Los días 13 y 14 de noviembre de 2014 en Tarija (Bolivia) compartí un acto cultural y un almuerzo con el escritor aborigen boliviano Eusebio Tapia Aruni.
Ambos habíamos sido invitados a presentar nuestros respectivos libros en un congreso literario.
En el caso suyo, su libro llevaba éste llamativo título: Piedras y espinas en las arenas de Ñancaguazú: historia de un guerrillero junto al Che en Bolivia.
Tapia Aruni sabía de lo que hablaba: era el último combatiente boliviano del Che aún vivo.
Me contó su experiencia guerrillera desde el principio hasta el final, relato donde incluyó un dato sorprendente: “El Che era un aventurero que no sabía lo que hacía”.
Se cumplen 52 años de la muerte del Che, fusilado el 9 de octubre de 1967, y estas son algunas de las cosas que sobre él reveló Eusebio Tapia Arumi, su ex soldado:
-Usted es aborigen, ¿a qué etnia pertenece?
-A la etnia aymará. Soy padre de siete hijos, casado con Olga Rojas Medina, que es de la etnia guaraní y que hasta hoy ni lee ni escribe. Hice la escuela sólo hasta el tercer grado. Nací el 29 de octubre de 1946 en La Paz y fui pastor de ovejas y cargador de bolsas en los mercados. Como guerrillero, cargaba mochilas en las montañas de Ñancaguazú. Milité en el Partido Comunista Boliviano y soy de una generación donde había mucho fanatismo revolucionario. En las universidades, en las minas, en los montes y en las chacras sobraban los agitadores e incitadores a acciones aventureras. Había una suerte de infantilismo revolucionario y muchos, con las locuras propias de un adolescente apasionado, fuimos arrastrados a esa vorágine.
-¿Qué significaba ser guerrillero?
-Era internarse en las montañas y en los montes para una guerra donde uno termina perdiendo el miedo a la muerte y donde el enemigo no es el adversario. Nuestros enemigos eran el hambre, la sed, el frío, el calor, la suciedad del cuerpo, la fatiga, la enfermedad, la hostilidad de los mismos campesinos que eran el objeto de nuestra lucha pero que seguían rindiendo culto a sus patrones, además de la traición de algunos de nuestros propios compañeros.
-¿Cómo se integró a la guerrilla del Che?
-En agosto de 1966 me llamó Aniceto Reynoso, dirigente del comité central del Partido Comunista de Bolivia. Me preguntó si estaba dispuesto a cumplir una tarea tan delicada que hasta podría perder la vida en ella. No me explicó de qué se trataba exactamente la misión, pero acepté por disciplina partidaria. No sabía que era para una misión guerrillera. Días después me avisaron que a las cuatro de la mañana del 1 de septiembre debía estar en la plaza de San Pedro, donde alguien pasaría a buscarme. A la hora fijada apareció una camioneta Toyota, cargada de cajones. En la cabina estaban los camaradas Rodolfo Saldaño, cuyo nombre de guerra después sería Rodo, y Luís Tellerías Murillo, que después sería Manzano. Yo me quedé con mi nombre real, Eusebio. Así que a los veinte años me llevaron para ser guerrillero. Cuando me llevaron yo no sabía que iba a ser guerrillero.
-¿Cuántos hombres integraban el “Ejército Nacional de Liberación” (ENL)?
-Incluyendo a los enlaces urbanos, éramos cincuenta y tres. 17 de procedencia cubana, 29 bolivianos, 3 peruanos, uno de Argentina, uno de Francia y una de Alemania. El francés era Jules Regis Debray, y la alemana Heidy Tamara Bunke (Tania), muerta en una emboscada que les tendieron a uno de nuestros grupos cuando cruzaban un río y en la que murieron once compañeros. Los que luchamos en las montañas éramos sólo 46, así que desde el principio estuvimos sentenciados al fracaso. ¿Qué podríamos hacer 45 hombres y una mujer contra 20.000 soldados apoyados por aviones y helicópteros de la Fuerza Aérea Boliviana y asesores de la CIA, con el campesinado en contra nuestra, obligados a actuar en una zona mal elegida por el Che, donde todo el mundo hablaba guaraní y por lo tanto no nos entendían, ni nosotros a ellos?. Además el partido comunista boliviano, que fue el que nos metió en la lucha guerrillera, nos soltó la mano. Se olvidó de nosotros, de la lucha revolucionaria, y nos abandonó a nuestra suerte.
-¿Qué significaba para usted combatir a las órdenes del Che?
-Nadie usaba su nombre real, así que nunca supe que mi jefe “Ramón” era el Che. Me enteré de eso en octubre de 1967 cuando lo capturaron y mataron. Para entonces yo ya estaba preso en la cárcel militar de Camiri. Un guardia me mostró un ejemplar del diario “Presencia” del día anterior diciéndome “tu papá ha caído”. Había fotos del cadáver del Che. Inmediatamente lo reconocí. Era “Ramón”. Yo había escuchado por radio anteriormente al presidente, general René Barrientos, hablar del Che Guevara, pero en mi pobre castellano entendí “Chavarría”. Nunca se me cruzó por la cabeza que “Ramón” era el Che.
-¿Cómo fue su contacto con él?
-Me lo presentaron el 21 de enero de 1967 cuando llegué al campamento central. Había allí un grupo de treinta personas, la mayoría extrañas para mí. Estaba también “Ramón”, sentado en un improvisado asiento de palos, vestido con un poncho impermeable de color verde olivo, pantalón y botas militares y una boina negra. Tenía la cabellera larga, una pipa en la boca y la barba muy crecida. Me dio la mano y me dijo “Hola, camarada, ¿cómo ha llegado?”. Mi compañero “Polo” me dijo después que no era cubano como yo creía, sino argentino. Al día siguiente, 22 de enero, me mandó junto con otros camaradas a cavar pozos tipo trinchera en las orillas del río Ñancaguazú.
-¿Cómo sigue la historia?
-El 1 de febrero de 1967 iniciamos una larga marcha. Fue un mes de desagradable caminata, con mucho cansancio, hambre, sed, llenos de sudor y ropa sin lavar. Un día, siempre con su pipa en la boca, “Ramón” se me acercó y me preguntó: “¿Cómo está la moral, camarada?”. Le respondí, “¡más o menos!”, y mi respuesta le molestó. Después le pregunté a “Polo” qué es la moral. “Es el valor de uno, el espíritu de uno”, me contestó. Entonces me di cuenta que le contesté mal al jefe y que por eso se había enojado.
-¿Cuándo se produjo el primer combate con el ejército?
-Fue el 23 de marzo de 1967, cuando emboscamos a una patrulla militar, cayendo muertos siete soldados y el hombre que los guiaba. Tomamos catorce prisioneros, cuatro de ellos heridos. Pero por ese combate descubrieron nuestra ubicación y pronto aparecieron aviones ametrallando y bombardeando nuestra posición. Cuando las bombas caían parecían pequeños paracaídas que de pronto estallaban como si fueran truenos. A la noche, cuando todo se calmó, “Ramón” nos reunió para hablarnos de la importancia de esa victoria. Nos felicitó y recordó la revolución cubana, haciendo toda una historia de cómo habían empezado y cómo en Cuba habían llegado al triunfo. En esa misma reunión nocturna “Ramón” anunció que desde ese momento nos llamaríamos Ejército de Liberación Nacional (ELN).
-¿Y el siguiente combate?
-Tuvo lugar el 10 de abril de 1967. También emboscamos a otra patrulla militar, y sólo dos escaparon. Nosotros también tuvimos una baja, el compañero “Rubio”, que fue el primer guerrillero venido de Cuba en morir. Pero siete días después, el 17 de abril, “Ramón” cometió un error que nos costó muy caro.
-¿Qué error?
-Dividir nuestro “ejército” de 45 hombres en dos para enviarnos hacia distintas direcciones. El 17 de abril de 1967, en Monte Dorado, fue el día en que vi por última vez a muchos compañeros, inclusive a “Ramón”. Recuerdo que se me acercó y volvió a preguntarme “¿cómo está esa moral?”, ésta vez le respondí “¡Bien!”. Fue la última vez que lo vi. Lo siguiente que supe de él fue que lo mataron en Higueras.
-¿Cuándo empezó el principio del fin para ustedes?
-El 28 de mayo de 1967, cuando uno de los nuestros, “Pepe”, nos abandonó, se entregó al ejército y delató nuestra posición. Pagó por su traición porque los soldados igual lo mataron y dejaron tirado su cadáver, que fue devorado por las rapiñas. Días después, en una emboscada cayeron nuestros compañeros “Marcos” y “Víctor”. No pudimos rescatar sus cuerpos porque cambiamos rápidamente de campamento. A los dos días regresamos para explorar el lugar donde esos dos camaradas cayeron muertos. Los recogimos ya esqueletos, devorados por las rapiñas, y los enterramos. Pero fue el 31 de agosto de 1967 que, como fruto de otra traición, recibimos el golpe más terrible.
-¿Qué sucedió?
-El campesino Honorato Rojas, al que creíamos amigo, nos vendió. Esa traición nos mató. El capitán Mario Vargas, jefe de los rangers en operaciones, le ofreció dinero, casa y trabajo, despertando su ambición. Al mediodía del 31 de agosto de 1967, Rojas llevó a un grupo de los nuestros al lugar donde los soldados estaban escondidos, a orillas del Río Grande. Esperaron que entráramos todos, y empezó la balacera. Su traición se llevó once vidas. Allí murió también Tania, la alemana, herida y arrastrada por las corrientes. El único sobreviviente de la masacre de Río Grande fue José Castillo Chávez, “Paco”, que, herido, fue tomado prisionero. Un mes después, en octubre, en otra de las tantas emboscadas que nos tendieron, cayeron “Arturo”, “Pocho” y “Antonio”, que eran cubanos, “Willy”, boliviano, “Chino”, peruano, “Ramón”, o sea el Che, y otro más. Siete en total.
-¿Y usted?
-Fui capturado el 25 de julio de 1967 conjuntamente con el camarada “Chingolo”. Fue cuando lavábamos nuestras ropas en el río. Nos traicionó una mujer que un día antes, al vernos medio muertos de hambre nos convidó mote de maíz. Resultó que era la madre de un soldado, y como no creyó nuestra versión de que éramos cazadores avisó a su hijo de nuestra presencia. Me llevaron a la comisaría de Monteagudo y después a otras unidades policiales y cárceles militares. Fui torturado para que dijera dónde estaba el Che. No me creían cuando les decía que no lo conocía y mucho me castigaron por eso. Pero era verdad, yo no lo conocía así. Recién en octubre y cuando él ya estaba muerto me enteré que mi jefe “Ramón” era el Che.
-¿Qué recuerdos tiene de esas torturas?
Todavía no puedo sacarme de la mente los simulacros de fusilamiento. En uno de esos simulacros, el coronel Luís Antonio Reque Terán, que años después llegó a comandante en jefe de las fuerzas armadas de Bolivia, nos puso contra la pared, en la comisaría de Camiri. A mí me dio dos tiros en los hombros, que sentí como si fueran agudos pinchazos. A Chingolo le disparó en las rodillas. Me liberaron tres años después, en 1970, amnitiado por el presidente Torrez.
-¿Por qué el Che eligió Bolivia para su actividad guerrillera?
-El país que había elegido era la Argentina, no Bolivia. Su intención era empezar la lucha en su tierra natal y de allí propagarla a toda América Latina. En esos momentos la guerra de Vietnam estaba en pleno auge y él quería “varios Vietnam” en Latinoamérica. En la Argentina lo rechazaron tanto el partido comunista como el peronismo, rechazo que lo obligó a irse al Perú. Creía que allí iba a tener buena acogida porque un ex cuñado suyo ya comandaba operaciones en Ayacucho. Pero la guerrilla peruana también lo rechazó, igual que el partido comunista peruano. Como ya no tenía dónde ir, regresó a Cuba y recién allí eligió a Bolivia para comenzar. Dos cubanos, a quienes conocí como “El Pombo” y “Ricardo”, vinieron a preparar el terreno.
-En resumidas cuentas, ¿por qué fracasaron?
-Porque el Che cometió no menos de 19 errores. De entrada eligió para la lucha una zona que no era buena para una operación guerrillera. Se equivocó también a la hora de buscar combatientes, reclutando elementos novatos en guerra de guerrillas y otros no convencidos. Otro error suyo fue que siendo ya tan pocos combatientes, menos de 46, nos dividió en dos columnas. Fue también una torpeza que él y su columna se internaran en las montañas despobladas de bosques de Río Grande y Valle Grande, donde eran fácilmente detectables, de noche por la luz de las fogatas y de día con simples binoculares. Nuestro armamento era obsoleto, hasta los Máuser eran del tiempo de la Guerra del Chaco. Todos esos errores dan la pauta de que el Che era en realidad un aventurero que no sabía lo que hacía.
-¿Dónde se entrenaban?
-En ningún lado, lo cual fue otro gran error. Los novatos no teníamos instrucción ni preparación ideológica y militar. ¿Por qué el Che no nos instruyó? No recibimos ninguna instrucción teórica ni práctica guerrillera. No hubo siquiera un simulacro de cómo defendernos de un ataque enemigo, de cómo maniobrar en caso de caer en una emboscada o cómo cubrir una retirada. Lo único que el Che hacía fue hacernos caminar y caminar durante cincuenta días. Estábamos hambreados, desnutridos y algunos con anemia. En esas largas caminatas perdimos dos compañeros que se ahogaron en el río, además de armas y pertrechos. No sacamos ningún provecho de aquellas marchas inútiles. Por todas estas cosas fue que nuestra guerrilla en Bolivia fracasó, y muchos, incluido el Che, lo pagaron con su vida.
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