Su dulce y potente voz traspasa las paredes y se eleva. Es la voz de un ángel. Todos, en la ceremonia bautista del domingo, se emocionan.
Erin Caffey es bajita -mide solo 1.49 m-, pero la fuerza con la que emerge su canto es descomunal y llena la iglesia. Su imagen combina a la perfección con su melodía celestial: pelo dorado y ondulado, ojos azules y una sonrisa inocente y pacífica.
El ministro bromea y dice que si tuviera varias Erin en el coro llenaría siempre su iglesia. Su familia asiente. Todo habla bien de ella. Su belleza es angelical.
Pero no. Nada de lo que se ve, salvo la voz, es cierto. Ya lo sabremos.
Devoción religiosa
Terry y Penny se conocieron en una reunión bautista, en Garland, cuando ella tenía 21 años y el 24. Los dos eran muy comprometidos con su profunda fe. Su primera hija fue Erin. Luego vinieron los dos varones: Mathew y Tyler. Como a Erin le habían diagnosticado ADD (desorden por déficit de atención), sus padres fueron sobreprotectores con ella.
El año 2007 los encuentra viviendo en una modesta y bucólica cabaña, en una zona rural entre las ciudades de Alba y Emory, en el estado de Texas, Estados Unidos. Habían llegado hacía algún tiempo desde la ciudad de Celeste, para vivir más cerca de la iglesia bautista Miracle Faith en la que colaboraban y participaban activamente.
Penny -ya de 37 años-, tocaba el piano en la iglesia y era empleada en Meal on Wheels, haciendo delivery como conductora sustituta para llevar comida a distintos lugares de la zona. Su marido, Terry (40), era un predicador laico y trabajaba para una empresa de provisiones para cuestiones de salud. Matthew, al que llamaban Bubba, tenía 13 años, tocaba la armónica y cursaba séptimo grado. Tyler, de 8, estaba en cuarto grado y era el encargado de la guitarra en las ceremonias. La más reservada Erin, estaba en el final del secundario y ya era conocida por sus maravillosos solos de gospel los domingos en la Iglesia.
Los chicos habían empezado asistiendo a escuelas públicas pero, luego de un incidente con Erin, todo cambiaría por un tiempo. Por una conducta sexual poco apropiada de ella, que estaba por fuera de los estrictos estándares de comportamiento que tenían sus padres, los sacaron a todos abruptamente del colegio. Penny empezó a darles clases en casa con una currícula basada en la Biblia. Pensaba que la educación dedicada e individual ayudaría a Erin con sus problemas de atención.
En julio de 2007, Erin cumplió 16 años: sacó registro de conducir, le dieron una vieja camioneta Chevy y empezó a trabajar en la empresa de comidas rápidas, Sonic Drive-In. Erin alcanzaba los pedidos hasta los autos.
Es allí donde conocería a Charlie Wilkinson, que tenía en ese entonces 18 años.
Flechazo fatal
Charlie James Wilkinson, así se llama, no era el candidato ideal para los padres de Erin. Desprolijo y de mala apariencia manejaba un viejo Ford Explorer de 1991. Pero para Erin resultó magnéticamente atractivo: tenía los ojos muy celestes, siempre usaba unos jeans Wrangler con botas de cowboy y un enorme sombrero estilo western.
Apenas le fue a entregar su delivery y lo vio se sintió atraída por él. Fue absolutamente correspondida: Charlie recordaría luego la electricidad que le recorrió el cuerpo cuando la observó acercarse a la ventanilla de su auto con la orden de comida. Amor fatal instantáneo.
Charlie vivía en el campo con su padre, su madrastra y sus dos medio hermanos. A su madre biológica la veía una o dos veces al año. Cazador incansable pasaba mucho tiempo pescando y siguiendo perros salvajes con su arma. Nunca había tenido problemas con la ley ni llamados de atención por mala conducta en el colegio.
Durante el otoño boreal de 2007, Charlie empezó a visitar Sonic con frecuencia para ver a Erin. Estaban locos el uno por el otro. Un amigo de Charlie, Dion Kipp Jr, relataría luego lo siguiente: “Él estaba totalmente enamorado y la consideraba su alma gemela. Hablaba de ella 24 horas los siete días de la semana”.
A pesar de que los Caffey no dejaban que Erin saliera sola con Charlie, ellos se las arreglaban igual para pasar juntos el mayor tiempo posible. El iba a Sonic cada tarde para aprovechar los breaks laborales de ella y luego, todas las noches, se instalaba en la casa de los Caffey.
Después de comer, cerca de las 21, los Caffey se aseguraban de acompañar a Charlie hasta la puerta de salida. Pero la pareja continuaba por teléfono y hablaban al menos una hora más antes de irse a dormir. Charlie incluso empezó a asistir a la iglesia Miracle Faith. El pastor McGahee recuerda: “Cuando lo conocí parecía un buen chico. No vi nada preocupante al principio”.
En diciembre de 2007 Erin le pidió a sus padres volver al colegio y dejar la formación en casa. Sus hermanos varones también querían retornar a las clases convencionales porque extrañaban a sus amigos.
Penny, que necesitaba tiempo extra para poder trabajar, accedió. Así que, después de Navidad, todos volvieron al colegio. Erin y Charlie se volvieron inseparables. Terry empezó a dejarlos salir a comer solos.
Fue por entonces, comenzando el 2008, que tuvieron su primera relación sexual. El vínculo se encendía más y más. Un día de esos Charlie la llevó con su auto a un camino alejado: se arrodilló en el pavimento, sacó el anillo de compromiso de su abuela y le propuso pasar la vida juntos.
Penny no pasó por alto el detalle del anillo en el dedo de Erin. Le ordenó devolverlo inmediatamente. Terry encaró a Charlie y lo reprendió: “Es totalmente inapropiado… Le estás proponiendo compromiso a mi hija que solo tiene 16 años”.
El padre de familia hacía tiempo que sentía que algo no estaba del todo bien en esa relación simbiótica. Le molestaba mucho que, al llegar del trabajo, Charlie estuviera tirado con las piernas apoyadas en su silla y no se levantara para saludarlo ni estrecharle la mano.
“No me respeta en absoluto… ¿cómo tratará a nuestra hija?”, se quejaba a solas con Penny.
Entonces trataron de limitar el tiempo que Erin pasaba con Charlie a una vez por semana en su casa y bajo su atenta mirada. Furiosa con sus padres Erin le contó a una tía que pensaba fugarse apenas cumpliera 17 años. Las discusiones aumentaron.
Un día, a principios de febrero de 2008, la pelea terminó con que Penny le quitó a Erin el celular, las llaves de la camioneta y las visitas de Charlie a su casa fueron suspendidas. Sus padres empezaron a llevarla y traerla ellos mismos del colegio.
Habían pasado unos seis meses desde que Charlie y Erin habían comenzado su relación. Las cosas se habían desmadrado.
La sangrienta decisión
El 21 de febrero de 2008 empezó una cadena de hechos desafortunados para Terry Caffey. Ese día fue a visitar a su padre Clarence y lo encontró muerto: le había dado un infarto masivo. Unos días después de enterrar a su padre, vendrían más capítulos negros para su historia familiar.
El 27 de febrero los Caffey le exigieron a Erin que rompiera definitivamente con Charlie. Ese día Penny había ido a una librería local y, por sugerencia de su hermana, había indagado el perfil de MySpace del novio de su hija. Lo que vio no le gustó nada. Los comentarios que leyó allí sobre bebidas, emborracharse y tener sexo le resultaron aterradores.
Cuando Erin llegó a su casa esa tarde, estalló todo. Los padres estaban esperándola en el living: “Esto se acabó. Rompés con él hoy mismo”.
Para su sorpresa ella no gritó ni dijo demasiado. Unas pocas lágrimas y promesas de que sí lo haría y les mintió: “Es algo que venía pensando hacer”.
La realidad en su mente era diametralmente opuesta: lo que Erin urdía era “sacarse de encima” a sus padres. En su profunda rabia veía como una única salida posible, matar a su familia. Así sería libre para hacer lo que le diera la gana. Y se lo dijo a su novio. Lo hablaron incansablemente. Él le prometió que haría todo lo necesario para hacerla feliz.
Charlie lo comentó con varios amigos. Ellos contaron a los investigadores que él se mostraba con dudas y que lo único que quería era escapar con Erin. Incluso le llegó a comentar a otro amigo, dos días antes de los asesinatos, que deseaba que Erin se embarazara así los Caffey no tenían otra opción que aceptarlo. Pero Erin no quería un bebé, decía que ella era muy joven para eso. Según los que conocieron a la pareja, ella era quien mandaba allí: “Podía hacer que él hiciera lo que ella quería”.
Esperando que la relación se enfriara y ajenos a toda sospecha, los padres siguieron con sus rutinas normales. Pero el fuego no se apagaría.
La noche elegida
Rodeada por pinos, sobre un camino que comunicaba a otras dos viviendas, la casa de los Caffey estaba en una zona prácticamente aislada. Alrededor de la una de la mañana, de esa fría madrugada del sábado 1 de marzo de 2008, comenzó el espanto.
El plan se puso en práctica. Pero cuando Charlie con la pareja amiga -conformada por Charles Allen Waid (20) y su novia Bobbi Gale Johnson (18)- llegaron a la casa, el perro negro de los Caffey ladró demasiado y se tuvieron que alejar. Se estaban yendo cuando Erin llamó con su celular a Charlie (desde las 23.46 hasta las 24.48 lo llamó seis veces desde dentro de la casa y, desde la 1.22 hasta la 1.58, otras siete veces más) y lo convenció para que volvieran. Ella calmaría al perro para que ellos pudieran proseguir con lo orquestado.
Regresaron y Erin cumplió: el perro no ladró. Estaban estacionados a metros de la casa familiar. Erin se escabulló hasta el auto en pijama y se sentó dentro del Dodge Neon plateado de Bobbi. Los varones bajaron y se dirigieron hacia la casa. Esta vez iban con total determinación. Llevaban armas y dos espadas Samurai.
Terry Caffey, la única víctima que sobrevivió esa noche, recuerda que eran las dos de la mañana cuando se despertó con ruidos: "Irrumpieron en nuestro cuarto y abrieron fuego. Me pegaron varios disparos (...) vinieron también con una espada Samurai. Luego de dispararle a Penny, me dispararon a mí tres veces más, dos en la espalda y una en la parte posterior de una pierna. (...) No podía sentir el costado derecho de mi cuerpo. Sentía que me habían disparado en la cara. Luego uno de ellos tomó la espada y apuñaló a Penny en el cuello casi decapitándola”.
Terry, herido y aterrado, perdía y recobraba alternativamente la consciencia mientras sentía que la sangre resbalaba por su adormecida cara. Pensaba en sus hijos que dormían escaleras arriba. Poco podía hacer. Cuando los escuchó gritar se desesperó: “Entré en pánico. Matthew gritaba 'No, Charlie. ¡No! ¿Por qué estás haciendo esto?’. Cuando lo escuché decir su nombre me dí cuenta de quién estaba en mi casa y por qué. Después escuché más tiros. Traté de levantarme de nuevo, pero no pude. La sangre corría por mi cabeza. Me desmayé. Luego me enteraría que Matthew había recibido disparos mientras buscaban a Tyler que se había escondido en un closet y que ellos se turnaron para apuñalarlo”.
Este mismo hecho, Charlie, uno de los asesinos lo recuerda así.
Después de la balacera en el dormitorio de los padres, Waid y él salen de la habitación, pero Charlie decide volver sobre sus pasos con la espada Samurai para cortarle el cuello a su suegra, “quería asegurarme de que estaba muerta”.
El sonido de los tiros había despertado a los chicos que habían empezado a llamar a sus padres a los gritos. Asustados, Matthew y Tyler, se encerraron en el cuarto de Erin, cuenta Charlie. Waid, entonces, lo instruyó para “terminar con los chicos, porque los chicos pequeños hablan”. Subió la escalera y los convenció de que salieran del cuarto de Erin y que se fueran a sus camas.
Charlie declara: “Estaban asustados, y yo no podía soportar sus miradas”. Bubba intentó pelear pateando a Charlie, pero cuando lo hizo, Waid que estaba abajo todavía, levantó su arma 22, apuntó hacia la baranda donde estaban los hermanos y le disparó a Bubba en la cara. El cayó al piso y no se movió más. Waid entonces subió y apuñalaron a Tyler. Las versiones, no tienen grandes diferencias. Algunos matices solamente. La sangrienta masacre estaba consumada.
Luego Charlie tomó la valija que Erin previamente había empacado y la llevó al auto. Según Charlie ella parecía absolutamente feliz: “Estoy contenta…¡terminó todo!”, les habría dicho.
Charlie y Waid volvieron a la casa a recobrar el contenido de la caja de seguridad. La combinación se las dio Erin. Entre eso y el dinero de la billetera de Terry juntaron 375 dólares. Luego, alumbrando con sus linternas, se las ingeniaron para incendiarlo todo intentando borrar sus siniestras huellas.
Waid dejó a Erin y Charlie en el trailer celeste de su hermano, donde la pareja recientemente consagrada como criminal, se dedicó al sexo.
No sabe Terry cuánto tiempo estuvo inconsciente en el piso de su habitación pero, mientras eso ocurría, Wilkinson y Waid prendieron fuego a muebles y sábanas. La casa estaba llenándose de humo y habían comenzado las llamaradas cuando despertó otra vez. “Sabía que no podría subir las escaleras así que empecé a gatear a través del cuarto. Encontré a Penny que ya estaba muerta. Me las arreglé para arrastrarme a través de la ventana del baño y salir fuera de la casa”.
Mientras se deslizaba con determinación por el suelo dejando un reguero de sangre hacia la casa de su vecino, Tommy Gaston, las llamas terminaban de consumir la vida que había tenido hasta hacía minutos: los cuerpos de su esposa e hijos, su casa, su felicidad.
Solo completar esa agónica travesía de 300 metros hasta la casa de sus vecinos le tomó una eterna hora. Herido casi de muerte reptó como pudo a través del bosque de pinos, en el trayecto cayó a un arroyo donde casi se ahoga. La noche era fría, pero se las arregló para seguir moviéndose. La adrenalina de la desesperación era infinita.
Para conseguir avanzar miraba concentrado la luz en la ventana de Tommy y Helen Gaston. Ellos lo ayudarían. Finalmente llegó y su ruido los despertó. Habían pasado dos horas desde el inicio del ataque. Terry colapsó en su porche. Apenas lo vio Tommy llamó al 911. La operadora le preguntó si Terry Caffey sangraba. Él respondió: “¿De dónde no sangra? Es un milagro que esté aquí”.
Cuando llegó la policía el perro de la familia vigilaba atento los escombros y los restos calcinados de sus ocupantes. Tan calcinados que sería imposible establecer en qué orden habían sucedido las cosas y cuáles eran las causas primigenias de muerte.
Terry, el único sobreviviente, estaba tirado en el living de Gaston, con una remera embadurnada con barro y sangre y un pantalón de pijama. En sus pies tenía sólo una media mojada. Había tanta sangre que el policía Dickerson no podía decir dónde había sido baleada la víctima, pero lo escuchó musitar con un hilo de voz: “Todos se fueron (...) Charlie Wilkinson le disparó a mi famila”.
Eran casi las 5 de la mañana del sábado 1 de marzo de 2008.
Siempre hay un después
Caffey fue llevado al Texas Medical Center de Tyler, donde fue internado en terapia intensiva. Estaba en situación crítica, pero estable. Tenía al menos seis disparos: una bala alojada en el cráneo, dos en la espalda, dos en su hombro derecho y una en la pierna.
Tres horas después las autoridades apresaron a Charlie Wilkinson, Charles Waid y Bobbi Johnson. Erin fue encontrada escondida en un sucio trailer celeste, que pertenecía al hermano mayor de Waid, mientras la policía lo registraba.
El detective Fisher levantó un edredón beige y vio lo que parecía el pelo desteñido de una muñeca con un pijama de flores. Estiró la mano y lo levantó. Dos redondos ojos azules lo petrificaron. Eran los ojos de Erin. “¿Dónde estoy?”, dijo con cara inocente. Balbuceó su nombre y habló sobre un incendio.
Fue llevada al hospital y entrevistada por una joven oficial de policía llamada Shanna Sanders. Erin todavía se presuponía una víctima y los investigadores pensaban que había sido secuestrada luego de los crímenes.
Sanders recuerda su voz aniñada y que parecía confundida: decía que tenía 14 años (ya había cumplido los 16), que se había despertado en una casa llena de humo, que había dos chicos malos vestidos de negro con espadas, que le ordenaron tirarse al piso, que no sabía cómo había llegado al trailer. Al principio de la entrevista estaba llorosa, pero a Sanders le pareció que no mostraba demasiadas emociones. Pero detectaron que había un problema con su relato: ni ella ni su pijama tenían olor al humor que dijo haber estado expuesta.
La policía corroboró la historia de Terry: Penny y sus hijos recibieron no sólo disparos por arma de fuego sino también múltiples cuchilladas en el ataque. No mucho más que eso debido al estado en el que habían quedado los cuerpos, reducidos casi a cenizas.
Si bien Erin, al principio, no fue considerada sospechosa los dichos de los tres otros jóvenes la incriminaron rápidamente. Wilkinson, Waid y Johnson declararon, por separado, prácticamente lo mismo: los asesinatos habían sido idea de Erin. Waid, además, relató que ella le había prometido 2.000 dólares por ayudarla con los crímenes.
Sus abuelos maternos, los Daily, sin saber el giro súbito que estaba dando la investigación fueron a ver a Erin para decirle que su padre milagrosamente había sobrevivido al ataque. Mientras estaban con ella llegó la detective Sanders con la orden del agente Fisher para el arresto de Erin. Los gritos histéricos de Virginia Daily, mientras agarraba la cara de su nieta, los escucharon todos: “¿¿¿¿Tuviste algo que ver en todo esto?????”. Erin llorando juraba que no.
Pero los resultados del laboratorio ya habían llegado y eran contundentes: ella había dado negativa para drogas que pudieran causar pérdida de memoria y para la inhalación de humo. Esas mentiras sumadas a las declaraciones de los otros tres detenidos la dejaron en evidencia.
Erin fue trasladada al centro de detención juvenil en Greenville acusada de asesinato.
Waid, que no había mostrado ningún signo de remordimiento, había contado algo alarmante para quienes observaban la psiquis de la adolescente: cuando arrancaron el auto y se fueron dejando la casa en llamas Erin había gritado... “¡Mierda! ¡¡¡Esto es increíble!!!”.
Otro adolescente, ex novio de Erin, Michael Washburn, al ser entrevistado por la policía corroboró la idea que tenían de que ella había sido la cabecilla del plan: Erin le había confesado tiempo atrás que quería a toda su familia muerta.
Terry se enteró estando internado de la detención de su hija. Le preguntó al agente Karl Fisher por qué no lo dejaban ver las noticias y cómo estaba Erin... El diálogo terminó, resumidamente, así:
“¿Qué grado de involucramiento tuvo ella?”, preguntó Terry preocupado. Fisher le respondió: “Está muy involucrada”. Terry gritó y estalló en llanto.
Unos días después, Terry con su nariz fracturada, dos huesos de su mejilla rotos y las heridas de las balas suturadas, escuchó a la enfermera decirle: “Mr. Caffey, ya está de alta, Puede irse a casa”. Anonadado no supo qué responder. Pensó, sin decir ni una sola palabra, “¿Qué casa? ¿Con quién?”.
Su hermana fue a buscarlo, lo llevó con ella y empezó a dormir en su sofá.
Excusas para matar
“Estaba shockeada enojada y dolida, se suponía que él iba a ser el hombre para el resto de mi vida (por Wilkinson) y él me amaba”, le dijo Erin al periodista británico Piers Morgan años después. “Nos íbamos a casar (...) Cuando miro hacia atrás, todo parece estúpido. ¡¿Para qué?! Ellos no me pegaban, no me hacían pasar hambre (…)”.
En octubre de 2008, Wilkinson y Waid fueron condenados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. De la pena de muerte los salvó su propia víctima sobreviviente: Terry. Sus convicciones religiosas fueron imprescindibles. “Quería que tuvieran una oportunidad para encontrar el arrepentimiento”, sostuvo mientras soportaba las críticas del público y conocidos que no entendían tanta condescendencia con ellos, los horrendos asesinos de su mujer e hijos.
“Mi corazón me dice que ya hubo suficientes muertes. La pena capital, matarlos, no traerá a mi familia de nuevo”, rebatió.
Y en el juicio quiso hablar. Primero le habló a Waid que se mostró impasible. Luego a Charlie, que bajó la mirada y hasta lloró: “Charlie Wilkinson, quiero decirte hoy que te perdono. No por tu salud, sino por la mía. Me rehúso a convertirme en un hombre viejo y amargado. Quiero seguir adelante y es la cosa más difícil que me ha tocado en la vida. ¡Porque vos me has quitado tanto!”.
Tres meses más tarde Bobbi Johnson y Erin fueron condenadas por homicidio. Johnson fue sentenciada a dos penas simultáneas de 40 años, estará libre en 24 años. Erin fue condenada a dos cadenas perpetuas y deberá pasar no menos de 40 años en prisión. Estaría en condiciones de salir en libertad condicional a los 59 años. Su padre Terry espera estar vivo para ese entonces.
A pesar del horror Terry visita a su hija periódicamente: “Honestamente no creo que ella haya sido la cabeza pensante del plan. Ella era una vulnerable chica de 16 años enganchada con un tipo psicópata y controlador”.
En una de las primeras visitas en las que hablaban de tonterías -y nunca de lo ocurrido-, Terry se animó y le preguntó algo que lo preocupaba más que la culpabilidad o no de Erin: “¿Éramos Penny y yo buenos padres?”. El plexiglás lo separaba de Erin en su mameluco, sólo podían mirarse. Ella le dijo lagrimeando que sí, que no podría haber tenido mejores padres.
Depresión, novela salvadora y el credo de Terry
Cuenta Terry que después de los entierros su vida era totalmente desoladora. Terminó en el sofá de su hermana, durmiendo a fuerza de pastillas. Era un zombie: “Me fui a quedar con mi hermana por un tiempo. Lo que yo tenía ahora cabía en una casilla de correo (...) Solo unas semanas antes tenía una familia maravillosa, una casa linda… todo se había ido".
Cayó en un pozo depresivo y hasta planeó suicidarse sobre los restos de su casa incendiada. Pero algo sobrecogedor ocurriría y lo haría desistir. Mientras estaba allí sollozando, parado entre los restos quemados, protestándole al Creador por su desdicha (“Dios ¿no entiendo porque tomaste mi familia? Por qué hiciste esto?..." gritaba a viva voz), observó un papel en el piso.
Era un pedazo de bordes chamuscados de una hoja de un libro. Lo recogió y lo leyó. Decía: “Yo no puedo entender porque vos tomaste a mi familia y me dejaste para pelear sin ellos. Puede ser que nunca lo entienda totalmente, pero yo sé que sos el soberano. Tú tienes el control”. Era un trozo de una página de la novela de su amigo de toda la vida Jim Pence (titulada Blind Sight -Vista Ciega-) que se había salvado de la diabólica hoguera.
“Cuando leí esas palabras… ¡Wow! Caí de rodillas”, confesó Terry. En esa novela, un hombre que había perdido a su mujer y a sus dos hijos en un accidente de auto y debía aprender a sobrellevar esa tragedia, decía lo mismo que estaba diciendo él en ese instante sobre las cenizas de lo que había sido su hogar.
Pence, que además había sido el instructor de karate de Mathew y Tyler, le había regalado el libro a Penny dos años atrás, pero “yo no había leído ese libro en particular”, recordó Terry.
Otra vez la religión emergió. Se convenció de que Dios había dispuesto, por una razón divina, todas las piezas a la vista para que él las ensamblara. Decidió perdonar a los asesinos, incluida a su hija Erin, y empezó con las charlas para ayudar a otros seres que sufrían como él.
Fue muy difícil enfrentar a Erin, admite: "Le pregunté sobre lo ocurrido y empezó a llorar. Me dijo ‘no tengo nada que esconderte, te diré todo lo que quieras’”.
Por supuesto acá empiezan las dudas para el resto de los mortales sobre lo que Terry quiere creer o lo que realmente ocurrió. Erin le asegura a su padre que ella no fue parte del complot, que conocía el plan pero que no pudo pararlo, que había sido forzada por su novio y amigos a quedarse en el auto mientras ellos mataban a su familia. Terry eligió creerle.
No encontró otra salida que ver en Erin a la chica indefensa y manipulada. Al fin de cuentas era lo único que le quedaba de aquella familia que supo tener. Prefirió concederle el beneficio de “su” duda y perdonarla.
Conmoción y fama no deseadas
El alcalde de Alba, Orvin Carroll, al conocerse la noticia destacó que en la apacible zona no había sucedido “ni un sólo homicidio en 18 años”. Este los sacudiría por años.
Un amigo de la familia, Carl Johnson, de 75 años, relató que el día del múltiple asesinato salió temprano para la casa de los Caffey después de que alguien le avisara que se había prendido fuego. Cuando llegó, vio espantado el sendero de sangre dejado por Terry en su camino hacia la casa de los Gaston: “Ellos eran buenos cristianos. Terry es como un hijo para mí”, concluyó devastado.
Dos años después, en 2010, Terry Caffey comenzó a dar charlas: “Hablo con gente joven acerca de los peligros de juntarse con la manada equivocada”, dijo en una entrevista con AOL News. "Trato de usar mi tragedia de una manera positiva para poder ayudar a otros”.
Terry, además, contó su trágica historia en un libro que escribió con su amigo el novelista Jim Pence: Terror by night (Terror en la noche). Una escalofriante catarsis.
En 2012 la cadena de televisión ABC recreó el caso con el nombre de Final Witness (Testigo final), una serie que tuvo siete episodios.
El reportaje de Piers Morgan a Erin, para la serie de Netflix Killer Women (Mujeres asesinas), en 2017 hiela la sangre. Erin, a la que se la escucha cantar en el comienzo del programa, tiene la apariencia de una inocente criatura.
Nueva vida
Terry Caffey se volvió a casar en su Iglesia, Miracle Faith (que en inglés significa, curiosamente, fe milagrosa) con una divorciada, Sonja Webb. Hoy es el padre postizo de los dos varones de su nueva mujer: Blake, de 17, y Tanner, de 9.
Sigue dando charlas sobre el perdón, se ordenó ministro y vive cerca del cementerio donde enterró a sus hijos y a su mujer. Su vecino atinó a explicar: “Terry extrañaba ejercer de padre”.
Una vez al mes viaja tres horas hasta Gatesville, la cárcel donde su hija mayor vive separada del mundo y, para horror de muchos, sueña con verla libre.
Erin parecía un ángel. Pero los ángeles no existen. Al menos no en esta historia.
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