Sin quererlo -aunque tal vez ya había algo que lo conectaba con su futura vocación de enfermero-, desde muy chico Walter Cano (27) tuvo que dedicarse a cuidar a sus seres queridos. Primero fue su mamá, que sufrió el mal de Chagas cuando él era apenas un adolescente: Walter tenía que conseguir los remedios mientras ella estaba en cama, llena de dolores y angustia. Después fue su tío, que llegó a estar muy grave: el joven se mantuvo a su lado durante los seis meses que duró una severa internación que padeció.
En los dos casos Walter, que nació en la provincia de Chaco y fue criado por sus abuelos luego de que su padre abandonara la casa familiar, tuvo que viajar a Buenos Aires para acompañar a personas convalecientes. No imaginaba que tiempo después ganaría una beca para dedicarse a estudiar enfermería y, mucho menos, que comenzaría a trabajar como camillero en un centro de salud.
Por aquellos años, mientras se encargaba de los dolores ajenos, encontró el propio: la soledad, los malos vínculos y una vida que hoy apenas recuerda lo llevaron a hacerse adicto a las drogas.
“Mi infancia fue jodida: me crié con mi mamá porque mi papá me dejó; nos abandonó a mí, a mi vieja y a mi hermanita. Hasta que mi mamá se tuvo que venir a Buenos Aires para conseguir trabajo y nos dejó en Chaco con mis abuelos”, le cuenta Walter a Infobae, que creció en un pequeño lugar hasta que tuvo que viajar a la gran ciudad: “Mi mamá se enfermó y tuve que viajar a ayudarla y conseguir trabajo para pagar los medicamentos. Tenía artrosis y venía cargando con el mal de Chagas”.
— ¿En esa época fue que te volviste adicto?
— Fue al ver que mi viejo me dejó cuando era chico y que mi vieja no estaba conmigo. Tenía mucha bronca y empecé a fumar marihuana. Me hacía relajarme y olvidarme un poco de los problemas. Me hacía olvidar de la muerte de mi hermano mellizo.
— ¿Vos tenías un hermano mellizo?
— Sí. Pero cuando nacimos él no aguantó y falleció.
— ¿Fumabas todos los días?
— Era casi todos los fines de semana. Era como una escapatoria. Después conocí otras drogas.
— ¿Qué conociste?
— Mezclaba la cocaína con la marihuana. En ese momento tenía 17 años, eso empezó a ser todos los días.
— ¿Te cambió la personalidad?
— En ese momento, cuando me drogaba lo único que me hacía era relajarme. No era tan violento, hay algunos que son violentos.
— ¿Tuviste alguna situación de violencia?
— Sí, en la calle siempre. Y todo empeora porque la mezcla es una adrenalina feroz.
Mientras Walter entraba cada vez más en el infierno de las drogas, la situación en su casa empeoraba. En ese momento se dio cuenta de que la salud de su madre lo necesitaba entero: “Si yo seguía así: ¿quién la iba a poder ayudar a ella sabiendo que tenía el mal de Chagas, soplo y artrosis?”, reflexiona hoy. Entonces decidió cambiar de vida.
“Cuando tenía 19 años dejé por el tema de que no quería que mis hermanos me siguieran mirando mal y tampoco mi mamá”, relata.
— ¿Cómo hiciste para dejar?
— El amor hacia mi vieja. Dejé por ella y por mi familia, porque si vos sos mayor tenés que dar el ejemplo. Más en un barrio como Pompeya, donde yo vivo hace tiempo, que es muy jodido.
— ¿Te costó mucho?
— Sí, sufría, no es fácil porque cuando vos estás dejando vas caminando por la calle y sentís ese olor y se te hace como baba la boca. Cuando tu cuerpo deja ese tóxico, por decirlo así, quiere consumir otra vez, quiere, quiere, quiere. Y, bueno, yo trataba de salir a correr estando con ella, empecé a fumar en ese momento pero ahora estoy fumando menos, eso se puede controlar también.
— ¿Tuviste que alejarte de esos amigos?
— Sí, es lo principal eso, alejarte de todo, alejarte de la noche. Antes salía lunes, miércoles, jueves, viernes y sábado.
— ¿Qué te pasa si alguien está escuchando y tuviera algún problema con las adicciones o se está por meter? ¿Qué le decís?
— Es muy jodido salir, tenés que tener un amor a algo para poder salir de eso, puede ser tu hijo, tu novia, tu familia, cualquier cosa. Pero siempre tenés que tener un amor y muy fuerte para dejar. No es fácil dejar, no es nada fácil, he escuchado mucha gente que estando drogados por ahí pierden el trabajo, estando drogados pierden a la familia, la hija, es esto o tu familia.
— ¿Cómo fue la primera vez que tu mamá te dijo: “no hagas esto, te hace mal”?
— Mi vieja lloraba. Lloraba mucho porque yo llegaba muy mal a casa.
— ¿Cómo llegabas?
— Llegaba y me quedaba inconsciente. Una vuelta llegué y me salía espuma de mi boca.
— ¿Estuviste algunas noches sin dormir?
— Sí, tres días, porque no dormís, porque estás con tus amigos, más si son de plata, y vas de joda en joda. Entonces no dormís nada, joda a la noche y de día.
La vida de Walter cambió rotundamente. Luego de obtener una beca Potenciate -una ayuda que otorga el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para jóvenes que, como él, quieren formarse en algún oficio- encontró en la enfermería una verdadera vocación.
Hoy el joven, además de estudiar trabaja en la clínica porteña Santa Catalina, donde se desempeña como camillero en el centro de neurorrehabilitación. Asegura que lo que más le gusta de su oficio es que puede acompañar y ayudar a las personas en sus peores momentos. También dice sentirse “una herramienta de Dios”.
— ¿Estás contento con tu cambio en tu vida?
— Sí, re contento. Imaginate que de estar en una situación de “no tengo plata para comprarle los medicamentos a mi vieja o para pagar la comida en mi casa o pagar la luz, el agua”, ahora tengo un trabajo y ayudo en mi casa.
— ¿Cómo definirías la droga?
— Es un veneno la droga, es una mierda, tanto el cigarrillo, el alcohol. Todo eso es una cagada porque te termina consumiendo, matando.
— ¿Que mensaje te gusta dejar?
— Que traten de dejar la droga y que se fijen qué es lo que tienen al lado. Que todo se puede y que si vos le ponés voluntad, podés.
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