Era el 23 de diciembre de 1990. En Toronto, Canadá, la familia Homolka estaba reunida en la casa paterna preparando los festejos de Navidad. En la madrugada del 24, los padres fueron despertados por Karla, la hija mayor, y su novio Paul que les advertían que Tammy, la hermanita de 14 años estaba inconsciente. Llamaron a emergencias y la niña fue llevada al hospital donde murió sin despertarse. Los médicos vieron que Tammy había ingerido alcohol y se había ahogado en su vómito. Muerte accidental fue la poco perspicaz conclusión. Pero ¿quién iba a sospechar algo de esa familia? ¿Quién podía imaginar oscuridad en esa luminosa pareja de jóvenes sonrientes y seductores que eran Paul y Karla?
Sin embargo, para ese entonces, Paul Bernardo, 26 años, ya había sembrado el terror en el barrio de Scarborough, un suburbio de Toronto, Canadá, con una serie de violaciones de mujeres jóvenes.
Bernardo tenía un patrón de conducta repetido: asaltaba a sus víctimas en los alrededores de las paradas de colectivo, elegía a muchachas jóvenes que regresaban a sus casas desde el trabajo o el estudio, las seducía con fórmulas simpáticas ensayadas en su trabajo como vendedor, las llevaba a un sitio oscuro y solitario donde las golpeaba, las insultaba y las violaba. Con el aspecto de niño bien que tenía, no le costaba granjearse la confianza de las desconocidas a las que abordaba en la calle para sus fines perversos.
El primer ataque registrado de Bernardo tuvo lugar el 4 de mayo de 1987: una joven que acababa de descender de un bus fue atrapada y brutalmente violada, muy cerca de la casa de sus padres. Desde ese día, y en sólo una semana, hubo otros dos ataques similares. Todas las víctimas eran muchachas de entre 15 y 21 años. La violación iba acompañada de golpes, palabras insultantes y soeces y duras amenazas tendientes a desalentar toda denuncia. La repetición del patrón de abusos llevó a la policía a concluir que se encontraba frente a un mismo agresor, que fue bautizado ya como “El violador de Scarborough” y que aterrorizó a los habitantes de ese suburbio a fines de los años 80.
La policía de Toronto armó un retrato robot y el resultado era un “muchacho de la puerta de al lado”, es decir, alguien de lo más común, insospechado autor de una ola de violaciones.
En sus primeros tres años de acción depredadora, Paul Bernardo violó o intentó violar al menos a 19 mujeres jóvenes. La policía llegó a interrogarlo dos veces pero nunca lo categorizó oficialmente como sospechoso. Su impunidad duró hasta mayo de 1990 y, para ese entonces, Bernardo ya había ascendido varios grados en su acción criminal.
Un impulso en esa escalada fue su encuentro con Karla Homolka. Parecían la pareja ideal: jóvenes, bellos y simpáticos, fueron los más insospechados asesinos seriales. En realidad eran una pareja unida por una relación sadomasoquista perversa y criminal.
La prensa los bautizaría “the Ken and Barbie Killers”, por su parecido con los célebres muñecos de Mattel.
Paul Bernardo nació el 27 de agosto de 1964, en el seno de una familia de clase media, sin problemas materiales pero muy disfuncional, con acusaciones de abuso hacia el padre -la víctima habría sido la hermana de Paul-, a lo que se sumaba la revelación de que éste era producto de una aventura extramatrimonial de la madre.
En sus tiempos de universitario en Toronto, Paul Bernardo había empezado a levantar chicas en bares para luego humillarlas y golpearlas. Una antesala de lo que vendría.
En 1987 conoció a Karla Homolka. El tenía 23 años y ella sólo 17. Como en él, nada en el aspecto exterior de la joven despertaba desconfianza: era bonita y simpática, lo que solía calificarse como “una chica popular”.
Karla era la mayor de tres hermanas. Al terminar el secundario, empezó a trabajar en una clínica veterinaria. El vínculo con Paul Bernardo se consolidó cuando él descubrió que Karla, a diferencia de las otras chicas que se horrorizaban con sus perversiones, compartía sus fantasías.
Mientras noviaba con ella, Paul violaba muchachas en los alrededores de Scarborough, con el plus de que su “chica” lo sabía y lo aprobaba, aunque en tribunales, años después, ella se presentaría como una víctima más.
Paul y Karla se comprometen. Pero al cabo de tres años de noviazgo, Bernardo empieza a dar signos de aburrimiento. Su perversión lo lleva a recriminarle a Karla que no fuera virgen cuando él la conoció. Al mismo tiempo, empieza a fijarse en su pequeña cuñada, Tammy Homolka, de sólo 15 años.
En vez de escandalizarse, Homolka coopera para concretar el perverso deseo de él. Aquel 23 de diciembre de 1990, durante el encuentro familiar, Karla vierte un anestésico veterinario -robado en la clínica en la que trabajaba- en la bebida de su hermana. Esa misma noche, mientras el resto de la familia duerme, Karla coloca un pañuelo con otro anestésico inhalante en la boca de su hermana ya inconsciente y asiste a la violación de la adolescente por su marido. La perversión no acaba allí: la pareja filma la violenta agresión para poder luego revivir la escena.
Mientras esto sucede, Tammy se está ahogando en su propio vómito. En vez de pedir auxilio de inmediato, la siniestra pareja se toma el tiempo de borrar las huellas antes de dar aviso a la familia. Cuando lo hagan, ya será tarde. La adolescente muere en el hospital. En su rostro, hay huellas de la quemadura de un químico; aún así, los médicos atribuyen el deceso a la asfixia por el vómito causado por la ingesta de alcohol...
La muerte de Tammy no desalienta a los novios perversos que luego de un tiempo retomarán su raid predador.
Al año siguiente, el 15 de junio de 1991, Paul Bernardo secuestra a Leslie Mahaffy, una niña de 14 años, y la lleva a la casa donde ya convive con Karla. El ritual se repite y dura varios días, drogan a la joven, abusan de ella, filman la agresión… Finalmente la asesinan y para deshacerse del cuerpo lo cortan con una sierra circular. Arrojan los restos de Leslie a un lago cercano.
Durante el juicio, Paul Bernardo argumentará que mató a Mahaffy por insistencia de Karla, que temía ser reconocida, ya que durante una de las violaciones a Leslie se la había caído la venda de los ojos...
Menos de dos semanas después, una pareja que paseaba en canoa descubre los restos del cuerpo de Leslie Mahaffy en el lago.
El 29 de junio, mientras los forenses analizaban los macabros hallazgos, Bernardo y Homolka llegaban a su fiesta de bodas a bordo de un carruaje tirado por caballos.
Nadie los vinculó con el crimen de Leslie Mahaffy.
Cerca de un año más tarde, el 16 de abril de 1992, los Bernardo vuelven a actuar: secuestran y matan a Kristen French, de sólo 15 años. Nuevamente graban en video los reiterados abusos contra la adolescente. Esta vez abandonan descuidadamente el cuerpo de la niña en la zanja de un camino rural.
La policía relaciona los dos crímenes, pero todavía no detecta al autor. Un testigo del secuestro de Kristen, que tuvo lugar en un estacionamiento, da la descripción del auto, pero lamentablemente confunde el modelo.
En enero de 1993, Karla Homolka deja a Paul Bernardo y se refugia en casa de amigos, escapando de la violencia que él empieza a descargar sobre ella. Tras una de las golpizas, ella termina en el hospital.
La policía, que empieza a sospechar que Bernardo es el violador de Scarborough, interroga a Karla que decide cooperar.
Dos meses después, una muestra de ADN confirma la implicación de Paul Bernardo en la serie de violaciones que habían asolado su antiguo barrio a fines de los 80.
Homolka logra a través de su abogado un acuerdo de clemencia a cambio de testificar contra su marido. Entre otras cosas, lo acusa de haber violado por lo menos a 30 mujeres.
La justicia pacta con Karla en el convencimiento de que no tenían suficientes evidencias contra Paul Bernardo para acusarlo por el asesinato de las tres adolescentes. En realidad, durante el allanamiento de la casa de la pareja asesina, habían pasado por alto el escondite donde se encontraban los videos filmados durante las violaciones.
Cuando éstos aparezcan, en un segundo allanamiento, será tarde: legalmente, al acuerdo que le garantizaba clemencia a Homolka no puede ser revisado. “Pacto con el diablo”, dirán los medios. Y el público quedará espantado ante los detalles de los crímenes y, sobre todo, la participación que en ellos tuvo la joven Homolka.
A cambio de su colaboración, Karla será condenada sólo a 12 años de prisión, a pesar de que en las grabaciones ella no aparece como una víctima más de su marido sino como su cómplice. Su papel estuvo muy lejos de ser el de una testigo pacífica, forzada o manipulada.
Es verdad que, cuando se analizó a los esposos para detectar psicopatías, de acuerdo con una lista de items, Homolka quedó con un puntaje muy bajo mientras que Bernardo poseía casi un 90 por ciento de los rasgos que configuran una personalidad psicopática, a saber: encanto superficial e insincero, exagerada estimación de sí mismo, tendencia patológica a mentir, astucia, manipulación, falta de remordimiento, respuesta emocional superficial, insensibilidad y ausencia de empatía, estilo de vida parasitario, promiscuidad sexual, impulsividad e irresponsabilidad, entre otros.
Paul Bernardo purga cadena perpetua por secuestro, violación y asesinato de al menos tres adolescentes, y por más de una decena de violaciones. En 2018, y luego de 25 años pasados en prisión, le fue negada la libertad bajo palabra. A los funcionarios les tomó solo 30 minutos decidirlo. Un abogado que habló en nombre de las familias de las víctimas, dijo: “Nunca hubo un pedido de disculpas de Paul Bernardo. Nunca hubo ninguna indicación de nada parecido al remordimiento”. Más aun, en la Corte, Bernardo reconoció que no había sentido nada por sus víctimas en el momento de cometer sus crímenes sádicos.
<b>Lo que dijo Karla Homolka al salir de prisión</b>
El saldo del primer matrimonio de Homolka fueron tres adolescentes de entre 14 y 16 años muertas y varias mujeres más violadas. Sin embargo, al salir de prisión, en 2005, Karla se volvió a casar y tuvo tres hijos. Oriunda del Canadá inglés, se mudó a la provincia francesa de Quebec, donde esperaba encontrar cierta indulgencia, ya que el caso no había repercutido tanto como en Ontario, escenario de sus crímenes.
Sin embargo, cuando la prensa reveló que Homolka estaba trabajando como voluntaria en una escuela de Montreal, la Greaves Adventist Academy, se armó un gran revuelo. Las autoridades del establecimiento tuvieron que dar explicaciones a los alarmados padres de los alumnos, estupefactos al enterarse de quién era la voluntaria en realidad.
En la cárcel, Karla pasó varios años en aislamiento, como medida preventiva para evitar agresiones de otras internas, ya que sus crímenes horrorizaban incluso a las demás convictas. Más tarde dijo que había sido “una detenida ejemplar”. Estudió y trabajó en la cárcel.
Al salir de prisión, en una estrategia diseñada con sus abogados, Karla Homolka concedió una única entrevista: eligió a Radio Canadá y dijo que lo hizo porque la prensa francesa había sido menos sensacionalista que la inglesa al tratar su caso y porque esperaba que, dando la cara una vez, se calmaría la curiosidad mediática.
Karla fue de la cárcel directamente al estudio de televisión donde se grabó la entrevista, de la cual pueden verse extractos en el video a continuación.
En ese diálogo con Radio Canadá, Homolka dijo que, aunque legalmente había pagado su deuda con la sociedad, sabía que emocional y socialmente no lo había hecho.
“Pienso que socialmente necesito hacer lo más posible para ayudar a la gente -explicó-. Pero emocionalmente vivo con lo que hice constantemente y eso nunca terminará”.
Aseguró que tenía remordimientos: “No logro perdonarme; con frecuencia pienso que no merezco ser feliz por lo que hice”. Admitió que lo que había hecho era “terrible”. Pero en cierta forma se concedió circunstancias atenuantes, al decir: “Yo estaba en una situación en la que no era capaz de ver claro, de pedir ayuda, una situación en la que estaba completamente trastornada”.
Al mismo tiempo reconoció que podía haberse detenido: “Lamento enormemente lo que hice porque ahora sé que yo tenía el poder para detener todo eso, pero cuando estaba dentro de esa situación creía que no tenía ese poder”.
“Yo no fui la que inició los delitos -aclaró luego-. Yo seguí”. Pero a continuación aseguró que no existía ningún riesgo de que volviese a “seguir” a un asesino: “(Porque) soy una adulta. En el pasado, tenía 17 años. no sabía muchas cosas. Tenía miedo de ser abandonada”.
También sostuvo que quienes dicen que ella “tenía un rol igual al de él, no conocen la causa”. “Yo estaba bajo el influjo de él”, afirmó.
Cuando la entrevistadora le preguntó por la relación con su familia, considerando que ella había participado junto a su marido de la violación y muerte de su hermana pequeña, la respuesta de Homolka fue: “Mi familia me ama. Y mi familia además también vivió con mi ex marido (...). Mi familia nunca me rechazó. Mi madre me dijo que odia lo que yo hice pero que me ama. Y tenemos una muy linda relación. Soy muy afortunada”.
“Creo que nunca seré realmente libre -concluyó Homolka-. Porque hay distintos tipos de cárceles. Hay cárceles de cemento, y también cárceles interiores. Creo que voy a estar siempre en una prisión interior”.
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