Charles Addams era historietista. Desde chico supo que quería serlo. Sus padres lo apoyaron. Poco después de cumplir veinte años, en 1932, logró publicar una de sus viñetas en el prestigioso semanario New Yorker, el sueño de cualquiera que se dedicara a lo suyo. Pasaron otros seis años hasta que logró ubicar su siguiente dibujo en esa revista. Ya firmaba como Chas Addams. A partir de ese momento el dibujante se convirtió en un asiduo colaborador. Su trabajo cada vez se hizo más conocido.
Llegaron el prestigio y el dinero. Varias décadas después, a principios de los años sesenta, un productor televisivo, David Levy, le propuso convertir algunos de los personajes que él dibujaba en una serie televisiva. Esos personajes tenebrosos y alegres, macabros y divertidos, habían aparecido en apenas una veintena de viñetas que seguían el claro estilo del New Yorker: un solo cuadro, protagonistas plantados en una situación y debajo, al pie del dibujo, una línea de diálogo con el remate. La gracia (palabra adecuada si hablamos de un cartoon, de un chiste gráfico) radicaba en que con esos elementos estándar se entendiera quien hablaba -no hay globos de diálogo- y que provocara risa.
Levy le exigió a Addams, ya un conocido dibujante, que bautizara a esos personajes, que los relacionara entre sí y que le otorgara a cada uno características especiales. Todo eso no estaba en los chistes de un solo cuadro, no eran creaciones desarrolladas en un cómic, no participaban de una historia.
Tal vez la inspiración para desarrollar ese mundo de alegremente terrorífico la encontró durante su infancia, en la casa de su abuela materna. La vivienda de la mujer estaba algo deteriorada y tenía un montacargas. Él disfrutaba esconderse dentro y subir por allí hasta la habitación de su abuela. Cada vez que la anciana abría la pequeña escotilla, su nieto la asustaba. Addams declaró que esa mezcla de familia, risas y terror fue determinante para él.
Lo primero que hizo Addams para cincelar la adaptación televisiva fue decidir que ellos integraban una familia y a esa familia, sin esforzarse demasiado, le otorgó su propio apellido. Debe ser un caso único en la historia en que un autor bautice a personajes ficcionales con su apellido. A nadie le pareció raro.
En septiembre de 1964, luego de meses de trabajo intenso, se emitió el primer capítulo de la serie por la televisión norteamericana. Todavía eran tiempos en que los programas podían salir en color o en blanco y negro. El color se estaba consolidando y era caro filmar cromáticamente. A la historia de la familia Addams le convino la paleta de negro, blanco y grises. Fueron apenas 64 capítulos de menos de media hora.
Con apenas dos temporadas pero el programa logró instalarse en el inconsciente colectivo. En el siguiente medio siglo reencarnó muchas veces en diferentes formatos. Dibujos animados, televisión, cine, revista de historietas y hasta musical de Broadway. Los Locos Addams (The Addams Family en el original) entretuvo a varias generaciones de espectadores deslumbrados con su ingenuo humor negro.
La fórmula del programa es sencilla de resumir pero difícil de llevar adelante. Mezclar la típica comedia familiar que en esos tiempos reinaba en las pantallas de Estados Unidos con la historia (o al menos el ambiente) de terror. La gran habilidad reside en convertir en entrañables a esos personajes tenebrosos.
En cada capítulo se narraba una historia simple, una excusa para desplegar las excentricidades de sus protagonistas, para insertar los gags y las escenas de humor absurdo. Veneno bebido en vasos de trago largo, lamparitas encendidas con la boca, una mano sin cuerpo con vida propia que provee cualquier cosa en el momento exacto, plantas carnívoras, un gigante que resulta un delicado pianista, rosas pero de las que sólo se quedan con el tallo y las espinas, chicos correteando con felicidad entre tumbas, personajes que se relajan esposados a elementos de tortura.
Charles Addams y sus creaciones trasladan el mundo del absurdo, del sinsentido a una serie. Descubren, y luego se hará tradición en el mundo de los dibujos animados, que hacer convivir dos universos absolutamente dispares no sólo es posible sino que es narrativamente muy redituable. Y todo eso lo hacen en un ambiente amablemente espectral, gótico, repleto de telarañas, bizarro.
Al mismo tiempo de su estreno en otro canal había una comedia de temática increíblemente similar. Los Monsters (the Munsters) eran también una familia que asustaba a los demás pero que no percibía que lo hacían. Un matrimonio integrado por un clon de Frankestein y por una vampiresa, un abuelo vampiro de varios siglos de edad que se asemejaba en demasía al Conde Drácula, un hijo oscuro, una sobrina “normal” y una mansión embrujada. Los Monsters duró en el aire casi lo mismo que Los Locos Addams, su competencia. Este programa ganó, en ese entonces, la batalla. Tuvo mejores ratings y una más generosa recepción crítica. Sin embargo, no hay dudas quien fue el que triunfó al final del camino.
Como ocurría en la televisión de la época, la apertura era larga, con la presentación individual de cada protagonista. La de los Addams contenía una de las canciones más características de la historia del medio creada por Vic Mizzy. El clavicordio, el ritmo, el chasquido de los dedos. La letra cantada con apariciones tétricamente graciosas de la voz de Largo (“Qué hermosura/ qué dulzura/ qué locura”).
La versión hispanoparlante no se conformó con el doblaje de la letra original sino que la mejoró. El original hablaba de la familia en general y de quienes interactuaban con ellos y remataba cada estrofa con Addams Family, acentuando la última sílaba. La versión que llegó a Sudamérica describía a cada miembro. Pero el genial acierto de la traducción es el remate de cada parte con lo de: “Una familia muy normal”.
Otro ingrediente clave es la locación principal, la mansión de la familia. Algunos fanáticos discuten en las redes sociales sobre la ubicación exacta de la casa que inspiró a los creadores. Y rastrean en la biografía de Charles Addams lugares que él frecuentó. Se habla de una de la calle Elm o de una de la avenida Dudley de Nueva Jersey. Una de las inspiraciones puede haber sido una pintura de Edward Hopper, House By The Railroad. La mansión Addams es muy similar también, en su soledad e imponente decadencia, a la de Psicosis de Alfred Hitchcock. Lo cierto es que esas construcciones victorianas se esparcen por todo el interior de Estados Unidos. La casa de la Familia Addams fue elegida por críticos especializados como una de las diez grandes locaciones de la historia de la televisión.
Los personajes con sus particularidades y extrañamiento constituyen la esencia del programa que argumentalmente pocas veces salía de la fórmula que establecía la colisión entre las costumbres extrañas y tenebrosas de esta familia con las del resto de la población. Los Addams tenían la convicción que no había nada raro en su estilo de vida. Al final los visitantes o los que ocasionalmente se comunicaban con ellos se escapaban atemorizados y no regresaban. Los Addams nunca lograban decodificar estas conductas como una señal de que algo extraño sucedía.
En esa familia el amor paterno filial y el amor de pareja con fuerte contenido sexual conviven con el dolor, el sufrimiento, lo mórbido, los venenos, los instrumentos de tortura. Pero tamizado por una visión naif. Humor negro en una comedia blanca. Sadismo y terror para principiantes. Un malevolencia inocente, deliciosa e inocua.
Los personajes estaban basados vagamente en actores clásicos. El padre en Peter Lorre, la madre se inspiraba en Gloria Swanson y Largo en Boris Karloff.
Homero (Gomez era su nombre original) era el padre de familia. Sonrisa ladeada y profundamente enamorado de su esposa. No podía controlar la atracción que ella ejercía sobre él; cada vez que ella hablaba en francés, Homero se abalanzaba sobre ella y besaba su brazo con pasión descontrolada.
El matrimonio tenía dos hijos. Merlina (Wednesday en la versión original), una chica oscura, seria y reconcentrada. El chico, Pericles, era un gordito travieso e ingenuo. Los tíos eran muy particulares. El Tío Lucas interpretado por Jackie Coogan que había conocido la notoriedad siendo el pequeño ladero de Charles Chaplin en El pibe. Y el Tío Cosa, una masa de pelos que se movía y hablaba. También estaba la macabra Abuela y sus pociones venenosas.
Largo, un gigante con toques frankestenianos, era el mayordomo. El otro asistente de la casa era Dedos, una mano con autonomía que resolvía inconvenientes.
Los actores como en tantas otras series no consiguieron éxitos demasiado rutilantes luego de su paso por la serie. Pero Los Locos Addams no quedaron en esas dos temporadas y sus periódicas reposiciones en canales de todo el mundo. La familia tuvo varias vidas más. Dibujos animados a principios de los setenta, programas especiales, intentos de revivir la serie en TV. Luego en 1991 llegó la primera adaptación cinematográfica con Raul Julia, Angelica Huston, Christopher Lloyd y Christina Ricci.
En 1993 llegó la segunda parte. Después hubo otra tanda de dibujos animados y un nuevo piloto para volver a la pantalla chica. El impacto de la creación de Chas Addams no sólo se dio en el medio audiovisual. En 2010 se estrenó un musical en Broadway. También hubo revistas, libros y discos. El flipper lanzado luego de la primera película se convirtió en el más vendido de la historia.
Para el final quedó Morticia Addams porque su historia no es igual al del resto de los personajes. Charles Addams era un seductor serial. De joven era parecido al actor Walter Matthau. Elegante, siempre atildado y de trato caballeroso, conquistó mujeres famosas como Jackie Kennedy, Greta Garbo y Joan Fontaine. Un mito le atribuye al dibujante las características de su creación. Durante su vida soportó rumores de que era un psicótico, que estaba internado en una institución mental. Nada de eso. Era amable y de una enorme habilidad social.
Se casó tres veces. La primera con Barbara Jean Day . Se separaron tras ocho años de convivencia. La negativa del dibujante a tener hijos habría sido el principal detonante. Fue un matrimonio feliz si se considera lo que Addams vivió después. Ella era increíblemente parecida a Morticia. Mirada profunda, largo pelo azabache, delgada. Lo sorprendente es que primero apareció el personaje en los dibujos de Addams y después conoció en un evento social a la que sería su esposa.
Lo que podría tratarse de una casualidad deja de serlo en el momento en que se revela que su segunda esposa, Barbara Barb, también es parecida a Morticia. En este punto ya se hace evidente que Charles Addams era de esos hombres que siempre salen con un mujeres fisonómicamente similares. Algún conocido ha llegado a confundir a la segunda esposa del dibujante con la primera y al verla del brazo de Addams y a llamarla con el nombre de la anterior.
Pero las similitudes de Barbara con Morticia no sólo eran físicas. Barbara hacía gala de una frialdad y una maldad sin antecedentes. Ella se autoatribuyó la responsabildad de representar a su esposo. En un movimiento imperceptible se quedó con el 75 % de los derechos de la creación de su marido, quien pronto, en menos de dos años, se convirtió en ex. Una prueba: apenas finaliza la primera película de Los Locos Addams, la versión de 1991, filmada y estrenada tres años después de la muerte del creador de los personajes, aparece una placa -antes que los demás créditos- en la que se agradece a Lady Colyton, que no es más ni menos la implacable Barbara Barb. casada en ese entonces con un noble que le proporcionó el “Lady”. Ella no sólo negoció los derechos y se quedó con pingües beneficios porque el largometraje fue un gran suceso, sino que se reservó, gracias a sus negociaciones implacables, un lugar de relevancia en la pantalla.
En pocos días se estrena en los cines una nueva versión de Los Locos Addams. Esta vez en versión animada. Los personajes creados por Charles Addams, dibujados y con voces de famosos actores, volverán a cautivar y alegrar a públicos de todas las edades. Nada podrá empeñar la felicidad que brinda esta familia muy normal.
Seguí leyendo