencia, pensamos diferente. Esto no quiere decir que yo fui criado de una mejor manera que vos o viceversa, solo demuestra que venimos de pasados distintos”.

Le cuenta también por qué rompió con cada novia en su vida anterior y le deja claro por qué no podrá seguir con ella: Hay cosas en tu vida que no son para mí. Y sí, estoy hablando de tus hijos. Estoy seguro de que son muy buenos chicos, pero no importa cuán buenos sean… el hecho es que yo no deseo tener hijos. Estos sentimientos podrían cambiar algún día, pero lo dudo. Con todas las cosas locas que pasan en el mundo hoy, no tengo deseos de traer otra vida a él. Y tampoco quiero ser responsable de los hijos de otros. Pero estoy muy contento de que haya gente como vos que no es tan egoísta como yo (...)”.

Eso no sería todo, más adelante en la misiva Tom le reprocha su conducta atrevida, durante una fiesta en su casa, cuando se besó en un jacuzzi con el marido de una amiga: “Verte besándote con otro hombre me puso las cosas en perspectiva (...) tienes que tomar tus propias decisiones en la vida, pero recuerda… también tienes que vivir con las consecuencias (...) Si algún día quieres casarte con un buen tipo como yo, tendrás que actuar como una buena chica. Y vos sabés que las chicas buenas no duermen con señores casados”. End.

El auto de Smith, con
El auto de Smith, con el que terminó la vida de sus hijos

Tom no se guardó nada de lo que pensaba: Susan no era en absoluto la chica para él.

Justamente de eso se trataba, de vivir con las consecuencias de los propios actos. Pero Susan no reflexionó nada. En su remolino mental quería modelar la realidad a su gusto. Las palabras del candidato perfecto la desestabilizaron por completo.

El inesperado fin del soñado romance resultaría fatal para la vida de todos.

Susan sentía, por esos días más que nunca, el peso de sus hijos. Eran el estorbo que impedía su felicidad. No podía mirarlos sin sentir rabia por su falta de libertad. Su narcisismo herido se convirtió en un monstruo ingobernable.

En este punto de la historia, aunque soñaba con Tom, ella estaba teniendo relaciones no sólo con su novio sino también con David -su todavía marido legal-, con su jefe J. Carey Findlay -el padre de Tom- y había regresado a esa relación de abuso con su padrastro. Entonces, en la desesperación, se le ocurrió una idea. Para despertar la compasión de Tom, luego de semejante carta, fue a su oficina a confesarle la relación abusiva de su padrastro para con ella.

Tom no se conmovió, ya sentía que Susan estaba saliéndose de todos los carriles de la normalidad. Ella, fuera de control, volvió a la oficina para decirle algo más, que también su padre tenía relaciones con ella. Tom, asqueado, fue indoblegable: le dijo que él jamás volvería a tener algo con ella.

La obsesión de Susan fue in crescendo durante todo ese fin de semana.

El martes 25 de octubre de 1994 se pasó el día pensando cómo podría reconquistarlo. No se resignaba a la ruptura. Buscaba una solución, aunque ella ya había dinamitado los cimientos.

Pidió salir antes del trabajo. Buscó a sus hijos en la guardería y paró a hablar, en un parking, con un amigo de ambos. Estaba preocupada que la confesión de sus relaciones con el padre no tuviera vuelta atrás. Le pidió a su amigo que se quedara en el auto, con sus hijos, unos minutos: ella cruzaría a la oficina donde trabajaba Tom a decirle que lo de su padre había sido una mentira. Tom no quiso escucharla, le dijo que se fuera.

Esa noche, en su casa, cerca de las 20, su cabeza eclosionó. Agarró a sus hijos y los sentó en el auto. Y vagó sin rumbo hasta la rampa donde estacionó y mandó el coche al fondo del lago. La carta de Tom se hundió con ellos.

David Smith (R) y su
David Smith (R) y su padre, Charles David Smith (Reuters)

La coartada

Susan creía tener una buena coartada para salir impune. Pero resultaría casi infantil.

Una vez que el auto estuvo completamente desaparecido de la faz del lago, corrió hasta una vivienda cercana y golpeó histéricamente la puerta. Le dijo a los dueños de casa, los McCloud, lo que repetiría luego a la policía: que mientras iba con sus hijos en el Mazda bordó modelo 1990, un hombre afroamericano con un arma se había lanzado sobre ellos cuando paró en la luz roja de Monarch Mills. Aseguró que ese hombre la hizo conducir varios kilómetros para luego bajarla del auto e irse manejando con sus hijos dentro que lloraban y la llamaban.

Desgarrador cuento que todos, los primeros días, quisieron creer.

Su voz temblaba en la pantalla de tevé. Se veía una madre muy joven, atribulada, de largo pelo ondeado, sollozando sin pausa. “No puedo describir lo que estoy atravesando”, decía Susan sentada en un sillón al lado de su marido David. “Mi corazón me duele tanto que no puedo dormir, no puedo comer, no puedo hacer nada más que pensar en ellos”. David llevaba camisa celeste y corbata, Susan un vestido rosa: eran una pareja convencional que se mostraba destruida. La empatía del otro lado del televisor fue total.

Durante nueve larguísimos días Susan mantuvo al país en estado de alerta, llorando y dando reportajes. Rogaba que le devolvieran a sus hijos. Las familias pegadas a las pantallas rezaban por el retorno a salvo de las dos criaturas.

Los investigadores eran un poco más escépticos. Pero necesitaban pruebas.Tanto Susan como David fueron sometidos al polígrafo para ver si mentían. David pasó satisfactoriamente. El informe de Susan no fue concluyente. Había inconsistencias.

El público le creía a esa madre quebrada. La policía, en cambio, sospechaba pero tenían la esperanza de que los chicos estuvieran con vida.

Lo cierto es que Susan había cometido un serio traspié en los interrogatorios: cuando describió el lugar del secuestro dijo que no había otros autos, que tuvo que parar en una luz roja en la intersección y que ese fue el el momento en que el hombre afroamericano se abalanzó sobre ellos. Pero eso no podía ser cierto: el semáforo de esa intersección sólo se ponía rojo si venía otro auto en el cruce de calles. Si no había autos, ¿cómo se había puesto en rojo? Tampoco pudieron corroborar otras dos mentiras: que había salido para encontrarse con una amiga (la amiga la desmintió cuando la policía la contactó) y que había parado en un Walmart a las 21 horas a comprar algunas provisiones (los empleados de la tienda jamás la vieron). Esto se sumó al hecho de que su descripción del hombre con pasamontaña era tan general que no podía hacerse un bosquejo convincente. Nada cerraba.

El 3 de noviembre David y Susan dieron una entrevista a CBS This Morning. Luego de esta entrevista, el Sheriff Howard Wells la llamó para un nuevo interrogatorio. Esta vez le dijo de frente que no le creía una palabra lo del secuestro y la puso contra la espada y la pared: le explicó lo del semáforo. Susan reaccionó inesperadamente pidiéndole que rezara con ella. Luego le contó, entre llantos, el crimen de sus hijos. Pretendió suavizar su culpa diciendo que ella había querido suicidarse, pero que a último momento había saltado fuera del auto. Ya nadie la quería escuchar.

Wells mandó inmediatamente a rescatar el coche. Ya habían buscado en la zona del lago John D. Long a 9 metros de la costa, pero el auto apareció a una distancia cuatro veces mayor: 36 metros. Los buzos lo localizaron dado vuelta, apoyado sobre el fondo. Los cuerpitos de los niños estaban todavía de sus asientos. En el auto encontraron también la demoledora carta de ruptura de Tom Findlay.

La autopsia reveló que los niños estaban vivos cuando el agua alcanzó sus cabezas.

El buzo del departamento de Vida Salvaje, de Carolina del Sur, Steve Morrow, fue quien los encontró con su linterna intentando ver a través del agua y el lodo. Dijo buscando no quebrarse: “Pude ver una pequeña mano apoyada contra el vidrio”.

Las vigilias alrededor del país y los cientos de policías analizando pistas sobre hombres negros armados pararon en seco. El país quedó en shock. Nada más perturbador que una madre capaz de matar a sus hijos. La doblemente filicida Susan Smith pasó a ser un personaje abominable.

David quiso preguntarle la última vez que la vió por qué había asesinado a sus hijos. La respuesta de ella lo dejó pasmado: “Tranquilo. Cuando salga de aquí espero regresar contigo y tener más hijos”.

Susan y David se divorciaron en 1995.

Mamá al banquillo

El fiscal Tommy Pope, en su acusación, pintó a Susan como una mujer extremadamente egoísta, una actriz manipuladora que podía llorar en el momento que quisiera. Mostró fotos de los chicos jugando mientras contaba cómo podrían haber sido sus últimos momentos: ”Ellos seguramente estuvieran llorando, estaría oscuro ahí abajo. Tendrían miedo. Sabían que estaban solos… ”.

Un detalle perturbador fue la prueba que hizo la fiscalía con una cámara de video con el auto de Susan. Repitieron la caída en el fondo del lago. Allí se observa que el agua habría alcanzado a los niños con mucha lentitud: entre 6 y 8 minutos. Los jurados lloraron.

Los abogados de Susan, David Bruck y Judy Clarke, llamaron a una experta en salud mental para intentar una defensa. Querían demostrar que Susan sufría problemas al momento de los hechos que le impedían pensar con coherencia. La perito de la defensa le diagnosticó desorden de la personalidad y depresión grave. Y contaron con lujo de detalles su historia de suicidios y abusos.

Al jurado le llevó dos horas y media decidir.

Luego de diez días de juicio, el 28 de julio de 1995, Susan cerró los ojos mientras se leía su sentencia: cadena perpetua con la posibilidad de libertad condicional al cumplirse los 30 años de cárcel.

El jurado había contemplado su pasado para no condenarla a la pena de muerte que pedían los fiscales. David Smith dijo: “Yo no podré olvidar nunca lo que hizo. No olvidaré nunca a Michael y Alex. Mi familia y yo estamos decepcionados que no la hayan condenado a muerte” . Y prometió que dedicaría su vida a impedir que salga antes de cumplir la pena.

Susan fue encarcelada en el correccional Camille Griffin Graham, en Columbia. Pero después de un par de escándalos que involucraron relaciones sexuales con dos agentes penitenciarios, la mudaron al correccional de Leath, en Greenwood, Carolina del Sur, donde vive hasta el día de hoy. Las relaciones emergieron porque ella contrajo una enfermedad de transmisión sexual. También enfrentó otros problemas disciplinarios durante estos 25 años por uso de drogas en la cárcel. Y, al cumplir 40 años, protagonizó su tercer un intento de suicidio: se cortó las muñecas con una hoja de afeitar.

No siempre hay un final feliz

Su historia tuvo tanta repercusión que en la serie de HBO, Oz, el personaje de Shirley Bellinger, está basado en ella. También Julianne Moore interpretó a Susan en la película Freedomland en 2006. No faltaron numerosos documentales sobre mentes asesinas y varios libros. Uno de ellos escrito por su ex, David Smith: Más allá de toda razón: Mi vida con Susan Smith.

David volvió a formar una pareja y fue padre nuevamente. Así llegaron dos hijos más a su vida: Savannah, que ya tiene 18 años, y Nicholas, que cumplió 16. Hoy, sus hijos mayores, ya hubieran cumplido 28 y 26 años.

En 2025, con 53 años, Susan volverá a circular por las calles libremente. Para la Justicia habrá pagado su pena. Pero para David Smith no habrá sido suficiente castigo. Michael y Alex están enterrados juntos en el cementerio de la Iglesia metodista Bogansville United. Ellos no tuvieron chance alguna de sobrevivir: ellos murieron bajo la atenta mirada de su madre.

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